El luto, que oficialmente terminaba el 4 de diciembre,
parece que permanecerá en la cotidianidad cubana por mucho tiempo
Fachada de una vivienda en Centro Habana (foto Augusto César San Martín) 'El dinosaurio todavía está ahí y parece que seguirá por un tiempo'
Por Ernesto Santana Zaldívar | La Habana | Cubanet En los últimos años estaba ocurriendo un fenómeno inédito en la televisión cubana a lo largo de medio siglo: Fidel Castro pasaba meses, y hasta todo un año, sin aparecer en pantalla y, si lo hacía, casi nunca hablaba. En todo caso la espectral aparición solo duraba segundos o minutos. Su condición física no resultaba ni fotogénica ni estimulante.
Ese obstáculo finalmente ha desaparecido y ahora, gracias a las toneladas de material audiovisual y gráfico que el Comandante hizo almacenar durante su larga vida como personaje público, no solo hay contenido para reventar los pocos canales del país, sino para exportar o hasta para crear parques temáticos televisivos. Más aun, si desaparecida la persona real se supone que comience el mito, pues entonces ha llegado la hora de la mitomanía desaforada.
No es solo que al cortejo fúnebre que lo devolvió al oriente cubano lo llamaran “caravana de la eternidad”; que un ciudadano compungido dijera que “Fidel es el hombre más grande que ha tenido la humanidad”; que un asistente al homenaje en la Plaza confesara que, al ver en el cielo una sola estrella, pensó que “ese es Fidel, que desde el universo aún cuida, resguarda y protege a su pueblo, como digno y eterno centinela de los cubanos”. No es solo que un inspirado presentador anunciara que “Fidel pasó una noche conversando con el Che”.
Es que el sonriente Randy Alonso afirmó: “No pudieron matarlo, sino que murió cuando quiso”. Es que el Castro sobreviviente confirmó una aseveración del presidente argelino Bouteflika: “Fidel poseía la extraordinaria capacidad de viajar al futuro y regresar para explicarlo”. Es que Joel Suárez, “el hippie que más lo quiere”, hijo del reverendo Raúl Suárez, lo describió así: “Él se parece mucho al rock and roll, intenso, de marcha retumbante”.
Para no hablar de las exageraciones o burdas mentiras históricas. Ni del visionario en país de ciegos absolutos. Ni del Atleta Mayor, el Intelectual Mayor, el Joven Mayor, El Disidente Único, el Gran Benefactor. Ni del Iluminado.
En fin, llegó el punto en que —como ya se ha dicho tanto y hay que seguir diciendo— se dice entonces cualquier cosa, porque la imperfecta realidad ha quedado muy atrás en el camino. Así rezaba un titular: “Desde tierras alemanas, bailan Cuba y Fidel con Danza Contemporánea”. Así reza otro: “Cuba y Fidel son la rumba”.
En los días del lacrimoso duelo, una muchacha de efusiva tristeza reveló que “cuando veo algo verde, enseguida me acuerdo de su uniforme verde olivo”. Otra, que dijo trabajar en el Ministerio de las Fuerzas Armadas, dio su testimonio de éxtasis: “Tuve la oportunidad de conversar con Fidel, de tocarlo. Aún recuerdo aquella mano suavecita”.
La mera presencia de la cámara, podía exponer en esos días una aflicción, una convicción y hasta una surrealista locuacidad de las que ni el mismo entrevistado se hubiera creído capaz.
Por eso resonaron casi como absurdas, y hasta inoportunas, afirmaciones como la del brasileño Frei Betto —que andaba en los trajines de presentar una biografía suya y a quien le sobran parlamentos inoportunos y absurdos—, que puntualizó: “La revolución no la hizo Fidel, sino el pueblo cubano. Fidel fue solo el líder”. O como la del señor que confesaba su pasmo: “Nunca creí que una personalidad tan grande cupiera en una caja tan pequeña”.
Mientras cada uno decía: “Yo soy Fidel”, la multitud no clamaba: “Nosotros somos Fidel”, sino también un “Yo soy Fidel”. El síndrome de Estocolmo, en comparación, es un leve mal.
Y menos mal que, según descubrió para asombro universal su hermano, Fidel Castro detestaba el culto a la personalidad. Si no, aquellos muy humildes funerales pudieran haber demorado meses y sus cenizas habrían sido empotradas en la mismísima Gran Piedra.
La prensa, por supuesto, se ahogó en tinta negra y se centró en el monotema. De modo que los pobres viejitos que viven de revender los periódicos fueron muy dañados por el duelo, pues casi nadie les compraba. De hecho, los lúgubres diarios duraban hasta la tarde en los estanquillos de la prensa. Ahora, cuando vuelven a ser lo que eran antes, que ya es decir mucho, se están haciendo tiradas especiales resumiendo —repitiendo— todo lo que ya se ha publicado sobre el modesto Benefactor, tan enemigo de la idolatría y del culto a la personalidad.
Llama la atención una respuesta suya que alguien citó en algún momento. Cuando le dijeron que Cuba no se resignaría a prescindir de él, Fidel Castro confesó con tremenda humildad: “Cuba no me necesita. Soy yo quien necesita a Cuba”. Bueno, ¿“Patria o muerte” no quería decir más o menos lo mismo?
ACERCA DEL AUTOR Ernesto Santana Zaldívar Puerto Padre, Las Tunas, 1958. Graduado del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona en Español y Literatura. Ha sido escritor radial en Radio Progreso, Radio Metropolitana y Radio Arte. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Distinciones obtenidas: Menciones en el género de cuento de los concursos David, de 1977, y Trece de Marzo, de 1979; premios en los concursos Pinos Nuevos, de 1995, Sed de Belleza, de 1996 (ambos en el género de cuento), Dador, de 1998, (proyecto de novela) y Alejo Carpentier, de 2002 (novela), Premio Novelas de Gaveta Franz Kafka, de 2010, por su novela El Carnaval y los Muertos.
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