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General: UN CUENTO GAY DE NAVIDAD
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 23/12/2016 07:12
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UN CUENTO DE NAVIDAD GAYseparadores11_thumb.gif (390×97)
Capítulo 1 El Fantasma de Snarley
Por Bill W.
Pat Morales era un hombre piadoso y de principios. Era un líder religioso de cierta fama y hacía todo lo posible por difundir la palabra de Dios en el mundo. Llegó incluso a lograr que los líderes políticos sintieran la fuerza de su movimiento y les hizo saber que sus morales seguidores no podían tolerar ciertas cosas, como aceptar la homosexualidad, conceder a los homosexuales igualdad de derechos o aprobar formas no tradicionales de matrimonio. No lo hacía porque fuera malo o vengativo, o al menos eso era lo que decía a quienes cuestionaban sus motivos, sino simplemente por seguir la palabra de Dios, tal como está escrita en la Sagrada Biblia.

Era la víspera de Navidad, uno de los mejores momentos del año para él, y estaba ansioso por dar el sermón de Nochebuena. Como vivía junto a la parroquia, podía ir caminando a la iglesia del brazo de su esposa, acompañados por sus dos hijos, uno de cada lado. Por el camino, muchos miembros de la congregación les desearon feliz Navidad y felicitaron a Pat por todo lo que había logrado en el pasado año. Pat agradeció sus felicitaciones y sus buenos deseos, y les deseó a su vez una feliz Navidad. ¡Era sin duda la mejor época del año para todos!

Poco después, Pat se encontró de pie frente a la congregación. Mientras el coro los guiaba para entonar algunos de himnos de navidad favoritos, el poder del Espíritu Santo pareció llenar la pequeña iglesia hasta la viga más alta. Esa noche toda salió tal como estaba planeado y el sermón de Nochebuena de Pat tuvo un gran éxito. La misa concluyó con varios himnos más y todos salieron de un humor excelente. Pat se aseguró de despedirse personalmente de cada feligrés que abandonaba el templo, haciéndole algún comentario personal y dándole la bendición a todos. Cuando la iglesia quedó vacía, Pat se dispuso a regresar a su casa con su familia, para disfrutar de esa noche especial con sus seres queridos. La sala familiar estaba magníficamente decorada con un árbol de Navidad, que acogía bajo sus ramas un precioso Nacimiento y montones de regalos muy bien acomodados a ambos lados de esta obra maestra religiosa. Sentados junto al árbol, hablaron del amor y la paz que esta época del año les hacía sentir a todos, y de cómo la Nochebuena era sin lugar a dudas uno de sus días favoritos del año. Y así, llegó la hora de ir a dormir, y la esposa y los hijos de Pat se fueron a la cama, mientras él se quedaba un rato más para darle los últimos toques a su próximo sermón.

Estaba trabajando solo en su estudio cuando la luz empezó a parpadear y Pat se preguntó qué estaría causando ese problema. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para pensarlo, porque de repente sonó el timbre de la puerta. Se dijo que era raro que alguien fuera a visitarlo a esas horas de la noche, pero pensó que podría tratarse de un miembro de su congregación que tenía algún problema y necesitaba de su ayuda. Al abrir la puerta para ver quien era, descubrió que la entrada estaba desierta. ¡No se veía ni un alma! Miró a un lado y al otro para ver si veía alejarse a alguien, pero no vio a nadie. Lo raro era que no sólo no había nadie, sino que tampoco había huellas en la fina capa de nieve que cubría el suelo. Muy confundido, Pat regresó a su estudio e intentó concentrarse de nuevo en su trabajo, pero una vez más, la luz comenzó a atenuarse hasta que se apagó por completo y después, de repente, se prendió otra vez.

Pat se asomó a la ventana para ver si pasaba lo mismo en las casas de sus vecinos, y entonces, sonó otra vez el timbre. Pat corrió a abrir la puerta, esperando descubrir quién era o atrapar al bromista al que le parecía divertido molestar a esas horas. Pero esta vez tampoco había nadie en la entrada ni se veía ninguna huella en la nieve. Totalmente desconcertado por lo que estaba pasando, pensó que a lo mejor tenía algo que ver con las fluctuaciones de la luz y que quizá el pico de corriente producido al volver la luz había hecho que sonara el timbre de la puerta. Creyendo haber resuelto el misterio, Pat se disponía a volver a su estudio cuando ocurrió algo más. Casi no podía creerlo, pero lo que vio le hizo sentir un escalofrío que le recorrió la espalda: al volverse observó que una figura fantasmagórica pasaba a través de su puerta cerrada. La figura empezó a tomar forma a medida que aparecía en el vestíbulo hasta que al final, Pat fue capaz de reconocerla.

–¿David? ¿David Snarley? ¿Eres tú? –preguntó temblando ligeramente mientras contemplaba la aparición. Era el fantasma de su gran amigo y su mano derecha, que había pasado a mejor vida hacía unos cuantos años. David parecía llevar puesta la misma ropa con la que lo habían enterrado; sin embargo, su traje parecía estarse consumiendo, como si se hubiera quemado y acabaran de apagar el fuego.

–Sí, Pat. Soy yo –respondió el fantasma, sin emoción alguna.

–¡No puede ser! ¡Tú estás muerto y los fantasmas no existen! –exclamó Pat mientras se frotaba los ojos y pensaba que sus sentidos le estaban jugando una mala pasada. Cuando se convenció de que la visión no cambiaba en lo más mínimo, se pellizcó para ver si estaría dormido y todo aquello no era más que un sueño.

–-No tiene sentido negar lo que estás viendo y te equivocas si crees que los espíritus no recorren la tierra. No solo estás equivocado en eso, sino que tanto tú como yo estábamos equivocados en muchas otras cosas que considerábamos ciertas –el fantasma seguía hablando a un ritmo monótono, pero asegurándose de dejar bien claro lo que quería decir –. Ahora tengo que pagar por todo lo que hice y he venido para evitar que tú pases por lo mismo que yo.

–¿Que estás sufriendo? ¡Pero si tú siempre fuiste una persona buena y temerosa de Dios! Fuiste mi fiel colaborador durante muchos años y me ayudaste a llevar a cabo las obras de Dios. ¿Por qué tendrías que estar sufriendo por eso? Desde el día que abandonaste este mundo, siempre creí que estarías sentado a la derecha de Dios, como recompensa por haber llevado una vida recta y devota.

–Pues sí, eso es lo que esperaba yo también, pero por lo visto, ésa fue sólo una más de mis equivocaciones –el fantasma dejó caer la cabeza, como si estuviera arrepentido.

–Pues no lo entiendo, la verdad –contestó Pat–. Lo único que hacías era difundir la palabra de Dios y transmitir su mensaje tanto a los creyentes como a los que no tenían fe.

–Pues sí, pero lo que transmitía era nuestra propia interpretación de la palabra de Dios y lo que ahora sé es que mis propios prejuicios degradan el mensaje que quería transmitir e interpretaban mal el significado de lo que Dios había querido decir. Ahora tengo que pagar por mis errores, y lo mismo te pasará a ti si no te arrepientes, lo reconoces y te enmiendas –el fantasma señaló a Pat con un dedo acusador para dar más énfasis a sus palabras.

–¡No puede ser! Yo solo transmito la palabra de Dios tal y como está escrita –afirmó Pat temblando, aunque no sabía si temblaba de miedo o de indignación al oír decir que sus creencias estaban equivocadas.

–Tienes una oportunidad para darte cuenta de tus errores; es algo que yo nunca tuve. Esta noche te visitarán tres espíritus que te mostrarán dónde y cuándo nos equivocamos. Si aprendes la lección después de ver lo que te van a enseñar y haces caso a lo que te digan, es posible aún que te libres del fuego del infierno y de las torturas que yo he tenido que sufrir desde mi muerte. No desperdicies esta oportunidad, amigo mío, ya que es la única que tendrás.

–¿Y tú no podrías darme el recado sin necesidad de que haya más apariciones? Siempre fuiste un buen amigo y muy leal, David, así que preferiría que me lo dijeras tú.

En ese instante, se escuchó un aullido sobrenatural y, aunque Snarley no llegó a abrir la boca en ningún momento, Pat estaba seguro de que el sonido había emanado de él. Pat cayó de rodillas, totalmente invadido por un sentimiento frío e inquietante de desesperación, que se había apoderado de él desde que escuchó el aullido.

–Pat, debes aceptar a esos espíritus y poner atención a lo que te digan –gimió el fantasma de David– esta noche será tu única oportunidad de aprender y arrepentirte. El primer espíritu aparecerá cuando suene la primera campanada de la medianoche; el segundo a la una y el último a las dos. No esperes volver a verme y recuerda, debes hacerle caso a mis advertencias.

Tras decir aquello, el fantasma de David Snarley empezó a deslizarse por la habitación y pronto atravesó sin ningún esfuerzo la ventana cerrada, sin causar ningún daño.

Pat reunió todo su valor, lo siguió hasta la ventana y se asomó, esperando ver a dónde se dirigía. Sorprendido, descubrió que había muchos otros espíritus flotando con elegancia por ahí, tal vez cumpliendo la misma misión que su antiguo ayudante. Profundamente impresionado, y decidido a evitar que su esposa e hijos se enteraran de los que había pasado (o de lo que él PENSABA que había pasado), optó por recostarse en el sofá de su estudio y taparse con la cobija tejida que estaba doblada en el respaldo. Tardó algún tiempo en recuperarse de la impresión de los últimos minutos, pero al final, empezó a calmarse e incluso consiguió quedarse dormido.

 
Capítulo 2 – El Primer Espíritu
Pat no pudo dormir mucho, ya que una luz muy brillante, que parecía invadir todo el cuarto, lo despertó. Primero intentó protegerse de la luz cegadora, pero no pudo permanecer mucho tiempo con los ojos abiertos; entonces oyó que le hablaba una vocecita como de un niño.

–Voy a tapar un poco la luz de la verdad para que puedas verme –dijo la voz, y Pat pudo ver la forma de una niñita que llevaba un casco.

También observó que el resplandor aún intentaba escapar por debajo del casco, pero al menos ahora podía verle las características. Al mirarla detenidamente, vio que tenía el cabello blanco como la nieve y llevaba puesto un camisón de color blanco, largo y suelto. La niña no parecía tener más de once o doce años.

–Soy el espíritu de las Navidades pasadas –se presentó–. Levántate y acompáñame, por tu propio bien.

Asustado, pero sin valor suficiente para desobedecer al espíritu, Pat se levantó y siguió a la niña hasta la ventana más próxima. Sin dudar ni un instante, la niña abrió la ventana y extendió el brazo, antes de llamarlo.

–Sujétate de mi mano y ven conmigo –le dijo con voz tranquilizadora.

Pat, que aún no sabía por qué estaba siendo tan obediente, tomó su mano y juntos, salieron por la ventana a un lugar que le resultaba vagamente familiar.

–¿Sabes dónde estás? –le preguntó la niña.

–Pues se ve diferente, pero... ¿no es esa la casa donde vivía cuando era niño?

–Exacto –le respondió la niña–. Acércate un poco más –al avanzar, llegaron a un ventanal que había en la parte delantera de la casa y Pat se asomó.

–¡Pero si soy yo! –exclamó Pat bastante desconcertado al verse a sí mismo de niño–. Ya me acuerdo. Ésta fue mi Navidad favorita. Fue la Navidad anterior a la muerte de mi padre y siempre recordaré con cariño el tiempo que pasé con él. Mira, me está ayudando a armar el tren que me regaló, ese que ahora tenemos en el sótano. Se lo regalé a mi hijo cuando tenía más o menos la misma edad que yo en ese entonces; yo tenía diez años esa Navidad.

–Y seguro que tú quieres a tu hijo igual que tu papá te quería a ti. ¿No es así, Pat? –la niña lo observó detenidamente mientras él seguía mirando maravillado la escena navideña, y se dio cuenta de la felicidad que empezaba a mostrar su cara.

–Por supuesto. Y además, espero estar siempre ahí cuando me necesite –agregó Pat, limpiándose una lágrima que se le escapó al pensar cuánto extrañaba a su padre. Pat giró ligeramente la cabeza hacia otro lado, porque no quería que el espíritu de las Navidades pasadas lo viera llorar. Sin embargo, cuando volvió a mirar por la ventana, la escena había cambiado y el niño que había adentro tenía un año más.

–¿Qué pasó, espíritu? ¿No podemos regresar? Quiero seguir viendo aquella Navidad y de ésta prefiero no acordarme –no sólo se sentía triste, sino molesto porque en vez de la euforia de hacía unos instantes, ahora sentía una gran tristeza.

–Debemos recordar y aceptar lo bueno y lo malo, Pat, y esto también es parte de tu vida –Pat simplemente asintió; no podía hablar porque sentía un nudo en la garganta. ¿Por qué tenía que haberle recordado lo solo que se sintió esa primera Navidad sin su padre? ¿No podía haberle dejado disfrutar de la felicidad de la Navidad anterior? Todavía estaba dándole vueltas a eso cuando se sintió transportado bruscamente a otro lugar. Esta vez se encontró afuera de una casa desconocida, con gente que no le resultaba familiar. Sin comprender por qué estaban ahí, decidió preguntar.

–¿Por qué me traes aquí? –inquirió.

–Quiero que veas y sientas el amor y la felicidad que hay en otras familias en esta época del año –le explicó la niña. Aceptando su respuesta, Pat miró en silencio por la ventana y observó a un guapo adolescente de pelo rubio, al que sus padres adoraban y consentían. Vio cómo el niño recibía sus regalos y los abría rápidamente, con gran entusiasmo y emoción.

–¡Es increíble! ¡No puedo creer que me lo hayan comprado! –exclamó el niño.

–Bueno... –dijo el padre–, si no lo quieres, todavía se puede cambiar por otra cosa –el padre intentaba parecer serio al mismo tiempo que le guiñaba un ojo a su esposa, pero era evidente que una sonrisa estaba empezando a asomar en su rostro.

–¡Ni de broma! –gritó su hijo–. Sabes cuánto hace que quería esto y ahora no me lo van a quitar –el niño se abalanzó y abrazó a sus padres efusivamente antes de darle un fuerte beso a cada uno–. ¡Gracias! ¡Muchísimas gracias! ¡Los quiero mucho! –añadió.

–Nosotros también te queremos mucho, hijo –respondió la madre, y los dos le devolvieron el abrazo, felices de sentir el afecto de su hijo.

Pat se volvió hacia el espíritu para ver si lo estaba observando a él o la escena que se desarrollaba frente a ellos, pero al notar que ella seguía asomada a la ventana, se volteó de nuevo y descubrió que otra vez habían cambiado de lugar. En esta ocasión, había un joven de pelo negro sentado junto a una niña más joven, probablemente su hermana, mientras los padres les entregaban una gran cantidad de regalos. Los dos niños abrían ansiosamente los paquetes para ver lo que había dentro y a continuación, le daban las gracias a sus padres por haberles dado un regalo más de su larga carta de obsequios de Navidad. Cuando terminaron de abrir todos los regalos, los dos se acercaron a sus padres y los abrazaron por la cintura, diciéndoles cuánto les agradecían y cómo les había gustado todo lo que les habían dado.

Pat sintió que los ojos empezaban a llenársele de lágrimas mientras presenciaba la escena y bajó la cabeza para secárselos con la manga. Cuando volvió a mirar, se encontraba de nuevo frente a su propia casa, mirando por la ventana; era la Navidad de hacía cuatro años.

–¡Papá! –exclamó su hijo– ¡No puedo creer que me hayas dado tu tren a escala!

Su hijo de diez años daba brincos alrededor de él, encantado de recibir algo tan significativo.

–Fue un regalo especial que me dio mi papá la última Navidad que pasamos juntos y siempre le he tenido un cariño muy especial. Ahora quiero que lo tengas tú y espero que lo aprecies tanto como yo.

–¡Claro que sí, papá! ¡Seguro! –le prometió su hijo, mientras se lanzaba sobre él para colgársele del cuello– ¡Te lo agradezco muchísimo, papi! Puedes estar seguro de que lo voy a cuidar siempre y algún día, se lo voy a dar a mi propio hijo.

Pat se quedó inmóvil, contemplando la escena que se desarrollaba ante sus ojos y recordando lo bien que se sintió en ese momento. Fue casi tan maravilloso como la Navidad en que él mismo recibió el regalo. Volviendo su atención a la escena familiar, se oyó decir a si mismo:

–Y todavía no hemos terminado... –le dijo a su hijo, dándole tres regalos más. El niño, emocionado, aceptó los regalos y los abrió, entusiasmado por lo que había adentro.

–Son más piezas para el tren –le informó Pat–. Así, será incluso mejor que antes. Espero que podamos agregarle algo nuevo cada año y que podamos disfrutar juntos viendo cómo crece.

–¡Muchas gracias, papá! –exclamó su hijo entusiasmado. ¡Es la mejor Navidad de toda mi vida!

De repente, la escena empezó a difuminarse y Pat descubrió que estaban de nuevo en el mismo sitio donde habían empezado el viaje. Juntos, el espíritu y él volvieron a entrar en la casa, pero en cuanto le soltó la mano, la niña desapareció. Al ver el reloj, se dio cuenta de que sólo habían pasado cinco minutos, aunque a él le habían parecido horas. Cansado de tantas emociones, Pat decidió volver a recostarse. A los pocos minutos, se había dormido otra vez.


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De: cubanet201 Enviado: 23/12/2016 07:15
ln0001.gif picture by NanitaCol
Capítulo 2 – El Segundo Espíritu
Esta vez, Pat se despertó al oír una voz ronca y profunda que lo llamaba.
 
–Pat Morales, ven aquí a conocerme –rugió la voz. Pat se levantó y fue tambaleándose hasta la sala, donde un hombre gigantesco, vestido con una túnica de color verde oscuro y una corona de acebo en la cabeza, lo esperaba sentado en su sillón preferido.
 
–Soy el espíritu de la Navidad presente –le anunció con energía–. Toca mi túnica –ordenó mientras se levantaba del sillón. En cuanto lo hizo, Pat se encontró de pie en otro lugar.
 
–Reconozco este sitio –afirmó Pat mirando a la cara de su nuevo guía–. Estuve aquí hace poco, con el espíritu de las Navidades pasadas.
 
–Quizá te haya parecido que fue hace poco –respondió el espíritu, pero hace por lo menos un año desde que estuviste aquí. Asómate y mira cómo ha cambiado todo.
 
Cuando Pat se asomó, pudo ver al mismo adolescente de cabello rubio que había visto antes, solo que ahora, como decía el espíritu, parecía tener un año o dos más. Esta vez, ya habían abierto los regalos, pero no había comunicación entre el muchacho y sus padres, y nadie parecía feliz.
 
–Espíritu, ¿qué le pasó a esta familia? Cuando estuve aquí la última vez, todos se veían muy contentos y parecían llevarse muy bien.
 
El espíritu de la Navidad presente, en lugar de responder, hizo un movimiento con el brazo y la escena volvió a cambiar. Esta vez, el muchacho y sus padres discutían acaloradamente.
 
–Ya te dije –le gritaba el padre– que no voy a permitir que haya un anormal en mi casa. Más te vale que te olvides de esas tendencias antinaturales y pecaminosas, y te comportes como Dios manda. ¡Cómo crees que a los hombres les pueden gustar otros hombres! –exclamó– Los hombres sólo se enamoran de las mujeres y si no lo entiendes, te voy a sacar lo maricón a guamazos o te voy a internar en un manicomio hasta que entres en razón y actúes con normalidad.
 
–¿Y tú de verdad crees que yo puedo cambiar lo que soy? –le preguntó su hijo–. A ver, papá. ¿Tú habrías elegido ser homosexual?
 
–¡Por supuesto que no! ¡Ni se me habría ocurrido! –contestó el padre, mirando a su hijo–. Te vas a ir derechito al infierno si sigues así, ¿sabes?
 
–Bueno, eso es lo que tú dices... pero yo nací así y no puedo hacer nada para cambiarlo. Si te acuerdas, intenté salir con chicas, pero nunca funcionó. Las mujeres no me atraen y no siento nada cuando las beso o las toco. Me parece que no es algo en lo que la voluntad tenga mucho que ver...
 
Su padre lo interrumpió:
 
–¡Estás totalmente equivocado! Por supuesto que depende de ti... y más vale que elijas bien, si sabes lo que te conviene.
 
Sabiendo que no iba a ganar la discusión, el muchacho se mordió la lengua y se fue a su cuarto hecho una furia. Cerró de un portazo y se lanzó sobre la cama, donde se quedó llorando sin hacer ruido. Al ver esto, Pat se volteó para hablar con su guía.
 
–Pues yo creo que el papá tiene razón; el muchacho sí tiene opción, y no tiene que escoger ser homosexual.
 
–¿De veras lo crees? –le preguntó el espíritu–. ¿Tú elegiste ser heterosexual?
 
–¡Claro que no! Todos nacemos así.
 
–¿Estás seguro? -replicó el fantasma, levantando una ceja.
 
–¡Por supuesto! Por eso la Biblia condena la homosexualidad.
 
–¿Es la Biblia quien la condena o es la actitud de la persona que interpreta el mensaje de Dios? ¿Acaso la Biblia no aprueba la esclavitud y dice que las mujeres deben obedecer en todo a sus esposos? Los tiempos cambian y nosotros también debemos cambiar. Cuando Jesús nació en este día sagrado, marcó el inicio de una nueva manera de actuar: respondiendo con amor y compresión en caso de duda. ¿Por qué tú y otros como tú condenan la homosexualidad con tantos bríos, siendo que solo se hace referencia a ella vagamente, en unos cuantos versos oscuros de la Biblia, y sin embargo, muestran mucho menos celo y hostilidad contra quienes no cumplen con los mandamientos de Dios? ¿No son mucho peores los adúlteros, los que toman el nombre de Dios en vano, los que no santifican las fiestas, los que no respetan a sus padres, los que mienten, los ladrones o los asesinos, que violan la ley de Dios? Sin embargo, te pasas el tiempo preocupándote por algo tan trivial como a quién ama una persona.
 
–Sí, pero Dios destruyó Sodoma y Gomorra precisamente por ese pecado.
 
–¿Fue por la homosexualidad? ¿O más bien porque trataban de obligar a alguien que no lo deseaba a tener relaciones sexuales? ¿Eso que se conoce como violación? ¿No fue porque a los visitantes no se les recibió con ningún tipo de hospitalidad? ¿Tal como señaló el propio Jesús?
 
Pat titubeó antes de contestar, intentando recordar los versículos de la Biblia que hablaban de esos hechos.
 
–No. Fue porque querían dormir con otros hombres –afirmó categórico.
 
–Ésa es tu opinión, pero creo que se trata de una interpretación muy equivocada. ¿No se hizo amigo Jesús de una prostituta y perdonó a otros con pecados peores?
 
–Pues sí, pero no los perdonaba si volvían a pecar.
 
–¿Y realmente piensas que eso puede tomarse al pie de la letra, sabiendo que Dios es el único que puede no volver a pecar nunca? ¿No dice Dios en Mateo 7:1: ‘No juzgues y no serás juzgado’? ¿No es ése el trabajo de Dios y no el nuestro? Así como Él nos pide que demos a conocer su palabra y su amor, ¿no le da al mismo tiempo a cada uno la facultad de decidir si desea seguir sus enseñanzas o no? ¿Y nos pide que hagamos algo más si alguien decide no seguir su doctrina? No. Ésa es la tarea de Dios y cada uno de nosotros responderemos algún día de nuestros actos, pero no debemos sentirnos con derecho a hacer el trabajo de Dios juzgando nosotros aquí en la Tierra.
 
Y lo cierto es que sí –continuó el espíritu–, que cada uno de nosotros nacemos con nuestra orientación sexual definida. No elegimos nuestra orientación sexual. A nadie le gustaría que lo golpeasen, lo odiasen (aun por su propia familia), que se riesen de él y que lo humillasen haciéndole un hazme reír, ni sentirse como si estuviese enfermo o tuviera alguna tara mental, condenado a un infierno por la religión organizada, arrestado y arrojado a la cárcel, que perdiera su trabajo, rechazado cuando quisiera comprar una casa y completamente aislado por la sociedad.
 
¿Crees que Dios no nos amaría si nos hace diferentes a los demás? ¿No sería lo mismo entonces que nos odiara por nuestra raza, color de cabello o de ojos, o cualquier otra cosa que no pudiéramos controlar, como ser zurdo? ¿Realmente piensas que Dios solo permite disfrutar del amor verdadero, sea o no sexual, a los heterosexuales y niega a los homosexuales los mismos sentimientos y derechos básicos? ¿No es igual el amor verdadero para los homosexuales que para los heterosexuales? ¿De verdad crees que Dios tiene una serie de reglas para los heterosexuales y otra totalmente distinta, casi imposible de seguir, para los homosexuales?
 
Pat seguía sin estar muy convencido de lo que le decía el espíritu, pero ya no dijo nada y su guía dejo pasar el asunto. Ahora, se encontraba frente a otra de las casas que había visitado antes; esta vez era la casa del joven de pelo negro que había visitado con el primer espíritu. Aquí, la escena del interior tampoco tenía nada que ver con la que había visto antes y el espíritu navideño parecía haberse esfumado por completo. En esta ocasión, el joven empacaba a toda prisa su ropa en una bolsa de nylon, mientras sus padres discutían en el otro cuarto.
 
–No voy a permitir ese tipo de comportamiento en mi propia casa –le decía el marido a la mujer–. ¡No puedo creer que nuestro hijo sea maricón!
 
–Cielo, a lo mejor sólo está experimentando. A lo mejor con el tiempo se le pasa.
 
–Yo ya le había dicho que eso tenía que cambiar y no me hizo caso, y por lo que vi, ya no me parece que sólo esté “experimentando”.
 
¿Qué fue lo que vio el padre? -quiso saber Pat. Sin decir una palabra, el espíritu movió el brazo, y Pat pudo ver por la ventana del joven, unos días antes. El chico yacía junto a otro joven. Ambos tenían sólo los calzoncillos puestos, y se besaban con pasión mientras hacían otras cosas de naturaleza sexual. Mientras los observaba, la puerta del cuarto se abrió y el padre entró, para detenerse en seco ante la sorpresa de lo que veía. Mientras los muchachos intentaban cubrirse sin mucha suerte, el padre logro volver en sí y empezó a gritarles. ¡No quiero a ese pervertido en mi casa y tampoco quiero volver a verle! -ordenó.
 
–Pero... papá... yo lo amo –con la mirada, el muchacho rogaba a su padre un poco de comprensión, mientras los dos intentaban levantarse y vestirse apresuradamente.
 
–¿Que lo amas? ¿Cómo puedes atreverte a decir eso? El amor es algo entre un hombre y una mujer, no algo indecente y pervertido como esto. No quiero volver a verlo en mi casa –dijo señalando al amigo de su hijo–, y tampoco que lo vuelvas a ver. Y si no te gusta, ya puedes ir buscándote otro lugar para vivir –tras haberse desahogado, salió del cuarto y los dejó que acabaran de vestirse.
 
–¿Así que el muchacho se va a escapar? –preguntó Pat al espíritu.
 
–No. Los chicos siguieron viéndose en contra de la voluntad del padre, pero los descubrieron de nuevo. Así que su papá le dio una semana para buscarse otro sitio dónde vivir. Desafortunadamente, la semana terminó justo el día de Navidad.
 
–Bueno, no se puede quejar. Su papá se lo advirtió y ahora lo que le pase será sólo culpa suya. Tenía que haberle hecho caso; no le estaba pidiendo nada poco razonable.
 
El espíritu de la Navidad presente ya no dijo nada más y simplemente volvió a mover el brazo. Pat se encontró de nuevo en la sala de su propia casa, totalmente solo.
 
El Ultimo Espíritu
 
Esta vez, Pat no se durmió y pudo sentir la presencia del último espíritu mucho antes de verlo. Se hincó sobre una rodilla y se quedó en esa posición mientras la última aparición, toda vestida de negro, flotaba con elegancia hacia él. Esta vez, el espíritu ni sonrió ni habló.
 
–¡Oh, espíritu de las Navidades futuras! –le dijo Pat–, me das más miedo que los otros dos que vinieron antes, porque sé que vas a enseñarme cosas que todavía no han pasado.
 
El espíritu asintió y señaló con el dedo; Pat volteó y pudo ver la primera escena que empezaba a desarrollarse. En esta visión, Pat se vio a sí mismo sosteniendo triunfalmente un periódico, cuyos titulares decían que se había aprobado una enmienda constitucional en Estados Unidos que negaba a los homosexuales el derecho a casarse e incluso a vivir juntos, con el fin de preservar los valores tradicionales de la familia. Leyendo por encima el artículo, se enteró de que la Suprema Corte también había negado la concesión de derechos legales a las parejas homosexuales. La misma corte había elevado a la categoría constitucional leyes explícitamente antihomosexuales y otorgaba a cada estado el derecho a establecer los principios morales que debían regir en el dormitorio de sus ciudadanos.
 
Pat se vio aplaudido y vitoreado por sus seguidores, y supo que todos esos cambios se debían a la presión que él y su organización habían estado ejerciendo durante tanto tiempo. Al oír que varias personas comentaban cómo había conseguido "restablecer los principios morales de la gente piadosa" o cómo "había salvado al país de convertirse en una tierra de inmoralidad", Pat pudo verse a sí mismo henchido de orgullo.
 
Sin previo aviso, la escena cambió y Pat se encontró de nuevo en la casa del muchacho rubio. Esta vez, sin embargo, estaban en el garaje de la casa y el muchacho acababa de subirse a una escalera y de echar una soga por encima de una de las vigas expuestas.
 
–Pero, ¿qué está haciendo? –gritó Pat–. ¡Tienes que detenerlo! –rogó. El espíritu simplemente movió la cabeza y Pat vio que el muchacho amarraba un extremo de la soga antes de meter la cabeza por el lazo del otro extremo. Por unos instantes pareció que dudaba y que iba a cambiar de opinión, pero entonces dio un brinco, dándole una patada a la escalera y tirándola al suelo al mismo tiempo. Ahora ya no había marcha atrás. Su cuerpo se estiró y se contorsionó durante unos instantes, antes de quedarse flácido, ya que se había partido el cuello al dejar caer todo el peso de su cuerpo.
 
Pat sintió náuseas cuando se dio cuenta de lo que había pasado. "¿Cómo puede este chico preferir matarse a aceptar una orientación sexual normal?", se preguntó Pat. "¿Por qué no podía ser un muchacho normal, con deseos sanos y naturales como todos los demás?" Sin embargo, no tuvo tiempo de seguir con estos pensamientos, ya que pronto se encontró mirando al joven de cabello oscuro al que ya había visto dos veces antes. El joven parecía estar viviendo en un edificio abandonado, pero lo peor era el estado en el que se encontraba.
 
Era evidente que había recibido una paliza, ya que aún podían verse gran cantidad de moretones en las partes visibles de su cuerpo, y su ropa estaba muy sucia y gastada. Aquello parecía indicar que le habían robado todo lo que se había llevado de su casa cuando se fue. Tenía la cara muy delgada y el cuerpo escuálido. Pat se preguntó cuánto haría que no había probado bocado. En ese momento, se acordó de lo que había dicho antes, y sus palabras volvieron a resonar en su cabeza. "Bueno, no se puede quejar. Su papá se lo advirtió y ahora lo que le pase será sólo culpa suya. Tenía que haberle hecho caso; no le estaba pidiendo nada poco razonable".
 
De nuevo se preguntó por qué alguien preferiría vivir así en lugar de abandonar sus tendencias antinaturales, y no pudo evitar sentir pena por el joven y por todo lo que había tenido que pasar. Le hubiera gustado quedarse y saber más acerca de lo que le había pasado al muchacho, pero parecía que no iba a poder ser; el espíritu levantó el brazo y la escena volvió a cambiar.
 
Esta vez, se encontraban en un callejón y Pat vio a un joven que intentaba esconderse en una gran caja de cartón, así que avanzó para tratar de averiguar qué pasaba. Al asomarse al interior de la caja, se quedó sin aliento, totalmente horrorizado por lo que vio.
 
– ¿Qué hace mi hijo viviendo así? –preguntó; pero nadie le contestó. En vez de ello, su guía volvió a levantar el brazo y la escena cambió una vez más. En esta ocasión, Pat estaba parado en el almacén que tenía detrás de su casa, viendo cómo su propio hijo besaba y acariciaba a uno de sus amigos de la escuela, en una actitud claramente sexual.
 
–¿Cómo es posible que mi propio hijo sea maricón? –se preguntó, intentando pensar en qué errores podían haber cometido él o su esposa que hubieran impulsado a su hijo a comportarse así. Cuando llegó a la conclusión de que no habían cometido ningún error que pudiera explicar los hechos, empezó a preguntarse si no sería verdad lo que le decían. ¿Sería posible que la gente naciera con su identidad sexual predeterminada?
 
La escena volvió a cambiar y esta vez aparecieron en la iglesia de Pat, donde él daba uno de sus encendidos y acalorados sermones contra el pecado de la homosexualidad y el amor hacia las personas del mismo sexo. Esta vez, sin embargo, observó a su hijo sentado en un banco, claramente incómodo consigo mismo, moviéndose en el asiento e intentando justificar los deseos que sentía, ante la enormidad del pecado que estaba cometiendo. Pat podía ver la dura lucha de su hijo y sabía que su sermón solo le estaba haciendo las cosas más difíciles. Antes de que pudiera ver más, la escena volvió a cambiar; se encontraba en el cuarto de su hijo, tal vez un poco más tarde ese mismo día. Su hijo empacaba a toda prisa sus cosas y Pat alcanzó a ver cómo salía por la ventana, obviamente escapando de casa.
 
Pat no podía engañarse y negar que él mismo, sin querer, había obligado a su hijo a huir de casa, y sintió que algo lo desgarraba por dentro. Todo este tiempo había creído que la gente podía elegir de manera consciente su orientación sexual, pero ahora empezaba a cuestionarse sus propias convicciones.
 
–¿Todo esto va a pasar o solo es posible que pase? –le preguntó al terrible espíritu, pero no recibió ninguna respuesta. Sin embargo, antes de que pudiera decidir qué era lo que iba a hacer, el cuadro volvió a cambiar y se encontró a sí mismo parado frente a Dios, en el día del Juicio Final.
 
–¿No les pedí que se amaran los unos a los otros, tal como yo los amo? –le preguntó el Hijo de Dios.
 
–Sí, por supuesto, pero no pensé que quisieras que aceptáramos cualquier abominación –le contestó Pat, intentando humildemente justificar sus acciones.
 
–¿Creíste que yo quería que persiguieras y acosaras a aquellos con los que no estabas de acuerdo, hasta obligarlos a matarse o a excluirse completamente del resto de la sociedad? ¿Creíste que yo quería que incitaras a otras personas a odiar a quienes tú condenabas? ¿No te enseñé que el amor es el mayor don de todos? –Pat no respondió y solo bajó la cabeza, avergonzado.
 
–Es por gente como tú que muchos de mis hijos homosexuales se han suicidado, han sido asesinados o han muerto abandonados en las calles, y hay una gran diferencia entre eso y lo que yo quería que ocurriera. ¿Cómo se le puede ocurrir a alguien que yo iba a perdonar el odio hacia el prójimo o que iba a admitir el uso de la violencia para obligar a alguien a cambiar su manera de ser para permitirles entrar en el Reino de los Cielos? Quienes proponen el odio y la violencia para cambiar las cosas son mucho peores que aquellos a los que intentan cambiar. Es por eso que pasarás toda la eternidad ardiendo en el fuego del infierno.
 
En cuanto el Hijo de Dios terminó de pronunciar las últimas palabras, Pat comenzó a caer, más y más abajo, hacia las profundidades del infierno. Empezó a gritar, negándose a creer que le estuviera pasando eso a él, que todo el tiempo había creído que cumplía con la voluntad de Dios. Todavía estaba agitando los brazos y las piernas y gritando en el piso cuando su esposa empezó a sacudirlo, devolviéndolo al presente y al mundo real.
 
–Los espíritus no me habrían enseñado todas esas cosas si no hubiera posibilidad de cambiarlas –dijo, más para sí que para los otros, aunque eso hizo que su esposa lo mirara sorprendida y preocupada.

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 23/12/2016 07:50
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 El Final
Cuando Pat empezó a darse cuenta de dónde estaba y de qué había pasado, pudo ver que sus hijos también estaban ahí y que había despertado a toda la familia con el escándalo. Al ver a su hijo, recordó las visiones que había tenido sobre él y se levantó corriendo para darle un abrazo.

–Recuerda hijo –le dijo al oído–, nada de lo que puedas hacer hará que deje de quererte nunca.

Al separarse de su hijo y mirarlo a la cara, observó una mezcla de alegría y confusión en la expresión del niño/adolescente. Sabiendo que tendría que explicarle todo con más detalle después y en privado, se volteó y abrazó a su hija, antes de darle un abrazo a su esposa.

–Ya sé que se estarán preguntando qué me pasó –comenzó a explicarles–, pero creo que es mejor que sólo sepan que tuve un sueño... uno que me hizo darme cuenta de muchas cosas. Con el tiempo descubrirán que ya no soy el mismo de antes, pero espero que el nuevo yo sea una persona mejor. No puedo explicarles ahora todo con detalle, porque tenemos que dormir, pero ya les iré contando más con el tiempo.

Nadie de su familia tenía muy claro lo que quería decir con todo eso, pero no les importaba esperar a que se sintiera listo para explicarles con detenimiento. Cuando todos se despidieron para irse a dormir, Pat siguió a su hijo a su cuarto y cerró la puerta detrás de él.

–Ya sé que te sientes confuso por lo que dije allá abajo, pero creo que ahora puedo ver todo más claramente. Si tú fueras homosexual o bisexual, yo te seguiría queriendo igual y nunca te pediría que te fueras de casa. Lo único que quiero es que encuentres a alguien a quien puedas amar con todo tu corazón. Si es así, te prometo que yo querré siempre a esa persona tanto como te quiero a ti.

Al oír esto, su hijo se quedó boquiabierto y no fue capaz de decir nada, pero se sintió profundamente emocionado y extendió los brazos para abrazar a su padre, impidiéndole moverse. El muchacho le dio el abrazo de oso más grande de su vida y su padre lo besó en la frente, para que supiera cuánto lo quería. Cuando su hijo lo soltó, Pat le devolvió el abrazo, le dio un beso de buenas noches y lo cubrió en la cama, antes de salir al pasillo para ir a su propio cuarto.


Cuando llegó, su esposa ya estaba en la cama, pero él no se olvidó de darle un beso de buenas noches antes de abrazarla, acomodarse junto a ese cuerpo conocido y caer en un sueño profundo y apacible. A la mañana siguiente, empezó a explicarle a su esposa lo que había vivido la noche anterior, aunque decidió que era mejor por el momento no contarle nada sobre su hijo. Pensó que era preferible esperar a que el muchacho estuviera listo para comunicarle su secreto a toda la familia y que cuando llegara ese momento, dejaría que fuera él quien les contara a los demás lo que quisiera que ellos supieran sobre su orientación. Sin embargo, Pat no esperó para cambiar su forma de ser y lo primero que hizo fue modificar la manera en que se dirigía a su congregación.

Un domingo, en la iglesia, les anunció que Dios le había hablado y que ahora se daba cuenta de que ninguna persona podía controlar ciertas características de sí mismas, y eso incluía su orientación sexual. Les explicó que cualquier cambio que un grupo afirmara haber logrado, como haber ayudado a una persona homosexual a volverse heterosexual, se debía probablemente a que la persona era en realidad bisexual desde el principio. Por lo tanto, esa persona en particular sí podía decidir conscientemente amar a uno u otro sexo, lo cual habría sido imposible si la persona hubiera sido homosexual. Y siguió explicándoles que si una persona es realmente homosexual, no se puede convertir en heterosexual, igual que él no podría convertirse en homosexual aunque ya no tuviera prejuicios al respecto.

Después de eso, Pat retiró su apoyo a la legislación que prohibía la unión y los matrimonios entre homosexuales, y comenzó a pedir un trato más justo para todos los homosexuales y sus parejas. También fue muy claro al expresar que las leyes antihomosexuales no sólo eran innecesarias, sino también inmorales. Afirmó que la única práctica sexual que debía considerarse intolerable era que alguien obligara a otra persona a tener relaciones sexuales.

Pat Morales cumplió su palabra y se convirtió en el mejor amigo, el mejor padre, el mejor esposo y el mejor pastor que había existido. En el fondo de su corazón, sabía que ahora estaba haciendo lo correcto y que sería capaz de evitar el negro destino que le había sido mostrado. A medida que sus ideas comenzaron a difundirse y a aceptarse, el mundo se convirtió en un lugar mucho más feliz y agradable para vivir. A partir de ese momento, el verdadero espíritu de la Navidad empezó a invadir los corazones de todos los que antes sólo creían tenerlo. Por fin, fueron capaces de entender que el verdadero significado de la Navidad era que Jesús había nacido para llevar al mundo el amor y la comprensión, levantando el velo del odio y la intolerancia que alguna vez cegó a los hombres.
 
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Sólo este último párrafo es realmente un cuento de hadas. Todos sabemos que el costo de este nuevo punto de vista del pastor sería muy alto en la Iglesia de Cristo, donde la homofobia es lo normal y el punto de vista aceptado. Como pastor de la Iglesia de Cristo, nuestro pastor no hubiera podido difundir su mensaje y, de haberlo hecho, se le habría obligado a renunciar y a abandonar la iglesia. Y ése sería solo el principio de sus problemas si diera a conocer su punto de vista.

Basado en un cuento original del nombre "A Gay Christmas Carol" (Un Cuento de Navidad Gay) por Bill W; Derecho de autor © 2000-2009 por BW, Todos los Derechos Reservados; Utilizado con permiso; Modelado en "Una Canción de Navidad” por Carlos Dickens
Bill W.
 
 
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