Capítulo 2 – El Segundo Espíritu
Esta vez, Pat se despertó al oír una voz ronca y profunda que lo llamaba.
–Pat Morales, ven aquí a conocerme –rugió la voz. Pat se levantó y fue tambaleándose hasta la sala, donde un hombre gigantesco, vestido con una túnica de color verde oscuro y una corona de acebo en la cabeza, lo esperaba sentado en su sillón preferido.
–Soy el espíritu de la Navidad presente –le anunció con energía–. Toca mi túnica –ordenó mientras se levantaba del sillón. En cuanto lo hizo, Pat se encontró de pie en otro lugar.
–Reconozco este sitio –afirmó Pat mirando a la cara de su nuevo guía–. Estuve aquí hace poco, con el espíritu de las Navidades pasadas.
–Quizá te haya parecido que fue hace poco –respondió el espíritu, pero hace por lo menos un año desde que estuviste aquí. Asómate y mira cómo ha cambiado todo.
Cuando Pat se asomó, pudo ver al mismo adolescente de cabello rubio que había visto antes, solo que ahora, como decía el espíritu, parecía tener un año o dos más. Esta vez, ya habían abierto los regalos, pero no había comunicación entre el muchacho y sus padres, y nadie parecía feliz.
–Espíritu, ¿qué le pasó a esta familia? Cuando estuve aquí la última vez, todos se veían muy contentos y parecían llevarse muy bien.
El espíritu de la Navidad presente, en lugar de responder, hizo un movimiento con el brazo y la escena volvió a cambiar. Esta vez, el muchacho y sus padres discutían acaloradamente.
–Ya te dije –le gritaba el padre– que no voy a permitir que haya un anormal en mi casa. Más te vale que te olvides de esas tendencias antinaturales y pecaminosas, y te comportes como Dios manda. ¡Cómo crees que a los hombres les pueden gustar otros hombres! –exclamó– Los hombres sólo se enamoran de las mujeres y si no lo entiendes, te voy a sacar lo maricón a guamazos o te voy a internar en un manicomio hasta que entres en razón y actúes con normalidad.
–¿Y tú de verdad crees que yo puedo cambiar lo que soy? –le preguntó su hijo–. A ver, papá. ¿Tú habrías elegido ser homosexual?
–¡Por supuesto que no! ¡Ni se me habría ocurrido! –contestó el padre, mirando a su hijo–. Te vas a ir derechito al infierno si sigues así, ¿sabes?
–Bueno, eso es lo que tú dices... pero yo nací así y no puedo hacer nada para cambiarlo. Si te acuerdas, intenté salir con chicas, pero nunca funcionó. Las mujeres no me atraen y no siento nada cuando las beso o las toco. Me parece que no es algo en lo que la voluntad tenga mucho que ver...
Su padre lo interrumpió:
–¡Estás totalmente equivocado! Por supuesto que depende de ti... y más vale que elijas bien, si sabes lo que te conviene.
Sabiendo que no iba a ganar la discusión, el muchacho se mordió la lengua y se fue a su cuarto hecho una furia. Cerró de un portazo y se lanzó sobre la cama, donde se quedó llorando sin hacer ruido. Al ver esto, Pat se volteó para hablar con su guía.
–Pues yo creo que el papá tiene razón; el muchacho sí tiene opción, y no tiene que escoger ser homosexual.
–¿De veras lo crees? –le preguntó el espíritu–. ¿Tú elegiste ser heterosexual?
–¡Claro que no! Todos nacemos así.
–¿Estás seguro? -replicó el fantasma, levantando una ceja.
–¡Por supuesto! Por eso la Biblia condena la homosexualidad.
–¿Es la Biblia quien la condena o es la actitud de la persona que interpreta el mensaje de Dios? ¿Acaso la Biblia no aprueba la esclavitud y dice que las mujeres deben obedecer en todo a sus esposos? Los tiempos cambian y nosotros también debemos cambiar. Cuando Jesús nació en este día sagrado, marcó el inicio de una nueva manera de actuar: respondiendo con amor y compresión en caso de duda. ¿Por qué tú y otros como tú condenan la homosexualidad con tantos bríos, siendo que solo se hace referencia a ella vagamente, en unos cuantos versos oscuros de la Biblia, y sin embargo, muestran mucho menos celo y hostilidad contra quienes no cumplen con los mandamientos de Dios? ¿No son mucho peores los adúlteros, los que toman el nombre de Dios en vano, los que no santifican las fiestas, los que no respetan a sus padres, los que mienten, los ladrones o los asesinos, que violan la ley de Dios? Sin embargo, te pasas el tiempo preocupándote por algo tan trivial como a quién ama una persona.
–Sí, pero Dios destruyó Sodoma y Gomorra precisamente por ese pecado.
–¿Fue por la homosexualidad? ¿O más bien porque trataban de obligar a alguien que no lo deseaba a tener relaciones sexuales? ¿Eso que se conoce como violación? ¿No fue porque a los visitantes no se les recibió con ningún tipo de hospitalidad? ¿Tal como señaló el propio Jesús?
Pat titubeó antes de contestar, intentando recordar los versículos de la Biblia que hablaban de esos hechos.
–No. Fue porque querían dormir con otros hombres –afirmó categórico.
–Ésa es tu opinión, pero creo que se trata de una interpretación muy equivocada. ¿No se hizo amigo Jesús de una prostituta y perdonó a otros con pecados peores?
–Pues sí, pero no los perdonaba si volvían a pecar.
–¿Y realmente piensas que eso puede tomarse al pie de la letra, sabiendo que Dios es el único que puede no volver a pecar nunca? ¿No dice Dios en Mateo 7:1: ‘No juzgues y no serás juzgado’? ¿No es ése el trabajo de Dios y no el nuestro? Así como Él nos pide que demos a conocer su palabra y su amor, ¿no le da al mismo tiempo a cada uno la facultad de decidir si desea seguir sus enseñanzas o no? ¿Y nos pide que hagamos algo más si alguien decide no seguir su doctrina? No. Ésa es la tarea de Dios y cada uno de nosotros responderemos algún día de nuestros actos, pero no debemos sentirnos con derecho a hacer el trabajo de Dios juzgando nosotros aquí en la Tierra.
Y lo cierto es que sí –continuó el espíritu–, que cada uno de nosotros nacemos con nuestra orientación sexual definida. No elegimos nuestra orientación sexual. A nadie le gustaría que lo golpeasen, lo odiasen (aun por su propia familia), que se riesen de él y que lo humillasen haciéndole un hazme reír, ni sentirse como si estuviese enfermo o tuviera alguna tara mental, condenado a un infierno por la religión organizada, arrestado y arrojado a la cárcel, que perdiera su trabajo, rechazado cuando quisiera comprar una casa y completamente aislado por la sociedad.
¿Crees que Dios no nos amaría si nos hace diferentes a los demás? ¿No sería lo mismo entonces que nos odiara por nuestra raza, color de cabello o de ojos, o cualquier otra cosa que no pudiéramos controlar, como ser zurdo? ¿Realmente piensas que Dios solo permite disfrutar del amor verdadero, sea o no sexual, a los heterosexuales y niega a los homosexuales los mismos sentimientos y derechos básicos? ¿No es igual el amor verdadero para los homosexuales que para los heterosexuales? ¿De verdad crees que Dios tiene una serie de reglas para los heterosexuales y otra totalmente distinta, casi imposible de seguir, para los homosexuales?
Pat seguía sin estar muy convencido de lo que le decía el espíritu, pero ya no dijo nada y su guía dejo pasar el asunto. Ahora, se encontraba frente a otra de las casas que había visitado antes; esta vez era la casa del joven de pelo negro que había visitado con el primer espíritu. Aquí, la escena del interior tampoco tenía nada que ver con la que había visto antes y el espíritu navideño parecía haberse esfumado por completo. En esta ocasión, el joven empacaba a toda prisa su ropa en una bolsa de nylon, mientras sus padres discutían en el otro cuarto.
–No voy a permitir ese tipo de comportamiento en mi propia casa –le decía el marido a la mujer–. ¡No puedo creer que nuestro hijo sea maricón!
–Cielo, a lo mejor sólo está experimentando. A lo mejor con el tiempo se le pasa.
–Yo ya le había dicho que eso tenía que cambiar y no me hizo caso, y por lo que vi, ya no me parece que sólo esté “experimentando”.
¿Qué fue lo que vio el padre? -quiso saber Pat. Sin decir una palabra, el espíritu movió el brazo, y Pat pudo ver por la ventana del joven, unos días antes. El chico yacía junto a otro joven. Ambos tenían sólo los calzoncillos puestos, y se besaban con pasión mientras hacían otras cosas de naturaleza sexual. Mientras los observaba, la puerta del cuarto se abrió y el padre entró, para detenerse en seco ante la sorpresa de lo que veía. Mientras los muchachos intentaban cubrirse sin mucha suerte, el padre logro volver en sí y empezó a gritarles. ¡No quiero a ese pervertido en mi casa y tampoco quiero volver a verle! -ordenó.
–Pero... papá... yo lo amo –con la mirada, el muchacho rogaba a su padre un poco de comprensión, mientras los dos intentaban levantarse y vestirse apresuradamente.
–¿Que lo amas? ¿Cómo puedes atreverte a decir eso? El amor es algo entre un hombre y una mujer, no algo indecente y pervertido como esto. No quiero volver a verlo en mi casa –dijo señalando al amigo de su hijo–, y tampoco que lo vuelvas a ver. Y si no te gusta, ya puedes ir buscándote otro lugar para vivir –tras haberse desahogado, salió del cuarto y los dejó que acabaran de vestirse.
–¿Así que el muchacho se va a escapar? –preguntó Pat al espíritu.
–No. Los chicos siguieron viéndose en contra de la voluntad del padre, pero los descubrieron de nuevo. Así que su papá le dio una semana para buscarse otro sitio dónde vivir. Desafortunadamente, la semana terminó justo el día de Navidad.
–Bueno, no se puede quejar. Su papá se lo advirtió y ahora lo que le pase será sólo culpa suya. Tenía que haberle hecho caso; no le estaba pidiendo nada poco razonable.
El espíritu de la Navidad presente ya no dijo nada más y simplemente volvió a mover el brazo. Pat se encontró de nuevo en la sala de su propia casa, totalmente solo.
El Ultimo Espíritu
Esta vez, Pat no se durmió y pudo sentir la presencia del último espíritu mucho antes de verlo. Se hincó sobre una rodilla y se quedó en esa posición mientras la última aparición, toda vestida de negro, flotaba con elegancia hacia él. Esta vez, el espíritu ni sonrió ni habló.
–¡Oh, espíritu de las Navidades futuras! –le dijo Pat–, me das más miedo que los otros dos que vinieron antes, porque sé que vas a enseñarme cosas que todavía no han pasado.
El espíritu asintió y señaló con el dedo; Pat volteó y pudo ver la primera escena que empezaba a desarrollarse. En esta visión, Pat se vio a sí mismo sosteniendo triunfalmente un periódico, cuyos titulares decían que se había aprobado una enmienda constitucional en Estados Unidos que negaba a los homosexuales el derecho a casarse e incluso a vivir juntos, con el fin de preservar los valores tradicionales de la familia. Leyendo por encima el artículo, se enteró de que la Suprema Corte también había negado la concesión de derechos legales a las parejas homosexuales. La misma corte había elevado a la categoría constitucional leyes explícitamente antihomosexuales y otorgaba a cada estado el derecho a establecer los principios morales que debían regir en el dormitorio de sus ciudadanos.
Pat se vio aplaudido y vitoreado por sus seguidores, y supo que todos esos cambios se debían a la presión que él y su organización habían estado ejerciendo durante tanto tiempo. Al oír que varias personas comentaban cómo había conseguido "restablecer los principios morales de la gente piadosa" o cómo "había salvado al país de convertirse en una tierra de inmoralidad", Pat pudo verse a sí mismo henchido de orgullo.
Sin previo aviso, la escena cambió y Pat se encontró de nuevo en la casa del muchacho rubio. Esta vez, sin embargo, estaban en el garaje de la casa y el muchacho acababa de subirse a una escalera y de echar una soga por encima de una de las vigas expuestas.
–Pero, ¿qué está haciendo? –gritó Pat–. ¡Tienes que detenerlo! –rogó. El espíritu simplemente movió la cabeza y Pat vio que el muchacho amarraba un extremo de la soga antes de meter la cabeza por el lazo del otro extremo. Por unos instantes pareció que dudaba y que iba a cambiar de opinión, pero entonces dio un brinco, dándole una patada a la escalera y tirándola al suelo al mismo tiempo. Ahora ya no había marcha atrás. Su cuerpo se estiró y se contorsionó durante unos instantes, antes de quedarse flácido, ya que se había partido el cuello al dejar caer todo el peso de su cuerpo.
Pat sintió náuseas cuando se dio cuenta de lo que había pasado. "¿Cómo puede este chico preferir matarse a aceptar una orientación sexual normal?", se preguntó Pat. "¿Por qué no podía ser un muchacho normal, con deseos sanos y naturales como todos los demás?" Sin embargo, no tuvo tiempo de seguir con estos pensamientos, ya que pronto se encontró mirando al joven de cabello oscuro al que ya había visto dos veces antes. El joven parecía estar viviendo en un edificio abandonado, pero lo peor era el estado en el que se encontraba.
Era evidente que había recibido una paliza, ya que aún podían verse gran cantidad de moretones en las partes visibles de su cuerpo, y su ropa estaba muy sucia y gastada. Aquello parecía indicar que le habían robado todo lo que se había llevado de su casa cuando se fue. Tenía la cara muy delgada y el cuerpo escuálido. Pat se preguntó cuánto haría que no había probado bocado. En ese momento, se acordó de lo que había dicho antes, y sus palabras volvieron a resonar en su cabeza. "Bueno, no se puede quejar. Su papá se lo advirtió y ahora lo que le pase será sólo culpa suya. Tenía que haberle hecho caso; no le estaba pidiendo nada poco razonable".
De nuevo se preguntó por qué alguien preferiría vivir así en lugar de abandonar sus tendencias antinaturales, y no pudo evitar sentir pena por el joven y por todo lo que había tenido que pasar. Le hubiera gustado quedarse y saber más acerca de lo que le había pasado al muchacho, pero parecía que no iba a poder ser; el espíritu levantó el brazo y la escena volvió a cambiar.
Esta vez, se encontraban en un callejón y Pat vio a un joven que intentaba esconderse en una gran caja de cartón, así que avanzó para tratar de averiguar qué pasaba. Al asomarse al interior de la caja, se quedó sin aliento, totalmente horrorizado por lo que vio.
– ¿Qué hace mi hijo viviendo así? –preguntó; pero nadie le contestó. En vez de ello, su guía volvió a levantar el brazo y la escena cambió una vez más. En esta ocasión, Pat estaba parado en el almacén que tenía detrás de su casa, viendo cómo su propio hijo besaba y acariciaba a uno de sus amigos de la escuela, en una actitud claramente sexual.
–¿Cómo es posible que mi propio hijo sea maricón? –se preguntó, intentando pensar en qué errores podían haber cometido él o su esposa que hubieran impulsado a su hijo a comportarse así. Cuando llegó a la conclusión de que no habían cometido ningún error que pudiera explicar los hechos, empezó a preguntarse si no sería verdad lo que le decían. ¿Sería posible que la gente naciera con su identidad sexual predeterminada?
La escena volvió a cambiar y esta vez aparecieron en la iglesia de Pat, donde él daba uno de sus encendidos y acalorados sermones contra el pecado de la homosexualidad y el amor hacia las personas del mismo sexo. Esta vez, sin embargo, observó a su hijo sentado en un banco, claramente incómodo consigo mismo, moviéndose en el asiento e intentando justificar los deseos que sentía, ante la enormidad del pecado que estaba cometiendo. Pat podía ver la dura lucha de su hijo y sabía que su sermón solo le estaba haciendo las cosas más difíciles. Antes de que pudiera ver más, la escena volvió a cambiar; se encontraba en el cuarto de su hijo, tal vez un poco más tarde ese mismo día. Su hijo empacaba a toda prisa sus cosas y Pat alcanzó a ver cómo salía por la ventana, obviamente escapando de casa.
Pat no podía engañarse y negar que él mismo, sin querer, había obligado a su hijo a huir de casa, y sintió que algo lo desgarraba por dentro. Todo este tiempo había creído que la gente podía elegir de manera consciente su orientación sexual, pero ahora empezaba a cuestionarse sus propias convicciones.
–¿Todo esto va a pasar o solo es posible que pase? –le preguntó al terrible espíritu, pero no recibió ninguna respuesta. Sin embargo, antes de que pudiera decidir qué era lo que iba a hacer, el cuadro volvió a cambiar y se encontró a sí mismo parado frente a Dios, en el día del Juicio Final.
–¿No les pedí que se amaran los unos a los otros, tal como yo los amo? –le preguntó el Hijo de Dios.
–Sí, por supuesto, pero no pensé que quisieras que aceptáramos cualquier abominación –le contestó Pat, intentando humildemente justificar sus acciones.
–¿Creíste que yo quería que persiguieras y acosaras a aquellos con los que no estabas de acuerdo, hasta obligarlos a matarse o a excluirse completamente del resto de la sociedad? ¿Creíste que yo quería que incitaras a otras personas a odiar a quienes tú condenabas? ¿No te enseñé que el amor es el mayor don de todos? –Pat no respondió y solo bajó la cabeza, avergonzado.
–Es por gente como tú que muchos de mis hijos homosexuales se han suicidado, han sido asesinados o han muerto abandonados en las calles, y hay una gran diferencia entre eso y lo que yo quería que ocurriera. ¿Cómo se le puede ocurrir a alguien que yo iba a perdonar el odio hacia el prójimo o que iba a admitir el uso de la violencia para obligar a alguien a cambiar su manera de ser para permitirles entrar en el Reino de los Cielos? Quienes proponen el odio y la violencia para cambiar las cosas son mucho peores que aquellos a los que intentan cambiar. Es por eso que pasarás toda la eternidad ardiendo en el fuego del infierno.
En cuanto el Hijo de Dios terminó de pronunciar las últimas palabras, Pat comenzó a caer, más y más abajo, hacia las profundidades del infierno. Empezó a gritar, negándose a creer que le estuviera pasando eso a él, que todo el tiempo había creído que cumplía con la voluntad de Dios. Todavía estaba agitando los brazos y las piernas y gritando en el piso cuando su esposa empezó a sacudirlo, devolviéndolo al presente y al mundo real.
–Los espíritus no me habrían enseñado todas esas cosas si no hubiera posibilidad de cambiarlas –dijo, más para sí que para los otros, aunque eso hizo que su esposa lo mirara sorprendida y preocupada.