Por Ana León y Augusto César San Martín | La Habana | Cubanet
Salir a las calles de La Habana en el mes diciembre, es como hacerlo en cualquier otra época del año. Escasean las luces, la alegría y el ambiente festivo. La Navidad no significa mucho en un país donde fueron demonizadas todas las tradiciones cristianas, por ser consideradas un atraso propio de la mentalidad burguesa.
Pero mientras el espacio urbano pasa de estas celebraciones, en el interior de los hogares se perciben tímidas manifestaciones del engalanamiento que las precede. De acuerdo al poder adquisitivo de los cubanos, hay mayor o menor profusión de adornos, y muestras de una abundancia que puede ser ocasional, o permanente.
Para estas personas que acogen la Navidad, poco importa si se trata de un “rezago” republicano; ni siquiera arman y embellecen su arbolito por especial fervor religioso. En Cuba, la Navidad ha sido despojada de su significado esencial: “el principio que establece la reconciliación de los seres humanos”. De ahí que las personas hagan en esta fecha lo mismo que el 31 de diciembre, con gran expectación alrededor del cerdo, el arroz moro, la yuca con mojo, los tostones, los tamales y todo el alcohol que los convidados sean capaces de ingerir.
Sin vanidades ni protocolos; una comelata criolla tras otra. El pavo, los turrones, las uvas, las manzanas y el vino… bueno, puede ser, si aparecen y hay dinero; pero no es lo principal. La verdadera razón para convertir la Navidad en un hecho relevante es la oportunidad de celebrar como se hace en todo el mundo occidental, gracias a que el Papa Juan Pablo II pudo arrancarle a Fidel Castro la concesión de la fecha como día feriado, imprimiéndole una nueva connotación.
Siendo el cubano tan respetuoso de las efemérides, cada 25 de diciembre compra al menos la botella de sidra para brindar por lo que sea: gozar de buena salud, poder sentarse ante una mesa bien provista, coger un parlé, obtener una visa o, sencillamente, la gracia de estar vivo y llevar algo de felicidad en el corazón.
Las luces navideñas y el arbolito son invitados de lujo a esa “comidita rica” para la que tanto han ahorrado. Y no es que haya en esos platos algo especial, aparte del amor puesto en su elaboración. Nada hay de extraordinario en ellos; pero adquieren el mismo carácter exclusivo de la fecha porque las buenas comidas y las reuniones familiares han disminuido drásticamente en los hogares cubanos, asolados por la austeridad y el exilio.
Otra característica de la Navidad insular es que su celebración depende, en muchos casos, de la llegada -o las remesas- de un pariente del extranjero. Hoy en la Isla predominan el silencio, la tristeza y una carga agobiante que la gente no sabe explicar. Cada balcón iluminado produce el mismo efecto que una fogata en una Isla desierta: algo inusual y sorprendente.
Y es que Cuba se ha convertido en un país de contrastes cada vez más evidentes. No es de extrañar que la mayoría de las casas donde se respira atmósfera festiva pertenezcan a dueños de negocios privados; mientras el común de los cubanos no se apura en comprar luces ni arbolitos, símbolos de una prosperidad muy distante del bolsillo nacional.
LA NAVIDAD EN LA CUBA DE HOY
Fuente de todo este material, Cubanet
2016