Juan Gabriel fue uno de los cantantes más amados de México durante décadas. Sus letras, su forma de llorar rancheras y su pasión al interpretarlas hicieron de este hombre humilde una estrella incomparable.
Y sin embargo, el país que le ensalzó no le dio la mano para ser visible. Prefirió tanto mirar al otro lado, que ha sido solo tras su muerte cuando su homosexualidad ha salido a todas las palestras.
La agencia AP explicaba así el silencio del ídolo: “Juanga, como también se le llamaba, pasó de ser un galán para solteras a ser un cantante con atuendos y ademanes afeminados, al que no le apenaba usar tonos agudos al cantar ni coquetear con el público. Llegó a asegurar que ‘el arte es femenino’, pero nunca respondió directamente preguntas sobre su orientación sexual”.
A medida que la estrella se iba consolidando y el tiempo pasaba, las preguntas se hacían cada vez más directas. Ante la pregunta del famoso periodista Del Rincón de si era gay, el artista respondió “Yo no tengo por qué, este, decirle… Y decirle una cosa que a usted, como a muchas personas, no le interesa. Yo pienso que soy un artista. Yo pienso que yo soy Juan Gabriel. He quedado mucho con mis canciones. Y le voy a decir una cosa, Fernando. Hombre, no soy un santo, pero tampoco le obligo a lo que piensa, o que hacen creer a la gente que lo soy. Ya sé que estamos viviendo tiempos muy difíciles, que la gente es muy curiosa y que quisiera saber más allá de la cuenta. Pues, tampoco la gente es tonta. Y yo pienso que la televisión hoy vive en día, hacen muchas preguntas muy capciosas, y que les gusta mucho ir más allá por el rating…Sin embargo hay algo que, como ser humano, quiero decir: que la vida es una y hay que vivirla. Y que si hay que pasar a mejor vida, tiene que ser en esta. Que se preocupen mucho pro sus vidas y dejen vivir a los demás”
Su respuesta tangencial dejaba patente que el iba a vivir su libertad, sus deseos, sus pasiones. Pero en la sombra, como en aquel momento requería su amado país. Sin un sí, ni un no, que pudiera tentar a algunos a señalarle por algo más que no fuera ser el autor de la banda sonora de México.
Juan Gabriel pasó mucha hambre en su infancia. Sufrió el desprecio de una madre que lo abandonó y negó varias veces. Y también conoció el amor. Y la fama. También la tragedia, al perder a su amor, Marco, por el suicidio de éste. Su conocidos cuentan que fue él, y no su madre, quien le inspiro la canción “Amor eterno”. Incluso vivió el escándalo, cuando muchas fuentes apuntaban a que un affair con Junior, la pareja de Rocío Durcal, era el responsable de la gran pelea y la separación del dúo musical que formaron ambos cantantes.
Vivió muy intensamente y vivió muchas cosas pero, desgraciadamente, nunca pudo disfrutar de ser visible. De hacer su vida, sin tener que esconderse o responder entre líneas.
¡JUAN GABRIEL, VIVIRA POR SIEMPRE EN SU MÚSICA, SU LEYENDA ES ETERNA!
JUAN GABRIEL HIZO MÁS EN CONTRA DE LA HOMOFOBIA QUE MIL INSTITUCIONES OFICIALES
Joel del Río | CiberCuba Alberto Aguilera Valadez, conocido y adorado en el mundo de habla hispana con el nombre de Juan Gabriel, encontró aceptación y afecto en casa de La Xochitl, el travesti más famoso del DF a principios de los años sesenta. El muchacho había llegado de Ciudad Juárez persiguiendo el sueño de ser cantante, pero muy pronto padeció un encierro de 12 meses en la cárcel de Lecumberri por un robo que nunca cometió.
A los 20 años, el futuro Juan Gabriel había conocido lo peor del mundo, la violencia machista, el hambre, la prostitución, la pobreza. Su padre, se había escapado del manicomio donde lo habían encerrado, para tratar de estrangular a su madre. La tragedia la evitó uno de los cinco hermanos mayores que fue corriendo a avisar a la policía. Nunca más vio a su padre. Pero lo recordó siempre, y por eso adoptó el Gabriel de segundo nombre en su apelativo artístico.
El muchacho creció en la calle, criado por su hermana mayor, y estuvo en un correccional desde los cinco años hasta los 13. Allí aprendió música, y cuando salió, en 1967, frecuentó el famoso bar Noa Noa, en Ciudad Juárez, donde alternó con homosexuales de todo tipo, travestis, drogadictos. Allí, conoció también a Marco, su primera pareja, a quien le dedicó, cuando el muchacho murió jugando a la ruleta rusa, la memorable Amor eterno.
En 1971 presentó su primer disco que incluía temas como No tengo dinero, Tres claveles y un rosal, y Como amigos. En 1999, la revista Billboard lo denominó The Latin Legend por su gran aporte musical a la cultura latina en Estados Unidos y a nivel mundial. Llegaron, juntas e imparables, la fama y la fortuna, la inmensa popularidad continental y varias parejas masculinas, incluidas el joven cantante español Jas Devael, cuya carrera Juan Gabriel intentó promover sin éxito.
Varios de sus amantes o parejas ocasionales promovieron el amarillismo a partir de develar secretos íntimos sobre Juan Gabriel y su vida sexual, pero él solía ser muy reservado con su vida privada, y muy pocas veces trató de aclarar si era cierto o falso este o aquel rumor, como aquel que aseguraba que alguna vez se prostituyó para no morirse de hambre. La más famosa respuesta que dio a un reportero sobre su homosexualidad quedó registrada como un clásico de alguien que se niega a prestarse al juego del amarillismo imbécil y morboso: “Lo que se ve, no se pregunta”.
Hubo miles de especulaciones y escándalos amarillistas en torno al único cantante de rancheras que se daba el lujo de ser afeminado en un país, en un continente, marcados por la más atroz de las homofobias. Los públicos, mujeres y hombres, sobre todo heterosexuales de toda raza e inclinación política, se dejaban llevar por el sentimiento, la melodía y las historias de amor que relataban sus canciones y olvidaban, preferían olvidar, que la mayor parte de ellas se originaban en idilios homosexuales.
Juan Gabriel se enfrentó a la homofobia como única sabía y podía hacerlo: convenció a todos de que su estatus artístico distaba del supuesto condicionamiento de su inclinación sexual. Y se convirtió en un personaje tan entrañable en la memoria colectiva, que muchos lo amaban, precisamente, porque aquel tenía más coraje que muchísimos heterosexuales y bisexuales para vivir su vida a su manera, moverse en el escenario como le daba su gana, y gesticular con un afeminamiento que algunos creían agresivo, pero que simplemente se relacionaba con su manera de ser, de entenderse, de retar y de vencer los prejuicios del mundo.
Pero tampoco Juan Gabriel construyó una carrera a partir de su afeminamiento o de su inclinación sexual, porque para mayor confusión de algunos esquemáticos, el divo tuvo cuatro hijos varones con su amiga Laura Salas, y su primogénito, llamado Iván Gabriel, era quien manejaba su carrera artística.
A partir del morbo y el escándalo es imposible convertirse en el compositor que más canciones registradas tiene en la SACM (Sociedad de Autores y Compositores de México). Se sabe que en los medios radiofónicos cada 40 minutos se escucha uno de sus éxitos, en promedio. A través de sus canciones, Juan Gabriel supo realizar el milagro de la tolerancia, la aceptación e incluso la solidaridad y el afecto. En Cuba, es adorado por los rastreros, linieros, estibadores, campesinos… y por muchísimas personas que aprendieron a mirar de diferente manera a los homosexuales.
“Tolerar”, que no es lo mismo que aceptar, acoger o celebrar
El talento de Juan Gabriel era tan inmenso que obligó a que Latinoamérica tolerara su homosexualidad
Por Catalina Ruiz-Navarro
Vamos por partes: Juan Gabriel significa “algo”, poco o mucho, revolucionario o domesticado, la vida, el personaje, la música de Juan Gabriel provoca una reflexión sobre esa categoría de “lo masculino”.
Por dos razones: la primera es que sus canciones (música y letra) han servido para que los y las latinoamericanas hagamos sentido de esa cosa tan rara, e inaprehensible por el lenguaje, que es el amor. Y el desamor. Nos guste o no (y la verdad es que a la mayoría nos gusta) la música de Juan Gabriel ha estado ahí para nosotros, para ayudarnos a hacer sentido de los sinsentidos más grandes. Por eso su muerte nos toca de manera personal: él estaba ahí en esos momentos decisivos de nuestras vidas para ayudarnos a contar nuestra historia. De esta manera Juan Gabriel se incrusta en nuestra biografía, y en esa medida hace parte de las narraciones que tenemos sobre los hombres y sobre el amor romántico.
La segunda razón es que Juan Gabriel era evidentemente homosexual. Y esta obviedad es un problema en un país en donde los ídolos románticos son binarios machos bigotones. En el arte y el entretenimiento hay millones de personas de la comunidad LGBTI que tienen que permanecer en el clóset para ser aceptados en el trabajo.
Pero Juan Gabriel no era un Rock Hudson, sus maneras eran inocultables, su homosexualidad tan innegable como el amor de sus fans, o el hecho de que México es uno de los países más homofóbicos del mundo. El día de su muerte muchas publicaciones en las redes sociales hicieron referencia a familiares que, a pesar de esta homofobia explícita, tenían a Juan Gabriel por cantante favorito. “Mi padre, que decía en voz alta cosas como ‘los homosexuales no son de fiar’ adoraba rabiosamente a Juan Gabriel. Postal de mexicanidad” contó el comentarista Luis Resendiz.
¿Representó la orientación sexual del cantante algún tipo de encrucijada para sus admiradores homofóbicos? Lo más probable es que no. El talento de Juan Gabriel era tan inmenso que obligó a que Latinoamérica a tolerara su homosexualidad. “Tolerar”, que no es lo mismo que aceptar, acoger, celebrar.
La activista y performista mexicana Franka Polari opina que “JuanGa era ese espantapájaros que advertía que demasiado afeminamiento te condenaría a haber nacido para no amar y que nadie habría nacido para ti. Porque la Loca del Pueblo es única, sola, objeto de desprecio diurno y lujuria nocturna, un objeto más que revela las ambivalencias de la figura del macho.”
Es cierto. Juan Gabriel era menos un activista y más un bufón, y para muchos fue también una advertencia. Además, como muchos grandes creadores mexicanos (como Octavio Paz) puso su inmenso talento al servicio del Statu Quo, de ese monolítico oxímoron mexicano que es la “Revolución Institucionalizada”, y que solo admite la homosexualidad como una excentricidad despolitizada.
Lo más cercano que estuvo Juan Gabriel a aceptar públicamente su homosexual fue su legendaria frase “lo que se ve no se pregunta” seguida de un “y por qué es importante que yo sea homosexual o no”. Juan Gabriel tenía razón. Era irrelevante. Él se resistía a ser “el homosexual” porque quería ser, primero, “el artista”. Sin embargo para nosotros siempre fue “el artista homosexual”.
Cuando era niña recuerdo que alguien me dijo, con sorna, lo que era “ser un Juan Gabriel”, mientras quebraba la mano en un gesto amanerado. Yo recuerdo el gesto perfectamente, pudo ser el primer referente que tuve sobre la homosexualidad. Pero esto también es importante, porque en un mundo donde todo está blindado para que no veamos más allá de la heteronorma, estaba Juan Gabriel: una primera noticia de que había algo más.
Dijo Carlos Monsivais en su célebre ensayo sobre el artista, que a Juan Gabriel “nada le fue fácil, solo el éxito”. Y debería ser incómodo para nosotros, sus admiradores heterosexuales, saber que muchas de las letras de sus canciones vienen del dolor desgarrado que produce la discriminación.