«Donald Trump entendió mejor que
sus rivales el miedo, el desamparo, la frustración de su pueblo»
“Conteniendo la respiración”
¡Obama ha muerto, viva Trump!, gritarían los ingleses
Ahora tiene que demostrar que sabe afrontarlos; esperemos lo mejor y preparémonos para lo peor
A los demás nos toca apechugar con el caos como orden mundial, hasta que surja algo más decente
Los norteamericanos inician la era Trump con tantas expectativas como temores, y eso vale tanto para los que le votaron como para los que no. El futuro ante ellos se presenta como una inmensa incógnita donde lo único seguro es que puede salir bien o ser una auténtica catástrofe. De Donald Trump lo conocen todo, sus matrimonios, su imperio inmobiliario, sus bancarrotas, sus apariciones en televisión, sus desplantes, sus machadas, sus opiniones sobre lo divino y lo humano, en resumen, un impresentable. Y lo tenemos al frente de Occidente. Aunque lo más grave es que desconocemos su capacidad como gobernante. Es verdad que, contra todo pronóstico, logró imponerse a rivales que llevaban toda su vida en la política. Pero lo hizo precisamente por ser un outsider, alguien fuera de ella. Y como todos los políticos habían cometido errores garrafales, empezando por ignorar las clases media y baja blancas, que se sentían olvidadas por un Washington que permitió la gran crisis dejándolas en la indigencia, mientras los mandarines y sus amigos se enriquecían, ganó Trump. Tan simple y triste como eso. Que, por cierto, ha ocurrido en otros países occidentales. El voto a Trump es el voto indignado del Frente Nacional francés, de Iniciativa por Alemania, del Brexit en el Reino Unido, del Movimiento Cinco Estrellas en Italia, del Partido de la Libertad en Austria, de Podemos en España, un voto contra la clase política convertida en establishment. Al que, paradójicamente, Trump pertenece.
El problema empieza, otra paradoja, con el éxito. Mientras esos partidos están fuera del sistema, lo tienen muy fácil: les basta con denunciar los errores y granujadas de quienes ocupan el poder. Pero en el momento que alcanzan el poder, ¿qué hacen? ¿Seguir atacando, protestando, denunciando? ¿A quién, contra quién? Porque sus fórmulas, tan eficaces en la demolición, no sirven para construir. Ahí tienen a Tsipras en Grecia y a Beppe Grillo en Italia, braceando para no ahogarse. El populismo de izquierdas o de derechas puede ganar unas elecciones. Pero no ha pasado el examen final allí donde gobernó. ¿Le ocurrirá lo mismo a Trump, un populista donde los haya? Es la pregunta que se hacen los norteamericanos en vísperas de que tome posesión del cargo más comprometido del planeta, sin haber ocupado nunca un cargo público. Como para cortar la respiración. No solo a los norteamericanos, sino también a los europeos. Sus declaraciones sobre la OTAN, considerándola obsoleta; sobre el Brexit, aplaudiéndolo; sobre la inmigración, atacándola, son torpedos contra la Unión Europea, favorecida por todos los presidentes norteamericanos antes de él. O sea, un cambio de 180 grados de la política exterior USA. Algo que los europeos no podemos olvidar ni un segundo más, so pena de encontrarnos el día menos pensado colgados de la brocha.
Pero tampoco hay que olvidar que Trump se ha enfrentado a los líderes de su propio partido, derrotados en las primarias, a los principales medios de comunicación y a la plana mayor de Hollywood. Aunque el primer encontronazo lo ha tenido, nada más y nada menos, con sus servicios de inteligencia, a propósito de la intromisión de Putin en las últimas elecciones. ¿Puede un presidente gobernar sin confiar en sus servicios de información?; y viceversa, ¿pueden estos actuar sin la confianza del presidente?
Pero ese es el estilo Trump, al que debemos acostumbrarnos, pues a los 70 años no se cambia, no importa dónde se esté. Lo que importa es si se adapta a la nueva situación internacional, al siglo XXI, que todo apunta a que tiene muy poco que ver con el XX y, no digamos ya, con el XIX. Un escenario mucho más abierto, mucho más duro, mucho más complejo, mucho menos occidental, mucho menos «racional», mucho más impredecible. Trump supo leer la confusión y el desamparo producidos por el desplome de las Torres Gemelas y la gran crisis económica mejor que todos sus rivales y, apoyado en ese miedo, rabia, impotencia e indignación, llegar a la presidencia. Con la otra muleta, sin la que nunca habría llegado: prometer a sus compatriotas que «haría de nuevo a América grande».
¿Lo conseguirá? Visto ecuánime y racionalmente, tiene pocas posibilidades. Su programa de gobierno está lleno de proclamas bombásticas, de supuestos nada fiables, como ese gran muro que piensa levantar con México, haciéndoselo pagar, encima. Su misma aproximación a Putin, aunque en principio no sea más que para apagar el incendio de Oriente Medio, no puede acabar bien si tenemos en cuenta que Putin también quiere hacer grande a su país, lo que, en el mejor de los casos, llevará a otra guerra fría. Con los chinos, algo parecido. La regulación de impuestos que promete beneficiará a los de su clase, los ricos, más que a los que le votaron, los pobres, y otro tanto puede ocurrir con la denuncia de los tratados comerciales, que dañará a otros países, pero también al suyo. Por no hablar de los líos de sus negocios, de los que nunca saldríamos. Para resumir: Donald Trump va a tener tantos o más problemas que el resto de los presidentes norteamericanos para cumplir su programa electoral. Pero el mundo es más irracional que nunca. Tampoco parecía llegar a presidente, y ya ven.
Todo va a depender de lo que se entienda por «grande». Si, como hasta la fecha, significa extender la influencia por países y continentes, crear naciones amigas, derribar regímenes opuestos, me temo que el fracaso va a ser estrepitoso, por la sencilla razón de que hoy el mundo es demasiado complejo para que alguien pueda imponer su hegemonía. Si, por el contrario, por «grande» se entiende atender a las necesidades de la propia ciudadanía y buscar el acomodo con los demás, es posible que un hombre de negocios, como es él, consiga adaptarse mejor que los políticos profesionales, cuyas ideologías se han quedado anticuadas. Sobre todo si se rodea de gente experimentada, como el expresidente de la EXXON o el comandante en jefe de las tropas en Irak y Afganistán, a cargo de las carteras de Exteriores y Defensa. No porque ellos se lo pidieran, sino porque él se lo pidió, señal de que busca su consejo. Que lo siga es la gran incógnita. En cualquier caso, no podíamos continuar como íbamos, y Donald Trump, en último extremo, puede ser el revulsivo que nos lo haga ver.
Sus desafíos van desde el terrorismo al abismo entre el mundo desarrollado y el por desarrollar que nos inunda. Donald Trump entendió mejor que sus rivales el miedo, el desamparo, la frustración de su pueblo. Ahora tiene que demostrar que sabe afrontarlos. A todos nos interesa que tenga éxito. Pero para eso necesita olvidar que ya no está en campaña electoral, ni en la televisión ni en su torre neoyorquina, sino en una casita blanca a ras del suelo, con miles de millones de personas que no saben, no ya si comerán mañana, sino si estarán vivas. Para resumir: esperemos lo mejor y preparémonos para lo peor. «¡Obama ha muerto, viva Trump!», gritarían los ingleses. A los demás nos toca apechugar con el caos como orden mundial, hasta que surja algo más decente.
José María Carrasca