Las sacudidas de Jackson al tablero abrieron el paso a una nueva política
Ganó movilizando a grupos y regiones que se sentían víctimas de los monopolios. Encabezó una rebelión contra los privilegios del capital y los banqueros de la costa Este. Redujo los requisitos para poder votar y el partido demócrata, fundado por él, obtuvo un largo ciclo en el poder. No hay exageración en llamar «padre del populismo» americano a este bárbaro capitán»
Andrew Jackson séptimo presidente de los Estados Unidos (1829-1837)
Jackson rima con Trump«
POR JOSÉ M. DE AREILZA CARVAJAL - ABC.es
Las sacudidas de Jackson al tablero abrieron el paso a una nueva política. Ganó movilizando a grupos y regiones que se sentían víctimas de los monopolios. Encabezó una rebelión contra los privilegios del capital y los banqueros de la costa Este. Redujo los requisitos para poder votar y el partido demócrata, fundado por él, obtuvo un largo ciclo en el poder. No hay exageración en llamar «padre del populismo» americano a este bárbaro capitán»
Arnold Toynbee advertía a sus lectores que la historia no se repite, pero sí que rima. La observación de un maestro como él invita a buscar entre los presidentes de Estados Unidos alguno que sintonice con la figura de Donald Trump. Enseguida comparece a nuestros ojos Richard Nixon, por su defensa de la «mayoría silenciosa» de americanos y su resentimiento al no formar parte de la clase dirigente tradicional. Quizá también el perfil del general Eisenhower, un «outsider» de la política, invitado a optar a la presidencia tanto por el partido demócrata como por el republicano. Como Trump, carecía de experiencia de gobierno, aunque su credencial fuera el triunfo militar en los campos de Europa occidental. Pero es más probable que el ruidoso magnate neoyorquino tenga en Andrew Jackson, el séptimo presidente, su antecesor más claro. A pesar de la lejanía temporal, coincide con el pionero del populismo americano en algunas de sus actitudes más básicas. Por otro lado, esa vuelta a un tiempo de casi doscientos años atrás haría las delicias del último gran defensor de los ciclos históricos para comprender mejor la suerte de las civilizaciones.
El político nacido entre las dos Carolinas llegó a la presidencia en 1828 e interrumpió el catálogo de presidentes ilustrados, desde George Washington a John Quincy Adams. El general Jackson no presumía de ideas ni de biblioteca, sino de ser amigo de la acción, jugador y duelista temible. Era persona inclinada a los conflictos y muy acostumbrado a ganarlos. Hombre hecho a sí mismo, de considerable patrimonio, estaba orgulloso de formar parte de los nuevos grupos de poder del Oeste en expansión. Su salto a la fama lo consiguió en la defensa de la frontera contra los indios y en la derrota de los británicos en Nueva Orleans.
Héroe de guerra muy popular, siguió actuando en las campañas electorales con una mezcla de astucia y fiero instinto. Jackson proclamaba que el valor de la igualdad, definido por Thomas Jefferson, solo se obtendría si los ciudadanos participaban en el gobierno. Las sacudidas de Jackson al tablero abrieron el paso a una nueva política. Ganó movilizando a grupos y regiones que se sentían víctimas de los monopolios. Encabezó una rebelión contra los privilegios del capital y los banqueros de la costa Este. Redujo los requisitos para poder votar y el partido demócrata, fundado por él, obtuvo un largo ciclo en el poder. No hay exageración en llamar «padre del populismo» americano a este bárbaro capitán.
Al conseguir la presidencia, el espectacular Jackson atrajo a la toma de posesión a miles de sus partidarios, que le siguieron hasta entrar en su residencia y arrasarla, mientras el general huía por la puerta de atrás para no ser aplastado. Los washingtonianos describieron la experiencia como la invasión de Roma por las tribus bárbaras. Jackson creía en los ciudadanos de a pie y en el principio de la mayoría por encima de cualquier otro valor. Sostenía que cualquier votante estaba capacitado para desempeñar un cargo público, con tal de que compartiese las opiniones políticas de su jefe, el origen del «spoils system» como recompensa a los servicios prestados. Gobernó sin la reverencia de los presidentes anteriores hacia el sistema constitucional cuidadosamente calibrado en Filadelfia y se convirtió en el primer presidente que vetó repetidamente al Legislativo.
La violencia callejera y el clientelismo se instalaron en ciudades como Baltimore o Nueva York. En esta gran metrópoli la red política de Tammany Hall intercambió votos por favores, trabajos y contratos durante los siguientes ciento cincuenta años. El favoritismo gubernamental de Jackson le llevó a la protección de empresas y bancos afines a su partido. Las teorías conspiratorias se multiplicaron en los periódicos y boletines. El presidente adquirió uno de ellos para participar en su propagación.
A pesar de ser acusado por sus rivales de demagogo e irresponsable en materia fiscal, el éxito político de Jackson fue arrollador. Los candidatos de los otros partidos imitaron su discurso populista, adoptaron un aspecto rústico y una simbología rural y de montaña, y se retrataron en cabañas hechas con troncos vistiendo pieles de mapache. Jackson, apodado «King Andrew I» y «King of the Mob», renovó y extremó el nacionalismo americano. En los márgenes del sistema emergió el llamativo Partido No Sé Nada (Know-Nothing-Party), opuesto a la inmigración y defensor a tiros, en las calles, del auténtico americanismo.
En la estela de Jackson, casi doscientos años después, Donald Trump se ha conducido con mano de hierro, ajeno a presiones y rompiendo moldes hasta configurar una de las elecciones más extrañas que se recuerden. Ha conseguido conectar con la otra América y ha dado voz a sus miedos. Los norteamericanos que habitan en el lado soleado de la globalización, en las grandes ciudades y en las costas, no eran conscientes de que sus conciudadanos de la otra mitad del país miraban con tanto pesimismo al futuro. Trump lo había detectado mejor que nadie y, como el general de las guerras indias en el Misisipi, fijó el conflicto cultural en la frontera del Río Grande. El movimiento populista por el americano olvidado está en marcha sin necesidad de programas de gobierno, le basta con que su autoerigido portavoz represente a una América más vulgar y corriente. Steve Bannon, su jefe de estrategia, habla de Jackson como fuente de inspiración. Al inaugurarse la presidencia de Donald Trump, estamos ante una hoja en blanco. Nadie sabe hasta dónde pueda llegar en su demostrada capacidad de hacer tabla rasa de la política establecida. Ante una buena «jugada», en la que el nuevo presidente estime que gana frente a sus rivales, no se le pondrá por delante ningún límite ideológico. Estemos preparados para la improvisación continua y la gestión del poder como un show de televisión. Ojalá que la página en blanco inicial del 20 de enero no quede pronto manchada con esos oscuros presagios que hasta hoy acumula el más que polémico presidente Trump.