Desolados pero socialistas
Cuba se ha ido convirtiendo en un país de ancianos, según lo confirman las estadísticas oficiales
Ernesto Pérez Chang | La Habana | Cubanet
Dentro de pocos años, uno de cada cuatro cubanos residentes en la isla sobrepasará los 60 años de edad. Seremos un país de ancianos según lo confirman las estadísticas oficiales. Nos convertiremos en una nación sin fuerza de trabajo, a pesar de los ambiciosos planes de desarrollo del gobierno para el 2030.
Nadie sabe cómo se podrá revertir esa tendencia, muy parecida a la de los países desarrollados y, por tanto, para muchos que no conocen demasiado sobre Cuba pudiera ser un indicativo del bienestar general que experimentan los ciudadanos.
Sin embargo, el fenómeno, entre otras cosas, no es más que un reflejo de la tendencia casi total de los más jóvenes a diseñar sus planes de futuro fuera de Cuba, donde se incluye la creación de una familia y la llegada de los hijos.
Lo que dicen las estadísticas en número es lo que pudiéramos traducir en estas palabras: muy pocos se arriesgan a parir en Cuba pero, además, muchos rezan por pasar sus últimos años de vida bien lejos de la isla.
Los estudios oficiales no pronostican ni reflejan cuántos de esos ancianos, que serán la mayoría poblacional cubana en un tiempo no muy lejano, esperan o esperarán a que algunos de sus jóvenes familiares en el exilio los reclamen aunque sea para luego acogerse a un plan de jubilación de esos que ofrecen los países capitalistas, mucho más ventajosos que los planes de retiro socialistas.
No he encontrado estudios sobre esa tendencia a emigrar entre los ancianos cubanos pero es evidente que hay un movimiento hacia el exterior de esa fuerza de trabajo que ha concluido su vida útil dentro de Cuba y que, para escapar de la dura realidad que los pudiera esperar, recurrirá a la reunificación familiar.
No se trata de que tengan o no la atención de salud garantizada ni que no se les asegure una pensión, una parte del gran problema es enfrentarse a un sistema de salud deteriorado por planes económicos encaminados a instaurar un capitalismo monopolista de Estado donde no están incluidos ni remotamente, a no ser que se desempeñen en un alto cargo de dirección en las instancias de gobierno, pero, además, porque no hay indicios de que las pensiones de la Seguridad Social dejen de ser una suma de dinero simbólica que solo les alcance para llevarse una cucharada diaria de arroz a la boca.
De cierto modo, para la gran masa envejecida o que espera envejecer en Cuba, el camino hacia los momentos finales de la vida es un calvario de penurias si no se cuenta con ese pilar esencial para el sostén de la economía doméstica que resultan las remesas del exterior.
Intentar sobrevivir en la isla, a espaldas de esa condicionante económica que marca las pautas de casi todo, desde los precios estatales hasta los niveles de acceso socio-cultural y la calidad de vida, es una odisea donde una buena parte de los desafortunados termina por ingresar a ese ejército de ciudadanos ya no de la tercera edad sino de última clase.
Contamos con sobrados ejemplos en nuestros barrios. Obreros con más de cincuenta años de servicio a la producción en las empresas estatales que hacen fila en comedores sociales junto a indigentes y borrachos; viejos maestros de escuela, abogados, economistas, escritores, militares de bajo rango que viven bajo el temor de perder la casa familiar por no poder reparar los techos en peligro de derrumbe.
Todos en Cuba somos vecinos de ese matrimonio de ancianos que, dolorosamente, se ha tipificado como ejemplo de lo que se puede esperar cuando se concluye una vida laboral dedicada a “defender las conquistas del socialismo” y no a recoger y disfrutar los frutos del esfuerzo personal sostenido.
Hogares insalubres, ropas ajadas, cazuelas vacías sobre el fogón o, cuando el infortunio es menor, relativamente llenas con esa dieta inapropiada que poco a poco les va deteriorando el cuerpo y la mente. No serían estos en la actualidad, quizás, los denominadores comunes de la ancianidad en Cuba pero son signos alarmantes que poco a poco irán identificando a un sector poblacional que, de continuar incrementándose en una economía inestable como la cubana, recibirá el desamparo como recompensa.
No sé si finalmente llegaremos a ser un país de ancianos pero es posible que, sencillamente, alcancemos a convertirnos en una nación socialista desolada.
ACERCA DEL AUTOR
Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en 2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).