Pocas veces pensamos en las relaciones dentro de la cárcel más allá de los manidos clichés
Aquí, Amanda Knox nos explica cómo fue en realidad formar parte de una pareja dentro de prisión
AMOR LÉSBICO: UN ROMANCE EN LA CARCEL
Por Amanda Marie Knox — ViceCuando Leny* llegó por primera vez a la prisión de Capanne, una cárcel de mujeres situada en Perugia, en el centro de Italia, se mostraba malhumorada y retraída. Caminaba por el patio sola, con la cabeza baja y los hombros encogidos. Cada prisión tiene su propio delicado ecosistema. Que te arranquen de raíz y te vuelvan a plantar, a menudo sin previo aviso, es una experiencia aterradora. Yo me fijé en ella de inmediato: menuda, con una pequeña barriga y cabello oscuro y corto. Supuse que Leny era el tipo de interna que solo atacaba si se la arrinconaba, es decir, que no suponía ninguna amenaza para mí.
Entre 2007 y 2011 fui encarcelada por un asesinato que no cometí. En la época que Leny entró en escena, yo ya había cumplido tres de aquellos años. No hablaba con ella. No hablaba con casi nadie. Por lo general siempre estaba sola.
Tenía suerte. Gracias al apoyo de mis amigos y mi familia no necesitaba relacionarme con la gente dentro de la cárcel tanto como otras internas. Los factores que contribuyen al aislamiento social ―pobreza, enfermedad mental, un historial de malos tratos y abusos― a menudo están entrelazados y son desproporcionadamente sufridos por las personas que entran en el sistema penitenciario. El cincuenta por ciento de todas las internas sufren alguna enfermedad mental, en comparación con el 11 por ciento de la población general. Y el aislamiento social puede agravar cualquier problema mental subyacente. Mientras tanto, las mujeres que ingresan en prisión tienen más probabilidades de haber sufrido abusos. Y los lazos familiares de las presas a menudo se tensan y debilitan debido a su encarcelamiento.
En Capanne, la mayoría de internas pertenecían a grupos sociales establecidos, trazados en general a lo largo de líneas raciales, sobre todo italianas, nigerianas y romaníes. Como norteamericana, yo no pertenecía a ningún grupo, sino que flotaba entre todos ellos y observaba cómo estaban estructurados. Eran muy jerárquicos, como familias numerosas. Las nigerianas se llamaban entre sí "mamá" o "hija", mientras que las gitanas se llamaban "prima". Y dentro de aquellas familias, era común que dos internas formaran una pareja íntima.
Las presas se enamoraban unas de otras. Intercambiaban cartas de amor a través de las rejas. Se hacían regalos: dibujos de flores o pequeños bolsitos de ganchillo para llevar el walkman. Una de las presas que formaba parte de una pareja especialmente tumultuosa se enfadaba y lanzaba miradas de odio cada vez que su compañera actuaba de manera demasiado amistosa con otras internas. Se producían rupturas lacrimógenas y a veces se intercambiaban puñetazos entre una nueva compañera y la ex. Pero por cada pareja que actuaba como si fueran quinceañeras, había el mismo número de parejas tan sólidas como si llevaran 20 años casadas. Muchas de aquellas mujeres se identificaban como heterosexuales; solo eran, como decían coloquialmente, "gay for the stay" (lo que viene siendo "gay mientras esté dentro de la cárcel").
Cuando Kristine Bunch fue injustamente encarcelada por la muerte de su hijo (cumplió una condena de 17 años antes de ser absuelta en 2012), entabló una relación íntima con Rebecca*, otra presa. Se conocieron cuando Bunch se convirtió en tutora de estudios equivalentes a la educación primaria de Rebecca. Bunch enseñó a Rebecca a leer y, a cambio, Rebecca enseñó a Bunch cómo desenvolverse en la calle. "Rebecca creció en las calles y no fue mucho al colegio", me cuenta Bunch, recordando su relación cinco años después de su puesta en libertad. "No se le daban bien los estudios, pero sabía manejarse muy bien en la calle. Aprendí tanto de ella como ella aprendió de mí".
Mi presentación a Leny fue menos fortuita. Todos los días Leny me observaba mientras yo corría por el patio (una zona exterior rectangular que medía como un cuarto de un campo de fútbol) y finalmente se atrevió a saludarme. Yo me mostré amistosa pero precavida. Me dijo que era lesbiana y yo le dije que era hetero. Leny me explicó cómo había sufrido mucha discriminación en Italia porque la gente era muy cerrada de mente. Yo simpaticé con ella. Cuando tenía 14 años surgió el rumor en mi instituto católico de que yo era lesbiana, lo que me aisló de todo el mundo excepto de un pequeño grupo de compañeras de clase. Más tarde me convertí en aliada de la comunidad LGBTQ y ayudé a fundar la Alianza Gay-Hetero en mi instituto. Cuando se lo expliqué, Leny sonrió de oreja a oreja. Después empezó a corretear junto a mí como un perrito mientras yo recorría el patio de ejercicios. Y lo mismo hizo al día siguiente. Y el día siguiente a ese. Y finalmente todos los días.
A lo largo de las siguientes semanas nos hicimos amigas. Bueno, casi amigas. En realidad nunca tuve amigas en la cárcel. Bautizada como "la famosa" tanto por las internas como por las funcionarias, pasé mis primeros ocho meses de prisión en régimen de aislamiento y, después de aquello, el personal de la prisión conducía a los políticos que venían de visita hasta mi celda para mostrarme. Mis compañeras presas me odiaban por toda la atención que recibía. Salía en las noticias casi todos los días, recibía muchísimo correo, mi familia me visitaba a menudo y siempre podía permitirme comprar artículos básicos.
La mayoría de mis compañeras eran más grandes, más duras, más malas, estaban más desesperadas y tenían menos que perder que yo, así que jamás bajaba la guardia. Pero yo también era muy testaruda. Era inocente y, durante mucho tiempo, me negué a integrarme en un mundo al que no pertenecía. Conseguí tranquilidad ayudando a las internas a escribir sus cartas y traduciendo para las que no hablaban italiano, pero siempre estaba callada y me mostraba retraída, con la cabeza metida en un libro o corriendo alrededor del patio.
Me encontraba atrapada entre un estado a la defensiva y la soledad. Leny nunca me pidió que le diera la "auténtica exclusiva" sobre mi caso, ni me pidió mi ropa o que le comprara tabaco. Al principio no me pedía nada. Así que dejaba que Leny escuchara mis CD. Le enseñé a jugar al ajedrez. Cuando Leny consiguió un trabajo de conserjería, merodeaba por el exterior de mi celda para darme un sorbito de espresso y charlar conmigo cuando tenía un descanso. Leny tampoco tenía a nadie, así que siempre estaba deseando pasar tiempo conmigo.
Al menos al principio, es posible que Leny no estuviera tratando de seducirme. En realidad lo único que necesitaba era algo que la distrajera de la soledad. Eso es muy común. A diferencia de lo que podría suponerse, muchas relaciones dentro de la prisión no giran en torno al sexo, igual que la mayoría de relaciones fuera de la cárcel.
"Diversas investigaciones sugieren que la principal razón por la que la mayoría de hombres y mujeres entablan relaciones, independientemente de su orientación, es la búsqueda de compañía", me explica la Dra. Pamela Regan, profesora de psicología social especializada en investigaciones sobre las relaciones en la Universidad del Estado de California. "Desean formar una relación amorosa duradera. Para obtener intimidad. Para ocupar su tiempo libre. Para tener apoyo social. Y sí, también para tener sexo. Pero todo forma parte de una necesidad mayor de establecer una conexión con otra persona".
En la prisión pueden verse todas las tonalidades de la sexualidad humana, pero la actividad sexual no es una parte necesaria o determinante de las relaciones románticas. Las relaciones dentro de la cárcel giran a veces en torno al sexo, pero con mayor frecuencia giran en torno a la conexión humana. Porque la prisión es un lugar horrible: está diseñada para negar a las personas su deseo de conectar entre sí.
El vínculo de Bunch con Rebecca era profundo e íntimo. "Significaba muchísimo para mí tener alguien a quien cuidar y para quien cocinar", dice. "Tener alguien en quien poder confiar. Con quien poder compartir mis miedos y mis preocupaciones. Alguien que me escribiera una carta de amor o que me cogiera de la mano cuando me llegaba otra fecha para el juicio o cuando me denegaban una petición. Y después de 17 años en prisión, ansiaba el contacto físico".
Bunch y Rebecca, como muchas otras internas, formaron lo que los psicólogos denominan una "relación resiliente". Se trata de relaciones que permiten a las personas sobrevivir ante circunstancias adversas de la vida. La mayoría de investigaciones directas sobre las relaciones resilientes se centran en los niños, a menudo de regiones castigadas por la guerra o por desastres naturales. Pero los descubrimientos de los investigadores sobre la resiliencia también pueden aplicarse a la población penitenciaria. En condiciones difíciles, encontrar a alguien con quien conectar puede ser enormemente beneficioso a nivel psicológico.
La cárcel es un lugar de aislamiento. Se te arranca a la fuerza de tu hogar y de su red de apoyo. Se te priva de tu libertad de movimientos, de tus interacciones sociales y de tu tiempo. Se te obliga a someterte a una supervisión y un control constantes por parte de desconocidos, junto a otros desconocidos. Pero las relaciones ayudan a mantener la cordura, aunque no sean ideales.
"La cárcel también establece lo que en el campo de la investigación en torno a las relaciones denominamos 'campo cerrado'", explica la Dra. Regan. "Las relaciones dentro de la prisión son en gran medida involuntarias. Surgen porque existe un límite externo que reduce el número de parejas potenciales. Estableces tus relaciones ―sexuales, románticas o de amistad― entre las opciones que tienes a tu disposición".
Los seres humanos son extraordinariamente adaptables, pero eso no significa que seamos capaces de cambiar nuestra orientación sexual como si pulsáramos un interruptor, como algunas personas erróneamente afirman. "La orientación es una construcción compleja que va más allá de la atracción y la actividad", explica la Dra. Regan. "La atracción y la actividad forman parte de la orientación, pero no son la misma cosa. Alguien que se identifica como heterosexual, por ejemplo, puede sentir atracción hacia un individuo de su mismo sexo y entablar actividades sexuales o románticas con ese individuo". La Dra. Regan describe esta práctica como "desconectar".
La mejor forma de describir la orientación sexual es como algo que existe en una continuidad. Las presas que parecen estar actuando en contra de la orientación sexual que profesan, con toda probabilidad están empleando una parte no expresada de su orientación. Además, las investigaciones han mostrado que las mujeres tienden a demostrar una mayor fluidez sexual que los hombres y nuestra orientación sexual es un factor menos determinante en nuestras experiencias sexuales y románticas que en el caso de los hombres. El modo en que se atraen y crean vínculos entre sí los seres humanos es algo más complejo que lo que nuestra idea tradicional de sexualidad es capaz de admitir.
Aunque las relaciones son algo común en las prisiones, los gestos de intimidad entre las internas están técnicamente prohibidos. Las presas a menudo se arriesgan a recibir castigos: pueden perder su derecho a visitas, pasar períodos en régimen de confinamiento o incluso sufrir traslados involuntarios si actúan abiertamente como pareja. Identificarse como homosexual o mostrar comportamientos homosexuales puede desembocar en acoso por parte de las funcionarias de prisiones. "Las funcionarias nos insultaban y nos decían lo asquerosas que éramos", recuerda Bunch. "Recibí mi primera sanción con Rebecca porque me dio un abrazo tras una difícil visita con mi hijo. No tenían compasión".
Y otras presas pueden aprovecharse unas de otras, ya sea con malicia o sin querer.
Leny quería que nos cogiéramos de la mano. "Ya he cambiado a otras mujeres antes que a ti", me dijo. "Puedo hacerte cosas que ningún hombre podría hacerte". Me sentí cosificada y me enfadé. "No puedes cambiarme", le respondí. Ella pensaba que me estaba haciendo la dura. Un día, Leny me besó.
Apreté los dientes y le lancé una media sonrisa, vacilando entre la vergüenza y la ira. Ya era suficientemente malo que la institución penitenciaria se apropiara de mi cuerpo ―que se me encerraran en una celda y me desnudaran para cachearme con regularidad― y ya había sufrido acoso sexual por parte de los funcionarios masculinos. Como presa, Leny debería haber entendido eso, pero a diferencia de mí, Leny estaba cumpliendo una condena corta y no sentía con tanta fuerza como yo la pérdida de privacidad, dignidad y autonomía. Leny, que era camello de poca monta, no sabía qué se sentía cuando te robaban el pasado, el presente y el futuro. Al menos no como yo.
Le dije a Leny que como no podía respetar mis límites ya no podíamos seguir siendo amigas. Las cosas se pusieron tensas. En un descanso de su trabajo, Leny merodeó fuera de mi celda, discutiendo conmigo sobre cómo mi reacción estaba siendo exagerada. Me sentí aliviada cuando finalmente salió en libertad, aunque siguió mandándome cartas. Me enviaba CD de jazz y en el interior de la carátula escribía "Amor para siempre, Leny". Yo nunca le respondí.
Bunch y Rebecca tuvieron un final más feliz. "Hicimos planes", dice Bunch. "No sobre salir y vivir juntas felices para siempre. Hicimos planes de permanecer siempre la una en la vida de la otra. Ambas sabíamos cuáles eran las circunstancias que nos habían unido y, una vez que nos fuéramos a casa, las circunstancias cambiarían".
Cuando Bunch salió en libertad siguieron en contacto. "Yo seguí escribiéndole, enviándole dinero y hablando con ella por teléfono. Cuando Rebecca obtuvo la libertad, conocí a su familia y ella conoció a la mía. Seguimos viéndonos, hablando por teléfono y ofreciéndonos apoyo mutuo. Eso no cambiará nunca. Ella fue una constante en uno de los momentos más oscuros de mi vida y la quero por ello".
Nos sentimos intrigados por la idea de las relaciones dentro de prisión, en parte porque sentimos una curiosidad morbosa sobre cualquier cosa que tenga que ver con delincuentes y criminales, pero también porque sus relaciones son excitantes y un poco misteriosas. Como cuando las adolescentes se quedan a dormir en casa de una amiga, nos preguntamos qué estará sucediendo tras la puerta cerrada (o la reja cerrada). La idea de las mujeres en la cárcel saca el muchacho adolescente que hay dentro de muchos de nosotros ―quizá sea por el lesbianismo implícito―, pero también hay algo más profundo. Como cualquier buen estudioso de Foucault sabe, una mujer en prisión es por definición una mujer controlada por fuerzas opresivas, principalmente masculinas. Juntos, estos dos factores pueden ayudar a explicar por qué la sexualidad de las mujeres encarceladas resulta tan fascinante para el público en general.
En consecuencia, pasamos por alto las relaciones románticas no sexuales. Las relaciones que establecen las presas entre sí se tratan meramente como mentiras perversas de las que avergonzarse cuando se regresa al mundo real. Pero no lo son. "Gay for the stay" es una simplificación exagerada carente de sensibilidad que denota una falta de comprensión sobre cómo es en realidad vivir entre rejas y también una infravaloración de la naturaleza humana.
Echando la vista atrás, Bunch ve su relación con Rebecca como un regalo. "Me siento agradecida por la oportunidad de haber tenido alguien a quien amar mientras estaba dentro. Ya sé que muchas de las relaciones dentro de la cárcel suscitan escepticismo y reacciones negativas, pero la necesidad de amor, compañerismo y confianza es algo que todos tenemos, fuera o dentro. Si privamos a las personas de sus necesidades humanas básicas, se convierten en poco más que animales".
*Hemos cambiado el nombre para conservar el anonimato.
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