Vendedor de periódicos en La Habana (Foto Martinoticias)
El control de los medios, sostén del castrismo
Roberto Álvarez Quiñones | Diario de CubaLos orígenes de lo que hoy se conoce como prensa y su papel de veedora de la realidad cotidiana son antiquísimos. Ya hace dos mil años, en la Roma imperial, las cartas de Plinio el Joven fueron un antecedente ancestral del periodismo, pues sirvieron como crónicas que permitieron conocer detalles de la vida romana, así como de la erupción del Vesubio que sepultó a Pompeya.
Fue luego de que Gutenberg en el siglo XV revolucionara al mundo con la imprenta que la prensa escrita hizo propiamente su aparición, con las hojas volantes impresas que describían la vida urbana, rumores, curiosidades, y daban noticias. En América la primera hoja volante se vendió en la Nueva España en 1542, y relataba un terremoto ocurrido en Guatemala. En el siglo siguiente en Europa ya surgieron los periódicos impresos.
Saltando en el tiempo y aterrizando hoy mismo en nuestra Isla, tenemos que los medios de comunicación, monopolizados por el Estado, nada tienen que ver con Plinio el Joven o Gutenberg. Los medios en Cuba no informan, desinforman deliberadamente para tener amarrado cortico al obediente hombre-masa que demanda todo sistema comunista, o fascista.
El monopolio estatal de los medios de comunicación y la asfixia del periodismo alternativo independiente impiden que los cubanos conozcan su propio país, la mafia político-militar que lo dirige y las causas del cataclismo económico social sufrido. Es simple, la política del Estado no es de la incumbencia de los ciudadanos. Los dirigentes políticos no están al servicio del pueblo soberano, sino el soberano al servicio de un puñado de privilegiados.
Esa "verdad absoluta" oficial (que Marx afirmaba que no existía) establecida por el monopolio mediático convirtió a los medios de la Isla en uno de los tres grandes pilares del castrismo, junto con los subsidios extranjeros y el colosal aparato de represión.
Hubo quizás un cuarto sostén en los primeros años de la "revolución": el papel de Fidel Castro como gran manipulador, con su encendido verbo hipnotizador. ¿Se imagina alguien hoy que Raúl Castro, Juan Almeida, Ramiro Valdés o Machado Ventura, con sus pobres y aburridos discursos escritos por otros, habrían podido engañar a todo un pueblo, y al mundo, como lo hizo Fidel?
Pero ese factor persuasivo fidelista desapareció hace mucho tiempo. Algunos también alegan que el embargo de EEUU, convoyado con la "amenaza" de una invasión norteamericana, pudo haber funcionado unos pocos años como factor movilizador. Pero igualmente hace décadas que los cubanos no se tragan semejante patraña.
La "coletilla revolucionaria"
Incumpliendo su promesa desde la Sierra Maestra de que al triunfo de la revolución se iba a restablecer la libertad de prensa y de opinión, Fidel lo que hizo fue instaurar un novedoso sistema de censura: la "coletilla revolucionaria".
En diciembre de 1959 ordenó que al final de los artículos periodísticos que criticaran al Gobierno revolucionario publicados en los medios privados se pusiera una nota o "coletilla", que siempre terminaba diciendo que el artículo publicado o difundido por radio y TV "no se ajusta a la verdad".
Poco después Castro estatizó todos los medios de comunicación, en un país que era por entonces el que tenía más periódicos, revistas y aparatos de TV per cápita en Latinoamérica, por encima de muchos países desarrollados.
El Comandante pasó a ser el propietario de los medios, incluyendo la TV, de la cual hizo un uso político nunca antes visto. En televisión tomó graves decisiones políticas, como la destitución del presidente Manuel Urrutia, en julio de 1959.
Desde entonces los medios estatales no se basan en el principio martiano de que la palabra es para decir verdad, sino en uno enunciado por el filósofo norteamericano William James: "Solo es verdad lo que me es útil". Para la prensa castrista lo que es mentira pero conveniente para la dictadura militar, es cierto. Y lo que es cierto, pero inconveniente, es falso.
Y destaco aquí algo poco analizado por los académicos. Si bien Fidel Castro actuó como un marxista-leninista al tomar el poder violentamente (por las urnas jamás lo habría logrado), luego fue un fiel seguidor de Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista de Italia.
Gramsci —más astuto y peligroso que Marx y Lenin— sostenía que para implantar el comunismo y sostenerlo no era necesario una revolución sangrienta como postulaba Marx, sino lograr el control de los medios de comunicación, las escuelas y universidades, y acabar con la influencia religiosa en la población.
Eso fue lo que hizo el joven dictador. Entre 1960 y 1961 estatizó los medios, todo el sistema nacional de educación, y expulsó del país a los sacerdotes y las monjas. Entonces lanzó la mayor operación de lavado de cerebro realizada nunca en el Hemisferio Occidental. Desde diciembre de 1960 el dictador creó las Escuelas de Instrucción Revolucionaria (EIR), a las que paulatinamente fueron enviados unos 700.000 ciudadanos a recibir la ideología marxista-leninista.
No hay sitio para el individuo
La clave de todo aquí es que tanto en la teoría marxista como en la fascista no hay sitio para el individuo. Este es suplantado por la entelequia abstracta de "las masas" y "el pueblo".
El partido único —comunista o fascista— se dedica al bombardeo político-ideológico constante con el propósito de alienar al individuo y convertirlo en un número estadístico que solo cuenta para formar una dócil masa humana.
Como dice José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (1930), el "hombre-masa" es aquel "cuya vida carece de proyectos y va a la deriva… y por eso no construye nada". El hombre-masa pierde la capacidad para evaluar críticamente la realidad en que vive. Delega el ejercicio de pensar en sus líderes, "que sí saben lo que hay que hacer y decidir".
El mariscal Hermann Goering, segundo hombre en la jerarquía nazi, en el juicio de Nuremberg, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, dijo que "Con voz o sin ella, al pueblo siempre se le puede llevar hasta el punto que sus dirigentes quieran. Eso es fácil".
La historia revela que efectivamente es fácil. Un líder carismático, de verborrea grandilocuente, enervante y "convincente", es seguido por las mayorías aunque esté equivocado. En Cuba resultó clave el papel personal de Castro, un hábil orador de gran capacidad histriónica para dramatizar en sus discursos.
Antes lo hicieron sus admirados Benito Mussolini y Adolf Hitler, algunos de cuyos discursos Fidel se sabía casi de memoria, según narrara José Ignacio Rasco, su colega en el Colegio de Belén y en la Universidad de La Habana.
La lamentable historia de líderes populistas nacionalistas en América Latina, tipo Juan Domingo Perón o Hugo Chávez y tantos otros, es harto elocuente.
Por eso el concepto del "hombre nuevo", primero el de Hitler —que fue robado al filósofo Nietzsche— y luego el del "Che" Guevara, a su vez sustraído a los nazis, es la pretensión de convertir a los ciudadanos en los animalitos ignorantes y obedientes de la granja de George Orwell.
Sin embargo, para satisfacción de todos los cubanos, gracias a internet, la vertiginosa tecnología en las comunicaciones, y al coraje creciente de tantos cubanos en la Isla que ejercen la profesión periodística de manera independiente pese a la brutal represión de la dictadura, hoy los medios estatales del régimen tienen competencia.
Hoy, gústele o no a la élite político-militar del régimen, a los medios en Cuba hay que subdividirlos en prensa oficial y prensa independiente. Enorme logro ese. Y es solo el comienzo. Más sobre el tema en otro artículo.
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