BANDA SONORA MUSICAL DE
“SANTA Y ANDRÉS” RESCATA DEL CASI OLVIDO A LA MÍTICA MARTHA STRADA
Rescatada del casi olvido por la banda sonora musical de nuevo filme cubano Santa y Andrés, Martha Strada alcanzó dimensiones de mito urbano en la escena nocturna habanera de los años sesenta y setenta, gracias a su voz grave, sus vestidos negros, y a un estilo escénico singular, casi siempre adolorido y trágico, pero también sensual y fascinante.
La Strada fue apasionada declamadora de los poemas de Rafael Alberti, García Lorca, Antonio Machado y César Vallejo, y además corrió el riesgo de alimentar su repertorio a partir de versiones baladas españolas, francesas o italianas comoAbrázame fuerte, La tómbola, Venecia sin ti, La mamma, o el himno de Raphael Yo soy aquel, que la cantante transformó en Yo soy aquella. Además, estaba la memorable En días como hoy, y la telúrica Viento, que ahora rescató el cineasta Carlos Lechuga en su meritoria película.
A mediados de los años sesenta, poco después de que grabara su único álbum en 1064, se le impidió por primera vez salir de Cuba, a pesar de los posibles contratos en Francia u otros países. Tras la producción de Tropicana Los romanos eran así, creada por Meme Solís a principios de los años setenta, Martha Strada solo actuó en pequeños clubes nocturnos de segunda categoría y nunca más volvió a grabar discos.
La creciente ofensiva revolucionaria y la oclusión de la vida nocturna habanera, en el llamado quinquenio gris de la cultura cubana, empujó a la Strada hacia los márgenes (tal y como ocurre con el protagonista de Santa y Andrés, quien insiste en repetir una y otra vez Viento en su grabadora de casetes).
Y aunque los medios jamás creyeron demasiado en el talento y el estilo de Martha Strada, aunque sus escasas presentaciones eran disfrutadas por un público fiel de intelectuales, bohemios, gays y lesbianas, hasta los años ochenta, cuando se vio precisada a abandonar los escenarios por razones de salud.
Así, la Strada se transformó en una especie de símbolo de una serie de artistas incomprendidos por ciertos mediocres funcionarios de la cultura, incapaces de comprender la singularidad del talento y de colocarlo en los circuitos adecuados. Y en su trágica dimensión de mito venido a menos, apareció un par de veces en la televisión muy a principios de los años noventa, de la mano del realizador Camilo Hernández, en un papel especial, declamando un poema de Eliseo Diego , dentro de una vanguardista versión de Emma Zunz.
Más tarde, Carlos Díaz usó una grabación de La tómbola para clausurar las funciones de la Trilogía de Teatro Norteamericano. Y un travesti llamado Mimí se hizo popular en el famoso Mejunje de Santa Clara doblando las canciones de Martha Strada, y tratando de copiar su estilo inimitable.
Rescatada del casi olvido por la banda sonora musical de nuevo filme cubano Santa y Andrés, Martha Strada alcanzó dimensiones de mito urbano en la escena nocturna habanera de los años sesenta y setenta, gracias a su voz grave, sus vestidos negros, y a un estilo escénico singular, casi siempre adolorido y trágico, pero también sensual y fascinante.
La Strada fue apasionada declamadora de los poemas de Rafael Alberti, García Lorca, Antonio Machado y César Vallejo, y además corrió el riesgo de alimentar su repertorio a partir de versiones baladas españolas, francesas o italianas comoAbrázame fuerte, La tómbola, Venecia sin ti, La mamma, o el himno de Raphael Yo soy aquel, que la cantante transformó en Yo soy aquella. Además, estaba la memorable En días como hoy, y la telúrica Viento, que ahora rescató el cineasta Carlos Lechuga en su meritoria película.
A mediados de los años sesenta, poco después de que grabara su único álbum en 1064, se le impidió por primera vez salir de Cuba, a pesar de los posibles contratos en Francia u otros países. Tras la producción de Tropicana Los romanos eran así, creada por Meme Solís a principios de los años setenta, Martha Strada solo actuó en pequeños clubes nocturnos de segunda categoría y nunca más volvió a grabar discos.
La creciente ofensiva revolucionaria y la oclusión de la vida nocturna habanera, en el llamado quinquenio gris de la cultura cubana, empujó a la Strada hacia los márgenes (tal y como ocurre con el protagonista de Santa y Andrés, quien insiste en repetir una y otra vez Viento en su grabadora de casetes).
Y aunque los medios jamás creyeron demasiado en el talento y el estilo de Martha Strada, aunque sus escasas presentaciones eran disfrutadas por un público fiel de intelectuales, bohemios, gays y lesbianas, hasta los años ochenta, cuando se vio precisada a abandonar los escenarios por razones de salud.
Así, la Strada se transformó en una especie de símbolo de una serie de artistas incomprendidos por ciertos mediocres funcionarios de la cultura, incapaces de comprender la singularidad del talento y de colocarlo en los circuitos adecuados. Y en su trágica dimensión de mito venido a menos, apareció un par de veces en la televisión muy a principios de los años noventa, de la mano del realizador Camilo Hernández, en un papel especial, declamando un poema de Eliseo Diego , dentro de una vanguardista versión de Emma Zunz.
Más tarde, Carlos Díaz usó una grabación de La tómbola para clausurar las funciones de la Trilogía de Teatro Norteamericano. Y un travesti llamado Mimí se hizo popular en el famoso Mejunje de Santa Clara doblando las canciones de Martha Strada, y tratando de copiar su estilo inimitable