Los efectos sobre el lenguaje cuando los
gobernantes no están obligados a rendir cuentas por lo que dicen
En los actos de repudio suelen entonarse las frases más ráncias del ‘fidelismo revolucionario’ Cuba y la prostitución de las palabras
Roberto Jesús Quiñones Haces | Cubanet La ciencia moderna tiende a la interconexión, un fenómeno imprescindible. La semántica, en sentido lato, se dedica al estudio del significado que se atribuye al lenguaje mediante sus signos. La semántica lingüística trata de la codificación y decodificación de los contenidos lingüísticos, pero nada serían sus estudios desconociendo la realidad social que los contextualiza.
Como toda revolución duradera, la castrista ejerció una fuerte influencia sobre el lenguaje del cubano contemporáneo. “Señor” fue sustituido en 1959 por “compañero”, una hermosa palabra que no merece cualquiera. Una expresión como “pa’ lo que sea, Fidel, pa’ lo que sea”, reiterada en múltiples actos políticos ante el líder histórico de la revolución, se hizo normal a pesar del machismo del cubano. Otras concomitantes como “sacude la mata, Fidel”, “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita” y “p’alante, p’alante, y al que no le guste que tome purgante”, forman parte de la memoria popular.
A esa fraseología no exenta de vulgaridad se unieron expresiones propagadas por la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) durante las últimas décadas, pero estas no gozaron de la misma aceptación que las mencionadas precedentemente, e incluso en algunos casos resultaron perturbadoras debido a su anfibología o manifiesta incongruencia con la realidad. Una de ellas: “Somos felices aquí”, apareció en pleno Período Especial y se pintó reiteradamente hasta en paredes de hospitales y cementerios, lo cual fue, indudablemente, un contrasentido. Mayor incongruencia fue enarbolar esa frase en un momento en que el éxodo cubano inició un ascenso hasta hoy indetenible. Otra más reciente, “aparentar lo que somos”, provocó muchos cuestionamientos.
En público, los dirigentes cubanos jamás han dicho una frase que es muy tenida en cuenta por el pueblo. Me refiero a “haz lo que yo digo y no lo que hago”, representativa de la doble moral que permea a este país desde la cúpula más alta hasta el más humilde ciudadano. No en balde la casta de dirigentes políticos y administrativos cubanos se distingue, amén de su marcada mediocridad, por su arribismo y simulación.
La palabra en Cuba pasa por un arraigado proceso de prostitución debido a que quienes hacen mayor uso público de ella, magnificado por los medios de comunicación masiva, gozan de la impunidad que proporciona un poder que no les ha sido otorgado democráticamente. Hablan sin estar compelidos a rendir cuenta de lo que dicen, por eso prostituyen las palabras.
Fidel Castro hizo votos públicos en muchas ocasiones en defensa de los oprimidos y discriminados. Fue una buena opción. Pero jamás reconoció que en Cuba también hay oprimidos y discriminados. Quizás la muestra más evidente de prostitución del lenguaje revolucionario esté presente en su concepto de revolución porque, ¿cómo entender que revolución es igualdad plena cuando este proceso impuso la más feroz discriminación política? ¿Cómo pudo hablar de no mentir jamás cuando desde el mismo triunfo revolucionario comenzó a renegar de los compromisos políticos que sustentaron a la revolución mientras afirmaba que no era comunista?
Consecuentemente, cuando los dirigentes cubanos tocan sus tambores por los marginados del mundo se refieren a los de otros países, no a los que viven aquí. Y cuando hablan de la necesidad del diálogo y de la tolerancia se refieren a fuerzas políticas divergentes de otros países, nunca las del nuestro; porque en definitiva, según ellos y sus adulones latinoamericanos, aquí se puede golpear y detener impunemente a los opositores, robarles sus bienes y encarcelarlos y eso no es una violación de los derechos humanos.
El general de ejército Raúl Castro Ruz ha dicho reiteradamente en público que la falsa unanimidad hace mucho daño porque es ficticia. A pesar de reconocerlo, no ha dictado una sola regulación para garantizar el derecho a la inconformidad, el cual debe gozar de protección para que quienes lo ejerzan no se vean amenazados por el poder del Estado, sus instituciones y dirigentes, algo que distingue a las sociedades verdaderamente soberanas y libres.
Todo cambia en el mundo y en Cuba, hasta el ámbito de los significantes lingüísticos. Aquí un “luchador” no es un ladrón que roba en su centro de trabajo o esquilma al comprador de los servicios que oferta, sino alguien que sobrevive ventajosamente y suscita admiración en muchos que lo ven como un triunfador. Y una jinetera no es una prostituta sino otra “luchadora” a la que no pocos rinden pleitesía.
A fines de la década de los setenta del pasado siglo “los gusanos traidores” se convirtieron en “mariposas” encargadas de traer en sus polícromas alas los dólares y la pacotilla que necesitaban sus parientes de acá. Poco tiempo después, cuando los sucesos del Mariel, muchos “aguerridos combatientes revolucionarios” se convirtieron en “escorias” y “tapaditos” gracias al lenguaje del comandante. Hoy mismo, “come-candelas” de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior, quienes recibieron confortables mansiones que pertenecieron a los burgueses, son flamantes dueños de restaurantes y alquileres ubicados en esos inmuebles y continúan loando al castrismo, pero ahora como aprendices capitalistas ansiosos de que eliminen todas las amarras socialistas.
¡Cosas veredes, Sancho!, diría el Ingenioso Hidalgo si apareciera en alguna de nuestras ciudades. Y, congruente con su verticalidad, se daría gusto deshaciendo entuertos, ensartando con su lanza a tanto hipócrita y rectificando tanta voz prostituida.
|