Foto por Karla Gallegos
"Transicionar a hombre me llevó a cuestionarlo todo" "Conocí algunas masculinidades y terminé asqueado": Nathan, hombre transexual
Guillermo Rivera - Vice Nathan bebe cerveza silenciosamente, con la mirada fija en algún punto imaginario, como si se cerciorara de lo que va a decir: "Soy un hombre trans, así me defino porque no quiero entrar en controversia con las definiciones. No me asumo transexual porque esa palabra carga una connotación médica, como una especie de diagnóstico que normaliza los cuerpos", suelta. Nada en su figura sugiere la vida que ha llevado: antes de convertirse en adulto asumió un rol femenino, durante algunos años su aspecto andrógino entrevía una identidad que de a poquito se esclarecía y hasta los 25 tomó conciencia de quién era, de qué quería. Los años pasados se había dedicado a imitar. Eso y ya.
No, nada en su semblante alegre o en los tonos verdes-azules del cabello revela un pasado complejo, el cual se intuye cuando muestra la frase del tatuaje en su antebrazo: "Burned by the flame, I saw I'm made of". "No siempre, pero tienes que vivir en las llamas para descubrir de que están hechas y de qué estás hecho tú. Son pruebas", examina Nathan, de cuerpo delgado y tez clara. Con total seguridad, declara que cuando una persona ingresa a un mundo transgresor, como es su caso, las definiciones se vuelven cajones reducidos, "donde muchos no caben. En un primer momento, las categorías están bien, pues las personas encuentran un lugar donde reconocerse y sentirse pertenecientes. También son explicaciones para quienes no están familiarizados con el tema, pero puedes caer en error al nombrar a alguien que no desea ser nombrado".
Es viernes por la tarde. En el restaurante céntrico, Nathan, de 29 años, da otro sorbo a la cerveza y confiesa que entra en apuros si se sitúa en alguno de los extremos: catalogar o no hacerlo. Al final, "es un equilibrio. Quienes se narran desde lo transexual, quizá en su proceso lo entendieron así. En mi caso, constantemente estoy en una construcción y deconstrucción. En cierto tiempo, me voy sobre algún discurso… pero luego cuestiono".
Fija la mirada en la botella y aclara que, aunque se piense lo contrario, ser trans no es sinónimo de revolucionario: Nathan entiende que la ropa no tiene género, pero si alguien cuestiona por qué prefiere el vestuario masculino, al segundo responde: "porque puedo. Viví tantos años con la imposición de género, que ahora me pongo lo que quiero. Sí, me siento más a gusto con prendas de hombre, pero puedo encontrar un momento para usar falda". Ahora tiene más interés en calzar tacones: "Ya sé quién soy, los zapatos no dicen nada. Me puedo travestir porque ya lo resignifico. Es otra lectura".
"Hay personas trans no binarias que van del punto A al B, pero también chicos trans que asumen el rol masculino social. Sólo quieren transicionar de esa forma. Tal vez no conocen otras, algunos pensarán que así es un hombre. Sobre los que repiten patrones machistas, sólo puedo decir que yo no lo soy. Constantemente me cuestiono. Me sitúo en lugares neutros, entre comillas. Ya vi las dos partes y no me voy sólo a una".
Nathan finaliza su primera cerveza y cuenta que no se considera un hombre feminista: ha escuchado que eso no existe y, aunque la idea lo conflictúa, "comprendo que se requieren espacios. Los feminismos dicen que no hay masculinidades no tóxicas. Me genera ruido porque pienso en quién soy y lo que represento. Prefiero desmarcarme un poco de esos discursos que, aclaro, a mí me han ayudado mucho". Conoce a mujeres transfeministas, lee sus posts en las redes sociales y piensa que es asombroso generar todo tipo de cuestionamientos sobre el machismo, las masculinidades, la construcción social de los géneros y roles pero, reflexiona, "no puedo estar inmerso ahí porque no advierto que me vean como lo que represento: un hombre. Así me nombro, así me gusta que me asuman y me vean socialmente. Al momento, no puedo decir si la masculinidad que intento construir sea o no tóxica. No sé si haya una nueva masculinidad".
Pero en la etapa de varón trans que asumió hace un lustro, Nathan también se ha enfrentado a la violencia y exclusión machista por poseer una corporalidad distinta: "Pasa cuando estás en vía de construcción de una masculinidad, o lo que entiendas por ésta". Sucedió cuando, tras iniciar su transición, frecuentó de nuevo a amistades del pasado. Un hombre gay lo recibió con un apretón de espalda. Su afán era lastimarlo. "Ya eres un hombrecito", justificó, "compórtate como tal". "No se trata de eso", explica Nathan ante la mesa del restaurante, "a esta persona no le gustaba la feminidad en él ni en su pareja. Era misógino y transfóbico. Quedé asqueado de esa 'masculinidad', de estar en contra de lo femenino para reconocerte y te reconozcan como hombre. Estoy en el proceso de no caer en eso".
Las llamas Hijo único, a Nathan —que en ese entonces asumía el rol de niña— se le permitía vestirse como quería o jugar con cualquier juguete. No había restricciones. Con su papá se iba a clases de karate y ahí descubrió su orientación sexual: lo atraía una compañera veinteañera. En la educación básica pasó como una niña más, con amistades mixtas. En la secundaria imitó a sus compañeras, los peinados, el maquillaje. "Quizá lo hacía para pertenecer", comprende ahora y da un trago a la segunda cerveza del día. Una de sus amigas le gustaba, pero, como ellas, se relacionó con hombres, aunque los besos no le generaban emociones. Cuando se presentaron los cambios físicos, no les dio importancia. No ambicionaba ser niño.
Al cumplir 10 años, sus papás se separaron. Con su papá siempre mantuvo una relación estrecha, lo admiraba, imitaba sus gestos, pero cuando se fue, se alejaron. Nathan y su mamá se mudaron del DF a Ecatepec, Estado de México, y el trato fue como siempre: distante. Se dedicó a la escuela y, cuando ingresó a una preparatoria de la UNAM, ya estaba al tanto de que algo no encajaba, pero no se mortificaba. Si todo mundo afirmaba que era mujer y a él le gustaban las mujeres, entonces era lesbiana. "La palabra me sonaba fuerte, prefería decir que era gay", cuenta, "algo faltaba, comencé una androginia porque ya había indicios de que lo que vivía no era del todo yo".
En los chats de internet acordó una cita con una chica. Se encontraron en el sur de la capital y por primera vez en su vida besó y acarició a una mujer: "Fue un parteaguas. Hubo un despertar. Sí, me gustaban las mujeres. Tenía novias, pero no quería que mi mamá se enterara, me daba pavor. Ella no era homofóbica, pero se hizo cristiana…". Nathan también participó en las congregaciones religiosas pues se armaban grupos de música, una de sus pasiones. Se apartó tras una situación incómoda: la obligación de firmar un documento en contra de las sociedades de convivencia. "Eso me hizo repensar y alejarme, pero mi familia sí se involucró. Sentía que todos estaban en mi contra. Comencé a sentirme mal por lo que sentía. Entré en depresión".
A la mitad de la preparatoria, Nathan sostenía una relación formal con una compañera. Su mamá lo sabía pero la situación no se verbalizaba. Ninguno de los dos tenía el valor. Nathan se cortaba los brazos con vidrios, no con la intención de un suicidio: el dolor emocional era tan inmenso que, para fugarse, prefería el físico. "Era más hermético que ahora, no podía externar cómo me sentía. Esto lo viví solo. Con mi novia me abría, pero ella sólo escuchaba". La familia de su entonces pareja le brindó apoyo y se fue de casa, justo en el momento en que ya había sido aceptado en la licenciatura de diseño y comunicación visual. "Me fui, era eso o morir de depresión, llegar a un punto de quiebre. Irme fue una liberación". Su mamá apareció un día en su nuevo hogar y preguntó a la suegra de Nathan: "¿Usted sabe qué son?" Ella respondió, "Sí, son una pareja". Por primera vez se mencionó el tema pero la relación con su madre se quebró.
Ya en la universidad, descubrió que sí, había algo más que una orientación sexual. Su novia era bisexual y pensaba que no había problema con una expresión de género masculina, aunque fuera mínima, el cabello corto, por ejemplo. "Siempre intentaba estar en un punto intermedio", dice. Con su novia había complicidad: en privado, ella se dirigía a Nathan como varón. Sabía que a él le gustaba. Estuvo en esa casa hasta los 24 años, cuando la relación amorosa pasó a una hermandad. Nathan buscó a su mamá, quien, indica, intentaba comunicarse con él porque sentía culpa. Con su ayuda, se instaló en una casa de estudiantes en Xochimilco y, dos meses después, comenzó a andar con otra mujer.
Un día, en broma, le dijo a su nueva novia que transitaría al rol masculino. Ella respondió: "Sí, ya sabía que eras diferente". La joven advirtió que la confesión no era un chiste y buscó a un hombre trans, amigo de su hermana mayor. De inmediato, Nathan aceptó verlo. Era 2012. "Mi proceso, quizá, fue distinto a la de la mayoría de los hombres trans. Mi conciencia llegó a los 25 años, aunque parezca raro que todo ese tiempo no me cuestioné. Viví la vida como me dijeron, imitaba. Gracias a ese chico trans descubrí quién era y eso fue una bomba. Había algo antes que me hacía enojar mucho, me sentía frustrado. Con él conocí la palabra trans, una revelación. Luego conocí a otro trans, busqué información y se me abrió el mundo. La transición trajo vivir las cosas de manera más sincera. Cuestionarlo todo", asegura Nathan. Acudió a la Clínica Condesa, donde el tratamiento hormonal es gratuito. Una doctora le efectuó los estudios necesarios, pero dar el paso fue pesado. No asimilaba los cambios que vendrían, demasiadas noticias en poco tiempo. Enfrentarse al proceso era complicado porque, tras iniciarlo, ya nada iba a ser igual. Seis meses después, por fin se decidió.
Otro asunto quedaba pendiente: su mamá. "El proceso con ella ha sido lento. Durante seis años no tuvimos contacto. Fue difícil decirle que era trans. Cuando yo ya llevaba unos meses en hormonas, falleció un tío y fui al funeral. Ya me había cambiado la voz y mi mamá lo notó", recuerda. Había llegado el momento de hablar. La solución fue crear un video en el que se confesó y habló de sus planes. Su mamá respondió que no estaba de acuerdo. Nathan cuenta: "Alguna vez me dijo hijo, en unas vacaciones. En el lugar nadie sabía quién era yo y me hablaban en masculino. Ella también lo hizo. Fue muy gratificante. Ahora, a veces nos vemos para ir a comer y me dice que ya va a cumplirme 'el capricho' de decirme Nathan, pero no la siento auténtica, por eso me he separado de ella. Me pidió que le regalara mi identificación pasada, está en situación nostálgica. Es como si fuéramos dos desconocidos".
Sé de qué estoy hecho Privilegios de transitar al rol masculino: caminar sin temor a media noche, portar un pantalón ajustado y no ser acosado. "Hay peligro de un asalto, pero no de que me quieran tocar", advierte. Pero Nathan admite que, aunque ahora su físico pasa como el de cualquier otro varón y ya efectuó el cambio legal de nombre, teme que, si en algún momento alguien se percata de que tiene vulva y senos, la respuesta sea algún tipo de violencia, incluso sexual. "Vivo con ese miedo, de una detención arbitraria de un policía, o una revisión, que me despojen de la ropa. Es una posibilidad", dice y bebe la tercera y última cerveza de la jornada.
Con el tratamiento que comenzó hace un lustro, las venas de las manos se marcaron, brotó el vello en brazos, piernas y mentón, la nariz se ensanchó, se redujeron las caderas, emergió una barriga discreta. Nathan, más que vellosidad, ambicionaba que las hormonas provocaran un cambio de voz, escuchar un tono adolescente. Y así fue. "Los cambios no son rápidos, pero es bueno porque los vas disfrutando, asimilando", expone.
Otro cambio llegó también: "Antes no me podía desnudar de la cintura para arriba. Ahora no me importa, aunque hay rachas. A veces sufro disforia, al preguntarme sobre estos discursos del cuerpo. Tengo una vulva, un clítoris que creció y no me voy a limitar, ya me di permiso de disfrutar mi cuerpo. Si me penetran con un pene de carne o plástico, no dejo de ser el hombre que siempre me he percibido. Por obligación, alguna vez salí con hombres. Ahora no me cierro a ninguna posibilidad. Me gustan las mujeres cisgénero, pero no sé si me involucraré con una mujer trans u hombre cisgénero. Aunque uno sea trans, romper con lo impuesto cuesta mucho".
Conservar el útero no lo conflictúa, pero sí quiere efectuarse una mastectomía. Si le preguntan si desea tener pene, responde que no ha llegado el momento de tomar esa decisión: un falo no hace una relación sexual, comenta: "hay muchas otras cosas para disfrutar. No es prioridad. No sé si voy o no por un pene porque no termino de procesarlo. En momentos, la gente trans quiere uno, pero más allá de lo físico, sexual, tiene una connotación social, simbólica. Es algo que en el proceso debes saber manejar, porque si no, te tira. Hay bajones".
Ahora tiene una nueva novia, quien llegó a alquilar al lugar de estudiantes. El romance se dio. Nathan le confesó que era trans y no hubo problema. "Ella sabe que no soy proveedor, económicamente no estoy en mi mejor momento", señala. Por el momento, es diseñador freelance y consuma un proyecto: La Trans-Tiendita, que ofertará productos para personas LGBT. "Hay pocos lugares así", indica, "en Zona Rosa los costos son elevados. Y no abarcan todas las categorías e identidades donde la gente se mueve. Quiero visibilizar otras formas: una pulsera, un anillo con los colores de la bandera asexual, por ejemplo".
Al final de la charla, recuerda aquel recibimiento violento masculino: el apretón transfóbico: "Al introducirme más, me di cuenta de que salí de un cajón, el asignado, para meterme a otro", analiza, "y no me checó. Fui observador de hombres, durante mucho tiempo. Veía la vestimenta, el comportamiento. Eso quizá me enriqueció, pero decidí no convertirme en un hombre así. Jugar al cisgénero tiene consecuencias: no sabes si en el ambiente es totalmente seguro hacerte visible como hombre trans".
En el mundo masculino, Nathan reconoce dos puntos opuestos: el heteronormado-hegemónico y el disidente-transgresor. Ambos "son respetables, tienen pro y contras", testifica, "saco cosas buenas y malas, y prefiero ser observador. Los dos polos exigen ciertas expectativas, que hables de cierta manera, que tengas discurso. El hegemónico te pide que violentes, que niegues la feminidad. Cuando estuve del lado transgresor, en un momento ignoré mi disforia, por el rollo de la aceptación, pero acepto que a veces percibo que ciertas partes de mi cuerpo no deberían estar ahí, o ser modificadas. Por eso me coloco en un punto medio, observo y tomó de ambos lo que me plazca, lo que yo elija. Ya no estoy para cumplir las expectativas de nadie".
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