Las oportunidades y los riesgos para Donald Trump tras el bombardeo a Siria
DAVID E. SANGER — WASHINGTON
Al lanzar un ataque militar aéreo tan solo 77 días después de empezar su mandato, el presidente Trump tiene una oportunidad –sin garantía alguna– de cambiar la percepción sobre desorden en su gobierno.
El ataque también será un tema central para la reunión programada para la próxima semana entre el secretario de Estado Rex Tillerson y el presidente ruso Vladimir Putin; el primer encuentro cara a cara entre un líder ruso y un integrante del equipo de Trump desde que este entró a la Casa Blanca.
Antes del ataque contra una base aérea siria la noche del 6 de abril, supuestamente en respuesta al uso de gas sarín contra civiles en Idlib, se esperaba que la reunión se centrara en la investigación de los ciberataques rusos y la presunta interferencia en las elecciones presidenciales estadounidenses a favor de Trump.
Pero la acción en Siria le da al nuevo gobierno de Estados Unidos la oportunidad de demandar que Putin —quien apoya logísticamente a Bashar al Asad, cuyo gobierno ha negado que el régimen sirio haya usado armas químicas— contenga o impulse la salida del presidente sirio. De otro modo, la Casa Blanca amenazaría con expandir su acción militar de manera rápida.
El ataque con armas químicas contra la provincia de Idlib, bajo control rebelde, forzó la mano del gobierno de Trump, según Antony Blinken, subsecretario de Estado de Barack Obama.
“Esto va más allá de Siria”, dijo. “Asad contravino una norma que hemos respetado desde la Primera Guerra Mundial”, cuando se usaron armas químicas a gran escala por primera vez.
Varios asesores de Obama, entre ellos Blinken, habían argumentado a mediados de 2013 que debían tomarse acciones similares a las de Trump, cuando Obama dijo que Asad no debía cruzar una línea roja tras un ataque con gas cloro por parte del régimen sirio.
En vez de tomar acción militar como amenazó con hacer, Obama, junto con Rusia, llevó a que Asad acordara sumarse a una convención sobre la eliminación de armas químicas y a que estas –aunque claramente no todas– fueran sacadas del país.
Trump argumentó durante la campaña presidencial que la decisión de Obama al respecto delataba una debilidad estadounidense y no debía repetirse, por lo que parecía predestinado a lanzar el ataque aéreo del jueves.
Aun así, hay importantes riesgos para Trump una vez que pase la satisfacción inmediata de hacer que Asad pague por actos barbáricos como el de Idlib.
El primero de estos riesgos es si su apuesta con Putin falla. El líder ruso probablemente prefería a Trump frente a su rival electoral, Hillary Clinton. Pero es poco probable que Putin acceda ser parte de un acuerdo que amenace su influencia sobre Siria, que lo afianza en Medio Oriente. Siria alberga la principal base militar de Rusia fuera de las fronteras de esta.
El portavoz de Putin, Dimitri Peskov, declaró este viernes que los bombardeos representan un “golpe significativo” a las relaciones entre Washington y Moscú y que Putin los considera una violación de la ley internacional hecha bajo un pretexto falso. La Cancillería rusa anunció que congelará un acuerdo bilateral para coordinar las operaciones aéreas en Siria, un pacto que había sido utilizado en su mayoría para combatir al Estado Islámico.
Ese es otro riesgo para Trump por tomar acción contra Asad: que esto amenace su principal objetivo en la región, que es derrotar al Estado Islámico. Si Siria colapsa por falta de un líder se podría convertir en un bastión del terrorismo islamista.
No queda claro si los milicianos del Estado Islámico, golpeados desde antes de que Trump tomara posesión, podrían explotar una situación en la que Siria esté todavía más astillada. Pero el general David Petraeus, quien diseñó la incursión iraquí, ha hecho notar que una de las lecciones del principio de este siglo XXI es que si se crea un vacío de poder será aprovechado por extremistas islámicos.
El tercer riesgo para Trump es que no tenga plan alguno para promover la paz en Siria. Las negociaciones lideradas por Estados Unidos para crear un acuerdo político, la misión del exsecretario de Estado John Kerry durante sus últimos 18 meses en el cargo, colapsaron.
Tillerson no ha mostrado disposición alguna para retomarlas. Y el presupuesto que presentó Trump prevé recortes a los mismos programas que darían alivio a los sirios desamparados, desplazados y amenazados que han sobrevivido seis años de guerra civil.
Claramente, el conflicto que llevó a Trump a tomar acción militar por primera vez en su mandato no es el conflicto que estaba buscando, en particular cuando usar la fuerza para defender a un pueblo extranjero de un dictador no cabe dentro de su definición de “Estados Unidos primero”.
Aunque, como sus predecesores, Trump no tuvo la oportunidad de elegir los eventos que culminaron en el ataque militar.
La pregunta ahora es si el nuevo equipo presidencial puede convertir la intervención en Siria en algo más que una muestra de fuerza simbólica.
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