Fidel Castro junto al dictador soviético Nikita Jrushchov
Hildebrando Chaviano Montes | La Habana | Diario de Cuba El día 1 de enero de 1959 se produjo la caída oficial de la dictadura de Fulgencio Batista. El tirano huyó con un grupo de familiares y cofrades. Todo el pueblo aplaudió a los barbudos que bajaron de la Sierra Maestra envueltos en pañolones con vírgenes y adornados con collares y crucifijos.
Precedidos inconcebiblemente por la aureola del fallido ataque al cuartel Moncada de Santiago de Cuba en julio del año 1953, y con el fundamento político ideológico de un alegato en contra de la tiranía y a favor de la instauración de un régimen democrático, la revolución de la Sierra Maestra tuvo el apoyo de todas las clases del país y de gobiernos latinoamericanos como el de Rómulo Betancourt en Venezuela y José Figueres en Costa Rica. Incluso el cónsul de EEUU en Santiago de Cuba llegó a manifestar a Frank País que si se producía un hecho al estilo del 30 de noviembre el régimen caería.
El citado hecho previsto por el cónsul norteamericano fue la huelga general del 9 de abril de 1958 que, aunque fue otro fracaso en lo que llegaría a ser un rosario de fracasos revolucionarios, en efecto sacudió lo que quedaba de estabilidad al Gobierno de Batista y dio un brusco giro a la guerra a partir del descrédito del régimen por los crímenes cometidos en relación con la huelga y la consiguiente toma de conciencia de la ciudadanía.
Hasta ahí todo iba bien, pero todos los que cayeron en la lucha clandestina en las ciudades o combatiendo en las montañas vieron traicionada su memoria cuando la democracia por la que derramaron la sangre fue traicionada y en su lugar se instauró un régimen aún más oprobioso si es que eso era posible.
Se olvidó la Constitución del 40 y las elecciones y en su lugar se confiscaron bienes a diestra y siniestra, se fusiló por venganza, pública e indiscriminadamente a esbirros, chivatos, militares sin crímenes cometidos y personas inocentes sin vínculos con el régimen anterior pero que por alguna oscura razón cayeron en la mira de los nuevos esbirros disfrazados de justicieros.
Pero el proceso no se detuvo en el arrebato sangriento de las revoluciones, la revolución democrática se convirtió de pronto, y a despecho de lo jurado por su líder, en una revolución comunista con todo lo que ello implica. Fidel Castro conculcó los derechos a la libertad de prensa, a la libre expresión, asociación, reunión y demanda, abolió la propiedad privada y la libre empresa y para lograr semejante control sobre la sociedad le bastaron los diez primeros años de gobierno.
Si la gestión del Gobierno fidelista se hubiera ajustado al programa del Moncada, Cuba sería un ejemplo de país próspero y democrático, pero el comunismo ha demostrado ser un error histórico y los errores se pagan.
El empecinamiento senil en construir algo que no tiene pies ni cabeza está bastante lejos del "cambiar todo lo que deba ser cambiado". Fidel Castro primero y sus seguidores detrás, están empantanados en lo que ellos llaman construcción del socialismo, pero que en realidad no es nada más que una pesadilla.
La revolución contra la dictadura batistiana era una necesidad y la huelga del 9 de abril parte del precio que había que pagar, no cabe duda, pero embarcar a todo el país en una aventura dictatorial hacia lo que en 1959 podía ser un destino desconocido y que 100 años después de la revolución bolchevique en Rusia es un reconocido fracaso, es irresponsable y criminal.
Los únicos que disfrutan los "logros de la revolución" son los generales y miembros de la elite gobernante. La salud y la educación, supuestamente gratuitas, no son más que migajas de lo que el Estado socialista le roba al pueblo trabajador. Después de tanta sangre derramada está por ver qué rumbo toma la nación cubana en una encrucijada marcada por la democracia, la economía de mercado y el desarrollo hacia un lado, y el comunismo, la esclavitud y la miseria del otro.Fuente Diario de Cuba
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