Cubanos intentan obtener agua
Una de las primeras cosas que se olvidan al llegar al exilio es el jarrito y el cubo de agua para bañarse. Imaginemos a una compatriota miamense de regreso a Cuba después de años. La dama se enfrenta al dilema del jarrito: una inmersión en el pasado. Como si nunca hubiera salido de la Isla, parada frente al cubo a medio llenar, calentado en el fogón o con calentadores de electrocución, no sabe si reír, llorar o las dos cosas a la vez. Y sin que en apariencia una cosa tenga que ver con la otra, tras este primer baño de memorias, la dama verifica bien el día y la hora del pasaje de regreso.
Parece que el problema del agua en Cuba es antológico y cada día se halla más alejado de una solución. Por su estrechez y escasos ríos, la Isla carece de los raudales que empantanan el continente. Desde principios del siglo XVI las autoridades españolas enfrentaron la escasez de agua con inventivas como la Zanja Real (1592) o el famoso Acueducto de Albear (1893), nombre tomado del proyectista, el coronel Francisco de Albear, quien falleciera años antes de la inauguración. La Habana no era la única capital sedienta: en Santiago de Cuba, por su geografía y otros problemas, la penuria del agua parece acompañarla de siempre. A tal punto el agua ha sido parte de la incultura nacional, que los candidatos de la República siempre prometían agua, caminos y escuelas.
Y quizás por esa misma razón, aguas, caminos y escuelas fueron parte de la masa inercial con que el llamado Gobierno Revolucionario arrancó esta ordalía que dura más de medio siglo. Lo de las escuelas no salió tan mal. Quizás pocos para un pueblo ávido de conocimientos, pero había muchos maestros y muy bien preparados. Se convirtieron los cuarteles en escuelas. En realidad, no hacía falta: la Isla entera es un gran campamento.
Los caminos no siguieron el consejo de Machado, el poeta, pues no se hicieron al andarlos. Después de 40 años de empezada, aún la Autopista Nacional, o lo que queda de ella, tiene tramos por construir. Muchos han tenido sus últimos minutos de vida en esa carretera mal iluminada y peor cuidada. En cambio, y como la Puerta de Alcalá, la Carretera Central de tiempos de Machado, el tirano, todavía ahí está, viendo pasar el tiempo.
Pero el agua se lleva las palmas. Habrá mayores que recuerden aquello de "la voluntad hidráulica". Como ha sucedido con casi todo delirio megalomaníaco, la Isla se llenó de huecos, algunas de esas presas y represas sin el más mínimo respeto hacia Arquímedes, la dinámica de los fluidos, o la ecología tropical. Y debe constar que nuestros ingenieros, la mayoría muy bien calificados, advirtieron a tiempo el desastre. Todavía debe haber una carretera entre Pinar y La Habana sepultada para siempre por el desborde de un embalse mal ubicado o deficientemente construido.
A pesar de que nada o casi nada ha sido resuelto, de que el difunto político Carlos Lage y otros dirigentes inauguraron obras en Santiago de Cuba ene veces, todavía esa ciudad acusa un suministro de agua como si estuviera en el medio del Sinaí. En La Habana nos acostumbramos a la dicha de tener agua un día sí y otro no. Y a las pipas compradas. Y los llamados "ladrones de agua" que chupan hasta la última gota de líquido del vecino.
La sed de abundante agua en la Isla sigue siendo proporcional a la falta de libertad y creatividad para resolver el problema. Y por si fuera poco, la naturaleza también se ensaña: hay una sequía que amenaza convertir los suelos en arenales. Ni la creación hace dos décadas de Aguas de La Habana, una empresa mixta cubano-española, ha podido arreglar los salideros, acabar con los charcos pútridos, evitar la contaminación del acuífero subterráneo, causa frecuente de enfermedades gastrointestinales como el cólera, desaparecida durante la Republica.
Por eso es curioso y risible si no fuera por lo dramático, que se haya realizado en la isla la II Convención Internacional Cubagua 2017. Y que uno de los premios se le haya concedido a algo llamado Panel Eléctrico para la Planta de Tratamiento Residual (SIC), en el remoto lugar de La Quebrada. Las conclusiones del evento, leídas por el lugarteniente aguador cubano, no pueden ser menos cantinflescas: "Concluye hoy una etapa de trabajo y se inicia otra no menos importante hacia la concreción del conocimiento y las experiencias adquiridas, con vistas a generalizar las soluciones que se han intercambiado".
¿Sabrán los cubanos que hay cientos de procedimientos y tecnología para tratar el agua? ¿Tendrán una idea cierta del estado calamitoso e insoluble del agua en Cuba? ¿Podrán darse cuenta algún día que es la empresa privada y los contratistas los únicos que se toman muy en serio los salideros, las tuberías añosas, y el tratamiento de las aguas residuales?
¿Cómo se sentirá esa dama miamense, ausente de la Isla por tanto tiempo, frente al jarrito y el cubo? ¿Qué mueca hará su rostro, maquillado con los productos de Macy's, cuando el jarrito deje caer poco a poco —porque hay que ahorrar— el agua tibia, o fría tal vez? ¿Regresara al próximo año o con esa experiencia habrá sido suficiente? Bien le vendría una risa franca. Y parafrasear así los versos de Machado, el poeta: Visitante no hay camino, se hace camino al andar, y al volver la vista atrás, se ha de mirar la miseria que nunca se ha de volver a pasar.
*FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ