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General: El Gran Dictador, la película de Chaplin cuyo legado sigue muy vigente
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: CUBA ETERNA  (Mensaje original) Enviado: 17/04/2017 19:46
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CHARLIE CHAPLIN, EL GRAND DICTADOR
La película es una conmovedora reivindicación de la libertad y la democracia
       El gran dictador, una película cuyo legado sigue muy (demasiado) vigente, casi ocho dećadas más tarde
          Por Pablo Fernández  Vix
La vasta historia de la sátira política, tan antigua como la política misma, tiene en la película El gran dictador (1940) uno de sus ejemplos modernos más acabados y significativos, no solamente por los méritos cinematográficos y el valor histórico del film enmarcado en la obra del gran Charlie Chaplin, sino precisamente por el alcance y la contundencia de su sátira.

Por las implicaciones políticas de hacer, a poco de comenzada la Segunda Guerra Mundial y cuando los Estados Unidos todavía no había roto relaciones diplomáticas con Alemania tratando de permanecer fuera del conflicto, una parodia del fascismo, el nazismo y sus célebres representantes.

La tragedia y la farsa
Charlie Chaplin comenzó a trabajar en la película en 1938, cuando la amenaza de Adolf Hitler y la Alemania Nazi se cernía sobre Europa pero todavía no había estallado el conflicto internacional.

La persecución a los judíos y otras minorías, sin embargo, amparada ideológicamente en la concepción de superioridad de la raza aria, ya llevaba varios años como una práctica establecida del régimen nazi, y fue esto lo que sirvió para dar pie a la trama de El gran dictador.

Chaplin, que además de dirigir, escribió, produjo, hizo la música y protagonizó la película en un doble papel, aparece primero en el papel de un barbero judío que vive en un ghetto bajo el régimen de un dictador fascista, quien luce exactamente idéntico a él.

Excepto que el dictador lleva siempre su distintivo atuendo militar (con el que luce, por su parte, idéntico a Hitler y, casualmente se apellida Hynkel).

La anécdota cuenta que Charlie Chaplin asistió en Nueva York, junto al cineasta francés René Clair, a una proyección de la película El triunfo de la voluntad (1935) de la propagandista nazi Leni Riefenstahl, que muestra un congreso del partido Nazi en Nuremberg, a sus miles de fervorosos seguidores y los encendidos discursos de Hitler que avivavan las masas de manera impresionante.

Es la película que dio inicio a esa iconografía nazi que hoy todos conocemos.
El poder de la película es innegable y el talento de la directora ha sido reconocido por el canon artístico cinematográfico.

Las reacciones de los dos directores fueron opuestas.
El francés René Clair quedó aterrado al ver El triunfo de la voluntad, y consideró que la película no debería ser mostrada ya que los opositores al régimen nazi estarían perdidos con esa pieza de propaganda tan efectiva.

Chaplin, en cambio, halló a la película hilarante.
En un imperdible documental recientemente estrenado en Netflix, titulado Five Came Back, que trata sobre la relación de Hollywood con la Segunda Guerra Mundial, uno de los directores que dan testimonio dice sobre esas imágenes de Hitler: “Si no fuera tan macabro, si no estuvieran muriendo asesinadas miles de personas... eso sería una comedia”

Chaplin vio la parte de comedia en todo eso, aunque luego, en su autobiografía de 1964, se manifestó arrepentido, diciendo que si hubiera sabido el verdadero alcance de los horrores de que eran capaces los nazis, no habría hecho la película.

Pero a fines de la década del 30, El triunfo de la voluntad inspiró a Chaplin para hacer El gran dictador, y volvería a ver varias veces la película de Riefenstahl para captar los gestos y el estilo oratorio de Hitler, y reproducirlo satíricamente en su película.

El mejor dictador
Personalmente hay algunas escenas que son de mis favoritas de la película y que captan la genialidad y la agudeza de Chaplin a la hora de ridiculizar a los líderes fascistas, pero también para establecer poderosos momentos catárticos o metafóricos, aunque sin nunca perder el humor.

La primera es demasiado simple y directa, y representa la mezquindad de estos líderes. En la película aparece un dictador de otra nación, llamado Napaloni, una parodia de Benito Mussolini.

Su primera película sonora
Todas estas escenas anteriores evidencian el hecho de que Charlie Chaplin llevaba más de dos décadas haciendo brillantes películas mudas.

Se pueden ver y apreciar perfectamente sin escuchar los diálogos y su poder reside casi exclusivamente en lo visual.

Pero El gran dictador es también famosa por ser la primera película sonora de Chaplin, que se había resistido a hacer este tipo de películas pese a que, para fines de la década de 1930, todo Hollywood ya había abandonado la producción de películas mudas.

Se puede sospechar cuál fue la motivación de Chaplin para hacer de El gran dictador su primera película sonora.

En primer lugar, por el efecto humorístico de esta escena, inspirada precisamente en los discursos de Hitler de El triunfo de la voluntad.

Aprovechando que, tras una serie de enredos propios de una comedia, todo el mundo lo ha confundido con el dictador Hynkel, el humilde barbero judío aprovecha la oportunidad de subirse al estrado y dar un discurso opuesto a aquel de odio (nunca del todo explícito en la película) que había caracterizado al verdadero dictador.

Esta vez, ya no en esa incomprensible jerigonza previa, sino con una dicción clara y cristalina.

No es poca cosa que Chaplin, quien hasta el momento nunca había hablado en una película, haya decidido hablar por casi 5 minutos.

Mucho ha pasado desde que se estrenó El gran dictador, y mucha agua ha corrido bajo el puente. Hoy nadie pondría ese discurso en una película porque sería considerado ingenuo.

Pero el mensaje todavía hoy, casi ocho dećadas más tarde, sigue tan vigente como entonces.

Las motivaciones para iniciar ese costoso proyecto -su realización le llevaría dos años, con un presupuesto de dos millones de dólares- no fueron sólo cinematográficas: Chaplin se propuso también despertar la conciencia democrática y combatir las tendencias capitulacionistas en Gran Bretaña (dominantes desde la Conferencia de Múnich) y aislacionistas en Estados Unidos (sólo el bombardeo de Pearl Harbour en diciembre de 1941 desvanecería ese ensueño). Aunque los trabajos preparatorios de El gran dictador se remontan a 1938, los objetivos movilizadores de su alerta temprana no llegaron a tiempo: la película sería estrenada en octubre de 1940, a los 13 meses de la invasión alemana de Polonia e inmediatamente después de la ocupación nazi de Francia y de la batalla aérea de Inglaterra.

Poderosos grupos pronazis intentaron primero sabotear el rodaje de la película y boicotear después su distribución dentro y fuera de las fronteras de Estados Unidos; el presidente Roosevelt dejaría caer a un desconcertado Chaplin durante una visita a la Casa Blanca el reticente comentario de que su película estaba dando muchos quebraderos de cabeza a la Embajada americana en Buenos Aires. Tanto el exitoso estreno del filme como la posterior militancia de su director en la causa antinazi y su apoyo al esfuerzo bélico (incluida la opinión favorable a la apertura de un segundo frente que aliviara la presión alemana sobre la Unión Soviética) desataron una feroz campaña contra Chaplin, acusado de comunista. Por supuesto, El gran dictador no sería estrenada en la Europa ocupada hasta la rendición de Alemania; en España fue necesario aguardar hasta la muerte de Franco para que se proyectara en nuestras pantallas, un claro indicio de que los disfraces del régimen tras la derrota del Eje dejaron intactas sus viejas, profundas y emocionales lealtades con Hitler y Mussolini.

La película es una sátira feroz del nazismo, un cruel daguerrotipo de Adolfo Hitler (Adenoid Hynkel) y de Benito Mussolini (Benzina Napaloni), una crítica ridiculizadora de la mística fascista, una conmovedora reivindicación de la libertad, la igualdad y la democracia. Los discursos inarticulados de Chaplin como Hynkel son una genial imitación cómica de las arengas hitlerianas en Núremberg, Múnich o Berlín. La secuencia del dictador jugando con un enorme globo -o César o nada- es seguramente la mejor interpretación de toda la carrera cinematográfica de Chaplin, sin que desmerezcan otras escenas antológicas como las condecoraciones arrancadas a Göring (Herring) por su jefe, los inventos del TBO -el traje a prueba de balas y el paracaídas miniaturizado- que les cuesta la vida a sus patentadores, la accidentada llegada del tren especial de Napaloni a la estación de la capital de Tomenia, el gran baile en la cancillería o la bronca rebozada en fresas y mostaza entre Hitler y Mussolini a propósito de la inminente invasión de Austria.

El contrapunto del Chaplin-Hynkel es el Charlot-barbero, veterano soldado de la Gran Guerra como servidor del cañón Bertha que pierde la memoria en un accidente aéreo y regresa años después al gueto judío a reabrir su peluquería sin haberse enterado de su asombroso parecido con el dictador. El personaje ya familiar de La quimera del oro y de muchas otras películas mudas se enamora perdidamente de Paulette Goddard (Hanna) y la protege frente a los matones de las Tropas de Asalto de la Doble Cruz. El afeitado de un atemorizado cliente al ritmo de la Danza húngara de Brahms, el baile enajenado a consecuencia de un sartenazo involuntariamente propinado por Hanna y las monedas tragadas con disimulo para no pagar el pato en un peligroso sorteo deberían figurar en todas las antologías de los momentos más felices de Chaplin.

En un ensayo sobre Stalin (Koba el Temible, Anagrama, 2004), se extraña Martin Amis de que los ex comunistas puedan reírse de su pasado mientras resulta inimaginable que un antiguo nazi haga lo mismo. Pero Chaplin amplía esa interrogante hasta incluir a quienes hayan utilizado en algún momento el humor para aproximarse a la barbarie fascista; es la pregunta de quienes han visto reportajes fotográficos y cinematográficos sobre los supervivientes de Auschwitz y leído las escalofriantes estadísticas del exterminio: "Si yo hubiera tenido conocimiento de los horrores de los campos de concentración alemanes", escribe en su autobiografía, "no habría podido rodar El gran dictador: no habría tomado a burla la demencia homicida de los nazis". Ciertamente, antes del comienzo de la guerra hubo abundantes indicios de la furia antisemita hitleriana: la oleada de salvajismo de la noche de los cristales rotos -del 9 al 10 de noviembre de 1938- marcó un punto de no retorno con la demolición de un centenar de sinagogas, la destrucción de 8.000 tiendas judías, el saqueo de innumerables viviendas y la detención de 30.000 judíos. Pero ni siquiera esas inequívocas señales permitieron a la mayoría de la gente imaginar las dimensiones de la solución final, la decisión genocida adoptada en enero de 1942 de exterminar a seis millones de seres humanos culpables únicamente -como Chaplin- de tener ascendencia judía.

El gran dictador fue concebida, realizada, montada y estrenada a lo largo de un periodo que comienza con los preparativos para la guerra (el Anchluss de Austria, episodio que da fin a la película) y desemboca en la invasión de Polonia y la construcción del complejo concentracionario Auschwitz-Birkenau. Nadie puede censurar a Chaplin por rodar esta maravillosa obra de arte (al margen y por encima de su intencionalidad política) que es a la vez una emocionante reivindicación de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
 
Fuente Vix & EL PAÍS


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De: cubanet201 Enviado: 17/04/2017 20:05

 
   


 
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