El papa Francisco en la plaza de la revolución en La Habana 2015
El silencio y la doblez de los obispos cubanos
Andres Reynaldo —— El Nuevo HeraldLos obispos cubanos van a Roma. Les toca cada cinco años. La visita Ad Limina Apostolorum. Se postran ante las tumbas de Pedro y Pablo y luego presentan al Papa sus proyectos, sus logros, sus obstáculos. El Papa, a su vez, los instruye de sus órdenes, sus expectativas y, de ser necesario, los regaña. Para explicarlo a los cubanos atrapados en la epistemología del castrismo: la visita viene a ser como el plan quinquenal del Espíritu Santo.
A propósito de la oración, San Juan Pablo II decía que había que pedir de todo. Tiene sentido. Si admito la participación de Dios en cada aspecto de mi vida, es lógico que le invoque por igual en lo concerniente a la salud de los míos, la paz de los muertos y las funciones de mi auto. Estos son los vínculos determinantes de la fe. La certeza, no falsa por indemostrable, de que el Creador del Universo, la mano que puede hacer girar cien millones de estrellas en torno a un hueco de pura nada, te ha concedido la curación de un primo y la solución al problema del radiador.
Humilde en esa perplejidad, me pregunto qué pedirán los obispos cubanos ante las tumbas de Pedro y Pablo. ¿Pedirán coraje, razón y fuerza para soportar en carne propia el golpe que soportan los opositores o, ya que estamos en pleno reciclaje al capitalismo, el golpe que soportan los carretoneros, los bicitaxistas, los vendedores ambulantes? ¿Pedirán templanza para resistir la tentación de hartarse en La Guarida, de rajarse con una risita pusilánime en presencia de Raúl Castro? ¿Pedirán una última, restauradora oportunidad de alzarse con una pastoral de las libertades y darle cobijo y voz a los oprimidos?
Hace unos días, el cardenal Jaime Ortega Alamino salió de su retiro a revelar la madeja de las negociaciones para el restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Habló de cómo él y el Papa llegaron al presidente Barack Obama. Pero nada dijo de cómo Raúl llegó a él y al Papa. De cómo la figura más importante de la Iglesia de Cuba acabó actuando con la diligencia, el secretismo y la doblez de un confiable funcionario de la dictadura. Más confiable, en este caso, que el propio canciller. De cómo un hombre que no se atreve a hacer misa por las almas de los mártires de su Iglesia se planta en el vestíbulo de la Casa Blanca a dar crédito de la buena voluntad de Raúl. Ante las tumbas de Pedro y Pablo, ¿rogarán los obispos por que la Iglesia cubana no sea nunca más la Iglesia de Ortega sino la Iglesia de Pedro Meurice, de Eduardo Boza Masvidal, de Agustín Román?
La Iglesia hace al país. No el país a la Iglesia. Dicen que una vez le preguntaron a Ortega por qué la Iglesia cubana no era como la rebelde Iglesia polaca. “¿Dónde están los polacos?”, afirman que respondió Ortega. Como observó Guillermo Cabrera Infante acerca de otro rumor de nuestra historia: la anécdota será apócrifa pero las circunstancias la hacen creíble. La alegada respuesta de Ortega encaja en la narrativa de una jerarquía católica que ha adquirido los reflejos parasitarios, el miedo a la salvación y la arrogante frivolidad de la clase dirigente.
Por lo demás, en este Vaticano del papa Francisco, con su opción preferencial por los dictadores de izquierda y su teología de grandes ofertas de liquidación doctrinal, nadie le recordará a los tropicales visitantes que en Polonia, a la hora de tomar la calle, los obispos iban por delante de los polacos.
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