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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 11/12/2016 15:39 |
El Capitolio, símbolo de una democracia persistente
La sede del Congreso de EE.UU. es un imponente edificio neoclásico en el que
no se notan las cicatrices y los contratiempos que ha sufrido en más de dos siglos de vida
Cuando el ingeniero francés Pierre Charles L’Enfant vio la colina en la que que hoy descansa el Capitolio de EE.UU. la calificó como «un pedestal esperando un monumento». Era 1791, y un país en pañales buscaba alojamiento para la sede de su Gobierno. A L’Enfant le había nombrado una comisión seleccionada por el primer presidente, George Washington, para diseñar el Capitolio, el complejo que acogería el Congreso —con sus dos órganos, la Cámara de Representantes y el Senado— y el Tribunal Supremo. El país naciente quería construir una ciudad gubernamental desde cero y lo hizo en esta zona como una concesión de los estados norteños; la capital natural hubiera sido Nueva York. El nombre de Capitolio se debió a Thomas Jefferson, entonces secretario de Estado, inspirado por la Colina Capitolina de Roma.
L’Enfant creó un ambicioso plan que incluía la residencia presidencial, conectada con el Capitolio a través de una amplia avenida (la actualPensilvania Avenue) y otro espacio público todavía más grande en dirección al río Potomac (hoy el Mall). Pero el ingeniero galo pronto enfureció a los Padres Fundadores: no mostraba boceto ninguno del edificio, decía tener los diseños en su cabeza y se negaba a recibir sugerencias. Fue la primera de las muchas idas y venidas del Capitolio, que no ha dejado de sufrir cambios y mejoras hasta nuestros días.
L’Enfant fue despedido en 1792 y Jefferson anunció un concurso para el diseño del Capitolio. Lo ganó William Thornton, un médico de las Islas Vírgenes Británicas, con un proyecto sencillo: un ala para el Senado, otra para la Cámara de Representantes y un espacio central rematado por una cúpula, todo en estilo neoclásico. Washington lo aplaudió por su «grandiosidad, simplicidad y conveniencia».
El presidente puso la primera piedra con pompa y circunstancia masónica en 1793, pero las obras estuvieron plagadas de problemas, retrasos y ahogos financieros. La capital tuvo que quedarse en Filadelfia hasta 1800, cuando en el mes de noviembre se celebró la primera sesión conjunta del Congreso en la nueva sede. El Capitolio estaba muy lejos de ser un edificio imponente: solo se levantaba el ala Norte, con los pisos de arriba sin acabar, y en ella se amontonaban el Senado, la Cámara de Representantes, el Tribunal Supremo, la Biblioteca del Congreso y las dependencias del Distrito de Columbia. Durante años, la Cámara de Representantes se reunió en una construcción de madera, con su ala sin terminar.
En 1803 se retomaron los esfuerzos para acabar el edificio con la contratación de Benjamin Henry Latrobe, el primer arquitecto profesional de EE.UU. Latrobe aceleró la construcción de las alas y su sucesor, Charles Bulfinchconstruyó la parte central y la remató con la primera cúpula. Durante décadas continuaron las extensiones del edificio, hasta que la cúpula se quedó pequeña. En 1863, la inmensa cúpula que se observa hoy en día fue instalada.
Durante el siglo XX el Capitolio también sigo creciendo, en especial con la extension de su fachada oriental, y en el XXI lo hizo de forma subterránea con un centro de visitantes inaugurado en 2008 con una extensión casi tan grande como el propio edificio.
En la actualidad, el Capitolio es un mastodonte blanco con 540 salas y 658 ventanas, 108 de ellas en la cúpula, repleto de retratos, murales, salas de estatuas y por el que desfilan cada día legisladores, un ejército de asistentes y miles de turistas. Es el gran símbolo de la democracia de EE.UU., el único país en el que persiste ese sistema político desde su nacimiento, aunque también ha vivido episodios negros. La guerra de 1812 con los británicos lo dejó, en palabras de Latrobe, como «la ruina más magnífica». En agosto de 1814, las tropas británicas le prendieron fuego y solo una tormenta de verano repentina lo salvó de la destrucción. El Congreso tuvo que reunirse en el hotel Blodget y entre 1815 y 1819 se refugió en un edificio en el lugar que ahora acoge al Tribunal Supremo.
Las afueras del Capitolio fueron el escenario del primer intento de asesinato de un presidente de EE.UU. Lo sufrió Andrew Jackson el 30 de enero de 1835, pero la humedad del día impidió que las dos pistolas que llevaba el asaltante fueran efectivas.
La violencia también se produjo dentro del edificio. El 1 de marzo de 1954, cuatro puertorriqueños dispararon desde la galería de visitantes los miembros de la Cámara de Representantes al grito de «Libertad para Puerto Rico». Cinco legisladores resultaron heridos y el incidente supuso el cambio de las normas de seguridad en el Capitolio, que años después estuvo a punto de formar parte del día más trágico de la historia de EE.UU. El 11 de septiembre de 2011, un avión comercial se estrelló en Pensilvania después de que los pasajeros trataran de tomar el control de un avión secuestrado por terroristas. Se especula que su objetivo era estrellarse contra el Capitolio o la Casa Blanca.
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Capitolio de La Habana
El Capitolio Nacional de La Habana es un edificio construido en 1929 en La Habana (Cuba) bajo la dirección del arquitecto Eugenio Raynieri Piedra, por encargo del entonces presidente cubano Gerardo Machado. El edificio estaría destinado a albergar y ser sede de las dos cámaras del Congreso o cuerpo legislativo de la República de Cuba. Inspirado a imagen y semejanza del Capitolio de Los Estados Unidos, aunque su cúpula es más grande y alta que aquel, el edificio presenta una fachada acolumnada neoclásica y una cúpula que alcanza los 91,73 m de altura. El Capitolio es una joya arquitectónica de la nación cubana tristemente abandonada a su suerte como símbolo de la República burguesa, aunque ha perdurado en el imaginario de los cubanos como el símbolo de una época que fue más que corrupción política y entreguismo, sino también la lucha sostenida por el pueblo, encabezado por sus intelectuales y los mejores hijos de Cuba, sean de las clases que fueran por el sueño de darnos un país mejor.
Situado en el centro de la capital del país, entre las calles Prado, Dragones, Industria y San José, es el origen kilométrico de la red de carreteras cubanas, y después del triunfo de la Revolución, cuando fue disuelto el Congreso, fue transformado en la sede del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente y de la Academia de Ciencias de Cuba. Desde 2010 se encuentra sometido a un proceso de restauración capital para devolverle sus funciones primigenias y que vuelva a ser la sede del parlamento cubano.
Abierto al público, es uno de los centros turísticos más visitados de la ciudad, habiéndose convertido en uno de los iconos arquitectónicos de La Habana, y es considerado habitualmente el edificio más imponente de la ciudad. Asimismo, aparece nombrado por algunos expertos como uno de los seis palacios de mayor relevancia a nivel mundial.
El origen de esta zona de la ciudad se remonta a finales del siglo XVIII, estando estrechamente vinculado a la construcción de la nueva Alameda de Extramuros, propiciada por los nuevos espacios obtenidos de la demolición de las murallas a partir de 1863.3 4 5 Se trataba de un espacio abierto, con una rotonda arbolada en cuyo centro se encontraba colocada la estatua de Isabel II, que constituyó el antecedente del actual Parque Central de La Habana. En su entorno se organizaron áreas verdes y parques y, fueron emplazados establecimientos de servicios, hoteles y teatros que hicieron de la zona (engarce entre la antigua ciudad intramuros y el desarrollo que se efectuó en el exterior), el centro recreacional más importante de la Capital.
El carácter de centro urbano adquirido por este enclave hacia finales del siglo XIX, fue reforzado al incorporarse en las inmediaciones de dicho conjunto, en las primeras décadas del siglo XX, las construcciones del Capitolio Nacional y el Palacio Presidencial, sede de los poderes ejecutivo y legislativo de la república, complementando así su fisonomía con la presencia de edificios de uso político. El periodo comprendido entre el comienzo del siglo XX y la década de 1950 va a constituir el momento de mayor esplendor del lugar. Fueron erigidos un grupo de edificaciones sobresalientes que contribuyeron a magnificar este espacio urbano, sujeto también a una serie de modificaciones a lo largo del tiempo que lo han convertido en una zona paradigmática de la arquitectura y el urbanismo capitalino. La actividad comercial se desarrolló notablemente en ejes y calles de La Habana Vieja y Centro Habana, cuyo punto de confluencia y cruce fuese a constituir precisamente este nodo o centro de la ciudad.
La historia particular de los terrenos hoy ocupados por el Capitolio de La Habana comienza cuando el lugar, ocupado por una ciénaga, fue dragado a principios del siglo XIX para su aprovechamiento urbano.8 Estando el terreno ocupado por un vertedero de basura ubicado junto a la muralla de tierra, se instaló allí un jardín botánico, el primero en la historia de la ciudad, fundado el 30 de mayo de 1817. Bajo el auspicio de la Sociedad Económica de Amigos del País, en 1834 éste se trasladó a los terrenos de los Molinos del Rey, actual Quinta de los Molinos, situados en las faldas de la loma de Arostegui, donde está emplazado el Castillo del Príncipe.
En este mismo año comenzó en el mismo emplazamiento la construcción de una estación para el ferrocarril que enlazaría La Habana con Güines. Se le dio el nombre de Estación de Villanueva, llamada así en memoria de Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, Intendente General de Haciendas y primer presidente del Consejo Directivo del Ferrocarril. En 1817 se inauguró el primer tramo a Bejucal y un año después llegó a Güines. En 1839 se concluyó dicha estación en los terrenos contiguos al Campo de Marte. En 1840 la línea ferroviaria alcanzaba ya la localidad de Cárdenas.
En 1910 se produjo un cambio de los terrenos ocupados por la Estación de Villanueva (que con los años se quedó insuficiente y desubicada) por otros pertenecientes al antiguo Arsenal de La Habana, con el fin de construir en ellas la nueva estación terminal de ferrocarril y a su vez erigir en dichos terrenos el Palacio Presidencial, ya que hasta estos momentos el presidente de la república se mantenía ocupando el edificio del Palacio de los Capitanes Generales en la Plaza de Armas.
Después de innumerables avatares, de inicios y paralizaciones que abarcaron un prolongado periodo de casi quince años, el lugar se había convertido en un gran caos en el que convivían los restos del edificio abandonado, con las estructuras de un parque de diversiones.
En el año 1925 el General Gerardo Machado Morales asumió su primer periodo presidencial con el propósito de celebrar en La Habana en 1928 -año de culminación de su mandato- la Sexta Conferencia Internacional Panamericana, en un edificio por construir. Carlos Miguel de Céspedes, su secretario de Obras Públicas, encargó a la firma de arquitectos Govantes y Cabarrocas el estudio del nuevo proyecto del Capitolio, a partir de unas bases ya sentadas, introduciendo las modificaciones que fueran necesarias.
Fue designada una comisión a cuyo frente se encontraba el arquitecto Raúl Otero, en la que participaron también los miembros del equipo francés que se encontraba en La Habana trabajando en un Plan Director para su reordenamiento urbano, que se encontraba dirigido por el urbanista y paisajista Jean-Claude Nicolas Forestier, y quienes se incorporaron también a los estudios del proyecto del Capitolio. Estos aportaron un conjunto de nuevas soluciones, en las que se hallan muchos de los elementos exteriores que hoy apreciamos en el edificio como la gran escalinata y las logias laterales de la fachada principal. La dirección del proyecto fue llevada a cabo por arquitectos cubanos: Otero fue designado Director Artístico de la obra, encargado de la documentación de planos y los detalles del proyecto, y Eugenio Raynieri Piedran fue nombrado Director técnico a cargo de la ejecución y el presupuesto. Con posterioridad, Raynieri asumiría también la parte artística del trabajo hasta su culminación.
Otro profesional a cuyo cargo estuvo el proyecto del Capitolio fue el arquitecto José M. Bens Arrate, quien también introdujo modificaciones muy importantes como la proyección exterior de los cuerpos laterales de los hemiciclos, la segunda línea de fachada de las logias y la silueta general de la cúpula. La compañía norteamericana Purdy & Henderson Company tuvo a su cargo la construcción del edificio.
Al proyecto del capitolio resulta imposible asignarle una autoría exclusiva; constituye en sí una obra que desde su inicio fue recibiendo a través de estudios sucesivos un minucioso trabajo de diseño particular de los detalles del proyecto, patente en los bocetos y dibujos originales, que constituyen verdaderas obras de arte en muchos casos, y cuya materialización dio lugar a la expresión y la imagen final del edificio.
Con el propósito de realizar un proyecto de organización urbana de la ciudad de La Habana, fueron contratados por el gobierno de Gerardo Machado, los servicios del destacado arquitecto, urbanista y paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier, quien había realizado importantes trabajos anteriores en España, Marruecos y Portugal.Además de sus realizaciones en La Habana, entre 1925 y 1929, intervino en compañía de sus colaboradores más cercanos, Louis Heitzler y Théodore Leveau, para aportar sus experiencias y sugerencias en el enriquecimiento del proyecto del Capitolio y en particular a todo lo referente a los parques y jardines del entorno, que servían de marco paisajístico para el conjunto. El presidente Gerardo Machado concibió, con un gran delirio de grandeza, la ejecución de un ambicioso proyecto en cuyo centro de mira se hallaba la realización de un conjunto de obras de remodelación que perseguían el propósito de crear un impresionante marco monumental para la celebración en La Habana de la Conferencia Panamericana en 1928 y, de posible toma de posesión de su segundo mandato, que debía de ocurrir en 1929.
Este plan para remodelar La Habana contaba como motivo central al edificio del Capitolio, que albergaría las sedes del Poder legislativo, la Cámara de Representantes y el Senado de la República; y su ubicación en las áreas de transición entre La Habana Intramuros y todo el desarrollo posterior de los siglos XIX y XX, constituyó el reto a enfrentar por el equipo encargado de su realización.
Forestier, en su propuesta, respetó básicamente la estructura existente de la ciudad colonial, proyectando en su entorno inmediato un conjunto de espacios públicos y parques. Esta remodelación comenzó con los parques de la Plaza de la Fraternidad Americana, situado en los antiguos terrenos del Campo de Marte, los jardines del Capitolio, el Parque Central, la franja del Paseo del Prado, el conjunto de parques de la plaza del Palacio Presidencial y los de la Avenida del Puerto.
El proyecto para los jardines del Capitolio se concibió como un sistema de senderos floridos que se correspondían con los accesos de entradas de las diferentes fachadas del edificio, a la vez que conjugaban con las jerarquías de las vías que conformaban el trazado versallesco de su diseño. Estas sendas de terrazo integral en diferentes colores: blanco, gris y negro, emplean una composición con motivos decorativos de líneas y elementos geométricos que acentúan direccionales o destacan puntos o áreas determinadas. El estudio de la vegetación, desarrollado a partir del dominio y el conocimiento del paisajismo y la jardinería que Forestier poseía, se encaminó a enmarcar la monumentalidad del edificio, compaginando la arquitectura del capitolio con especies como lantanas moradas, cannas rojas y amarillas, embelesos, y un conjunto de palmas reales situadas en los cuatro ángulos del edificio como culminación del tratamiento, un elemento típico de la vegetación tropical y símbolo de la nacionalidad cubana.
La influencia de las aportaciones de Forestier resultó un importante legado que marcó el posterior desarrollo urbanístico de la ciudad de La Habana.
La construcción ocupó un área total de 43.418 m², de los cuales 13.484 corresponden al inmueble, con un área circundante de jardines y parques de 26.391 m². El resto, 3.543, se dedicaron a la ampliación de las calles y en su entorno. El inmueble se construyó a partir de una estructura metálica encargada a la compañía norteamericana Pudrí & Henderson, que ya había ejecutado con anterioridad numerosas obras de importantes edificios en la capital. La longitud total de la construcción fue de 207,44 m, y su composición arquitectónica y volumétrica se estructuró a partir de un cuerpo central compuesto por la escalinata monumental, de casi 36 m de ancho por 28 m de largo y un total de 55 peldaños interrumpidos por tres descansos intermedios. A ambos lados del desembarco de la gran escalera, se emplazan dos grupos escultóricos hechos en bronce por el artista italiano Angelo Zanelli, La Virtud Tutelar del Pueblo y El Trabajo, de 6,50 m de altura cada uno.
El pórtico central, de 36 m de ancho y 16 de alto, es sostenido por 12 columnas jónicas de granito. En este espacio se ubican las tres puertas de los accesos principales al edificio, con 7,70 metros de alto y 2,35 de ancho, así como un conjunto de bajorrelieves de mármol realizados por el mismo artista italiano. La cúpula, de una altura de 92 m, fue en su momento la quinta más alta del mundo con un diámetro de 32 m. Cuenta con 16 nervios entre los que destacan los panales recubiertos con láminas de oro de 22 kilates. Remata la cúpula una linterna con 10 columnas jónicas en cuyo interior había hasta 1959 cinco reflectores giratorios que fueron retirados. En el interior de este espacio se materializa el simbolismo arquitectónico en la imponente escultura de La República, situada bajo el domo, obra también de Zanelli, hecha en bronce, con 15 m de altura y 30 T de peso, que en su momento fue también la segunda más grande del mundo bajo techo.
Este espacio constituye el nudo de articulación del gran Salón de los Pasos Perdidos, el más monumental de los espacios existentes en los edificios públicos del país, con casi 50 m de largo, 14,5 de ancho y casi 20 m de puntal; y que sirve de vínculo con los cuerpos laterales del edificio, de proporciones mucho más bajas, y en los que predomina la horizontalidad con respecto al bloque central. En ellos se albergaban la Cámara de Representantes (situada al norte) y el Senado (situado al sur), que son rematados en sus extremos por las formas curvas correspondientes a los hemiciclos para reuniones, lo que se refleja en la arquitectura exterior de las fachadas laterales.
Estos dos bloques se organizan en una planta tradicional rectangular alrededor de dos patios centrales, cuyas dimensiones son de 45 por 15 metros cada uno. Estos resuelven eficazmente la ventilación e iluminación de los locales de los cuatro niveles con que cuentan estos bloques. El zócalo que rodea el basamento del edificio, la gran escalinata monumental principal, el pórtico central y las escalinatas secundarias están construidas en granito. En el resto del edificio se utilizó piedra de capellanía, tanto para las fachadas como en sus interiores.
Resulta notable la variedad y riqueza de los materiales empleados en esta construcción, como las 58 variedades de mármol nacionales y de otras partes del mundo empleados en los pavimentos y en los paneles escultóricos labrados, los herrajes de bronce de puertas y ventanas, la lamparería, apliques, candelabros, las pinturas murales que decoran los hemiciclos (más de veinticuatro), las decoraciones y molduras de fina ejecución de los falsos techos y paredes realizadas en yeso y estuco. También son destacables las maderas preciosas, particularmente la caoba, empleadas en la ejecución de puertas, ventanas, estrados, estantería y otros trabajos de talla y ebanistería; las rejas y otros elementos de función, los vitrales y lucernarios de vidrio emplomado, entre otros.
Un lugar poco conocido de este edificio es la "Tumba del Mambí Desconocido". Está ubicada en la parte baja de la escalinata principal; debajo y a ambos lados de ésta es posible apreciar dos arcos que conducen a un pasaje cubierto donde se encuentran las entradas a este recinto, que contiene un sarcófago rodeado por seis figuras de bronce que representan cada una las seis provincias de la república.
Atendiendo al volumen de su construcción, se estima que el Capitolio de La Habana es el tercero en importancia por su construcción monolítica en el mundo y el único de esas características construido en el siglo XX.
Los elementos decorativos y ambientación de los espacios del Capitolio constituyen un complemento destacado de las soluciones arquitectónicas del edificio. Los elementos componentes del mobiliario, la lamparería, y los herrajes de la carpintería entre otros, cuentan con diseños propios y con monogramas particulares para este edificio. La prestigiosa empresa Waring & Gilow Ltd. radicada en Londres y especializada en decoración y ornamentación tanto en interiores como exteriores fue la encargada de ejecutar toda la ambientación general del proyecto, y constituye uno de los aspectos más destacados de su interiorismo.
De modo particular se encargó a diferentes empresas el diseño y elaboración de elementos, como los herrajes de bronce a The Yale & Towne Mfg. Co. de Stanford, Connecticut; la Societe Anonime Bague y la Saunier Frisquet de París tuvieron a su cargo la lamparería; las casas Fratelli Remuzzi de Italia y Grasyma de Alemania todos los trabajos en mármol, basalto, pórfido, granito y onix, y los trabajos de herrería y fundición, como barandas, rejas, escaleras de caracol y faroles de los jardines fueron ejecutados por el establecimiento de los señores Guabeca y Ucelay cuyo taller se localizaba en Luyanó.
Además de esto debe añadirse la incorporación de una gran cantidad de obras artísticas consistentes en tallas de paneles escultóricos y bajorrelieves en piedras y mármol que se encuentran incorporados en las fachadas del edificio y en algunos espacios interiores, realizados notables artistas nacionales entre los que se encuentran Juan José Sicre, Alberto Sabas y Esteban Betancourt; e internacionales, como Drouker, Remuzzi, Casaubon, Fidele, Lozano y Struyf, entre otros.Algo similar ocurre con las tallas de las grandes puertas monumentales que incorporan conjuntos y escenas diversas, y con las tribunas, estrados y mesas con elaborados trabajos de ebanistería y tallado. También es destacable la presencia de pinturas murales y lienzos que decoran muchos ambientes particulares que incluyen obras de maestros como Leopoldo Romañach, Armando Menocal, Enrique García Cabrera y Manuel Vega entre otros. Tapizados, cortinajes, lucernarios y vitrales, esculturas, bustos de mármol y bronce formaban parte de toda esta parafernalia decorativa que correspondía con el gusto y el momento en que fue concebido el edificio.
En uno de sus jardines interiores se encuetra una estatua dedicada a Mefistófeles o al Ángel Caído.
El diamante que marca el km 0 de la red de carreteras cubanas. El otro ambicioso proyecto planteado, y que superaba el ámbito de La Habana, fue la construcción de la red de carreteras nacionales, cuyo kilómetro cero estaría marcado simbólicamente por un brillante diamante de 25 quilates colocado bajo la cúpula del Capitolio. El diamante perteneció al último zar de Rusia, Nicolás II, y había llegado a La Habana en manos de un joyero turco que lo adquirió en París.
A pesar de estar protegido por un sólido cristal tallado y considerado irrompible, el diamante fue robado en 25 de marzo de 1946 y recuperado el 2 de junio del año siguiente. Nunca se supo quien lo robó aunque la rumorología popular atribuyó el hecho a un teniente de la policía especial del Ministerio de Educación llamado Abelardo Fernández González.
En 1973 se sustituyó el diamante por una réplica por cuestiones de seguridad y se guardó en la caja de seguridad del Banco Central de Cuba. No hay mucha claridad acerca del destino del Diamante y, en el imaginario popular, existe la creencia de que en realidad colma el capricho del propio Fidel Castro o algún coleccionista extranjero. No se ha permitido nunca a ningún periodista, después de esa fecha, tener una prueba gráfica de la real situación del Diamante.
El Capitolio de La Habana fue inaugurado el 20 de mayo de 1929 (Día de la Independencia), con un costo total de casi diecisiete millones de pesos, lo que equivalía a la misma cantidad de dólares de la época. Su construcción se produjo en un periodo de gran recesión económica mundial, que provocaría al siguiente año la crisis conocida como el crack de 1929, por lo que el gobierno de Gerardo Machado fue acusado de permanecer ajeno a la realidad social que vivía el país.
Como cualquier edificio de estas características, su utilización varió en función de la situación política y social del país. En el caso del Capitolio, al modificarse la organización política de Cuba y no ser requerido su uso con el fin con el que fue construido, además de la carga simbólica y significado que se le podía atribuir, el emplazamiento fue destinado a otras instituciones. El Capitolio de La Habana ocupa su lugar en la historia como sede de la Asamblea Constituyente que en 1940 promulgó la famosa Constitución de 1940. Más tarde, al triunfar la Revolución cubana de 1959, el nuevo gobierno revolucionario lo transformó en la sede de la Academia de Ciencias y del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
Con el paso de los años, las zonas más afectadas por los agentes climáticos han sido las zonas ajardinadas, que son las más deterioradas del conjunto. Sus jardines exteriores han sufrido cierto deterioro debido a la poca inversión estatal en las últimas décadas y a que es una zona altamente transitada. La estructura arquitectónica, debido a su sólida y resistente construcción, se mantiene en un buen estado de conservación, habiendo sido sometida en los últimos años a varios procesos de restauración para preservar su apariencia original.
Acorde con los nuevos tiempos, el edificio del Capitolio de la Habana sufrió un proceso de renovación con el fin de implementar su uso turístico y a menudo son programados encuentros, exposiciones, actos solemnes y actividades unidas a la difusión de la herencia histórica y arquitectónica del edificio.
EL PARLAMENTO CUBANO YA ESTA FUNCIONANDO EN EL CAPITOLIO NACIONAL
Después de más de medio siglo el capitolio nacional ha vuelto a ser la sede de la Asamblea Nacional cubana, pero aún no se terminan las obras de restauración.
El Parlamento Cubano vuelvió a su sede histórica después de más de cincuenta años de complejos históricos que lo cerraron y subutilizaron con funciones que siempre le quedaron pequeñas, pero que ahora después de una restauración amplia y costosa que lidera la Oficina del Historiador de la Ciudad vuelve a ser lo que siempre debió ser, el símbolo de los poderes de la República y esperamos todos los cubanos que se rescaten y cuiden sus jardines y parques, tan venido a menos con una horda de marginales que se valen de este espacio para vergüenza de todos a toda hora y a la vista de todos.
Al tomar el poder en 1959, Fidel Castro dedicó los edificios públicos monumentales a otros fines. Así, el Palacio Presidencial fue dedicado a Museo de la Revolución, mientras que el gobierno revolucionario y el Comité Central del Partido Comunista (único) ocuparon el antiguo Palacio de Justicia.
En el Capitolio sesionaron las dos Cámaras del Congreso cubano desde 1929 a 1959, cuando triunfó la revolución y se cerró el Congreso. Desde entonces el edificio fue ocupado por la Academia de Ciencias y luego por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, que lo abandonó hace unos meses.
El actual Parlamento cubano fue creado en 1976, cuando se dictó la Constitución vigente. Tiene 612 diputados y sesiona dos veces al año, en julio y diciembre, en el Palacio de las Convenciones, en el oeste de La Habana.
La inauguración del Capitolio Nacional a mediados de noviembre como sede institucional de la Asamblea Nacional quedó reducida a una reseña menor en la segunda página del diario Granma, donde la noticia central se enfocó en la presencia en el lugar de Tran Dai Quang, presidente de la República Socialista de Vietnam.
El presidente del parlamento cubano, Esteban Lazo Hernández, declaró solemnemente que este miércoles era “un día Histórico para nosotros” y explicó a la delegación del país asiático cómo funciona la Asamblea Nacional. Posteriormente Eusebio Leal realizó un recorrido por las áreas ya restauradas.
La inauguración careció de pompa o anuncio previo formal. Tampoco contó con la presencia de todos los diputados o la transmisión en vivo de la ceremonia a través de la televisión nacional.
Fuera del reinaugurado hemiciclo, los andamios continúan protagonizando la escena, mientras el polvo y los ruidos de la construcción no dejan lugar a dudas de que el más emblemático edificio de la época republicana aún no está listo para recibir como es debido al parlamento del socialismo.
El Capitolio Nacional de La Habana constituye uno de los símbolos más notables de la ciudad, equiparable al Castillo del Morro, la Catedral de La Habana y la imagen del perfil arquitectónico del Malecón habanero. Aparece nombrado por algunos expertos como uno de los seis palacios de mayor relevancia a nivel mundial.
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El Capitolio, uno de los símbolos de La Habana
EL CAPITOLIO DE LA HABANA, AYER, HOY Y MAÑANA
Inaugurado en 1929 durante la presidencia de Gerardo Machado, el Capitolio Nacional de Cuba ocupa 43 mil metros cuadrados de una céntrica zona de la capital cubana (entre su casco colonial y el populoso barrio de Centro Habana) y se considera una réplica del estadunidense. El edificio homólogo de Washington, fue inaugurado en 1800. Los edificios no son idénticos y cuentan con elementos distintivos y aunque el cubano es mucho más pequeño en superficie cubierta que su par estadounidense es más alto que este y su cúpula es más grande.
El Capitolio Nacional de Cuba. Es una de las Obras más relevante de la arquitectura cubana que aparece en la clasificación internacional como uno de los seis palacios de mayor relevancia a nivel mundial. EL Capitolio de La Habana es inspirado, como el de Washington y otras ciudades del mundo, en el original romano pero mejor dotado, tiene una gran escalinata de granito de 55 escalones, una fachada neoclásica,e impresionante cúpula de 91,73 metros de altura.
Fue construido en bajo la dirección del arquitecto Eugenio Raynieri Piedra. El edificio estaría destinado a albergar y ser sede de las dos cámaras del Congreso o cuerpo legislativo de la República de Cuba. Inspirado en el Panteón de París, San Pedro de Roma y en el Capitolio de los Estados Unidos, el edificio presenta una fachada acolumnada neoclásica.
Situado en el centro de la capital del país, entre las calles Prado, Dragones, Industria y San José, es el origen en distancia o kilómetro cero de la red de carreteras cubanas. El Capitolio es una pieza tangible de la corta y turbulenta temporada democrática cubana del siglo XX, una figura descollante que roba la atención de los visitantes y sirve como punto de referencia a los habaneros de todas las edades.
El Capitolio Nacional de La Habana constituye uno de los símbolos más notables de la ciudad, equiparable al Castillo del Morro, la Catedral de La Habana, el antiguo Palacio Presidencial, el Monumento a José Martí o destacados edificios como el FOCSA, El Hotel Habana Libre, el edificio Someillán, el Hotel Nacional y otros y forma parte de la imagen del perfil arquitectónico o skyline del Malecón habanero.
Mucho hay que hablar de esta monumental obra, pero comencemos por los orígenes.
El lugar donde se ubica el Capitolio y su proyecto. A partir de 1863 comienza la demolición de la muralla de La Habana, y la construcción de una Alameda de Extramuros, que era entonces un espacio abierto con una rotoda y arboledas con la estatua de Isabel II, donde ahora se sitúa el Parque Central de La Habana. Es entonces cuando se construyen éreas verdes, parques, hoteles, teatros y establecimientos de servicios y recreación.
A su vez la actividad comercial se desarrolló en ejes que confluían en este centro de la ciudad.
El lugar, ocupado por una ciénaga, fue dragado a principios del siglo XIX para su aprovechamiento urbano, ya que existía un basurero junto a una de las paredes de la muralla y barracones de esclavos. Allí se fundó por la Sociedad Económica de Amigos del País un jardín botánico, que después fuera trasladado a la actual Quinta de los Molinos, en las entonces faldas del Castillo del Píncipe, que después sería prisión.
Simultáneamente se construyó la estación para el ferrocarril que enlazaría La Habana con Güines, llamada de Villanueva. En 1817 se inauguró el primer tramo a Bejucal y un año después llegó a Güines. En 1839 se concluyó dicha estación en los terrenos contiguos al Campo de Marte. En 1840 la línea ferroviaria alcanzaba ya la localidad de Cárdenas.
Después de la independencia se construye la Estación Central de Ferrocarriles en el antiguo Arsenal de La Habana, donde está ahora y se destinan los terrenos que ocupaba para erigir el Palacio Presidencial, ya que el presidente ocupaba el edificio del Palacio de los Capitanes Generales en la Plaza de Armas.
Pasaron más de quince años y el lugar era un gran caos, con restos de los antiguos edificios y un parque de diversiones. El gobierno de Machado, al asumir la presidencia, encarga a Carlos Miguel de Céspedes, su secretario de Obras Públicas, el estudio del nuevo proyecto del Capitolio.
La dirección del proyecto fue llevada a cabo por arquitectos cubanos: Raúl Otero fue designado Director Artístico de la obra, encargado de la documentación de planos y los detalles del proyecto, y Eugenio Raynieri Piedran fue nombrado Director técnico a cargo de la ejecución y el presupuesto. Con posterioridad, Raynieri asumiría también la parte artística del trabajo hasta su culminación. La compañía norteamericana Purdy & Henderson Company tuvo a su cargo la construcción del edificio.
Era una contratista de obras y consultoría de ingeniería, con oficina en La Habana y era una filial de la norteamericana del mismo nombre, que se destacó por construir varias de las más notables edificaciones de Cuba: el Capitolio Nacional, el Centro Gallego, el Centro Asturiano, el Hotel Nacional, el Hotel Plaza, la Lonja del Comercio, los edificios del Habana Yatch Club, de la Aduana de Santiago de Cuba, el de La Metropolitana, del Royal Bank of Canada y el del Radiocentro, entre otros.
Al proyecto del capitolio resulta imposible asignarle una autoría exclusiva; constituye en sí una obra que desde su inicio fue recibiendo a través de estudios sucesivos un minucioso trabajo de diseño. El destacado arquitecto, urbanista y paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier y fue contratado para el diseño urbanístico y aportó sus experiencias y sugerencias en el enriquecimiento del proyecto del Capitolio y en particular a todo lo referente a los parques y jardines del entorno.
Este plan para remodelar La Habana contaba como motivo central al edificio del Capitolio, respetando la estructura existente de la ciudad colonial, proyectando en su entorno un conjunto de espacios públicos y parques. Esta remodelación comenzó con los parques de la Plaza de la Fraternidad Americana, situado en los antiguos terrenos del Campo de Marte, los jardines del Capitolio, el Parque Central, la franja del Paseo del Prado, el conjunto de parques de la plaza del Palacio Presidencial y los de la Avenida del Puerto.
De la antigua Alameda de Extramuros o de Isabel II, por hallarse afuera de las grandes murallas que cercaban la ciudad hasta que en 1928 el Arquitecto paisajista francés Jean-Claude Nicolas Forestier rediseñó el la avenida para convertirla en uno de los paseos más importantes de La Habana y de América Latina. Forestier fue quien diseñó el enorme Campo de Marte debajo de la Torre Eiffel en París. Fue sembrado con árboles y se colocaron bancos de mármol. Se colocaron ocho estatuas de bronce con figuras de leones, que parecen custodiar el paseo, quedando dividido en cuatro secciones fundamentales bien delimitadas: el Paseo del Prado, el Parque Central, la Explanada del Capitolio y la Plaza o Parque de la Fraternidad.
Detalles constructivos y materiales empleados en el Capitolio La construcción ocupó un área total de 43418 metros cuadrados, de los cuales 13484 corresponden al inmueble, con un área circundante de jardines y parques de 26391 m². El resto, 3.543, se dedicaron a la ampliación de las calles y en su entorno.
El inmueble se construyó a partir de una estructura metálica encargada a la compañía norteamericana Purdy & Henderson, que como vimos ya había ejecutado con anterioridad numerosas obras de importantes edificios en la capital.
Con 207 metros de largo, su composición arquitectónica y volumétrica se estructuró a partir de un cuerpo central compuesto por la escalinata de 36 metros de ancho por 28 metros de largo y un total de 55 peldaños interrumpidos por tres descansos. El pórtico central, de 36 metros de ancho y 16 de alto, es sostenido por 12 columnas jónicas de granito. En este espacio se ubican las tres puertas de los accesos principales al edificio, con 7,70 metros de alto y 2,35 de ancho, así como un conjunto de bajorrelieves de mármol.
La cúpula, de una altura de 92 metros, fue en su momento la quinta más alta del mundo y tiene un diámetro de 32 metros. Cuenta con 16 nervios entre los que destacan los panales recubiertos con láminas de oro de 22 kilates. Remata la cúpula una linterna con 10 columnas jónicas en cuyo interior había hasta 1959 cinco reflectores giratorios que fueron retirados.
Destaca el gran Salón de los Pasos Perdidos, el más monumental de los espacios existentes en los edificios públicos del país, con casi 50 metros de largo, 14,5 de ancho y casi 20 metros de puntal y que sirve de vínculo con los cuerpos laterales del edificio, de proporciones mucho más bajas, completamente horizontales con respecto al bloque central y en los que se albergaban la Cámara de Representantes (situada al norte) y el Senado (situado al sur), que son rematados en sus extremos por las formas curvas correspondientes a los hemiciclos para reuniones, lo que se refleja en la arquitectura exterior de las fachadas laterales.
Dentro de esta planta tradicional rectangular existen dos patios centrales, cuyas dimensiones son de 45 por 15 metros cada uno, los resuelven la ventilación e iluminación de los locales de los cuatro niveles con que cuentan estos bloques. El zócalo que rodea el basamento del edificio, la gran escalinata monumental principal, el pórtico central y las escalinatas secundarias están construidas en granito. En el resto del edificio se utilizó piedra de capellanía, tanto para las fachadas como en sus interiores(es una roca caliza, con algunos vestigios de fósiles y de color crema claro.)
Se emplearon 58 variedades de mármol nacionales y de otras partes del mundo, así como materiales de alta calidad en los pavimentos y en los paneles escultóricos labrados, los herrajes de bronce de puertas y ventanas, la lamparería, apliques, candelabros, las pinturas murales que decoran los hemiciclos (más de veinticuatro), las decoraciones y molduras de fina ejecución de los falsos techos y paredes realizadas en yeso y estuco. También son destacables las maderas preciosas, particularmente la caoba, empleadas en la ejecución de puertas, ventanas, estrados, estantería y otros trabajos de talla y ebanistería; las rejas y otros elementos de función, los vitrales y lucernarios de vidrio emplomado, entre otros.
Decoración y mobiliario Las soluciones arquitectónicas del edificio tienen como complemento destacado los elementos decorativos y de ambientación. El mobiliario, las lámparas, y los herrajes de la carpintería entre otros, cuentan con diseños propios y con monogramas particulares para este edificio. La prestigiosa empresa Waring & Gilow Ltd. radicada en Londres y especializada en decoración y ornamentación tanto en interiores como exteriores fue la encargada de ejecutar toda la ambientación general del proyecto.
Diferentes empresas trabajaron el diseño y elaboración de elementos, como los herrajes de bronce a The Yale & Towne Mfg. Co. de Stanford, Connecticut; la Societe Anonime Bague y la Saunier Frisquet de París tuvieron a su cargo las lámparas; las casas Fratelli Remuzzi de Italia y Grasyma de Alemania todos los trabajos en mármol, basalto, pórfido, granito y onix, y los trabajos de herrería y fundición, como barandas, rejas, escaleras de caracol y faroles de los jardines fueron ejecutados por el establecimiento de Guabeca y Ucelay localizado en La Habana.
También son numerosas la gran gran cantidad de obras artísticas consistentes en tallas de paneles escultóricos y bajorrelieves en piedras y mármol situadas en las fachadas del edificio y en algunos espacios interiores, obras de notables artistas cubanos entre los que se encuentran Juan José Sicre, el creador del Monumento a José Martí en la Plaza Cívica, ahora Plaza de la Revolución y los destacados escultores Alberto Sabas y Esteban Betancourt, así como otros Drouker, Gianni y Vittorio Remuzzi escultores expertos en mármol y Casaubon y Fidele en los relieves. Las tres enormes puertas de bronce de la entrada, que presentan la historia de Cuba, son obra del artista cubano Enrique García Cabrera.
Espectaculares son las tallas de las grandes puertas monumentales que incorporan conjuntos y escenas diversas, y con las tribunas, estrados y mesas con elaborados trabajos de ebanistería y tallado, por supuesto todo en ébano y caoba y otras maderas preciosas. También es destacable la presencia de pinturas murales y lienzos que decoran muchos ambientes e incluyen obras de maestros cubanos paisajistas o retratistas como Leopoldo Romañach, Armando Menocal, Enrique García Cabrera y Manuel Vega entre otros, verdaderos íconos de la pintura cubana.
Completa el lujoso entorno están los tapizados, cortinajes, lucernarios y vitrales, esculturas, bustos de mármol y bronce que formaban parte del gusto decorativo del momento en que fue concebido el edificio.
Una de las estatuas monumentales del Capitolio Al escultor italiano Angelo Zanelli, durante el gobierno de Gerardo Machado, en el período en que Carlos Miguel de Céspedes era el secretario de Obras Públicas, se le encargó al artista la realización de tres grandes esculturas que en cierta forma identifican al Capitolio. Dos de ellas en el exterior a ambos lados de la escalinata, las que representan el Trabajo y la Virtud. La otra estatua, interior, simboliza la República.
A ambos lados del desembarco de la gran escalera, se emplazan dos grupos escultóricos hechos en bronce, La Virtud Tutelar del Pueblo y El Trabajo, de 6,50 metros de altura cada uno.
De Zanelli es también la impresionante estatua “La República” ubicada en el magnífico Salón de los Pasos Perdidos y situada bajo el domo. Hecha en bronce, con 17,54 metros de altura, mide 14.6 metros desde los pies hasta la punta de la lanza y 49 Toneladas de peso, que es una de las más grandes del mundo bajo techo. Después de su emplazamiento se le consideró la segunda estatua más alta del mundo bajo techo, superada por el Buda de Oro de Nava, Japón. Actualmente es la tercera, después de concluido el mausoleo a Abraham Lincoln, en Washington.
La estatua de la República de Cuba se dice fue inspirada en la modelo habanera Lily Válty, una mestiza criolla de figura agradable. Lily Valty solo brindó su escultural cuerpo, pues la verdadera dueña del rostro fue Elena de Cárdenas Echarte. Para la pieza principal que simbolizaría a la República de Cuba, Zanelli debía servirse de mujeres típicas del país y recordar a Palas Atenea, diosa griega de la sabiduría. Zanelli también la utilizó para esculpir elementos decorativos del pórtico central.
En su cabeza reposa un gorro frigio, como emblema de libertad. Su brazo derecho levantado, lejos de empuñar, sostiene con delicadeza una lanza con aire victorioso, en contraposición con su mano izquierda que descansa sobre el Escudo de Cuba. Es visible su bien definida musculatura en la desnudez de la mayor parte del cuerpo. Una banda estrecha imitando una tela fue esculpida cubriendo una porción de sus partes privadas, lo que le da un aire un tanto sensual.
La majestuosa escultura de bronce laminado en oro de 22 quilates, mide alrededor de 17 metros, incluyendo su base de mármol ónix antiguo egipcio. Solamente el Buda de Oro de Nava, en Japón, y el Memorial Lincoln, en Washington, superan la altura de nuestra colosal estatua. Fundida en Italia (Fonderia G. Chiurazzi, Roma MCMXXIX), para el traslado hasta Nápoles, dividida en tres partes, se necesitó un vagón especial. En día lluvioso fue embarcada hacia Cuba y las tres grandes cajas se subieron en hombros por la escalinata del Capitolio días antes de su inauguración. En esa época se le consideró la mayor estatua de bronce fundida en Italia para el extranjero.
A pocos metros de la entrada y del brillante que marca el kilómetro cero de la Carretera Central, justo debajo de la cúpula se yergue serena, con lanza, escudo y gorro frigio, como presta a luchar.
En los tiempos en que se creó esta escultura había gran influencia del fascismo en muchos países, especialmente en Italia con Benito Musolini en el poder. El sistema fascista utilizaba la música, la filmografía y las artes en general como armas políticas con fines propagandísticos para cambiar la ideología de las masas y ejercer control sobre ellas. La arquitectura, por ejemplo, se caracterizaba por la construcción de majestuosas y colosales edificaciones, monumentos y esculturas para que reflejaran lo que ellos consideraban la supremacía de la raza aria. De ahí el considerable tamaño de la estatua en el Capitolio de la Ciudad de la Habana.
Pero hay algo que llama mucho la atención, y es que hay otra estatua está situada en el mismo capitolio y que representa al demonio. En el patio interior del ala norte del capitolio se encuentra La Estatua de Mefistófeles, al que le llaman El Ángel Caído o el Angel Rebelde, una obra de Buemi, otro artista italiano de los años 30. Por aquel entonces se decía que era símbolo de la discordia y de la controversia.
En muy pocos lugares del mundo se encuentran efigies erigidas a este ángel conocido como Lucifer, pero en ella siempre aparece vencido y humillado. A diferencia de estos otros, este ángel de Cuba es el único en el mundo en actitud desafiante y prepotente, muy lejos de mostrar señales de humillación. Su actitud es de rebeldía, con su brazo derecho levantado hacia el cielo y el puño cerrado en señal de desafío al Creador. Con su mano izquierda se señala a si mismo, como atribuyéndose el derecho de suplantar el lugar de Dios. Si fuera creyente diría que el haberlo ubicado allí representó un castigo para el pueblo de Cuba por todos los sufrimientos que ha llevado a lo largo de su corta vida de un poco más de un siglo.
Salón de los pasos perdidos
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La estatua de la republica ya el diamante con el kilometro cero
La Tumba del Mambí Desconocido. Un lugar poco conocido de este edificio es la “Tumba del Mambí Desconocido”. Está ubicada en la parte baja de la escalinata principal; debajo y a ambos lados de ésta es posible apreciar dos arcos que conducen a un pasaje cubierto donde se encuentran las entradas a este recinto, que contiene un sarcófago rodeado por seis figuras de bronce que representan cada una las seis provincias de la república. El que no haya vivido y visitado el Capitolio antes de la revolución, ni siquiera conoce de la existencia de este lugar.
Los mambises eran los patriotas cubanos que lucharon en las guerras contra España por la independencia. Es algo similar a las tumbas del soldado desconocido que existen en muchos países y donde simbólicamente se rinde tributo a todos aquellos que dieron sus vidas en las guerras.
Un antiguo memorial de esta clase es el memorial del muerto desconocido de la Guerra civil de los Estados Unidos de 1866. La tradición moderna de esta práctica la comenzó el Reino Unido cuando, terminada la Primera Guerra Mundial, fue el primer país en enterrar a un combatiente desconocido en nombre de todos los ejércitos del Imperio británico, en la Abadía de Westminster en 1920 y le siguió la Tumba del Soldado desconocido de París, fue instalada bajo el Arco de triunfo el 11 de noviembre de 1920. Se trata de un soldado no identificado, muerto en la batalla de Verdún, y que representa a todos los soldados fallecidos durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial.
Existen también en Argentina, la Tumba del soldado desconocido, en la Catedral metropolitana de Buenos Aires, en España el Valle de los Caídos: homenaje a los que murieron en ambos bandos durante la Guerra Civil española,
Rusia: la Tumba del soldado desconocido en el Parque Alexander, en Moscú y en decenas de países más. Pero es impresionante y solemne la Tumba de los soldados desconocidos en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia, ceremonia que tuve la oportunidad de ver.
Inauguración del Capitolio y su funcionamiento. Las obras del Capitolio comenzaron en 1910, pero fueron periódicamente demoradas, paralizadas, demolidas hasta el cimiento y reiniciadas por razones de presupuesto, arquitectónicas o políticas. No fue hasta 1926, en la primera administración del presidente Gerardo Machado, que un empujón final coronó lo que es sin dudas, junto con la Carretera Central, constituyeron las construcciones civiles más importantes de Cuba en el siglo XX.
El Capitolio de La Habana fue inaugurado el 20 de mayo de 1929 (Día de la Independencia que en la Cuba revolucionaria no se celebra), con un costo total de casi diecisiete millones de pesos, lo que equivalía a la misma cantidad de dólares de la época, por lo que era una cantidad gigantesca entonces. Todo este gasto se ejecutón dentro de un período de gran recesión económica mundial, que provocaría al siguiente año la crisis conocida como el crack de 1929, por lo que el gobierno de Gerardo Machado fue acusado justamente de permanecer ajeno a la realidad social que vivía el país.
Solamente dos años después de que fuera terminado y con Cuba sumida en una profunda crisis económica, 22 personas fueron acribilladas frente al edificio al protestar contra el gobierno.La posterior renuncia del presidente Machado provocó una ola de violencia en La Habana, pero sorprendentemente los saqueos de las multitudes respetaron el Capitolio. Nadie saqueó el edificio, sólo afectaron la fachada, solamente la imagen de Machado que fue arrancada del bajorrelieve de las puertas.
Durante treinta años exactamente el Capitolio sirvió como la sede de la legislatura cubana, que se reunía en los hemiciclos de la Cámara y el Senado, situados en los extremos opuestos del edificio. Legisladores, políticos, funcionarios, empresarios, lobistas, intelectuales y activistas sociales se daban cita en sus muchas salas para trabajar en las leyes que manejaron la corta vida de la República. La Constitución de 1940, redactada en ese año con un fuerte acento social, es quizás la más importante de las leyes que se elaboraron en el Capitolio Nacional.
El Capitolio fue hasta la llegada de Fidel Castro en 1959 la sede del Congreso bipartidista de la época y, como tal, un símbolo del viejo orden para las nuevas autoridades. Era una revolución y había que destruir todo lo anterior, material y virtualmente, porque todo era malo.
La suerte de esta emblemática construcción Capitolio cambió radicalmente con la llegada al poder político de la revolución de Fidel Castro. Los cubanos sabíamos del poder de la monarquía absoluta que estableció en Francia Luis XIV, El Rey Sol, cuando decía “El Estado soy yo”, o en su original “L’État, c’est moi”, en cubano; letásemuá, que era objeto de burlas a aquellos que a cualquier nivel querían imponer su voluntad.
Lo cierto es que ningún cubano, de la inmensa mayoría que apoyó a la revolución en sus primeros meses o años, podía imaginar que en nuestro entorno tropical iba a haber un gobernante de facto que dejara pálido a los monarcas absolutistas europeos.
El Capitolio, todo un símbolo de una época, no podía escapar a su furia. Si no escaparon nombres de calles, sitios históricos como el monumento al Maine y las estatuas de la Avenida de los Presidentes, como iba a hacerlo el ícono principal de la república.
La organización política de Cuba ya era otra (un poder absolutista por decirlo de alguna forma porque no había organización ninguna, sino un gobierno unipersonal) ya no cumplía ningún objetivo, pues fue construído con otro fin, aparte de la carga simbólica y significado que había que destruir.
En el propio año 1959 el nuevo gobierno revolucionario lo transformó en la sede de la Academia de Ciencias de Cuba, más tarde Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. Rápidamente se situó en él, aparte de oficinas, un museo de ciencias naturales.
Muchas veces me he puesto a pensar que si uno posee una obra de arte no se la puede vender a nadie que no sea al estado cubano, ya que dicen que pertenece al patrimonio de la nación. Creo que no hay patrimonio más nacional que una obra como el Capitolio, y sin embargo, las instituciones o los funcionarios, a nombre del gobierno que nadie eligió, pueden hacer uso de los bienes patrimoniales de la nación y regalarlos, venderlos o como el caso que nos ocupa, destruirlos.
En el diccionario comunista patrimonio es sinónimo de propiedad, que puede ser privada, algo que al sistema no le gusta. Siempre recuerdo que cuando muchacho, si preguntaba qué era o significaba la palabra comunista o socialista, me respondían con un versito: “viva el comunismo y la igualdad, si tienes un peso, dame la mitad”.
El patrimonio privado mueble y comerciable durante decenios no existió en Cuba, salvo para cuando, aprovechando la miseria de gran parte de la población de la Isla, se abrió en la capital, la famosa “casa del oro y la plata”, popularmente bautizada como “casa de Diego Velázquez”, en las que a precios ínfimos el Estado usurero tasaba las joyas y objetos de oro y plata de decenas de miles de infelices que así perdieron lo más valioso de su patrimonio familiar, a cambio de “certificados” (como los que daba Angel Castro, el terrateniente gallego padre de Fidel Castro, a sus trabajadores para que compraran, al precio que el dispusiera exclusivamente en sus tiendas) que les permitieran comprar unos pocos bienes de consumo imprescindibles, como ropas, zapatos o algún efecto electrodoméstico, a los que de otra manera no hubiesen podido acceder. Todo lo que teníamos de oro y plata, exceptuando nuestros anillos de compromiso, se convirtieron, en un primer televisor a colores y algunos jeans y cosas para nuestros hijos. Y por supuesto de patrimonios como bienes inmuebles, terrenos y autos, siguieron hasta hace pocos años prohibidos para su comercialización.
Pero mientras tanto la destrucción del capitolio se llevaba a pasos agigantados. Desaparecieron muchos de los carísimos muebles y adornos que decoraban los espacios interiores del Capitolio desde los años en que estuvo ocupado por la Academia de Ciencias. La feroz rapiña fue obra tanto de ciertos altos funcionarios y directivos de la Academia de Ciencias y otros acreditados revolucionarios, así como decenas de investigadores y subalternos que dispusieron impunemente del patrimonio público.
Una tras otra fueron realizadas sucesivas divisiones en el interior del Capitolio, afectándose las paredes y columnas, mientras los jardines interiores de las alas norte y sur, así como las lámparas, instalaciones sanitarias, cristales, cortinas, tapices y frescos que decoraban los espacios interiores sufrieron los embates del abandono y la rapacidad de los nuevos ocupantes.
La Tumba del Mambí Desconocido y su conjunto escultórico fueron convertidos en almacenes y área para la carga y descarga de camiones de los servicios de mantenimiento que no mantenían nada y además se convirtió en taller de reparaciones del parque automotor de la Academia.
Las áreas exteriores se convirtieron en urinarios públicos por los que se hacía literalmente imposible circular a causa del hedor, y las rampas laterales de las majestuosas escaleras servían como canales por los que se deslizaba toda la chiquillería de los barrios colindantes. Algunos años estuve trabajando en una imprenta situada una cuadra detrás del Capitolio y al pasar por sus antiguos jardines, veía la dejadez, la suciedad y el deterioro de forma creciente. Esos jardines del Capitolio fueron el lugar escogido para la celebración de unos festivales muy concurridos, donde imperaba la música, la cerveza, el ron y las puñaladas: Papel y Tinta, una fiesta tipo carnavalesca, con las mejores orquestas y cantantes que dejaba un saldo negativo, pero que sobre todo, fue ayudando a convertir al Capitolio, como ya lo estaba haciendo en su interior, la renombrada Academia de Ciencias, en un solar de los peores de la Habana.
Si los científicos cubanos podían trabajar y pensar en tal ambiente, que podía esperar el resto del pueblo. La mediocridad se diseminó en Cuba como un virus. Y el virus original estaba en lo que se había hecho con el Capitolio.
Los edificios no son culpables de lo que ocurre en ellos, pero parece que la revolución centró su odio hasta en los edificios. Y el Capitolio solo fue uno y porque de él hablamos, pero símbolos como el FOCSA y el Someillán, gigantescos edificios donde trabajaría años después, también sufrieron un deterioro por dejadez, envidia y odio, de los que se han salvado por pura casualidad.
La Biblioteca del Congreso (no comparable con la Biblioteca del Congreso de Washington D.C., que es otra maravilla arquitectónica que pude conocer), pero también tenía su esplendor y contaba con ricos fondos, también fue objeto del canibalismo. Tesoros de la cultura universal y del conocimiento humano fueron amontonados y revueltos sobre el piso del Salón de los Pasos Perdidos y quedaron a merced de la rapiña del que pudiera tomarlos. De este vandalismo oficial solamente conocen aquellos que trabajaban y tenían acceso a ello. Pero ahí no quedó el daño, el Archivo del Congreso, depositado en los sótanos del Capitolio fue desatendido y se inundó en varias ocasiones, así como saqueado, perdiéndose valiosos documentos históricos y los retratos al óleo presidenciales, inutilizando el legado físico de la República, sus instituciones y personajes. Como en la novela “1984” de George Orwell, el Gran Hermano reescribió la historia a su conveniencia.
Pero el deterioro del Capitolio no es más que parte de la destrucción que impera en toda La Habana, salvando lo rescatado por la Oficina del Historiador en La Habana Vieja. Hay un nuevo tipo de turistas que se impresiona viendo una ciudad en pedazos, el cementerio de cines en la ciudad que más cines tenía en el mundo, cementerio de librerías, comercios, todo apuntalado, esperando a que se derrumbe completamente, rodeado de basura y ruinas donde sus habitantes se hacinan. El que conoció La Habana de los años 50 como yo, no deja de asombrarse de tanta desidia y tanta destrucción.
Las ciudades bombardeadas durante la segunda guerra mundial, pocos años después recuperaron su esplendor y lo superaron. En La Habana donde no ha caído ni un petardo, los edificios, igual que el espíritu de las personas, se desmoronan. Dentro de todo el proceso revolucionario, La Habana ha llevado la peor parte y sumida en la propaganda política y la chusmería y el irrespeto por todo, el Capitolio, su símbolo, no podía ser de otra forma.
Tirar el machetazo después que pasó el majá. El majá es una serpiente cubana familia de las boas y como todas las serpientes cubanas, no es venenosa.
Esa frase cubanísima, de “tirar el machetazo después que pasó el majá”, se ajusta perfectamente a esa conducta enraizada de dejar que prosperen y se expandan los problemas para entonces cortarlos de raíz cuando sencadenaron una situación comprometedora.
Esto se aplica, poniendo un ejemplo, en cualquier actividad productiva o de servicios, una fábrica, una tienda, un teatro, un restaurante, un hotel. Si en lugar de dar mantenimientos periódicamente, pintarlo a menudo, modernizar sus instalaciones, se deja sin solución todas las roturas, después hay que acometer una reparación integral o demolerlo completamente y hacerlo todo nuevo. Pero eso también tiene su explicación, ya que en una inversión mayor, las posibilidades de incremento falso de los costos, pérdida de materiales y equipos o herramientas, está justificado, así que el machetazo es por partida doble. Pero ahora es justamente bien aplicable a lo que se está haciendo con el Capitolio.
La zona está priorizada con vistas a que retome su uso original como asiento del máximo órgano de gobierno, y otros espacios mantendrán los servicios al público, entre ellos, el Salón de los Pasos Perdidos y la Biblioteca, acometiendo la mayor restauración del inmueble desde su inauguración en 1929 y que incluye los elementos arquitectónicos e históricos, adecuándolos a las nuevas tecnologías como sus sistemas contra incendios, de seguridad, de redes informáticas y de climatización.
Esta rehabilitación del Capitolio Nacional incluye bronces, yesos, dorados, carpintería y el trabajo de la cúpula, muy complicado. Cuando visité el Capitolio de Washington ya hacía varios años que estaban en trabajos de restauración de su cúpula. Varias instituciones, la última de las cuales fue el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
Allí se instalan las oficinas de los miembros de la Asamblea del Poder Popular, actual Parlamento unicameral y que unánimente, a través de toda su historia desde la llamada “institucionalización” de 1976, ha votado todos sus proyectos sin haberse levantado jamás una mano en contra. En eso creo que van a romper un récord mundial de carnerismo o como dicen en otros países, borreguismo o como llamaría yo, sumisión.
Se supone que a su finalización, la estructura del lujoso edificio, declarado Monumento Nacional, deje atrás todos sus problemas ocasionados por la falta de mantenimiento y reparaciones y maltrato, se resuelvan los daños a su estructura, se repongan sus desagües, se pinte y se recuperen sus trabajos decorativos, se ejecute la reparación y pulido de estatuas, lámparas, elevadores y puertas de bronce, y se reparen las grietas de su cúpula.
También serán remozadas las zonas aledañas y jardines, muy afectadas por los agentes climáticos, la poca atención y a que es una zona altamente transitada. En las zonas exteriores, entre las céntricas calles del Paseo del Prado, Dragones, Industria y San José, también se repara y cambia todo el pavimento de granito, dañado en un ochenta por ciento. Ojalá y podamos ver un Capitolio como el que vimos de niños.
Dos anécdotas, una de ellas para los que se creen que la corrupción es algo nuevo y otra para los que creen en el más allá.
El diamante del Capitolio, símbolo y robo durante el gobierno de Grau. Durante el gobierno de Gerardo Machado, General de la Guerra de Independencia, destacan la construcción del Capitolio de La Habana, la Carretera Central y otras obras, así como importantes logros económicos. Su mandato se caracterizó por la bonanza económica, pero también por la represión de las fuerzas opositoras.
Para satisfacer la desmedida vanidad nacional de la joven República, se decidió adquirir un diamante, sembrado en el piso principal del emblemático Capitolio, donde marcaría el kilómetro cero de la red de carreteras cubanas, en particular la Carretera Central. Rodeada de leyenda, se dice que la joya perteneció a un zar ruso, y que llegó a Cuba de la mano de un joyero turco que la adquirió en Francia. Lo que sabemos con certeza es que fue comprada por el gobierno del General Gerardo Machado.
Los romanos medían sus distancias a partir de un hito situado en el Capitolio. Los franceses, desde el célebre Arco de Triunfo parisino, y en los EE.UU. el sistema vial del Este arranca desde la aguja del Capitolio de Washington. Cuba no podía ser menos.
Isaac Estéfano, un joyero radicado en La Habana y que hizo aquí buenos negocios con joyas de la aristocracia rusa, logró interesar a María Jaén, esposa del presidente Alfredo Zayas, en uno de los cinco brillantes que conformaban una de las coronas del último zar de Rusia, Nicolás II.
Carlos Miguel de Céspedes, ministro de Obras Públicas del gobierno de Machado, se interesó en adquirirla para colocarla en el Capitolio, todavía en construcción. A esa altura el joyero se conformaba con 12 000 pesos. Obreros, técnicos, ingenieros y arquitectos que participaban en la edificación de la majestuosa obra y hasta la misma firma contratista aportaron 9 000 pesos. Los 3 000 restantes los puso Carlos Miguel de su bolsillo.
La joya se consideraba uno de los tesoros mejor protegidos de la República. La habían engarzado en ágata y platino antes de introducirla en un bloque de andesita, el granito más fuerte del mundo, y este a su vez fue recubierto por otro, de concreto, al empotrarse en el piso, en el centro del Salón. Un cristal tallado, tan sólido que se estimaba irrompible, reforzaba su resguardo.
Al inaugurarse el Capitolio el 20 de mayo de 1929, el brillante estaba ya en su sitio y por su engarce suntuoso, el tallado y su sorprendente fulgor amarillo fue el centro de la atención de las personalidades nacionales y los dignatarios extranjeros que ese día asistieron a la toma de posesión del presidente Machado, empeñado en prorrogarse en el poder en contra de la opinión de los sectores más responsables del país. Y cuando se traspasó el edificio al Congreso de la República, la joya continuó siendo el punto máximo de atracción de los visitantes cubanos y de otros países.
Pocos minutos de la madrugada del 25 de marzo de 1946 bastaron a los ladrones para sustraer el brillante, Pasaron los meses y el robo del brillante parecía haber caído en la categoría de los crímenes perfectos, cuando, el 2 de junio del 1947, el presidente Grau, 15 meses después de su pérdida, dijo que el brillante estaba dentro de un pequeño y ajado sobre amarillo y que le había sido enviado de forma anónima.
Las teorías se esbozaron por cientos, pero como otros muchos hechos delictivos ocurridos en el período de los gobiernos auténticos (1944-1952), el robo del brillante del Capitolio quedó sin esclarecer. La era del gangsterismo en Cuba llegó hasta el Capitolio.
En 1973 se sustituyó el diamante por una réplica por cuestiones de seguridad y se guardó en la caja de seguridad del Banco Central de Cuba, pero como todas las cosas del gobierno revolucionario, no existe claridad alguna sobre el destino del diamante, de lo cual no existen pruebas algunas.
Nadie sabe si se volverá a colocar en su lugar original el gran diamante de 25 quilates que a los pies de la Estatua de la República y bajo la cúpula que se yergue a 92 metros de altura, marcaba el Kilómetro Cero de ese otro ícono de la ingeniería civil cubana que fue la Carretera Central.
Como ha ocurrido con muchas cosas en Cuba, es posible que se encuentre en el Kremlim o en una bóveda secreta en un banco suizo, perteneciente ya ustedes saben a quién.
El Salón de los Pasos perdidos y el fantasma. Una de las cosas más impresionantes del Capitolio es este salón que se encuentra en su interior y que vimos que tine un tamaño gigantesco: 1740 metros cuadrados (120 metros de largo por 14,50 de ancho), y a través de él se accede a los hemiciclos, salones y galerías de la parte posterior del edificio. La entrada está precedida por la gigantesca estatua de la República y el Kilómetro Cero con su brillante.
Este salón fue proyectado para la realización de las grandes recepciones que ofrecerían las dos Cámaras en que estaba dividido el poder legislativo. Son de destacar los 32 monumentales candelabros de bronce (llamados “torcheras”) fundidos en Francia, los 25 bancos de mármol fabricados en Italia, y las puertas de acceso con sus herrajes de bronce.
Como dato curioso, se dice que por este salón se pasea cada noche el fantasma de Clemente Vázquez Bello, Presidente del Senado, que murió en un atentado en 1932. Vázquez Bello no era un asesino ni un ladrón. Pero estaba comprometido fuertemente con Machado, que le llamaba “mi inseparable”. Fue el responsable de que Machado llegara a la presidencia de la nación cuando en 1924 logró imponerlo, gracias a su habilidad, como candidato a la primera magistratura en la asamblea postulatoria del Partido Liberal, frente a la nominación de Carlos Mendieta, caudillo natural de los liberales, propuesta defendida por el no menos hábil Orestes Ferrara.
Vázquez Bello y Machado, eran coterráneos, de Santa Clara y se dice que el dictador llegó a verlo casi como a un hijo y pensaba en él para que lo sucediera en la presidencia cuando abandonara el poder en 1935 que era la meta que se había propuesto. Salió ileso de un primer atentado, pero no se libró en el segundo intento, el 27 de septiembre de 1932.
Se asumió que Vázquez Bello sería inhumado en el panteón de su suegro, Regino Truffin. Aprovechando el sistema de desagüe de la necrópolis, dinamitaron aquella tumba y sus contornos a fin de acabar también con Machado, y el gobierno en pleno, así como el cuerpo diplomático, pero la decisión de trasladar sus restos a Santa Clara, hizo que no fructificara el atentado y se descubriera la carga explosiva al día siguiente, evitándose por pura suerte una verdadera masacre.
Queda así demostrado que el terrorismo en Cuba no había sido una invención de Fidel Castro, aunque éste la empleó de forma exhaustiva, ya que este surgió como “instrumento revolucionario” contra Machado por parte del movimiento ABC. Estos antecedentes delictivos, que definieron el modo de operar en la lucha contra el último gobierno de Fulgencio Batista, nos enseñan que muchos héroes y mártires revolucionarios no fueron más que vulgares terroristas, algunos de los cuales murieron en el acto de cometer sus crímenes contra civiles indefensos.
Durante estos decenios que el Capitolio ha estado casi en bancarrota, el fantasma deberá haberse hallado en su elemento, como si fuera un viejo vetusto castillo ruinoso.
Sitios importantes en los alrededores del Capitolio. Como vimos, el Capitolio fue construído en uno de los sitios más céntricos e importantes de la Habana de principios del siglo XIX. En sus cercanías, ya existían o fueron construidos importantes edificaciones y sitios de interés.
En uno de sus laterales se encuentra el entonces Centro Gallego edificado en 1915, que junto con el Centro Asturiano, enfrente, eran las dos sociedades españolas más poderosas de la época. Hoy radica en él el Gran Teatro de La Habana, sede del Ballet Nacional de Cuba, que es una de las principales instituciones culturales de la capital cubana y arquitectónicamente uno de los íconos de la ciudad.
Justo enfrente a uno de sus costados está el histórico Cine Teatro Payret, donde actuaron figuras renombradas internacionalmente. El teatro Payret fue de los primeros en presentar películas desde las primeras décadas del siglo y por los años 30 fue conocido como “La Catedral del Cine Español”.
Justamente enfrente estaba la tienda “El Machetazo”, donde hasta el más pobre se vestía cuando visitaban las tiendas con sus ofertas baratísimas y una calidad aceptable.”La tienda el Machetazo, con sus precios macheteados, la que más barato vende” era su slogan. El Machetazo en Cuba era una tienda a donde primero llegaban los campesinos que incursionaban en La Habana, por su cercanía a la terminal Central de Ferrocarriles y a los jardines del Capitolio Nacional, donde indefectiblemente se tomaban una foto para que vieran que estaban en la capital.
Y hablando de El Machetazo, quien le iba a decir a Juan Ramón Poll Cabrera, dueño, antes de la revolución, de esta modesta tienda, pero muy bien situada, frente al Capitolio habanero, y que era famosa por sus precios increíblemente bajos, que sería propietario de un una cadena de hipermercados con 11 sucursales en Ciudad de Panamá.
Los Aires Libres del Prado comenzaban en la calle Dragones y Prado, justo a un costado estaba situado el Hotel Saratoga hasta la calle San José y Prado, donde se encuentra ubicado el cine teatro Payret. Los Aires Libres del Prado fueron punto ineludible de concurrencia para dos o tres generaciones de habaneros anteriores al triunfo de la revolución. Las más aclamadas orquestas populares de la isla se presentaban allí cada noche, a lo largo de la amplia avenida del Prado, con sus correspondientes espacios para el baile. Había decenas de bares que servían bebidas y comestibles ligeros, siempre al aire libre, en un ambiente de perenne fiesta.
El Hotel Saratoga, inaugurado en 1935 como uno de los más lujosos de La Habana, y con una ubicación espectacular frente al Capitolio, como casi todos los demás en la zona, fue pasto del abandono. Luego, sería reabierto, en 2005, completamente remozado, es un elegante y lujoso establecimiento, donde se combinan hermosos elementos decorativos de principios del siglo pasado con espacios y detalles modernos pero también, como todos los demás, con su función social adulterada: de establecimiento popular pasó a ser coto exclusivo para turistas.
El Diario de la Marina fue un periódico cubano de carácter conservador, autodenominado “El decano de la prensa cubana”. Era de los más importantes y de mayor circulación y su edificio estaba situado justo frente a la escalinata del Capitolio.
El teatro de moda en La Habana de los 30 y 40 del siglo XX era el Campoamor. Situado justo al fondo del Centro Gallego y a un costado del Capitolio, fue testigo del paso de las grandes compañías de vodevil españolas y cubanas. El Campoamor combinaba los sainetes bufos con compañías de vodevil y películas. . Allí se realizó la premiere el 15 de febrero de 1928 del filme The Jazz Singer, la primera película sonora, de 1927, estrenada en Estados Unidos prácticamente semanas antes, el 6 de octubre de 1927. El Campoamor lleva una larga muerte de medio siglo y crecen los árboles entre sus ruinas.
Cruzando la calle en diagonal desde la breve escalina de lo que hoy son las ruinas del Campoamor, se erigía el cine Capri, una pequeña sala mucho más modesta pero igualmente concurrida.
Y frente a la escalinata estaban numerosos comercios, tiendas y el cine Capitolio. Se que se van de la memoria muchísimas cosas, pero los alrededores de la emblemática construcción era un hervidero de actividad y de gente.
En una Revista Bohemia del año 1913 se anunciaba un grandioso proyecto: levantar en La Habana el edificio más alto del mundo, por parte de la Compañía de Construcciones y Fomento. El rascacielos tendría cien metros de altura, mil novecientas habitaciones todas con lavabo, agua corriente, luz eléctrica y por supuesto teléfonos. Aquella inmensa obra se alzaría sobre el antiguo Campo de Marte, actual Parque de la Fraternidad, donde se encuentra la Fuente de la India, junto al Capitolio.
El Palacio, como le llamaron con orgullo, tendría 15 ascensores. Al lado de cada uno de ellos habría buzones con servicios neumáticos de correos para servir a todos los vecinos. Y el sistema de ventilación había sido estudiado con mucho cuidado y consistiría en lo siguiente: anchos corredores y ventanas de grandes dimensiones. Respecto a la iluminación, se proponía colocar vidrios en forma de diamantes entre las oficinas interiores y las exteriores, de manera que se obtuviera no solo refracción de luz del exterior, sino también de arriba y desde los costados. Pero así se quedó todo, solo en proyecto. Si se hubiese materializado, le hubiera hecho una buena sombra al Capitolio que se erigiría justo enfrente solo unos años después.
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Este no es el Capitolio cubano, es el de EE UU, en Washington D.C , sin duda el Capitolio de La Habana le parecerá familiar a los estadounidenses
Algunos lugares de Cuba que recuerdan a los Estados Unidos. Es innnegable la influencia económica, política y social que la intervención norteamericana y su posterior influencia en los destinos del país tuvieron los Estados Unidos. Es por ello que solamente daremos una pincelada de lo más conocido internacionalmente, pero son infinitas las huellas norteamericanas en Cuba, tanto en lo material como en el pensamiento del cubano, a pesar de que más de medio siglo han tratado de inculcarnos la imagen satánica del “imperialismo”, el país, que con su accionar después de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo con su política exterior y el Plan Marshall, propició la liquidación de los imperios coloniales alemanes, franceses, belgas y británicos. El “imperialismo” acabó con los imperialismos, solo no pudo en ese momento liquidar al que realmente debía llamarse “imperialismo”: la Unión Soviética.
-Un monumento a las víctimas del Maine, con dos torres blancas, se sitúa sobre el Malecón de La Habana. Un águila de bronce que coronaba el monumento fue derribada en 1961 durante una protesta contra Estados Unidos, y la cabeza del ave se conserva en la misión diplomática que acaba de convertirse en embajada de Estados Unidos. Como siempre, la sombra de la conspiración está sobre el hundimiento del crucero Maine en la bahía de La Habana.
-Muchos hoteles exhiben fotografías y relatos del auge prerrevolucionario de La Habana, que retratan a la capital cubana como un sitio de diversión glamoroso para mafiosos, estrellas de cine y jugadores de béisbol, desde una placa sobre Babe Ruth en el vestíbulo del Hotel Plaza hasta una exposición fotográfica en el Hotel Nacional que incluye imágenes de Nat King Cole, Frank Sinatra y Fred Astaire. La historia oficial del Hotel Nacional dice que en 1946 fue el lugar de reunión de jefes de la mafia. La reunión inspiró pasajes de la película “El Padrino: Parte II”. Y por supuesto está los hoteles de primera: Habana Hilton, Capri, Habana Riviera, Comodoro y otros.
-Algunas fotos en blanco y negro también decoran el bar Sloppy Joe’s, en La Habana Vieja, que alguna vez frecuentaron Hemingway y otras celebridades. Muchos creen que el Sloppy Joe`s de Key West, donde estuve, es el original, pero allí mismo se explica que Hemingway trajo a La Habana a su amigo de cuando vivió en Cayo Hueso y éste traspoló el nombre y fundó ese bar posteriormente, a semejanza del de La Habana.
-Sin duda el Capitolio de La Habana le parecerá familiar a los estadounidenses. Está diseñado a semejanza del Capitolio de Estados Unidos en Washington D.C., aunque como vimos difiere de éste en muchos aspectos.
El 19 de noviembre de 1937 se inauguró el primer tramo del ferrocarril de La Habana a Bejucal, que fue la primera línea de trenes en operación en el mundo hispano y la cuarta en todo el mundo. y en su primer aniversario se abrió servicio el segundo tramo, que continuaba de Bejucal a Güines. Paralelamente el desarrollo de la industria azucarera potenció el transporte por ferrocarril, por lo que Cuba a mediados del siglo XX poseía una extensa red ferroviaria con acceso a todos los rincones de la isla.
Al evocar a los trenes lecheros recordamos detalles de un tiempo pasado que no debe caer en el olvido, porque por muchos años, estos transportes ferroviarios fueron muy útiles y necesarios. Al irse extendiendo el ferrocarril por todo el territorio y comenzó a ser utilizado para el transporte de leche. Los trenes lecheros recogían la leche en todas las estaciones y hasta afuera de ellas, e iban arribando a las zonas de consumo y paraban donde esperaban los carritos lecheros que hacían la distribución domiciliaria.
Eran lentos, pero no como ahora que usar los Ferrocarriles de Cuba para trasladarse es no apto para cardíacos, ni para personas con bajos niveles de tolerancia, ya que o te da un infarto o montas en cólera.
A pocas cuadras del capitolio, se encuentra la Terminal Central de Ferrocarriles. Durante muchísimos años, este medio de transporte fue el principal que empleaban los habitantes del interior del país para llegar a la capital del país. Había servicios de trenes de todo tipo, desde los exclusivos y rápidos “Gascares” (coches autopropulsados con aire acondicionado), hasta los humildes y lentos trenes lecheros.
Y por supuesto el recorrido obligado de los recién llegados era el Capitolio y sus alrededores.
Cuenta un amigo del interior, que a los guajiros siempre les exigían una prueba de que habían estado en La Habana. Por eso casi todos acababan parándose frente a uno de los tantos fotógrafos ambulantes que a muy bajo costo y con el Capitolio al fondo, daba fe de la visita a la capital.
El paisaje que rodea al Capitolio ha sufrido los maltratos del tiempo y el descuido, muchos edificios cercanos, algunos famosos como el teatro Campoamor, están en ruinas, a sus costados están, como mudos testigos de la destrucción de la industria azucarera, las locomotoras a vapor de muchos centrales, los jardines están abandonados. Miraba una revista National Geographic de 1946 donde aparecía un artículo sobre Cuba titulado “Cuba american sugar bowl” o Cuba, la azucarera de América.
Cuando contrastamos el Capitolio de entonces con el actual, solo vemos algo que no ha sido vencido: los fotógrafos, que por más de medio siglo han luchado por no desaparecer, a pesar de que todo ha estado en su contra, desde la tecnología hasta el paisaje. Son los sobrevivientes del Capitolio. Los que se han aferrado a que no se olvide lo que ya muchos no recuerdan si no van por allí y los encuentran.
Cuántos miles y miles de rostros de todas las generaciones de cubanos han salido de allí en blanco y negro, impresos en una cartulina húmeda. Es cierto que los cuerpos comienzan a borrarse desde el mismo día de la instantánea, pero nunca desaparecen del todo.
En nuestros días, cuando la fotografía se basa en la tecnología digital, ellos continan con la centenaria práctica, utilizando una tecnología de un siglo de antigüedad, cubriéndose con una tela negra, apretando una perita de goma y haciendo aparecer, como por arte de magia sobre un papel la imagen.
Lo que antes era imperativo para los “guajiros” a fin de probar que habían ido a La Habana, ahora para los turistas que visitan Cuba resulta exótico tomarse una foto con la tecnología que usaron sus bisabuelos.
Muchos dicen que solamente los “guajiros” se retrataban con el Capitolio de fondo y es falso, yo tengo más de una foto de esas, pero desgraciadamente no las conservé. El Capitolio era todo un orgullo para los habaneros.
Espero algún día poder tomarme una foto en un Capitolio donde un parlamento democrático discuta leyes para beneficiar al pueblo y que muchos disientan, porque en la confrontación y el debate, está la verdad.
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