La doctrina Trump del egoísmo
Rosa Townsend – Madrid – El Nuevo Herald¿Acaso ignora Donald Trump que el mundo ha sido mucho mejor tras las dos guerras mundiales gracias al liderazgo de Estados Unidos? Primero porque rescató a la Europa devastada con el Plan Marshall –del que este mes se cumplen 70 años–, y después creando un sistema de instituciones multilaterales para fomentar democracia, prosperidad y paz. Un Nuevo Orden Internacional en el que las diferencias o conflictos se pudieran resolver con diálogo y acuerdos, dentro de lo posible. La era de Pax Americana que ha prevalecido desde 1945, ahora amenazada por la “doctrina del egoísmo” en política exterior de la era Trump.
El presidente Franklin D. Roosevelt (FDR) impulsó el Nuevo Orden –anclándolo en derechos humanos, libertades y valores morales– con el fin de fomentar un sentido de “comunidad global” que, aun con imperfecciones y desafíos, ha inspirado desde entonces a millones de seres humanos y elevado su nivel de vida. Fue el Orden que acabó enterrando al comunismo soviético, y el que ha permitido a Estados Unidos ejercer una influencia inusitada de lado a lado del planeta.
La conquista americana de la imaginación global nunca se ha debido al dominio militar sino al “poder blando”, definido como “la habilidad de conseguir lo que se quiere mediante persuasión en vez de coacción”. A través de la diplomacia, la cultura y los valores políticos y sociales. Uno de los ejemplos más emblemáticos fue la famosa frase de Ronald Reagan en Berlín, “Mr. Gorbachev, derribe este muro”, que tuvo más impacto que el arsenal de misiles.
Y aunque es innegable el papel clave que tuvo la disuasión militar para la victoria de EEUU en la Guerra Fría, fue el poder blando el que ayudó a transformar desde dentro al Bloque Soviético, como explica Joseph Nye, el profesor de Harvard que hace años acuñó el término “poder blando”. Sin dejar de reconocer que el poderío militar en el trasfondo siempre ha servido como una póliza de garantía, tanto para la diplomacia americana directa como la canalizada a través del andamiaje del Nuevo Orden Liberal de postguerra: el Fondo Monetario Internacional, la ONU, la OTAN, etcétera.
A largo plazo, ese Nuevo Orden ha demostrado ser no sólo el mejor instrumento para evitar otro conflicto mundial, otro Holocausto o un apocalipsis nuclear, sino el más eficaz para perpetuar el poder americano. Por esa razón todos los presidentes sin excepción, republicanos y demócratas, lo han reforzado. Hasta la llegada de Trump.
Desde el 20 de enero un mundo asombrado y preocupado por la errática y megalómana conducta de Trump se ha preguntado cuál era su doctrina en política exterior, o si no tenía ninguna salvo el impulso o exabrupto del último tuit. Pero sí la tiene. La explicaron detalladamente en The Wall Street Journal su asesor de seguridad nacional, H. R. McMaster, y su principal asesor económico, Gary Cohn:
“El presidente ve claro que el mundo NO es una ‘comunidad global’ [las comillas son de ellos] sino una arena en la que naciones, actores no gubernamentales y empresas compiten para aventajar a los demás”. Es decir, un planeta de todos a por todos, que descarta cualquier forma de intereses morales, ni siquiera por razones estratégicas. El egoísmo como único motor de las relaciones internacionales. Esa es la doctrina Trump, que al fin y al cabo es la que ha guiado toda su vida.
La historia entre las naciones, de la Humanidad en sí, siempre ha estado envenenada de egoísmo y crueldad, no hace falta envenenarla más. Lo que hace falta es continuar promoviendo los valores que siempre han centrado la política exterior de EEUU y han hecho de esta una nación excepcional, a pesar de errores trágicos como las guerras de Irak o Vietnam. Pero errores humanos de los que –y esto es lo que distingue a EEUU– siempre van seguidos de una catarsis autocrítica. Muy distinto es iniciar una andadura presidencial partiendo del egoísmo como único motor de la política exterior. Es la antítesis de la América que el mundo ha admirado.
La doctrina Trump no sólo invita a la guerra, en vez de a la paz, sino que implica asimismo una abdicación del liderazgo de EEUU. Y nunca podrá este presidente culpar a alguien porque ha sido su decisión unilateral. Ninguna nación ha arrebatado el poder a Washington, Trump lo está cediendo, particularmente a Rusia y China, tanto en las esferas económicas como geopolíticas.
Por cierto, el presidente chino, Xi Jinping, encantado con el regalo de liderazgo de Trump, ha emprendido una ofensiva de conquista a través del poder blando, negociando super-acuerdos comerciales, involucrándose en el Pacto del Clima, convocando a 64 países para un megaproyecto en 4 continentes de la Nueva Ruta de la Seda; y, más importante aún, utilizando a cada paso el lema “somos una comunidad global con un destino común”.
Ninguna otra nación desde el Imperio Romano había acumulado tanto poder como EEUU, pero al igual que Roma no es ni invencible ni invulnerable. Para la caída del Imperio Americano únicamente se necesita alguien con ínfulas de emperador.
Rosa Townsend Periodista y analista internacional Fuente El Nuevo Herald
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