Murió de tanto reir: Alegrías de sobremesa
Se veía venir desde hace años. En realidad no falleció. Lo dejaron morir en vida. La radio cubana muchas veces ha apostado por una longevidad que no siempre es sinónimo de salud.
Hasta reír se hace prohibitivo Por Sánchez Gross - Diario Las Américas
Se aburre la onda de la alegría. Desde La Habana siguen llegando noticias de desgaste. Hasta reír se hace prohibitivo. Confirman medios alternativos y oficiales el fallecimiento de “Alegrías de Sobremesa” en Radio Progreso, el más significativo espacio de humor cubano en la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI.
Se veía venir desde hace años. En realidad no falleció. Lo dejaron morir en vida. La radio cubana muchas veces ha apostado por una longevidad que no siempre es sinónimo de salud, impidiendo que le llegue oxígeno a proyectos patrimoniales, como es el caso de Alegrías de Sobremesa, ampliamente escuchado dentro y fuera del país a pesar de su decadencia de los últimos años.
La muerte de sus fundadores y el distanciamiento del show de la realidad cambiante de Cuba han sido los firmantes del certificado de defunción.
El humor es algo muy serio. Es reflejo del pulso de cada día. No puedes hacerlo vibrar sin sentir las agonías de quienes andan las calles, especialmente en un país que se ha acostumbrado a reir de dolor y llorar de la risa.
Muchas voces se escudan en que nunca encontraron remplazo para su libretista fundador, Alberto Luberta, lo cual no es cierto. Debería decirse que nunca se priorizó el reconocimiento y la búsqueda de escritores potenciales sin importar donde vivan, los cuales pudieran alimentar esa industria moledora y diaria que es la radio.
No se manejó con inteligencia el hecho de que desde cualquier sitio de la isla o del mundo, pudiera llegar un buen guión para conformar la comedia que cada día acompañaba a los cubanos en su decursar agónico.
El miedo a saber de qué podemos reírnos y de qué no, ha sepultado un proyecto que por su elenco pudiera parecer caro para el menguado presupuesto de la radio nacional, lamentablemente llena de improvisados en los últimos años, según dan fe las bocinas, esas amigas que rara vez mienten. La radio cubana se ha llenado de lectores de tabaquería amplificados, que repiten los enunciados de los todavía escasos periódicos impresos.
Esta es la manera que tiene lo criollo de ganarle la partida a lo supuestamente hegemónico. Quitar, prohibir, desaparecer, pasarle por encima a lo que generaciones patentaron como perdurable, olvidando que en los medios de difusión casi nunca se toca lo que funciona.
Duele ver como los shows de la primera mitad del siglo XX asumidos desde Cuba por celebridades de antaño como Pototo, Filomeno y Tres patines, siguen surcando las ondas de las emisoras de Latinomérica en horarios preferenciales todos los días, llenos de anunciantes como si la emisión fuera de estreno.
Penoso es que se le cierre otra puerta a la música popular cubana, que contaba con ALEGRIAS DE SOBREMESA, para de vez en vez, sonar un ritmo propio venido desde provincias o desde la misma capital, escapando así del aniquilamiento de las tarimas, a las que solo se suben los músicos afortunados en días de carnaval de pueblos pobres.
Sospechosamente muy en el fondo, no quiere presentarse la realidad social de la Cuba de hoy para que no queden evidencias literalmente en el aire. Se desconoce que una de las mejores curas para la vieja herida es burlarnos de ella.
Se sacudirán las tumbas de Paco y Rita y se edificarán los panteones de los sobrevivientes, a quienes de esta manera los estamos enterrando en vida.
La especulación estaba rondando hace meses como parte de ese insano ejercicio del rumor que se riega para ver lo que sucede. Y como es habitual, nada sucedió. Lejos están los días en los que la gente proteste o se sienta enfadada por algo.
Muy en el fondo subyace un secreto a voces: nadie puede garantizar que las futuras comparaciones humorísticas no sean la lógica aproximación a una realidad nada cómica, molesta para muchos, y que podría causar nuevos estragos a una enfermedad larga y seria, padecida por millones de radioyentes.
Cuando no se asume que el humor es algo muy serio se corre el riesgo de estar muy cerca de ese abominable momento en el que no se podrá reír de nada, por si acaso.
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