Marxismo y pus. Sello conmemorativo del centenario del fallecimiento de Karl Marx, Cuba
Él mismo lo dijo, en carta del 22 de junio de 1867 a Federico Engels (en la cual le pide algunas libras esterlinas, como de costumbre, no sin antes llamar "cerdo" al contrincante capitalista de turno): "Espero que la burguesía se acuerde de mis carbúnculos hasta el día mismo de su muerte".
Carbúnculos, forúnculos, abscesos de pus en la piel. Granos hediondos en las axilas, en las tetillas, en la ingle y el pubis, alrededor de los genitales (pene y escroto) y en la región perianal. Él mismo así lo confiesa en varias cartas privadas, las que el siglo XXI ha ido haciendo públicas para horror del marxismo cultural y otras herencias del horror.
Leyendo esas cartas de su puño y letra, ahora por fin sabemos que Karl Marx sufría de hidradenitis suppurativa crónica.
Es decir, al profeta del proletariado planetario, por temporadas se le estaba pudriendo cíclicamente la piel. Literalmente como a un cerdo, en los peores momentos. Acaso de ahí su insistencia en el uso de ese vocablo en sus cartas personales a Engels: "cerdo" como sinónimo de capitalista, en el diccionario de su dialéctica despótica.
Según la tesis del doctor Sam Shuster, dermatólogo del hospital universitario de Norfolk y Norwich, en el Reino Unido, dichas lesiones eran "demasiado persistentes, recurrentes, destructivas y sitio-específicas" en la piel del judío antisemita.
La hidradenitis suppurativa, según el doctor Shuster en un ensayo de 2007 aparecido en el British Journal of Dermatology, es una enfermedad infecciosa producto del bloqueo de los conductos apocrinos de los folículos pilosos, siendo especialmente nauseabunda precisamente en las regiones que más le dolían a Marx: las axilas, las tetillas, la ingle y el pubis, los genitales (pene y escroto) y la región perianal.
Así, el hombre que ha sido acusado por sus enemigos de practicar la vagancia al por mayor, contaba con una especie de certificado clínico para no trabajar tanto como los demás mortales: Marx tenía que rascarse a cada minuto hasta hacerse sangrar.
De ahí su rabia y su venganza contra la humanidad.
De ahí su visión apocalíptica de la alienación del hombre, y también su desprecio por todo lo que oliera a mercancía o mercado en manos de los demás: esos cerdos de piel lozana. Y algo mucho peor, esos cerdos de piel sana.
Marx también se quejaba por cartas de "tener la piel amarilla como el membrillo" y sufrir una "inflamación del hígado" que el doctor Susher diagnostica con carácter retroactivo como cólicos biliares, no como hepatitis viral ni bacteriana. Aunque, al parecer terminó matándolo una tuberculosis pulmonar, antes de 1883 Marx ya se pasaba la vida goteando pus. Su cuerpo era un anuncio de su cadáver. Y su cadáver encarnaba la crisis general del capitalismo global. Cuando uno no puede curarse su propio culo, al menos puede corregir la debacle del culo universal.
Según el archivo de la correspondencia familiar, muchos de esos forúnculos tardaban meses en mejorarle algo, necesitando de múltiples incisiones quirúrgicas para extraerles la fetidez, la que a veces, como ocurrió en noviembre de 1863, casi le comprometen la vida.
En febrero de 1866, Marx confiesa por escrito casi haber enloquecido al tomar una "navaja afilada" y él mismo pincharse las purulencias hasta que la sangre "saltó por los aires".
¡Y todo esto antes de que Marx completase y publicara en 1867 el primer tomo de su obra cumbre El Capital! Es innegable que Marx escribió heroicamente, eso sí. Escribió a pesar de sí mismo, como un titán tétrico que se autoimpuso su voluntad por encima de una epidermis radicalmente enferma.
Marx es, pues, uno de esos modelos de escritor en fase terminal, que se mantienen vivos gracias a la agresividad de su propia escritura. Pero, en cualquier caso, ¡pensar que la humanidad pudo haberse ahorrado unos 100 millones de muertos y acaso muchas más páginas impotables! ¡Y todo por un forúnculo fétido que no fructificó de manera fatal!
Paradojas del materialismo histológico. Citología criminal. Azar atroz.
Por su parte, desde Londres, según envejecía bellísimo, Engels hablaba poco y pagaba más. En 1895, sin embargo, murió de curioso cáncer en la garganta. Pero al menos con su cremación sacó de la miseria marxista a las dos hijas sobrevivientes de su amigo (ambas llamadas Jenny), tras legarles una buena parte de su patrimonio valorado por entonces en 4,8 millones.
El capitalismo puede ser, en efecto, una cosa cómicamente muy cruel.