El espíritu del carnaval habanero Los festejos populares marcan el fin del descanso estival
María Matienzo Puerto | La Habana | CubanetEl espíritu del carnaval recorre la ciudad: los taxis no llegan a ninguna parte, todos quieren carreras directas que reporten más dinero y menos conflicto; los ómnibus urbanos repletos de gente que cantan y se gritan entre ellos; el Paseo del Prado, como boca de lobo, ampara a borrachos que proponen cualquier cosa a extranjeros o a mujeres que se aventuran a atravesarlos para llegar a donde quiera que vayan; hombres de espaldas en cualquier rincón, bajándose la portañuela para orinar; los vendedores ambulantes de globos, muñecos de espuma, lumínicos, papalotes, maní, chicharrones de viento; la gente disfrazada de cotidianidad: las mujeres en licras o shorts cortos y camisetas o blusas, en vestidos o pantalones, tennis o chancletas; los hombres en jeans, camisetas, pullovers o camisas, vestidos para la ocasión; y policías por todas partes.
A la siete de la noche los que compraron entradas a los palcos ya hacen cola para entrar. Desde ese momento empiezan las críticas: “Ya tu sabes, Mayabe na má”, dice uno de los que espera y señala las latas plateadas y azules que identifican a la cerveza de más mala fama de producción nacional.
Desde las 5 la policía se posiciona. A la altura del Hotel Nacional, un escuadrón recibe instrucciones: ya nadie puede pasar por donde será la pasarela de las carrozas, nadie puede recostarse a las vallas de contención, y parece que les instruyen además en que, cuando empiece el gentío, cualquiera puede ser el enemigo, no pueden darle la espalda a nadie y se apostarán de a 5 cada 10 metros.
Sobre las 6 de la tarde desfila una flotilla de ambulancias que estará disponible en las entrecalles por si ocurre alguna tragedia.
Pero, “la cosa se pone buena después de las 10”, dice Lidia, que con la experiencia le ha cogido “pánico a la calle” porque “estos días se prestan para cualquier cosa”.
“El viernes me contaron que con la FEU volaron las cajitas de comida”, empieza contando Lidia lo que sucedió con una de las carrozas que más violencia ha generado históricamente, “y gracias a Dios que fueron solo cajitas, porque con la FEU se arma de todo” aunque suele ser una de las más esperadas por el público que no compró entradas.
Las expectativas de la gente son diversas. “Muchacha, si suena la corneta china de la conga santiaguera lo que se arma aquí es la tremenda”, comenta una mujer de unos 50 años que atraviesa el parque Maceo.
“Agua, lechita y ‘Planchao’”, es el pregón que recibe a la multitud antes de pasar por los dos cordones de policías que cachean, en la oscuridad de Marina y Malecón, la única entrada al carnaval que consideraron necesario controlar.
“Mezcla un planchao con cualquier cosa”, dice Juan, que se sabe experto en la materia. “Yo una vez lo mezclé y terminé dando unos cabillazos con un piquete que ni conocía”, y aunque lo cuenta como un hecho lejano, parece dispuesto a repetir la experiencia.
“La venta está floja”, dice un vendedor ambulante de muñecos que está recorriendo la calle desde temprano, “la gente viene a comer y a tomar”, y la información se puede corroborar con solo mirar las colas de los quioscos que venden arroz congrí, pollo frito, “pelly”, caramelos, panes, maltas, mayabes.
A las 7 de la noche nadie quiere vender una entrada, pero a las 10 de la noche se puede encontrar una entrada al mismo precio que las vendieron en los cines semanas antes, 15 pesos en moneda nacional.
“El ambiente está aquí abajo”, comenta quien las vende y se puede ver a más de uno de espaldas a la carroza que lleva Yumurí y sus hermanos celebrando sus 25 años; al coro de “Mami, dile a tu marido que yo hice ebbó”; a El niño y la verdad o la Aragón dándole instrucciones sobre las caretas y el movimiento de la Compañía de Danza Voluminosa.
¿A qué voy al carnaval?”, se pregunta y se responde Pucha, “a caminar, a mirar y a que me vean”. Ella hace lo mismo que la marea de gente, ron, orine, bailarines y músicos que corre en ambas direcciones.
Para muchos el carnaval habanero es un “fastidio”, por los desvíos y los borrachos; o una “burla” por cómo está la ciudad de sucia; o “un experimento del gobierno para ver cómo reacciona mucha gente junta bajo los efectos del alcohol y la sensación térmica de 40 grados en la piel”, reparte un botero su teoría a sus pasajeros.
En la Tribuna Abierta hay una sola entrada para bailar con la agrupación que toque: “Mami, la Charanga Latina, pa ti”, informa uno de los policías el sábado en la noche.
El segundo día la gente esperaba que no “hubiera ninguna fajazón”, porque Los Guaracheros de Regla fueron los que cerraron, aun así Lidia recomienda que “de los carnavales hay que salir temprano, no vaya a ser que te pase como a mí que tuve que correr como una loca para que no me alcanzara la policía”, y se adentra en una historia que ilustra lo que puede generar el carnaval: “El chofer nos dejó solos en el carro con el dinero porque la policía lo había parado. El caso fue que a uno de los que nos quedamos en el carro se le ocurrió “meter las manos” y todo el mundo salió corriendo. Imagínate que yo era la más lenta, pero a esa hora quién me iba a creer que yo no conocía a ninguna de esa gente”, y aunque eso puede pasar en cualquier época del año, Lidia aclara: “Sí, pero en carnavales hay muchos borrachos y gente armada, es como si la gente anduviera jurada”, y habla de los no esperan mucho del futuro, que, a juzgar por como toman algunos en los festejos, van siendo demasiados.
ACERCA DEL AUTOR Maria Matienzo Puerto: Una vez soñé que era una mariposa venida de África y descubrí que estaba viva desde hacía treinta años. A partir de entonces construí mi vida mientras dormía: nací en una ciudad mágica como La Habana, me dediqué al periodismo, escribí y edité libros para niños, me reuní en torno al arte con gente maravillosa, me enamoré de una mujer. Claro, hay puntos que coinciden con la realidad de la vigilia y es que prefiero el silencio de una lectura y la algarabía de una buena película.
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