Un agente del Servicio de Inmigración y Naturalización saca a Elián González de casa de sus familiares en Miami, 2000.
ELIÁN, EL NIÑO TÓTEM
Por Francisco Almagro Domínguez | Diario de CubaLa cadena de noticias CNN ha coproducido el documental Elián, trasmitido el jueves 24 de agosto, y proyectada su retrasmisión para el viernes de esa misma semana. El filme de más de una hora de duración hace un extenso y bien documentado recuento de aquel evento, raro y a la vez común, del enfrentamiento entre el régimen y la diáspora cubana, sobre todo la afincada en el sur de la Florida.
Fantástico, porque el rescate de un niño en el medio del océano donde han perdido la vida miles de cubanos tratando de alcanzar la orilla opuesta está lleno de misterios, de verdaderos milagros. Común, porque el "caso" Elián no es el primero ni el último episodio de la pugna entre compatriotas en más de medio siglo; una lucha entre hermanos que ha lacerado a la familia cubana como ningún otro momento en la historia. Absurdo, agregaríamos, porque al pasar los años, enfriarse las emociones, podemos hacer un análisis objetivo, maduro, de lo sucedido. Y lo más importante: evitar cometer errores parecidos.
Todo comenzó aquel Día de Acción de Gracias de 1999. Para darle más mística al asunto, se dijo que la balsa solitaria con el niño de cinco años flotando cerca de las costas floridanas estaba rodeada de delfines, cual ángeles de la guardia marinos. El contexto no podía ser más propicio para la desdicha del niño en tierra, que había salvado la vida en el mar.
La Cuba de finales de los 90 pasaba por un momento crítico en el plano ideológico. La visita del papa Juan Pablo II en 1998 había traído esperanza y paz, dos palabras desaparecidas de los hogares cubanos. La gente regresaba a la Iglesia Católica. El Sagrado Corazón de Jesús, desempolvado, sustituía la imagen de Fidel en las salas de las casas de la Isla. La despenalización del dólar en 1993 había sido una estocada ideológica mortal: ahora valía la moneda del enemigo; la manera de conseguirla era marchándose del país o "resolviendo por fuera". El discurso "revolucionario" hacia aguas por doquier.
Los Estados Unidos de 1999 también eran débiles en ideas, en propuestas. Tiempo preelectoral, Bill Clinton había agotado su capital político en el affair Mónica Lewinsky. Si los demócratas querían seguir en la Casa Blanca debían parecer más duros que los republicanos, quienes preparaban varios candidatos de pedigrí familiar en el partido, como George W. Bush. En esa lidia tenían espacio los legisladores cubanoamericanos, por entonces con voces en el Congreso como la de la invencible Ileana Ross Lehtinen.
De modo que cuando aparece Elián, el niño naúfrago, están todas las condiciones dadas para que se convierta en un símbolo político para ambas orillas. Por un momento, desgraciadamente, se olvidaron los aspectos humanos y objetivos del hecho. El primero y más importante era, y seguirá siendo, el niño. Un chico de cinco años que ha perdido a su madre y aún tiene un padre que lo ama, sin lugar a dudas, le pertenece por derecho natural a su progenitor. No hubo ni habrá nunca justificación legal ni ética para querer separarlo de su padre. Este dilema, artificial, nunca debió politizarse.
Sabiendo de entrada que era una pelea justa, que podía ganarla, y tras entrevistar al padre —e investigarlo hasta el tuétano—, Fidel Castro se percata de estar ante una oportunidad insólita. Castro era un excelente peleador a la riposta; lanza un jaw provocativo: entregar el niño en menos de 72 horas. El exilio se pone en guardia, y ataca: Elián nos pertenece, y no lo vamos a entregar. Habían cometido dos errores fatales que están en todos los manuales de guerra: no se echa la pelea que no se tiene la certeza de ganar, y el enemigo no puede escoger ni el terreno ni tomar la iniciativa en el combate.
A partir de ese momento, Elián se convirtió en un niño-tótem. El tótem es una figura simbólica, mitológica, a la cual la tribu atribuye todo tipo de milagros y dichas. Pueden ser objetos o animales. La función del tótem en las antiguas culturas amerindias era representar y guiar al pueblo. Quien vea las imágenes de este documental no puede sino sentir aprehensión por cómo, a ambos lados del mar, se hicieron fotos del niño en poses ingenuas, pedestres, tras las cuales marchaban miles de cubanos en Miami y en La Habana al mismo tiempo. Recordaban así escenas de histerias colectivas cubanas de otras épocas, como el "entierro del gorrión" (1868) y el fusilamiento de los estudiantes de Medicina en 1871.
Fidel Castro quería al niño como una especie de trofeo. Un niño hecho símbolo gracias a la resistencia hecha en esta orilla, olvidando de la enseñanza salomónica: el Rey ordena cortar la criatura por la mitad para entregarlo a las dos mujeres; solo la madre verdadera, la que lo ama, lo cede para evitar su muerte. El resultado de ir "contra Fidel" fue que el castrismo se hizo más fuerte: movilizó como nunca a millones de personas, distrayéndolas de la necesidad de comer y vestirse, y de paso dio a los comisarios ideológicos suficiente parque para seguir en combate.
Precisamente, en la última parte del documental, Elián mismo se "echa tierra encima" cuando dice que él sí es el símbolo —tótem— en que lo han convertido; cree, de verdad, ser alguien importante, quien puede reconciliar a todos los cubanos. Pero entre palabras aprendidas y de cierta ingenua soberbia, se desliza un joven noble, con todas las carencias espirituales y los baches culturales de quienes han crecido en nuestro país durante los últimos años. En Elián queda todavía algo rescatable, y no es del mar, cuando llega a decir que quisiera visitar EEUU y podría reencontrarse con sus familiares. Muy bien por Elián: volver al niño que nunca debió dejar de ser.
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