Muchos de los llamados "cuadros" del Gobierno muestran una aparente incondicionalidad que les garantiza privilegios negados al ciudadano común.
Con oportunistas "útiles" se sustenta el régimen cubano
Cuando comenzó a subir por la "escalera de caracol" del enrevesado sistema político cubano, Antonio Carmenate era un hombre tímido y flacucho. Si leía algún texto, eran los horóscopos de revistas y periódicos foráneos que entraban de contrabando al país.
Nada de discursear o analizar un tratado filosófico de Carlos Marx, como ahora hace, detallando las estrategias de "la derecha fascista venezolana y los medios hegemónicos mundiales que pretende sacar del poder al presidente democráticamente elegido, el compañero Nicolás Maduro”, a la carrera le dice a sus amigos del barrio, mientras mira el reloj y aclara que no puede seguir hablando.
“Estoy cogido con la hora, tengo una reunión en el ministerio”. Y se monta en el asiento contiguo del chofer de un viejo Lada azul con el membrete de una institución estatal en la puerta. El ‘cuadro’ Carmenate [palabra con la que oficialismo cubano identifica a sus dirigentes politicos] pesa más de 200 libras, tiene un prominente vientre y en los cursos dirigidos a funcionarios estatales, aprendió el léxico encendido de los camaradas.
Para no señalarse, esquiva saludar a los viejos socios, etiquetados de ‘contrarrevolucionarios’. Tarde en la noche, cuando los delatores más intransigentes ya están durmiendo, el hombre se franquea. “Socio, tú estás marcado 'fula' (como desafecto al régimen ), pero siempre serás mi amigo”.
Cuando habla de tú a tú, se aparta de los manuales marxistas. Reconoce que el “socialismo no funcionó en ninguna parte. Pero, brother, gracias al sistema soy persona y me he podido abrir un hueco. Si esto cambia, una pila de funcionarios nos moriríamos de hambre, pues lo único que sabemos hacer es dar muela y vivir del invento”.
Muy cerca de donde vive Antonio Carmenate, en los alrededores del Parque Córdoba, en La Víbora, municipio 10 de Octubre, en el sur de La Habana, residía un académico graduado de Relaciones Internacionales en la URSS, hoy especialista en Cuba-Estados Unidos en el Centro de Investigaciones de Política Internacional y participante ocasional en la Mesa Redonda, aburrido espacio televisivo desde donde los voceros del Gobierno informan lo que les interesa el pueblo conozca.
Se llama Santiago Benítez. En otros tiempos, fuimos vecinos en la barriada pobre y marginal de El Pilar, municipio Cerro. Su familia, trabajadora y honesta, era amiga de mi difunta abuela y de mi madre, periodista de la revista Bohemia.
Santiago se graduó con altas notas y fue el primer expediente de su curso en la Escuela Vocacional Lenin, pero debido a su procedencia humilde, la beca para estudiar en la Unión Soviética se la dieron al alumno que quedó en segundo lugar. Entonces, los hijos de papá [hijos de familias influyentes] y de los incondicionales del gobierno, eran los que tenían más posibilidades de realizar estudios superiores en los antiguos países socialistas de Europa del Este.
La madre de Santiago le dijo a mi madre que a su hijo, el primer expediente de su curso, en la Lenin, por no tener amistades dentro del gobierno, le iban a quitar la beca y se la iban a dar al otro, que sí tenía 'palanca' [influencia].
Mi madre no se lo pensó dos veces y del mismo teléfono que los Benítez tenían en su casa, llamó a su tía Dulce Antúnez, esposa de Blas Roca, miembro del buró político del partido Comunista que presidiera la comisión redactora de la Constitución de 1976, y le pidió que cuando Blas llegara, le adelantara la situación y le dijera que al día siguiente lo iba a llamar a su despacho, a ver si podía ayudarle a resolver que a Santiago le dieran esa beca.
Gracias a mi madre y la gestión personal de Blas Roca, Santiago Benítez pudo estudiar en Moscú. Sus cualidades académicas le permitieron graduarse con diploma de honor y ocupar puestos importantes dentro del establishment cubano. Varias veces he visto a Santiago por la Calzada Diez de Octubre y ni siquiera es capaz de cruzar un saludo conmigo.
Lo peor del absurdo código de la autocracia verde olivo, es que a los dirigentes y funcionarios, más que lealtad, les piden compromisos ideológicos medulares y les obligan a odiar o ningunear a sus adversarios políticos. Incluso aunque sean parientes o amigos de la infancia. Eso se ha relajado, pues hace 45 años no podían cartearse con familiares en el extranjero, escuchar jazz ni rock, música censurada en Cuba pues la consideran parte del llamado 'diversionismo ideológico'.
Pero todavía se mantiene la obediencia a ciegas a la revolución y sus líderes. Por ello no asombran los videos de Miguel Díaz-Canel, presunto sustituto del general Raúl Castro, que están circulando por toda la Isla y donde el 'sucesor' se suelta a hablar chorradas, probablemente para que los talibanes que gobiernan en Cuba lo vean como un tipo fiable.
Los corrillos de las instituciones estatales son un juego de espejos. De acuerdo con la ocasión, los dirigentes y funcionarios prenden el piloto automático, se cambian de máscara y según el momento, utilizan un discurso adecuado.
Aquéllos que pensaban que con la muerte de Fidel Castro y el próximo retiro de Raúl se iniciaría un conteo de protección y comenzaría el movimiento de tierra que sepultara al ineficaz sistema, puede que estén equivocados.
La delirante dictadura ha creado sus propios anticuerpos. ¿Quiénes son? Los primeros defensores a ultranza son los miembros del Consejo de Estado, que cuentan con todas las prerrogativas sin tener que rendir cuentas al pueblo.
Pero no están solos. Por oportunismo, apariencias o convicción -o tal vez porque son tontos útiles-, miles de burócratas civiles y de oficiales de las FAR y el MININT insertados en las estructuras institucionales, económicas, comerciales y turísticas, aunque muchos reconozcan que el socialismo verde olivo no tiene puerta de salida, intentarán alargar el suplicio de una mayoría de cubanos por una sencilla razón: si llega la democracia a Cuba, cientos de puestos de trabajo innecesarios, como los agentes de la Seguridad del Estado que reprimen a los disidentes, desaparecerían.
'Cuadros de confianza', como Antonio Carmenate o Santiago Benítez, que viajan al exterior con pasaporte oficial y el sistema les proporciona una serie de beneficios, quedarían desempleados o tendrían que reciclarse.
El castrismo le ha inoculado a la población que si se disuelve el autoritarismo, regresa el infierno. Un capitalismo salvaje que traería más carencias y dificultades. Y muchos cubanos terminan por creérselo.