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General: Machistas, homófobos, racistas y violentos. El mono al desnudo
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 03/09/2017 20:15
Revisamos con científicos 'El mono desnudo', el ensayo de Desmond Morris que vendió 23 millones de ejemplares y que conmocionó al mundo hace medio siglo.
  
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Machistas, homófobos, racistas y violentos: ¿aún somos solo un mono capaz de dibujar?
     Por Manuel Ligero —  Vanity Fair
Se publicó en 1967 y se convirtió rápidamente en un best seller. Cincuenta años después, El mono desnudo, de Desmond Morris (Purton, Inglaterra, 1928), ha vendido 23 millones de ejemplares en todo el mundo, más de 700.000 sólo en España. Sin embargo, aquel “estudio zoológico del animal humano”, como rezaba su subtítulo, ha perdido buena parte de su brillante pátina de divulgación científica. Muchos de los enunciados de aquel libro-tótem han sido discutidos por investigadores posteriores, cuando no ridiculizados por su dogmatismo.
 
Teniendo en cuenta que la ciencia es un área del conocimiento en permanente revisión, las críticas son perfectamente comprensibles, aunque el propio Morris se resista a admitirlo en su caso. “No he cambiado de opinión. Si volviera a escribirlo hoy, actualizaría algunas cifras sobre la población mundial, pero el resto lo escribiría exactamente igual. Y sigo manteniendo todo lo que digo en él”, afirmaba en 2012 en una entrevista con el locutor británico Nick Margerrison.
 
En aquella conversación, el presentador del programa le confiesa al autor que le “explotó la cabeza” cuando leyó su ensayo. “Ha habido dos libros que han cambiado mi vida y mi visión del mundo —dice Margerrison—. Uno es 1984, de George Orwell. El otro es El mono desnudo, de Desmond Morris”. Este tipo de reacciones entusiastas no son una excepción. El impacto de aquel título fue ciertamente enorme. Hoy, sin embargo, hay científicos que consideran el libro de Morris “sexista, racista, homófobo y sin un verdadero fundamento científico”.
 
DE PINTOR SURREALISTA A DIVULGADOR CIENTÍFICO
En su juventud, Morris era básicamente un artista. Por aquellos años destacó como pintor surrealista, pero los lienzos y los pinceles no ocupaban toda su atención. Había otra cosa que le apasionaba: la historia natural. Después de la Segunda Guerra Mundial, sus inquietudes científicas le llevaron a estudiar en Oxford, donde se especializó en el estudio del comportamiento de las aves. Más tarde trasladó el objeto de su interés a la primatología, disciplina que se convertiría en la piedra de toque de todos sus trabajos posteriores.¿Qué es el ser humano sino un primate más? Este argumento es el que preside su megaéxito editorial: El mono desnudo.
 
La premisa podría considerarse provocadora pero no falsa: a pesar de nuestro desarrollo cerebral, lo cierto es que somos animales. Habrá quien diga que ningún otro animal podría pintar la Capilla Sixtina, y estará en lo cierto, pero no podrá decir que los animales no pintan. El mismo Morris se empeñó, en la década de 1960, en promocionar los lienzos ejecutados porCongo, un chimpancé nacido en el zoo de Londres que llegó a protagonizar varias exposiciones.
 
En aquel tiempo Morris era una figura muy popular en el Reino Unido gracias a Zoo time, el programa sobre naturaleza que presentaba en la cadena ITV. Y su iniciativa, aunque excéntrica, tuvo eco. Incluso Pablo Picasso, fascinado con la obra de Congo, compró una de sus telas. Y el caso de este primate artista no es único en el reino animal. Hay orangutanes, caballos o elefantes que también pintan.
 
Así pues, somos animales, y hasta nuestros comportamientos más sofisticados tienen paralelismos con el resto del reino animal. Hasta ahí, todo bien. ¿Pero puede analizarse al ser humano simplemente como animal? ¿No nos degrada como especie? Pues no. Desde ese punto de vista no se puede atacar a Morris. “Estudiar la especie humana como si fuese una especie animal más tiene todo el sentido”, afirma Marta Iglesias, bióloga e investigadora adscrita al Programa de Neurociencias de la Fundación Champalimaud. “Los mecanismos biológicos que han hecho de nuestra especie lo que es, no son diferentes de los que afrontan las otras especies.
 
De modo que el estudio de cómo nuestra biología nos afecta no es un aspecto en absoluto despreciable para comprendernos. De todos los comportamientos humanos para los que se han estudiado bases genéticas, más o menos la mitad de la varianza observada se debe efectivamente a esas causas. A veces más y a veces menos, pero nunca por debajo del 15%”. Así pues, Morris no erró el tiro ahí. Aunque racionales, y por tanto capaces de mantener un alto grado de autocontrol, “no somos, en absoluto, ajenos a nuestra biología”, recalca Iglesias. Entonces, ¿qué es lo que falla en El mono desnudo? ¿Por qué hay pasajes que, leídos hoy, nos hacen llevarnos las manos a la cabeza?
 
ESPECULACIONES
En primer lugar, ¿por qué tituló así su ensayo? Porque somos monos. Monos sin pelo. De ahí lo del “mono desnudo”. ¿Pero cómo perdió el pelo este mono? Después de enumerar y descartar varias teorías ajenas (una de las más extravagantes propone que el mono, en algún momento de su evolución, volvió al agua para suministrarse alimento y perdió su capa de pelo para nadar mejor; si conservó el de la cabeza fue porque necesitaba sacarla del agua para respirar), Morris expone la suya propia: el ser humano se desprende de su abrigo natural cuando empezó a cazar a campo abierto, una actividad que le daba demasiado calor. Si es así, ¿por qué lo perdieron también las hembras, a las que excluye de la actividad cinegética y que reduce a su papel de madres y protectoras de las crías? ¿Y por qué no perdieron el pelo otras especies depredadoras, como el león o el lobo? El libro está lleno de este tipo de especulaciones.
 
La causa de que el ensayo genere tantas dudas en la actualidad quizás se encuentre en la inclinación del autor a presentar sus intuiciones como verdaderas pruebas científicas, especialmente cuando trata de analizar nuestra sexualidad. En su afán por explicar al “animal humano”, Morris atribuye a los primates de la prehistoria comportamientos sexuales que se producen esencialmente en las sociedades occidentalescontemporáneas. “Imaginar, especular o hacer suposiciones sobre las conductas sexuales prehistóricas de nuestros ancestros es muy arriesgado porque no tenemos ninguna información fiable sobre cómo debían de ser”, explica a Vanity Fair el biólogo canadiense Luc-Alain Giraldeau, decano de la Facultad de Ciencias de la Université du Québec à Montréal. “Estamos ante una opinión que se trata de hacer pasar por ciencia —añade—. Y es toda la ciencia, en consecuencia, la que sufre por ello de pérdida de credibilidad”.
 
Morris, coqueteando con el disparate, dice que los seres humanos somos hoy fundamentalmente monógamos y fieles a nuestras parejas porque nuestros ancestros primates también lo eran. “¡Parece pensar que Estados Unidos representa una muestra biológicamente válida de toda la humanidad en su conjunto!”, exclama Giraldeau. “Los grandes simios, nuestros parientes más próximos, poseen una amplia gama de conductas sexuales, y nadie especula con que la poligamia de unos sea el resultado de la monogamia de otros. El comportamiento sexual humano se caracteriza por su variabilidad, e incluso la monogamia occidental, de hecho, no es a menudo más que una poligamia en serie”.
 
En su best seller, Morris se esfuerza en describir el acto sexual entre humanos de forma fría, como lo haría un naturalista rellenando su cuaderno de notas, y aunque este modo de proceder acaba pareciendo involuntariamente cómico, eso no es lo más chocante. Sorprende, sobre todo, su convencionalismo: el coito, asegura, es mucho más corto que los preliminares; la mayoría, indica, lo hacemos en la posición del misionero; el hombre, dice, alcanza el orgasmo antes que la mujer, que a veces ni siquiera lo consigue. “Cuando ambos partícipes han experimentado el orgasmo”, finaliza, “sigue normalmente un considerable periodo de agotamiento, de relajamiento, de descanso y, con frecuencia, de sueño”. ¿Pero es así siempre? ¿Vale para los jóvenes igual que para las personas de la tercera edad? Morris no entra en detalles y recurre a los adverbios: normalmente, frecuentemente, a menudo, casi siempre… Esta clase de aseveraciones a ojo de buen cubero son las que le han generado un cierto descrédito entre la comunidad científica.
 
El libro, además, dice cosas que difícilmente podrían decirse hoy, ya que su fijación por colocar la zoología por delante de todo lo demás no sólo le hace caer en el reduccionismo científico sino en un machismo manifiesto. Veamos un ejemplo: “El sexo se emplea también por motivos de conveniencia, maniobra muy corriente en otras especies de primates. Si una mona quiere acercarse a un macho agresivo con fines no sexuales, realiza a veces una exhibición sexual, no porque quiera copular con él, sino porque, obrando así, despertará su impulso sexual lo suficiente para eliminar su agresión. (…) Trucos parecidos son empleados también por nuestra especie. (…) Aceptando las básicas restricciones sexuales impuestas por la civilización, es posible dar claras señales de que «no estoy disponible para la cópula» y, al propio tiempo, dar otras señales que digan: «no obstante, soy muy sexual»”. En otras palabras: si una chica se arregla mucho es que está tratando de utilizar su atractivo sexual para conseguir algo de un hombre.
 
LA HOMOSEXUALIDAD, “UN VERDADERO PROBLEMA”
Las mujeres no son las únicas en salir mal paradas en El mono desnudo. Morris también dedica algunos párrafos a los homosexuales: “La formación de un lazo homosexual es inconveniente, ya que no puede conducir a la producción de retoños y estropea la posible función reproductora de los adultos”. El autor despacha las relaciones entre personas del mismo sexo explicando que es habitual en la naturaleza cuando es un “sucedáneo”. Si un animal macho se aparea con otro es porque no hay una hembra disponible. “Situaciones parecidas se producen con gran frecuencia en nuestra propia especie —afirma Morris—, y las relaciones son casi las mismas. Cuando los machos o las hembras, por el motivo que sea, no encuentran acceso sexual a los individuos del sexo contrario, buscan otro desahogo a sus impulsos”. Lo que equivaldría a decir que fuera de las cárceles, los internados o las fragatas no tendría mucho sentido que existieran las relaciones homosexuales.
 
De la otra forma, sí, sería justificable, e incluso “pueden ser biológicamente ventajosas, porque pueden contribuir a evitar frustraciones sexuales capaces de originar diversas perturbaciones sociales. Pero en el momento en que dan origen a fijaciones sexuales, crean un verdadero problema”, afirma. Con una gran falta de delicadeza (y sin ningún fundamento científico), Morris dice que “si en el ambiente familiar los retoños se ven sometidos a una madre varonil y dominadora, o a un padre débil y afeminado, esto puede acarrearles una considerable confusión”. Pero no todo es malo. El autor les concede a los gays una cierta utilidad: “Mientras sean miembros bien adaptados y valiosos de la sociedad, al margen de la esfera procreadora, su no contribución al aumento explosivo de la población puede considerarse altamente beneficioso”.
 
Las conjeturas de Morris en su empeño por decodificar al “animal humano” no tienen fin. A su juicio, el cazador-recolector sale hoy a trabajar, pero su misión es básicamente la misma: “Requiere un viaje regular desde el hogar base hasta los campos de «caza». Es una ocupación predominantemente masculina y ofrece oportunidades para la interacción entre varones y la actividad de grupo”. Tomando como ejemplo las labores de aseo y despioje de otros monos, el autor británico elabora su propia teoría: “La necesidad de ser aseado [a la manera en que lo hacen entre sí otros primates] requiere un contexto especial. El salón de peluquería es la respuesta perfecta. El parroquiano puede someterse al aseo (…) sin el menor temor de que ningún elemento sexual se interfiera en el procedimiento. Este peligro queda eliminado por el hecho de haber formado una categoría especial de cuidadores profesionales, completamente separada del grupo «tribal» de amistades. El empleo de cuidadores varones para los varones, y hembras para las hembras, ha reducido todavía más el riesgo. Cuando no se hace así, la sexualidad del cuidador se reduce en cierto modo. Si una hembra es atendida por un peluquero varón, éste se comporta generalmente de un modo afeminado, con independencia de su verdadera personalidad sexual. Los varones son casi siempre atendidos por barberos del mismo sexo; pero, si se emplea una masajista hembra, ésta suele ser bastante masculina”.
 
Y si las mujeres se molestan por las ausencias prolongadas de sus maridos en el hogar, deben saber que, según Morris, todo responde a un impulso biológico: “Las hembras se quejan a menudo de que sus varones se marchen «con los amigos», y reaccionan como si esto significara una especie de infidelidad para con la familia. Pero están equivocadas, puesto que ello no es más que la expresión moderna de la remotísima tendencia de la especie a formar grupos de machos para la caza. Es algo tan fundamental como la atadura macho-hembra del mono desnudo, y, ciertamente, evolucionó paralelamente a ésta. Es algo que llevaremos siempre con nosotros, al menos hasta que se produzca algún nuevo e importante cambio genético en nuestra constitución”.
 
“En defensa de Morris hay que decir que en 1967 no existían muchas hipótesis sobre la evolución del comportamiento humano”, dice Giraldeau, que acaba de ganar los premios Moron y Hubert-Reeves por su ensayo Dans l’œil du pigeon. “Aunque también se ve que no hizo un gran esfuerzo por buscar hipótesis alternativas, lo que refleja el estado de la etología en aquella época, que era altamente especulativa, se basaba en estudios poco cuantitativos y estaba fundada a menudo en conceptos erróneos”. Así pues, Morris no fue el único en cometer ese pecado. “Vemos lo mismo en los trabajos de Konrad Lorenz y de Nikolaas Tinbergen”, ambos laureados con el premio Nobel en 1973. “Si usted lee hoy Sobre la agresión, verá que está lleno de especulaciones sobre los seres humanos. Y Tinbergen incluso llegó describir en su discurso en la Academia sueca su método, basado en la etología, para curar a los niños autistas”.
 
¿LA RELIGIÓN ES ALGO NATURAL?
Este es otro de los temas en los que Morris lanza opiniones pobremente contrastadas. Y opina que sí, que llevamos la religión en el ADN. Dice que cuando evolucionamos a homo sapiens, socialmente dejamos de estar dominados por un macho alfa simio, el jefe de la tribu. Ese jefe cambió, ya no podía imponerse a base de fuerza bruta sino  por su cualificación y su capacidad de cooperación con el grupo. “Este cambio (...) dejaba, empero, un importante hueco. Persistía la antigua necesidad de una figura omnipotente capaz de tener al grupo bajo control, y su falta fue compensada con la intervención de un dios”, dice Morris. La “extraordinaria potencia [de la religión] es simplemente una medida de la fuerza de nuestra tendencia biológica fundamental, heredada directamente de nuestros antepasados simios, a someternos a un miembro dominante y omnipotente del grupo”.
 
¿Es un disparate? Pues sí, pero sólo en parte. Como todo en El mono desnudo, esconde algo de verdad… aunque no tal y como nos lo cuenta su autor. “Ciertamente parece que hay algo de genético en el fenómeno religioso, y también abundan los estudios del fenómeno religioso desde el punto de vista de la neurobiología”, explica Marta Iglesias. “En realidad, parece que parte del fenómeno religioso es una extensión de mecanismos cognitivos corrientes a terrenos donde no son aplicables: por ejemplo, de la búsqueda de relaciones causa-efecto a aspectos en que la causalidad no es tan obvia. En cualquier caso la intuición de Morris, que parte de la idea de un macho alfa, no resulta muy plausible, dado que no parece ser este el modo de organización social de los primeros humanos. En cualquier caso, no deja de ser una hipótesis que podría tratar de testarse, si alguien estuviese interesado. Aunque por lo que sabemos hoy, va bastante desencaminada como explicación de las causas últimas del fenómeno religioso”.
 
Así pues, forzando mucho la máquina podríamos decir que la religión es, efectivamente, algo natural, y aquí es donde nos encontramos con el matiz más peliagudo para seguir leyendo El mono desnudo en el siglo XXI. En su estudio zoológico del animal humano, Morris tiende a presentar “lo natural” como comprensible o incluso disculpable. Ese posicionamiento contribuye a borrar la línea que separa biología y determinismo, y el terreno en el que desarrolla sus elucubraciones se vuelve, por lo tanto, peligrosamente resbaladizo. “Es muy engañoso afirmar que lo natural es bueno”, explica Iglesias. “Ser devorado por un león quizá sea completamente natural. O morir de una infección. O congelado bajo la nieve. ¿Dónde ponemos el límite de lo natural que es tolerable y bueno y lo que no lo es? Es verdad que en esa falsa idea de que lo “natural es bueno” subyacen muchos temores a estudiar las causas biológicas de la conducta. ¿Por qué? Por miedo a que si se descubre que alguna conducta socialmente reprobable tiene fundamentos biológicos pase a ser, entonces, considerada natural y, bajo esta perspectiva, correcta”.
 
Cuando Morris se detiene a explicar el cortejo sexual en nuestra especie dice lo siguiente: “La fase de formación de la pareja, normalmente llamada galanteo, es notablemente prolongada, a escala animal, y con frecuencia dura semanas e incluso meses. Como ocurre en muchas otras especies, se caracteriza por un comportamiento experimental y ambivalente, que implica conflictos entre el miedo, la agresión y la atracción sexual”. ¿Agresión?¿Habla Morris de violencia sexual como algo natural? Efectivamente, así es. ¿Esto significa que la violencia es disculpable? Ese es el gran problema de Morris: que no lo deja claro. Leyéndolo, uno podría pensar que sí. Iglesias, en cambio, lo explica de forma diáfana: “Yo creo que la conducta humana y los juicios morales no deben atender a si algo es o nonatural, sino a si responden a lo acordado o a si es  algo respetuoso con unos derechos inalienables. Por otro lado, creo que conocer los efectos de la biología sobre nuestro comportamiento nos podría ayudar, tanto a nivel social como individual, a corregir aquellas conductas que no se ajusten a lo que consideremos moral y éticamente correcto”.
 
Marta Iglesias, en lugar de esquivar este espinoso tema, se resiste a plegarse al tabú y lo afronta sin miedo: “Lo cierto es que las agresiones sexuales podrían tener un fundamento biológico. En muchísimas especies de animales la violación de hembras está a la orden del día como mecanismo reproductivo. Además, es un procedimiento que no es difícil postular que se pueda ver favorecido por la selección natural, sólo es necesario que los machos violadores contribuyan a la siguiente generación más que el resto. Y que haya algún componente heredable en el acto de violar. De hecho, hay autores que postulan que quizá sea en parte así en la especie humana. Pero esto no justificaría en absoluto que fuese un comportamiento tolerable o admisible. Natural no es, necesariamente, sinónimo de bueno. Saber si efectivamente hay bases biológicas en estos comportamientos, lejos de justificarlos, en mi opinión podría ayudarnos a erradicarlos”. Ese es el enfoque contemporáneo, tan distinto del de Morris: conocer la biología humana para suprimir sus impulsos menos civilizados, no limitándose a explicarlos y justificarlos.
 
Giraldeau, desde otra perspectiva, llega a conclusiones parecidas a las de Iglesias en Dans l’œil du pigeon: “Si los miembros de una agrupación contra la homofobia me preguntaran, como me ha ocurrido en alguna ocasión, si existen ejemplos de homosexualidad animal, más que responder que sí trataría de explicarles el peligroso razonamiento que subyace en su pregunta. Porque si no los hubiera, ¿acaso eso podría justificar la homofobia? Incluso en el caso de que no hubiera un solo ejemplo de homosexualidad animal, esto no podría servir para apoyar la homofobia. Es necesario rechazar todo tipo de razonamiento naturalista, puesto que la naturaleza no puede, en ningún caso, legitimar una actitud más que la otra”.
 
En cada uno de sus trabajos, este biólogo canadiense insiste en denunciar la concepción de la biología como “una ciencia del determinismo”. ¿RespondeEl mono desnudo a esa concepción? ¿Incurre Morris en ese “abuso ideológico clásico de los principios darwinianos” del que habla Giraldeau en su libro? “Sí, totalmente”, nos responde el propio Giraldeau. “Este tipo de textos no son más que la expresión de los clichés ideológicos de su época. Y bajo su envoltorio de ciencia lo que hace es alimentar, con razón, la desconfianza de los investigadores en ciencias sociales hacia los biólogos. Para evitar esto, hace falta que los biólogos también tengamos la humildad de aceptar que es imposible comprender todo lo concerniente al ser humano sin la contribución de las ciencias sociales”.
 
* Todos los fragmentos del libro de Desmond Morris utilizados en este reportaje pertenecen a la traducción de J. Ferrer Alau de El mono desnudo: un estudio del animal humano, publicado en 1984 por Plaza & Janés.
 


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