Soy “masculina” porque así me siento cómoda y es la imagen que quiero proyectar, pero no por esto tengo que renunciar a ser mujer. Hay muchas formas de feminidad.
Ilustración Zafaraz
Díganme “machorra”, pero no soy un hombre
Siempre me gustaron las mujeres, desde muy chiquita sentí esa atracción. En quinto de primaria tuve una primera novia, pero no estaba 100% segura de mi orientación sexual.
Cuando tenía 16 años y acababa de graduarme del colegio descubrí que era lesbiana. Me di cuenta porque tenía un novio y él quería tirar conmigo y yo no.
Después de eso, tuve la primera relación de pareja con una mujer y le conté a mi mamá. Su reacción fue llorar, pero con el tiempo me aceptó y hoy convive con esto. Ha sido un proceso de transformación.
Antes yo no tenía contacto con personas LGBT, no conocía muchas mujeres lesbianas, hasta que entré a la universidad. Allá me relacioné con más gente, sobre todo con chicas del equipo de fútbol.
Ellas empezaron a llevarme a bares, pero a mí no me gustaba salir de fiesta porque muchas veces me confundían con un hombre. Desde esa época uso ropa “masculina” y tengo el pelo corto y, además, mi voz es gruesa. Sí, yo soy lo que llamarían despectivamente una “machorra”.
En los bares gay, algunos hombres eran pasados y eso me daba mamera: me caían para molestarme. Eran situaciones incómodas en las que era más que evidente la intención de hacerme sentir mal. Quizá ser “bullies” les generaba satisfacción.
De parte de muchas personas heterosexuales, esas que se define como “normales”, también he sentido rechazo. Cuando me llaman por mi nombre me preguntan “¿tú eres Jennifer?”, como queriendo saber si estoy segura de quien soy.
Yo soy profesora de Educación Física, pero solo después de muchos años pude ejercer mi profesión en un colegio, porque a muchos de los lugares a los que iba me decían “una profe no puede ser así”: tener el pelo corto, vestirme como lo hago o tener una voz grave.
Una vez fui a un colegio en Suba a una entrevista. Iba muy recomendada, pero en mi caso eso no funciona. Me hicieron ir con vestido y botas, de una manera que no era yo. La otra persona que estaba seleccionada para la prueba no fue.
El proceso tenía dos partes: la entrevista y la prueba con el director del colegio. Al día siguiente llegué a la cita y él me preguntó, entre otras cosas, cuáles eran mis preferencias musicales y cómo me vestía normalmente. Me dijo que me llamarían al día siguiente para decirme si me habían elegido o no.
La misma noche de la entrevista pusieron un aviso en Facebook en el que hacían una convocatoria de “SOLO MUJERES” para el cargo. Así, en mayúsculas. Yo llamé al colegio y les dije que lo que habían hecho estaba mal. Les pregunté: “Si no soy una mujer ¿entonces qué soy?“. No me respondieron.
A la semana me enteré de que una de las directivas del colegio era la mamá de una chica gay que estudió conmigo en la universidad y quien además tiene una hermana trans. Yo no entendía porque ella había permitido eso. La llamé y me dijo que la decisión no tuvo nada que ver con ella.
De hecho me explicó que compartía mi inconformidad. Lo bueno fue que conseguí otro trabajo donde me sentía feliz y me aceptaban como soy. Un lugar donde no tenía que aparentarle nada a nadie.
Mi hermana es socióloga y me dijo que tenía que hacer algo respecto a lo sucedido en aquel colegio. Lo único que hice fue contactar a esa institución y desahogarme. Por esa historia me llamaron de una ONG para que les contara lo sucedido. Chicas lesbianas que son amigas mías también han pasado por momentos de discriminación.
Es incómodo ir a un bar y no poder entrar a un baño de chicas porque me sacan los de seguridad o tener que entrar a un baño de hombres. He estado en lugares donde me requisa un hombre y es insoportable. Sé que me veo masculina y esa es la imagen que quiero mostrar pero se equivocan quienes creen que por eso tengo que renunciar a ser mujer. Hay muchas formas de serlo.
*Este texto es producto de una entrevista hecha a Jennifer Paola Varón.