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General: Diálogo a distancia con Otto Aguilar: No es paraíso para todos
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: Emilio Ferrer  (Mensaje original) Enviado: 09/09/2017 20:33
URSS, Nicaragua, Gay
El pintor nicaragüense Otto Aguilar llegó en los años 80 a la Unión Soviética becado para cursar estudios de pintura. Pero como cuenta en esta entrevista, no pudo concluirlos porque fue expulsado por lo que entonces era considerado allí un delito: mantuvo relaciones sexuales con un joven ruso.
 
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                                                                                                   Otto Aguilar e Iván en La Plaza Roja de Moscú                                                                (foto facebook)
NO ES PARAÍSO PARA TODOS
          Carlos Espinosa Domínguez | Cuba Encuentro
En numerosas ocasiones se ha dicho que escribir es, en gran medida, lanzar un mensaje dentro de una botella. Lo echamos al mar sin saber si alguna vez llegará a algún sitio. Y si llega, aún queda la duda de si alguien lo hallará y lo leerá. Hace unos años publiqué en este mismo diario un artículo titulado “Rusia rosa”, en el cual intenté ofrecer una visión panorámica sobre la presencia que la homosexualidad ha tenido en Rusia. Llegaba hasta finales del siglo XIX, pues el texto estaba concebido como parte de una trilogía que recién he podido completar. Como todos los mensajes que cada viernes lanzo al mar del espacio digital, no supe qué recepción tuvo aquel trabajo.

Lo vine a saber hace unas cuantas semanas, cuando recibí un mensaje en el correo de la universidad donde hasta hace poco trabajé (en Estados Unidos, esos correos son de dominio público: basta buscarlos en sitios como Google). Me lo dirigía Otto Aguilar, un pintor nicaragüense que en la actualidad reside en California. Me decía que había leído mi artículo y luego pasaba a contarme brevemente un incidente vivido por él. En los años 80 fue enviado por el gobierno del Frente Sandinista para estudiar pintura en la extinta Unión Soviética. Ocurrió que fue detenido por la policía tras haber mantenido relaciones sexuales con un joven ruso. A consecuencia de algo que no debería haber trascendido del ámbito estrictamente personal —los dos eran mayores de edad y la relación sexual fue de mutuo acuerdo—, fue expulsado de la Unión Soviética y no pudo concluir sus estudios.

Me pareció que su testimonio acerca de lo que entonces vivió merecía ser divulgado. No obstante, era consciente de que para él podía ser doloroso rememorar el incidente y también exponerlo a los lectores. Con algo de aprensión, le pregunté si accedería a ser entrevistado a través del correo electrónico. Me pidió tiempo para pensárselo y al final tuvo la benevolencia de aceptar. Le envié las preguntas, las respondió, y lo que sigue a continuación es el resultado del diálogo a distancia que sostuvimos.

¿Cómo y cuándo llegaste a la Unión Soviética?
En el verano de 1984 llegué a Moscú. Yo era parte del gran contingente de estudiantes que, año tras año, arribaban desde diversos países para estudiar becados por el gobierno ruso. El Instituto Superior de Arte Surikov en Moscú, donde estudiaría mi primer año de preparatoria, basaba su metodología en la experiencia pictórica de los grandes maestros rusos del siglo XIX: Valentín Serov, Isaac Levitán, Ilya Repin y el mismo Vasili Surikov.

Después del primer año de preparatoria, había llegado aquel día tan ansiado por todos los estudiantes extranjeros cuando se daba a conocer la lista de los seleccionados a estudiar en el primer instituto de arte de la Unión Soviética. Para ser clasificado, se tomaban en cuenta un promedio satisfactorio en el idioma ruso y un alto dominio en el dibujo y la pintura. En este último requisito, muchos becados extranjeros estábamos muy por debajo del estudiante ruso promedio, cuya educación artística se iniciaba desde muy temprana edad. Ese año de preparatoria había significado para mí el regreso a la disciplina artística que había abandonado, primero por razones económicas en mi familia, segundo, por mis años de estudios de bachillerato y tercero, por la guerra contra la dictadura somocista y los siguientes años dedicados a las campañas de alfabetización, de trabajo político con la juventud y con los batallones de reserva en la guerra a muerte, enfrentando en las montañas a la contra financiada por el gobierno del presidente norteamericano Ronald Reagan.

El entusiasmo y dedicación con que había tomado aquella primera etapa de mis estudios en la URSS, se debían a que yo estaba dedicado, al fin, a lo que yo siempre desde niño había anhelado: ¡pintar! Durante ese año había elaborado una gran cantidad de dibujos, entre desnudos, retratos, naturalezas muertas y paisajes al lápiz grafito, tiza sanguina, al carboncillo, a la tinta, al óleo o a la acuarela en las clases vespertinas, después de las clases matutinas de idioma ruso e historia. A pesar del entusiasmo que me embargaba, era inevitable experimentar sentimientos de culpa al saber que había dejado tan lejos a mi familia, a los amigos, en medio de situaciones difíciles por el bloqueo económico y por la guerra civil. Esto provocaba que a veces buscara refugio en algún bar, buscando calmar la nostalgia de mi país y liberar la auto represión por un gran secreto que rumiaba desde que era un niño.

¿Cuál fue concretamente el incidente que provocó tu expulsión de la Unión Soviética?
Al ser uno de los seleccionados para quedarme a estudiar en el Instituto Surikov, esa noche salí a tomar unas cervezas. El haber sido clasificado entre varios estudiantes para mí era un triunfo. Esa noche fue cuando conocí a Iván, un joven actor ruso de una compañía itinerante de teatro, quien se quedó conmigo en el cuarto de la residencia donde yo vivía. Nuestro encuentro ocurrió mientras yo caminaba por la calle Gorki, rumbo a la plazoleta que está frente al Teatro Bolshoi. No era la primera vez que me atrevía a acostarme con un ruso, pero sí la primera en que caía subyugado por alguien tan desenvuelto, tan libre de prejuicios y tan seguro de sí mismo.

A la mañana siguiente, tocaron a la puerta de mi dormitorio. Aparentemente era un control rutinario del administrador de la residencia universitaria, acompañado por la milicia. Abrí la puerta, cubriendo escasamente mi desnudez con la sábana. Iván y yo fuimos detenidos y yo pensé que quizás era por sospechas de posible mercado ilegal. Debido a eso, las relaciones entre rusos y extranjeros eran objetos de escrutinio. O peor, quizás la razón por la que íbamos detenidos era por sospecha de haber tenido relaciones sexuales.

Todo aquello había sucedido tan rápidamente, que solo cuando iba en el carrito amarillo de la policía fue cuando comencé a imaginar las serias repercusiones que causarían aquel descuido mío. Fue entonces cuando sentí el calor de las manos de Iván al estrechar las mías, a escondidas del par de arcángeles de los policías, que muy diligentes nos conducían a la estación más cercana. La resaca aumentaba más mi angustia y mis sentimientos de culpabilidad. ¡No podía ser posible que todo acabase así!

¿Qué pasó cuando ustedes llegaron a la estación de policía?
Los pormenores de la investigación comenzaron con una serie interminables de preguntas que duraron ocho días. A Iván y a mí nos llevaron a un par de clínicas, donde tomarían pruebas de nuestro contacto sexual. Llegamos a una de ellas e individualmente nos hicieron pasar a una sala pequeña. Primero me tocó a mí. No podía imaginarme qué me iban a hacer en esa sala. Mi corazón palpitaba aceleradamente y el sofoque de mi pecho se reflejaba en mi agitada respiración.

Mis cavilaciones se agolpaban, tratando de construir algo lógico y entendible sobre los prejuicios de estos soviéticos tan fríos, que sacarían con pinzas o qué sé yo con qué el gran secreto que desde niño yo había guardado con tanto recelo. ¿Cómo era posible, me preguntaba a mí mismo, que aquellos comunistas que se declaraban ateos tuviesen el mismo prejuicio en cuestiones sexuales que los católicos? ¿Dónde había ido a dar la revolución sexual proclamada en los primeros años de la revolución? ¿Cuándo se había torcido el camino revolucionario, para parecerse al de la ideología que ellos mismos habían erradicado al derribar al zarismo? ¿Es que acaso la sexualidad estaba excluida del cambio revolucionario?

El cuarto a donde me hicieron pasar era frío. Después de preguntarme si había padecido antes de gonorrea o de sífilis, me hicieron desnudarme y colocarme en posición cuadrúpeda, de tal forma que les permitiese introducir en mi ano algún instrumento de metal para extraer alguna evidencia del acto sexual consumado con Iván. Yo quería morirme allí mismo. Cuando terminaron, me hicieron pasar a otra salita donde me examinaría otro investigador. Al entrar, inmediatamente me pidieron de nuevo que me desnudara, no solo ante ese investigador, sino también ante dos jóvenes aprendices. De un maletín, el agente extrajo su cuaderno de anotaciones. Me echó miradas por aquí y por allá, me hizo dar varios giros, para concluir al final que, en efecto, ¡yo era un espécimen raro! Luego, al finalizar su examen me hizo firmar un largo documento donde estaban plasmadas sus conclusiones, que yo no entendí por los términos técnicos en que estaba redactado.

En el octavo día de la investigación, continuaron las mismas torturantes preguntas, repetidas una y otra vez: ¿Dónde se conocieron? ¿Cómo se conocieron? ¿De qué hablaron? ¿Y después qué pasó? ¿Tuvieron relaciones sexuales? ¿Entonces por qué amanecieron juntos? Después del interrogatorio, me sacaron a la sala de espera, otro vestíbulo tan frío como las caras de los custodios que estaban a ambos lados de la puerta de salida. Me senté en una banca arrimada a la pared. No sabía qué habían hecho con Iván. De pronto, se abrió la puerta de otro cuarto de donde traían a Iván, custodiado por policías. Lo condujeron al mismo lugar donde minutos antes me habían interrogado a mí. Nuestras miradas se cruzaron un breve instante. Luego de dos horas, salió y al mirarme noté en él una expresión de enojo conmigo. Yo no comprendía su inesperada reacción, su repentino cambio. Muchas conjeturas se agolparon en mi mente: ¿qué le habría dicho el teniente?

Mencionaron mi nombre y me hicieron pasar de nuevo a la misma sala. Esta vez el teniente mostraba mayor frialdad y con ademanes para indicar el acto sexual, me preguntó que quién había hecho de mujer en la cama. Su pregunta me encolerizó. Estaba perdido, me dije a mí mismo. Iván confesó, pensé. Eso fue lo que ellos me dieron a entender para que yo aceptara que, en efecto, habíamos tenido relaciones sexuales. Una técnica de interrogación en la cual yo caí debido al cansancio. Hubo un breve silencio. Yo estaba exhausto, perdido, íngrimo y muy lejos de mi tierra, todo lo cual me hizo sentirme como el más vulgar de los delincuentes. Las preguntas del oficial continuaron.

¿Qué ocurrió tras aquella semana y pico de interrogatorios?
Entonces me sacaron de la sala y me dijeron que estaba libre, con la salvedad de que debía reportarme semanalmente ante ellos, mientras esperaba el veredicto final. También me impusieron la prohibición de verme con Iván, quien había permanecido preso los ocho días en la cárcel de la misma estación de policía mientras nos interrogaban. Pero incluso en el caso de que yo quisiese verle no podría, pues ellos me habían quitado el pasaporte, lo cual me impedía poder viajar hasta donde él vivía. Lo mismo le habían ordenado a Iván, quien tenía prohibido volver a visitar Moscú y verse conmigo. A pesar de esas restricciones, él y yo acordamos encontrarnos en Tula, ciudad donde él se encontraba viviendo temporalmente mientras actuaba con su compañía de teatro itinerante.

Para llegar a la ciudad, yo viajé de modo clandestino en tren, tratando de cubrirme el rostro disimuladamente con la solapa del abrigo y mi gorro de piel, temeroso de ser detenido por algún agente que me pidiera mi pasaporte. En Tula, pasamos la mayor parte del tiempo encerrados en el pequeño cuarto de la modesta pensión que Iván alquilaba. Las mismas dificultades que imponía la casi clandestinidad hicieron que nuestra pasión creciera intensamente. Después Iván viajó a Moscú, con el riesgo de ser detenidos de nuevo si nos encontraban juntos. Siempre nos las arreglábamos para encontrarnos, con la complicidad de amigos que nos proporcionaban un sitio donde pernoctar. Uno de ellos era mi compañero nicaragüense de cuarto en la residencia universitaria, a donde llegábamos bien tarde en la noche. Para llegar hasta mi cuarto, en el sexto piso, subíamos por la escalerilla de emergencia, que estaba en la parte de atrás del edificio. Por la mañana, había que abandonar muy temprano la residencia por la puerta principal, cubriéndonos el rostro con las solapas del abrigo, para escabullirnos rápidamente de las viejas gordas y mal encaradas que hacían de porteras. Unas porteras que, si nos descubrían, serían capaces de entregarnos a la milicia.

De la noche a la mañana, mi vida en Moscú había dado un giro de 360 grados. De ser un becado que había combatido contra la dictadura de Somoza y contra los alzados contra la revolución sandinista, pasé a ser un individuo non grato, sin documento legal, sin estipendio siquiera. Por esta razón, mientras esperaba el anuncio de mi expulsión del instituto de arte y mi deportación de Moscú, debía evitar al máximo mi presencia en la residencia universitaria, donde los viejos compañeros de clases y profesores comenzaron a evitarme. Mis desesperados esfuerzos para demostrar al decano del instituto que yo no era ninguna lacra fueron infructuosos. Por otro lado, la embajada de Nicaragua en Moscú se limitó a esperar mi expulsión, bajo el argumento de que, si ellos enfrentaban la decisión del gobierno ruso con un abogado defensor, se arriesgaban a perder el juicio y a que yo quedara encarcelado por ocho largos años, según la ley vigente. Para mí todo estaba perdido.

Coincidiendo con mi proceso inquisitorio, por aquella época se realizaba en Moscú el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Al ser yo miembro de la Juventud Sandinista, tenía la responsabilidad del montaje de una exposición de fotos del proceso revolucionario nicaragüense y de la manta que decoraría la noche de gala de Nicaragua en el Teatro Vajtangov, donde los hermanos Mejía Godoy interpretarían sus canciones revolucionarias. Quise aprovechar la ocasión para hablar con alguno de los delegados y pedirles que intercedieran por mí ante el gobierno ruso, pero no me atreví. Para aquellos pocos que sabían de mi escabroso escándalo, yo era un paria. Me consideraban un completo irresponsable, caído en desgracia por mi desviación tanto ideológica como sexual, pues lo uno iba aparejado con lo otro. Con la única persona con quien hablé de esto fue con la responsable de organización de la Juventud Sandinista, a quien había confesado desde hacía un buen tiempo en Managua mi opción sexual. Se suponía que en aquel evento ella me entregaría la militancia del Frente Sandinista, pero cuando le pregunté sobre esto ella negó que yo fuera a recibir tal militancia. Así, tal vez mi única posibilidad de apelar a los rusos mostrando mi aval de revolucionario me era negada por la organización con la cual había trabajado durante los primeros años de la revolución.

En medio de aquella angustiante zozobra, abandonado solo a mi suerte, recibí una carta de mi madre desde Estados Unidos. Yo le había escrito pidiendo ayuda económica, diciéndole que era para mi viaje de vacaciones a Nicaragua. La carta me llegó abierta, pero de lo que no pudieron darse cuenta quienes la leyeron es que era portadora de las capacidades de premonición de mi madre. En aquella carta, ella me narraba un sueño que tuvo en el cual yo aparecía llorando y al borde de atentar contra mí mismo. En efecto, esto casi sucedió una noche después que terminé embriagado. Gracias a la oportuna intervención de mi compañero de cuarto, quien fue avisado de mi estado y de mis intenciones, no me lancé al vacío desde la azotea del edificio.

¿Cómo fue tu vuelta a Nicaragua?
Se suponía que yo regresaría a Nicaragua siete años después de haberme ido, cuando mis estudios de pintura hubieran finalizado. Pensar que llegaría mucho antes de lo previsto y sin ningún diploma, me producía una gran angustia, al punto de que deseaba irme mejor a cualquier otro país y no a mi patria. En esa desesperante espera de mi deportación, seguí encontrándome cuando podía con Iván, exponiéndonos a empeorar nuestra situación legal. Por el día, recorríamos los museos y las calles solitarias de los vetustos barrios de Moscú y caminábamos por los parques, en donde algunas veces dormimos entre los matorrales. Era admirable escuchar a Iván tratando de calmarme y darme ánimo, cuando yo, desesperado por nuestra inminente separación, mandaba a Lenin, a Stalin, al comunismo y sus arcángeles-milicianos a la mierda. Iván era más optimista que yo en cuanto a que nos volveríamos a encontrar, aun después de que yo volviera a Nicaragua. Ahora solo quedaba prepararme mentalmente para el inesperado y vergonzoso regreso a mi país. ¿Cómo enfrentaría las preguntas indiscretas de mis amigos? ¿Quiénes estarían dispuestos a aceptarme tras mi caída? ¿Quiénes se atreverían caminar a mi lado, sin mostrar vergüenza de mi amistad?
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: Emilio Ferrer Enviado: 09/09/2017 20:51
Cuando caí en desgracia, empecé a darme cuenta de que el paraíso revolucionario que la propaganda rusa y nicaragüense publicitaban, era puro cuento fabricado a base de manipulación y represión. En el período de las purgas estalinistas, fueron enviados a campos de trabajos forzados, miles de disidentes o no disidentes, acusados de ser enemigos del pueblo. Miles de rusos fueron ejecutados con un tiro en la cabeza, otros murieron en los campos de trabajos forzados, minados por las enfermedades, el cansancio y el hambre. Al igual que en los campos de concentración nazis, entre esos millones de víctimas también había homosexuales. Tomar conciencia en carne propia de las injusticias cometidas por el poder incuestionable de aquel régimen que fenecía en 1985, en los años previos a la Perestroika, fue la gran lección que aprendí tan lejos de mi tierra. Una lección que al mismo tiempo me anunciaba el destino final de la propia revolución nicaragüense, en la cual la élite del poder, en su megalomanía y en su desesperación por defenderse de sus enemigos, también iba cercenando la libertad del pueblo e incluso de aquellos que habían combatido con ellos y ahora les cuestionaban sus errores.
 
Transcurrió un mes hasta que me llegó la orden de expulsión y el pasaje de regreso a Nicaragua en un vuelo de Aeroflot. En realidad, yo ya no existía. De mí solo quedaba la armazón de mis huesos que sostenía mis carnes flácidas, con una cabeza hueca donde resonaban como golpes dados en una lata vacía estas palabras que escuché durante los interrogatorios: Lacras, lacras. Arribé a Managua sin querer ver a nadie, ni siquiera a mis hermanos. No quería hablar, ni dar explicaciones de lo sucedido, pues no venía preparado para eso, mucho menos para enfrentar el hecho de cómo viviría tras mi expulsión de Moscú. Ningún miembro de mi familia ni ninguno de mis amigos sabían de mi regreso.
 
Al llegar al aeropuerto sólo se me ocurrió llamar por teléfono a un amigo en Managua, que se había desencantado del proceso revolucionario sandinista mucho antes que yo. A pesar de su mala situación económica, me alojó en su casa y compartió su comida conmigo. Los dos levitábamos en una muerte civil, él vendiendo algunos de sus libros y pertenencias y yo buscando trabajo, algo que era un milagro conseguir en ese período de guerra. En casa de mi amigo me refugié unos meses, hasta que finalmente logré resucitar. Cuando fui a averiguar sobre la militancia sandinista que no me fue entregada en 1985 en Moscú, el responsable de la organización me respondió: La militancia no es como un calzoncillo sucio que se quita y se vuelve a poner. A través de unas compañeras de esa organización, pude ver la carta donde se me otorgaba, así como el broche que acompañaba tal credencial. Eso quizás pudo haber evitado mi expulsión en Moscú, de haberse mostrado como un aval ante las autoridades rusas. Así pensaba yo, ilusoriamente, en ese tiempo.
 
En 1986 logré conseguir trabajo como ilustrador gráfico en una revista juvenil llamada Los Muchachos. Ese mismo año murió mi hermano Daniel, a la edad de 24 años, después de 21 días de permanecer en cuidados intensivos, tras ser herido gravemente en combate en las montañas de Zelaya. Desde pequeños los dos habíamos compartido el mismo cuarto en la casa de la abuela. En ese cuarto él casi muere, al quedar enterrado bajo los escombros cuando la casa se cayó a causa del terremoto de 1972. En ese mismo terremoto murió, bajo los escombros de su cuarto, la abuela Margarita. Al morir ella desaparecía nuestro apoyo material y mi apoyo y estímulo artístico. Fue así que quedamos sin casa y tuvimos que cambiar constantemente de vivienda, algunas veces quedándonos en casas de familiares. Habíamos sobrevivido al terremoto, a la pobreza y a la guerra contra la dictadura.
 
Con mi hermano, estuvimos juntos en las barricadas cuando los combates en los barrios orientales de Managua, en la insurrección final contra la dictadura de Somoza en 1979. Luego manteníamos comunicación desde donde estuviésemos cumpliendo alguna tarea de la revolución, y compartíamos consejos, opiniones en cuanto a nuestra forma de actuar. En una noche de tragos en Managua, discutimos sobre la situación política. Esto sucedió escasos meses antes de él ser herido. Yo nunca le conté lo sucedido en Moscú. Quizás él fue el único miembro de mi familia que no lo supo, o quizás lo sospechó, pero nunca se atrevió a preguntar sobre lo sucedido. Para ese tiempo, yo era otro y él también, pues era evidente ya su psicosis de guerra. Mientras hablaba, fumando cigarro tras cigarro, recuerdo que hacía un tic nervioso con el dedo de su mano derecha, como en un gesto de accionar incansablemente el gatillo de su fusil. Cuando hablé sobre la corrupción de los líderes sandinistas y rusos, él no lo aceptaba. Me respondía que, aunque hubiese algo de verdad en lo que yo afirmaba, donde él estaba asignado sí había revolución; que en la montaña, combatiendo a los contrarrevolucionarios día tras día, aun en medio de tantas limitaciones y de tanta pobreza, sí seguía habiendo revolución y que él estaba dispuesto a morir por ella. Al final de esa discusión, terminamos golpeándonos como dos enemigos. De pronto salió corriendo de la casa hacia un predio vacío. Yo le seguí y lo encontré sentado en el suelo con su pistola apuntando a su sien. Me aferré a él para quitarle la pistola, hasta que lo convencí de que desistiera. Los dos terminamos llorando, abrazados. De él guardo una carta que me envió desde Managua en mis primeros meses de estudio en Moscú, así como su diario cuando se preparaba como oficial del ejército en Cuba.
 
En 1990 el Frente Sandinista perdió el gobierno en las elecciones. Igualmente, la Unión Soviética dejaba de existir, al cambiar su sistema político del comunismo al capitalismo. En ese período intercambié con Iván cartas que aún guardo. Recibí su último telegrama en 1993, cuando yo entonces era director de la Escuela de Artes Plásticas Rodrigo Peñalba, en Managua. Después de esa fecha, perdimos todo contacto. Ese mismo año yo renuncié a la escuela de artes para emigrar a California, donde la mayor parte de mi familia ya residía.
 
Tras aquellos hechos,¿has vuelto a tener noticias de Iván?
Yo había perdido toda esperanza de reencontrarme con Iván, pero él nunca las perdió. En febrero del año 2011 recibí un correo electrónico firmado por él. Yo estaba atónito, no lo podía creer. En mi incredulidad pensé también que podría tratarse de un email falso que llevaba un virus, y por eso no quería abrirlo. Cuando al fin lo leí, el mensaje decía: “Hola mi viejo y lejano amigo, he visto tu entrevista y te veo contento y en forma, tus obras son fantásticas, sin duda eres talentoso. No sé si todavía podrás leer mis cartas en ruso después de 25 años. Para mí hoy es un día de fiesta y tengo lágrimas porque te encontré. Yo me registré en este sitio (My Space) para enviarte el mensaje de mi corazón. Besos Iván.”
 
Yo contesté su email y a partir de entonces establecimos comunicación a través de Skype. En el año 2012 viajé a Moscú a reencontrarme con él. Como testigos mudos de nuestro reencuentro, estaban los mismos lugares: plazas, calles, parques, por donde pululamos en nuestros arriesgados y últimos días juntos en Moscú en el año 1985, antes de mi deportación. Allí estaban de nuevo: la Plaza Roja, el Teatro Bolshoi, la plaza con el monumento de Pushkin y la plaza con la estatua de Marx, en la cual todavía se puede leer el lema: “Proletarios del mundo, uníos”.
 
El amor, cualquiera que sea su naturaleza, no puede nunca
ser depravado, excepto a los ojos del cínico.
Mijaíl Kuzmin                       
 
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Dibujo de Otto Aguilar a Iván.
 
                   Fuente Cuba Encuentro   
Todas las fotos pertenecen al facebook del pintor

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: CUBA ETERNA Enviado: 11/09/2017 15:58
Aunque hoy el panorama es bien distinto, en otras épocas la sociedad rusa se distinguió por ser un ejemplo de tolerancia hacia la homosexualidad.
  
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                                                                                                                                                                                                               Muchacho desnudo, cuadro del pintor Alexander Ivanov
Rusia rosa
           Carlos Espinosa Domínguez | Misisipi | Cuba Encuentro
Ha vuelto a ocurrir. Por sexto año consecutivo, la policía impidió el desfile por el Día del Orgullo Gay que iba a tener lugar en Moscú. Había esperanzas de que el nuevo alcalde de esa ciudad fuera un poco más tolerante que su predecesor, Yuri Luzhkov, conocido por su violenta homofobia y por haber tildado esa celebración de “satánica”. El pretexto dado esta vez por las autoridades es que no pueden garantizar la seguridad de los participantes, además de que dicen haber recibido quejas de grupos religiosos y ciudadanos.
  
La reiterada prohibición y la represión violenta que han acompañado los intentos por celebrar ese desfile, demuestran que el gobierno de Rusia, que asegura que ese país es “democrático y legal”, se empeña en seguir negando a homosexuales, lesbianas y transexuales los derechos básicos de igualdad ante la ley. A eso se suma, o posiblemente es una consecuencia de ello, que la población tiene respecto a ello una actitud similar. De acuerdo a un estudio llevado a cabo por el Opinion Research Center, de la Universidad de Chicago, el 64 % de los rusos piensa que la homosexualidad es un comportamiento equivocado. Asimismo los encuestados declararon que prefieren tener como vecino a un alcohólico o un drogadicto, en lugar de a un homosexual.
 
Actualmente, Rusia se halla entre los países en donde la homofobia ha aumentado más en los últimos años. Muchos se preguntan si eso se debe a la enorme herencia del régimen soviético, o si hay que achacarlo a la influencia de la aún poderosa Iglesia Ortodoxa Oriental. En realidad, es el resultado de la acción combinada de la iglesia, la herencia soviética, el Estado y la profesión médica. Sin embargo, no siempre Rusia fue un ejemplo de intolerancia ante esta otra sexualidad. Por el contrario, quien revise su historia comprobará que hubo etapas en que fue ejemplo de todo lo contrario, incluso para sus vecinos europeos.
 
Durante el período de Kiev (860-1240), llamado así porque esa ciudad fue la capital, las principales expresiones literarias consistían en textos históricos y religiosos. Entre los segundos figuran las vidas de santos, y en algunas de ellas se han encontrado ejemplos de amor entre hombres. La más conocida es La leyenda de Boris y Gleb, escrita por un monje anónimo en el siglo XI. Sus protagonistas son dos jóvenes príncipes, Boris, que estaba casado, y Jorge el Húngaro, un sirviente a quien Boris amaba “más allá de toda consideración”. Ambos murieron asesinados, debido a problemas dinásticos. La lectura de La leyenda… pone de manifiesto las claras simpatías del autor por el amor mutuo que se tenían los protagonistas. El texto adopta la estructura de las vidas de santos y mezcla historia, hagiografía y poesía lírica. En su momento tuvo una amplia circulación no solo en Rusia, sino en los territorios que hoy ocupan Bulgaria, Serbia y Rumanía.
 
El principal reflejo de ese tema en la literatura de ese período hay que buscarlo, no obstante, en los escritos de los religiosos ortodoxos, quienes denunciaban y se oponían a esa forma de sexualidad. Por ejemplo, en el “Sermón número 12” de Daniel, un popular predicador de la década de 1530, para el cual los hombres que se afeitaban, usaban loción, se perfumaban el cuerpo y cambiaban de ropa más de una vez al día, se comportaban como putas. De modo similar, el Arcipreste Avvakum Petrov, líder de los Viejos Creyentes, comenta en su Autobiografía (1637) que se negaba a escuchar la confesión de un hombre que se hubiese afeitado la barba. Según cuenta, en una ocasión hizo enfurecer a un gobernante de provincia porque rehusó bendecir al hijo, por esa razón. De acuerdo a Avvakum, con eso el joven trataba de lucir más atractivo a otros hombres. La respuesta del padre es digna de aplauso: arrojó el sacerdote al río Volga.
 
Un aspecto muy significativo que merece ser resaltado, es el hecho de que en los períodos kievano y moscovita no existían leyes contra el sexo entre hombres. El primer código penal ruso, promulgado durante el reinado de Iaroslav el Sabio (1019-1054), no incluía ninguna referencia a ello. Las únicas sanciones eran las aplicadas por la Iglesia Ortodoxa Oriental, la institución más poderosa en aquellos años. Pero incluso esta era mucho menos severa que las de Europa Occidental. A diferencia de estos países, que basaban sus leyes en las prohibiciones del Antiguo Testamento, la Cristiandad Ortodoxa consideraba esas formas de “desviación sexual” no como crímenes, sino como pecados sujetos a la jurisdicción religiosa, no a las autoridades civiles.
 
La sodomía empieza a ser penalizada
Debido a eso, en lugar de aplicar los terribles castigos a los que se condenaba a los sodomitas en Europa (tortura, castración, muerte), en Rusia consistía en de uno a siete años de cárcel. Si no había penetración anal, la expiación era más leve: ir a confesarse, hacer un cierto número de postraciones, abstenerse de comer carne y productos lácteos por varios meses y, en caso extremo, la excomunión. En su libro Sex and Society in the World of Orthodox Slavs, 900-1700, Eve Levin hace notar que lo que más importaba era laposición relativa de las personas durante el acto. La mujer debajo y el hombre encima, tal era la postura natural según los patrones de la iglesia. Revertir esa posición pasaba a ser considerado “no natural” o pecado. Las relaciones homosexuales y lesbianas eran consideradas un pecado equivalente a la inversión de esa postura en una pareja heterosexual.
 
El Gran Príncipe Vasili III de Moscú, que gobernó de 1505 a 1533, fue homosexual. Por razones de Estado se vio obligado a casarse. Pero prefería tener relaciones sexuales con sus oficiales y guardias, quienes se le unían desnudos en su cama. Uno de sus hijos fue Iván el Terrible, quien sentía fascinación por los hombres afeminados. Uno de los más despiadados jefes de su policía secreta, Fiodor Basmanov, alcanzó ese puesto gracias a sus seductores bailes vestido de mujer.
 
Las casas de baños, que tan populares son hasta hoy en Rusia, dieron lugar a una tradición de indulgencia hacia el sexo entre hombres. Surgieron en el siglo XVII y desde el comienzo el Gobierno estableció que debían estar segregados. Esta separación de hombres y mujeres creó un espacio propicio para la homosexualidad y, más tarde, para la prostitución masculina. Una ilustración del siglo XVII muestra a los empleados, jóvenes y afeitados, mientras sirven a los clientes: les quitan las botas, les echan agua, los golpean con ramas para activarles la circulación. Entre 1860 y 1880, este servicio era muy solicitado. Incluso algunas casas de baños llegaron a tener gabinetes privados muy lujosos. Mijaíl Kuzmin, un escritor a quien me referiré ampliamente en otro trabajo, dejó en su diario estos apuntes que describen muy bien lo que ocurría en esos sitios:
 
“En la noche pensé ir a una casa de baños, solo por hábito, por placer, por higiene… El hombre que me atendió en la puerta, al oír que yo pedía un asistente, una sábana y jabón, acercándose disimuladamente a mí, me preguntó: ‘Quizás usted querrá un asistente bien parecido’. -No, no. ‘Bueno, está bien entonces’. No sé lo que me pasó, porque ni siquiera tenía eso en mente. -No, simplemente envíe un asistente. ‘Entonces le enviaré un asistente bien parecido’, dijo con una mirada suspicaz. -Sí, por favor, uno bien parecido, dije distraídamente, hundiéndome más. Bajando la voz, me preguntó: ‘Quizás a usted le gustaría uno bien joven’. Pensándolo un momento, le respondí: -No estoy seguro. ‘Enseguida, señor’”. (Agradezco a Juan Cueto-Roig la traducción del inglés.)
 
Debido al aumento de los viajes al exterior, a partir del siglo XVIII los rusos empezaron a darse cuenta de que lo que ellos habían dado como bueno por casi un milenio, era visto con espanto y furia en los países supuestamente más civilizados de Occidente. Pedro el Grande, quien introdujo a Rusia en el mundo moderno, promulgó en 1716 unas regulaciones que penalizaban la sodomía en el ejército con el ahorcamiento o el exilio. Pero él mismo se encargó después de suavizarlas. Un dato a apuntar: aunque estaba casado, ese monarca practicaba la bisexualidad en las ocasiones adecuadas. En las campañas utilizaba soldados como compañeros de cama. Prefería aquellos con vientres grandes y flácidos, sobre los cuales le gustaba descansar su cabeza.
 
El sexo entre hombres pasó a sobrevivir entonces entre las clases bajas, así como en las lejanas regiones del norte, entre los disidentes que se separaron de los Viejos Creyentes. Dos de esas sectas, los Khlysty y los Skoptsy, dieron cabida a las relaciones homo y bisexuales en su cultura, su folclor y sus rituales religiosos. Uno de los más importantes autores homosexuales de principios del siglo XX, Nikolai Kluev, incorporó buena parte de esos elementos en su visionaria producción poética. Los Skoptsy, muy vinculados al comercio, tenían además la práctica institucionalizada de que un viejo mercader adoptaba a un joven asistente-amante, que pasaba a ser su hijo y heredero. Tras su muerte, este podía repetir el proceso, lo que dio lugar a una dinastía mercantil.
 
No fue, sin embargo, hasta el siglo XIX cuando el Estado pasó a intervenir. Los artículos 995 y 996 de una ley puesta en vigor en 1835 condenaban las relaciones entre personas del mismo sexo con el exilio en Siberia de 4 a 5 años. Algunas veces a eso se sumaban los trabajos forzados y la confiscación de las propiedades. Asimismo si había violencia o intervenía un menor, los trabajos forzados se cuadruplicaban, En Siberia, los reclusos eran tratados por doctores para curarlos de sus hábitos “antinaturales”, y a menudo las autoridades locales los violaban. El código penal de 1903 redujo esos castigos. Así, el sexo entre adultos se redujo a 3 meses de cárcel.
 
Un caso muy singular es el de Nadezhda Nurova (1763-1866), quien en términos modernos vendría a ser un transexual. Ferviente patriota, amante de los animales y con poco talento para las labores tradicionalmente consideradas como femeninas, fue forzada por sus padres a casarse. Pero años después, dejó a su esposo y sus tres hijos, se vistió con un uniforme de cosaco, adoptó el nombre de Alexander Sokolov y se unió al ejército para combatir contra Napoleón. Dejó una piel en la que se sentía incómoda desde su adolescencia. Cambió por completo su identidad. Exploró los roles sexuales y vivió como un hombre entre hombres. De esa experiencia, Nurova emergió orgullosa y triunfante. Fue condecorada y enterrada con honores militares. Publicó sus memorias, que se han traducido al inglés como The Cavalry Maiden. Curiosamente, en su retiro mantuvo el disfraz masculino.
 
De Tolstoi a Lermontov
Las reformas iniciadas en 1861 por el zar Alejandro II permitieron que la homosexualidad volviera a emerger en Rusia. Entre otras medidas, el monarca reemplazó el arcaico sistema legal por juicios con jurado, abiertos a la prensa y al público. Asimismo abolió el sistema de siervos y redujo la censura de libros y periódicos. Eso explica la aparición, en los años siguientes, de una serie de obras literarias que tratan de manera más directa el amor entre personas del mismo sexo. Como dato interesante, conviene señalar que varios de sus autores eran heterosexuales.
 
Alexei Konstantinovich Tolstoi (1817-1875) fue, además de escritor, un dramaturgo cuyas piezas teatrales se siguen representando en Rusia. Es autor de la voluminosa novela histórica Príncipe Serebriani (1862), que se inspira en las obras de Walter Scott y se ambienta durante el reinado de Iván el Terrible. En su momento fue ampliamente popular e incluso se tradujo a varios idiomas. Uno de sus personajes es un militar de carácter paradójico. Fue el iniciador de los asesinatos que tuvieron lugar durante las purgas políticas. Pero en su otra faceta, era un hombre afeminado que comentaba en público sobre los cosméticos usados por él para embellecerse el pelo.
 
En Confesiones de un esposo (1867), Konstantin Leontiev (1831-1891) narra la historia de un hombre casado que se enamora de un turco, a quien había tomado cautivo durante la guerra de Crimea. Ese mismo tema, el del bisexualismo, Leontiev lo trata en otra novela suya, La paloma egipcia (1881). A él pertenece además el cuento “Hamid y Manoli” (1869), primer texto ruso donde se denuncia la homofobia. Relata el amor entre dos hombres, uno de Turquía y otro de Creta, que termina de manera trágica a causa de los prejuicios de la familia de uno de ellos. Conservador y religioso, además de homosexual, Leontiev sirvió como diplomático en Turquía, y se basó en hechos reales que conoció allí para redactar ese relato.
 
En algunas obras de las máximas figuras de la literatura rusa del siglo XIX, también aparece tratado este tema. León Tolstoi (1828-1910) confesó en sus diarios y en su autobiografía que tuvo deseos homoeróticos en su adolescencia. Pero rehusó tener sexo con hombres porque su atracción hacia ellos era puramente física, mientras que su amor por las mujeres se basaba en otras cualidades de su personalidad. Asimismo enLos cosacos (1863) y Ana Karenina (1875-1877) hay descripciones y referencias al sexo entre hombres. En el capítulo XIX de la segunda parte de Ana Karenina, Alexei Vronski y sus amigos evitan a dos oficiales porque sospechan que son amantes. Al verlos llegar, Vronski frunce el ceño y finge no haber reparado en ellos. El mayor le habla y él le contesta secamente, con aspereza y sin ocultar un gesto de aversión. Tolstoi concluye la escena de este modo: “-¡Ahí van los inseparables! -Exclamó Iavchin, mirando con aire burlón a los oficiales que se alejaban”. Para la etapa cuando escribió Resurrección (1899), el pensamiento de Tolstoi había cambiado y veía la homosexualidad como un síntoma de la decadencia moral de la sociedad.
 
En Netochka Nezvanova (1849), una de sus primeras novelas, Dostoievski (1821-1881) describe, en la segunda parte, la apasionada relación que la protagonista tiene con una adolescente de su edad, hija de los príncipes que la habían recogido. En 1861, Dostoievski publicó el libro autobiográfico Apuntes de la casa de los muertos, donde relata, a través de un tal Petronik Gorjachikov, las experiencias vividas por él cuando lo enviaron a Siberia, tras haberle sido conmutada la pena de muerte. En esa obra hay veladas indicaciones de que el sexo entre hombres era practicado por algunos de los convictos que cumplían condena en Siberia.
 
Alexander Pushkin (1799-1837), considerado uno de los más grandes poetas rusos, no era homosexual. Sin embargo, aceptaba otras formas de sexualidad y fue lo que hoy denominaríamos un gay-friendly. Tuvo amistad con Filip Vigel, un noble ruso de origen sueco, quien dio a conocer unas famosas y extensas memorias en las cuales reveló su orientación, y donde además describió los círculos homosexuales de esa época. En 1835, dos años antes de su muerte en un duelo, Pushkin redactó un poema en el que imita laAntología griega. En ese sorprendente texto, asume la voz de un hombre que siente atracción por los adolescentes. Gracias a la inestimable colaboración de dos escritores amigos, esos versos pueden leerse por primera vez en nuestro idioma. José Manuel Prieto, quien además de excelente novelista ha vertido al español la poesía de Anna Ajmátova, tradujo el poema del ruso. Después, el poeta Manuel Santayana se encargó de hacer la versión final. Se titula “Imitación del árabe” y lo copio a continuación: “Amado adolescente, joven tierno,/ no te avergüences; siempre serás mío./ Un mismo ardor rebelde nos habita./ Vivimos juntos una misma vida./ La burla no me arredra:/ somos el doble fiel uno del otro./ Como una nuez doble los dos somos,/ bajo una misma cáscara”.
 
Un contemporáneo de Pushkin, como él un descollante escritor y muerto también en un duelo, Mijaíl Lermontov (1814-1841), es autor de un ciclo de textos que se conoce como los “Poemas del Húsar”. Dos de ellos, “Oda a la letrina” y “A Tiesenhausen”, pertenecen a la etapa cuando él estaba en la escuela de oficiales de la Guardia de San Petersburgo, y recrean travesuras y encuentros sexuales entre cadetes. El profesor norteamericano Simon Karlinsky, quien investigó la literatura rusa de temática homosexual, ha comentado sobre esos poemas que, aunque el asunto aparece tratado con evidente disgusto del autor, incluye detalles tan concretos que probablemente Lermontov debe haber sido testigo de los hechos que recrea.
 
Algunos investigadores dan la referencia de un libro publicado en Génova en 1879. Se titula Eros ruso, y recoge poemas explícitamente homoeróticos escritos en las décadas de 1830 y 1840, dentro de una exclusiva institución educacional de San Petersburgo. Se menciona “Las aventuras de un paje”, como su texto más extenso.
 
El explorador a quien le atraían los jovencitos
Karlinsky es además autor de un libro muy interesante, The Sexual Laberynth of Nikolai Gogol. El autor deAlmas muertas fue un ejemplo típico de hombre religioso que luchó por reprimir su sexualidad. Lecturas como las de Karlinski han revelado que sus textos reflejan su miedo al matrimonio y a cualquier sexualidad relacionada con las mujeres. Por el contrario, su diario refleja el fuerte vínculo romántico que tenía con los hombres. Asimismo en una primera versión de su pieza teatral La boda, Gogol se refería al caso de un oficial que estaba tan enamorado de un subalterno, que dormía en la misma cama con él, algo que finalmente eliminó. Gogol terminó suicidándose a los 43 años, después de haber confesado su secreto a un intolerante sacerdote. Este le ordenó hacer abstinencia y rezar noche y día, si quería librarse del fuego y el azufre del infierno.
 
Una de las figuras más célebres de esta época, tanto dentro como fuera de Rusia, fue el explorador y escritor Nikolai Mijailovich Przhevalski (1839-1888). Había explorado regiones de Mongolia, Turkestán y el Tíbet que hasta entonces eran desconocidas. Fue además el descubridor de varios animales y plantas, entre ellos el equus przhevalski, única especie de caballo salvaje que ha sobrevivido hasta nuestra época. Sus relatos sobre los viajes que realizó al Asia fueron auténticos best sellers y alcanzaron el mismo éxito en las traducciones publicadas en Inglaterra y Estados Unidos. Antón Chéjov fue admirador suyo y en el obituario que redactó lo llamó “un héroe tan vital como el sol”. Por su parte, Vladimir Nabokov se basó en Przhevalski para crear el personaje del padre del protagonista de La dádiva, la mejor y más personal de sus novelas rusas, de acuerdo a los críticos.
 
Una biografía de Przhevalski, publicada por Donald Rayfield en 1976, vino a revelar lo que hasta entonces muchos se empecinaban en no ver. El explorador ruso, ejemplo prototípico de la masculinidad, como ponen de manifiesto las fotos, tuvo una especial atracción por los jovencitos. Eso era evidente en sus cartas y diarios, pero sus biógrafos insistían en darle otra interpretación. Cualificados geólogos de Viena y botánicos eminentes de Varsovia solicitaban en vano ser admitidos en sus expediciones. Los requisitos que se exigían eran otros y tenían que ver con la edad y el aspecto físico. En cada una de las expediciones de Przhevalski se incluía un compañero entre los 16 y los 22 años. Los jóvenes seleccionados debían demostrar una gran obediencia, compartir la tienda de campaña con él e incluso aceptar alguna que otra fraterna y ocasional tunda. A cambio, recibían regalos costosos, una carrera asegurada en el ejército y la posibilidad de alcanzar la fama por méritos propios.
 
Ese fue el caso de Piotr Kozlov, el gran amor de Przhevalski, quien luego se convirtió en un notable explorador. En The Dream of Lhasa: The Life of Nikolay Przhevalsky, Rayfield comenta que en él Przhevalski “encontró el joven que no había podido hallar en toda su vida: despierto, sometido, leal y guapo”. Este, a su vez, “sintió una adoración por Przhevalski que habría de persistir a lo largo de su existencia”. Kozlov consiguió llevar adelante los planes de su mentor. Entre otros, una visita a la ciudad prohibida de Lhasa, algo con lo cual el explorador ruso soñó durante toda su vida.
 
La década de 1890 fue especialmente significativa respecto a la presencia pública de los homosexuales. Dentro de la nobleza, hubo varios hombres que asumieron de manera abierta su opción. El más notorio fue el Gran Duque Serguei Alexandrovich (1857-1905), hermano de Alejandro III y tío de Nicolás II. Personaje enigmático y controversial, tuvo una vida matrimonial infeliz, debido a la conflictiva atracción que sentía por los hombres. En su época, esto fue algo conocido en los círculos aristocráticos, y de acuerdo a algunos autores asistía al teatro y a la ópera acompañado de sus amantes. El Gran Duque murió asesinado en una atentado con una bomba realizado por terroristas.
 
Un homosexual muy llamativo fue el Príncipe Vladimir Meshchersky (1839-1914), quien llegó a ser consejero de Estado y chambelán imperial. Monárquico reaccionario, que se opuso a cualquier tipo de reforma, tuvo amistad íntima con el Gran Duque Serguei Alexandrovich y fue consejero de Alejandro III. A fines de la década de 1880, se vio envuelto en un escándalo con un joven de la guardia imperial. Alejandro III mandó que la acusación fuera anulada y ordenó silencio a los testigos. La familia de Meshchersky, por el contrario, fue menos tolerante e incluso su hermano le prohibió visitar la casa.
 
Asimismo en el mundo del arte y la literatura hay que mencionar a algunas figuras que también fueron homosexuales, aunque en algunos casos no se atrevieron a admitirlo públicamente. Entre ellos están el pintor Alexander Ivanov (1806-1858) y los escritores Iván Miatlev (1796-1844), Konstantin Batiushkov (1787-1855) y Alexei Apujtin (1841-1893). Este último fue amante de Piotr Tchaikovski (1840-1893) en sus años de estudiante, aunque este aspecto del popular compositor fue negado durante décadas por los musicólogos soviéticos. De hecho y debido a esa recalcitrante actitud, muchos de sus materiales aún no se han podido recuperar, pese a que se hallan en archivos de Rusia. De todos modos, los que han visto la luz prueban de modo irrefutable la homosexualidad de Tchaikovski, algo que en su época era un secreto a voces.
 
En las dos últimas décadas del siglo XIX también se destacaron como figuras prominentes algunas lesbianas. Entre ellas se halla Ana Yureinova (1844-1919), quien desarrolló una labor muy activa dentro del movimiento feminista. Fundó además El Heraldo del Norte, publicación que editó junto con su pareja, María Feodorova. También fue destacada Polyxena Soloviova (1867-1924), poeta simbolista y traductora al ruso deAlicia en el país de las maravillas. Según se cuenta, su amante, Natalia Maneseina, había dejado a su esposo para compartir la vida con ella.
 
Esta eclosión de homosexuales y lesbianas en el campo del arte y las letras, aparece descrita en una novela del hoy olvidado Alexander Amfiteatrov (1862-1938). Se titula Hombres de los 90 y apareció publicada en 1910. Sus personajes principales son una poderosa banquera lesbiana y un poeta “decadente”, quien se mostraba en público con maquillaje y joyas, para hacer evidente se orientación sexual.
 
     ACERCA DEL AUTOR
Carlos Espinosa Domínguez   
(Cuba, 1950). Crítico e investigador. Licenciado en Teatrología en el Instituto Superior de Arte de La Habana. De 1986 a 1998 residió en España, cuya nacionalidad adoptó en 1990. Allí trabajó en Televisión Española y en el Centro de Documentación Teatral del Ministerio de Cultura, para el cual coordinó los cuatro volúmenes de Escenarios de Dos Mundos. Inventario Teatral de Iberoamérica. Colaboraciones suyas han aparecido en publicaciones de Cuba, Hispanoamérica y Estados Unidos. Ha compilado y prologado varias antologías y es autor de los libros Tres cineastas entrevistos, Cercanía de Lezama Lima, Lo que opina el otro, El Peregrino en Comarca Ajena e índice de la Revista Exilio (1965-1973) y Virgilio Piñera en persona. En 1998 se mudó a Misisipi, Estados Unidos.
 
            15/07/2011


 
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