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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 07/09/2017 16:45 |
El Secretario de Estado, Cordel Hull, anotaba en el memo de su conversación telefónica con Summer Welles “que un sargento llamado Batista había sido instalado como Jefe del Estado Mayor”.
Un sargentón llamado Batista
Por Arnaldo M. Fernández | Cuba Encuentro No hay que atorarse con Kant para discernir entre la razón pura de que, a falta de balas, sólo quedan los votos como opción racional del anticastrismo tardío y la razón práctica de que por sí solos no garantizan la caída del tardocastrismo. Al señalarse la racionalidad pura de la guerra electoral —por su conexión inmediata con el pueblo y validez política directa, a diferencia de los usuales performances opositores— no se promueve nada. Si gusta, bien; y si no, pues que siga andando la comparsa de proyectos que sí promueven —con subvenciones y todo— esos líderes opositores que “hasta el Bobo de la Yuca puede darse cuenta de que no van a resolver nada”.
Al exponerse los votos como única opción racional de oposición pacífica, tampoco se presupone que el Gobierno deje de machucar a los opositores en la vía electoral, pero el segundo episodio de A Mano Limpia con Díaz-Canel se esgrime para alegar que esta opción no sirve, como si alguna otra hubiera servido alguna vez en la vida del castrismo casi sexagenario.
Y en eso una forista insufló realismo con “que primero se congela el infierno antes que se caiga el régimen”, pero como el Bar Esperanza es el último que cierra, se dio el traguito de que podría caerse en virtud de algo “que estaría por manifestarse”. Comoquiera que ese algo pueda manifestarse, tendrá que ajustarse a la exigencia formulada por Fidel Castro: “Para revocar el carácter socialista hay que hacer una revolución”. Y entonces viene al cuento “un sargento [que] el destino de Cuba cambió.
El hombre y sus circunstancias Belisario Batista, exsargento del Ejército Libertador que malvivía como campesino aparcero, no reconoció a un hijo que tuvo con Carmela Zaldívar en la finca La Güira, a unos 20 km de Banes, hacia 1899, 1900 o 1901. Así, el niño dizque inscrito como Rubén Fulgencio Zaldívar nació con casi todo en su contra: sin reconocimiento del padre, pobre, mulato y donde el diablo dio las tres voces.
A los siete años se trasladó a Banes, donde su madre trabajaría como sirvienta para la familia Díaz-Balart y él obtendría una beca para clases nocturnas en el colegio Los Amigos, fundado por cuáqueros y subsidiado por United Fruit Company. Sin dejar de trabajar en el campo terminó la escuela primaria y aprendió inglés. Para 1916 dejaba Banes e iría y vendría dando tumbos hasta ingresar en el ejército en abril de 1921. Al año siguiente un documento oficial del Estado Mayor refería que su nombre correcto era Fulgencio Batista y Zaldívar.
Este alistado tomó clases de taquigrafía por correspondencia y anda en coplas que, asignado a la guarnición de Finca María (Wajay), residencia campestre del Chino de la Peseta, Alfredo Zayas, se ganó el apodo de “soldado polilla” por ser el único que iba a la biblioteca. Ya en la administración Machado ocuparía por oposición la plaza de sargento taquígrafo en el Estado Mayor.
Tomar notas en consejos de guerra a conspiradores anti-machadistas contribuiría a que percibiera cómo proceder mejor y se embulló tanto que se afilió al ABC. A poco de caer Machado despidió el duelo del sargento Miguel Ángel Hernández, conspirador abecedario asesinado por policía machadista en el Castillo de Atarés. Así principió, el 18 de agosto de 1933, su metamorfosis en el político más hábil de la revolución del 30 —hasta el punto de llevársela a bolina en 1934—, pues tachó de inconsecuente haber derrocado a Machado sin acabar con el Machadato.
Enseguida integró una junta revolucionaria, denominada Junta de los Ocho (J-8), que atizada por la fake news de que se recortarían la plantilla y los sueldos, así como las posibilidades de ascenso, se formó en el Campamento Militar de Columbia bajo el liderazgo del presidente del Club de Alistados, sargento cuartel maestre Pablo Rodríguez.
Revolución en la revolución Sobre el tapete estaba la depuración de los oficiales de las fuerzas armadas y Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, presidente resultante del cambalache del mediador americano Summer Welles al caer Machado, tuvo la ocurrencia de llamar al general retirado Armando Montes para sustituir al Jefe del Estado Mayor, General Julio Sanguily, rebajado de servicio por una úlcera estomacal perforada. Montes se había ganado la animadversión de clases y soldados al recortar plazas y salarios siendo Secretario de Guerra y Marina durante la administración Zayas.
Para ocupar ahora esta secretaría y depurar los mandos castrenses, Céspedes llamó a otro militar retirado, el Coronel Horacio Ferrer, exjefe de Sanidad del Ejército, quien a pesar de ser oculista no vio que delante de sus narices tomaba cuerpo la sublevación de los sargentos mientras los oficiales de menor graduación armaban a su vez el Grupo de Renovación del Ejército (GRE) para ocupar los mandos que quedarían vacantes.
El domingo 3 de septiembre de 1933, Pablo Rodríguez salió para Matanzas en busca de apoyo de los alistados del Regimiento Plácido. Esa noche la tropa congregada en el Hospital Militar de Columbia fue apremiada por los sargentos a presentar reclamaciones. Al día siguiente llegó al Club de Alistado el líder del GRE y jefe del cuerpo de aviación, capitán Mario Torres Mernier, encargado por el general Sanguily de explorar bien la situación. Batista había entrado a Columbia a echar gasolina a su trespatás Ford y se presentó ante Torres Mernier delante de un montón de soldados y sargentos.
Al principio comenzó a divagar, pero el soldado de la J-8 Mario Hernández voceó: “Batista, no hables más mierda y di la verdad de lo que hay”. Entonces reclamó vestuario y rancho, amén de quejarse de maltratos y de que los oficiales se habían cogido para ellos la caída de Machado. La multitud rompió en gritos de ¡Viva el sargento Batista! Al caer la noche, los sargentos tomaban Columbia. En el cine del campamento, Batista soltó: “De ahora en adelante no obedezcan más órdenes que las mías”.
Ya corría por La Habana que Columbia estaba ardiendo y acudieron enseguida líderes del Directorio Estudiantil Revolucionario (DEU) y otras organizaciones. Batista mandó a buscar a Sergio Carbó, quien al reiniciar el 26 de agosto la tirada de su periódico La Semana había largado este titular en primera plana: “¿A qué se espera para empezar la revolución?” Al escuchar que Batista pensaba devolver el mando a los oficiales tras satisfacerse las demandas de clases y soldados, Carbó propuso dejar fuera a los oficiales y sumar las demandas al programa revolucionario del DEU. Mientras Summer Welles dormía a pierna suelta, Batista comenzó a llamar a los demás distritos militares para que los sargentos asumieran el mando. El cabo de la J-8, Ángel Echevarría, dirigió la ocupación de las estaciones de radio para noticiar la toma del poder militar por clases y soldados y la alianza con el DEU.
En Columbia se constituyó la Agrupación Revolucionaria de Cuba, que proclamó hacerse “cargo de las riendas del poder como Gobierno Provisional Revolucionario”. El último de los 19 firmantes al pie era Fulgencio Batista, sargento jefe de todas las Fuerzas Armadas de la República, quien había declinado su inclusión en el gobierno colegiado —pentarquía— con el argumento de que su lugar no estaba allí, sino en el ejército. A la mañana siguiente, el Secretario de Estado, Cordel Hull, anotaba en el memo de su conversación telefónica con Summer Welles, “que un sargento llamado Batista había sido instalado como Jefe del Estado Mayor”.
Coda Batista marcó la inflexión desde el caudillismo politiquero del mambisado —los generales Gómez, Menocal y Machado— al caudillismo militarista que allanaría el camino al caudillismo político-militar del fenómeno histórico denominado revolución cubana.
ARNALDO M. FERNÁNDEZ
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Los meses que van del ascenso de Fulgencio Batista a coronel, el asalto al Hotel Nacional y la muerte de Antonio Guiteras en El Morrillo.
El presidente Ramón Grau San Martín y Fulgencio Batista, 14 de septiembre de 1933. El coronel Fulgencio Batista
El viernes 8 de septiembre de 1933, el pentarca Sergio Carbó, titular de la triple cartera de Guerra y Marina, Gobernación y Comunicación, largó el Decreto 1538 que ascendió a Fulgencio Batista y Zaldívar de sargento a coronel. Así quedaron definitivamente fuera de la revolución los oficiales de la vieja guardia, incluso aquellos que, como el exjefe del ejército, general Julio Sanguily, habían propiciado la caída de Machado. Y se resolvió de paso el problemita estético de que la República de Cuba tuviera, desde el martes 5, un sargento jefe de todas las fuerzas armadas.
Dizque ese mismo martes, mientras la pentarquía ejecutaba en el Club de Oficiales de Columbia el acto de ilusionismo político de formar un gobierno colegiado entre cubanos, el sargento Batista se engolfó enRealpolitik y pasó hasta con escolta por la embajada americana a conversar con Summer Welles. No obstante, Welles tachó de comunista a la pentarquía y prometió al presidente depuesto, Carlos Manuel de Céspedes, que Washington no iba a reconocerla jamás y 25 mil marines se encargarían de restablecer tanto su presidencia como los mandos de los oficiales desplazados por Batista.
Estos últimos empezaron a congregarse en el Hotel Nacional, donde se alojaba Welles, mientras el Partido Comunista, el ABC y otras banderías se dedicaban a pescar en río revuelto [1]. A la postre, Welles se convencería de que Batista era el hombre y para explicarlo basta una cronología mínima:
Septiembre 10. Al efecto de quitar a la revolución la tacha de comunista, el Directorio Estudiantil Universitario (DEU) exige romper la pentarquía y armar un gobierno presidencial. Con monserga apasionada, Eddy Chibás empina a la presidencia al médico catedrático Ramón Grau San Martín. Al tomar posesión ante la multitud aglomerada frente al Palacio Presidencial, Grau rechaza jurar la Constitución (1901) y profiere: “No deseo jurar la Enmienda Platt, [sino] cumplir y hacer cumplir el programa de la revolución”. Así falleció la enmienda, aunque el papeleo demoraría unos meses [2].
Septiembre 24. El gobierno provisional decreta que los oficiales tienen 72 horas para reincorporarse bajo la nueva jefatura. La mayoría repudia el sargentazo y el recién estrenado secretario de Guerra y Marina, coronel Julio Aguado, renuncia. El secretario de Gobernación, Antonio Guiteras, se hace cargo de la cartera vacante. El general Sanguily se planta con su gente en el Hotel Nacional, pero Welles sale andando y Céspedes recula ante la propuesta de re-instalar allí el gobierno constitucional.
Septiembre 26-29. Llegan a La Habana dizque las cenizas de Mella. La bandería comunista emprende la erección de un panteón en el Parque de la Fraternidad. Al tercer día la soldadesca derriba aquello a mandarria limpia y sigue a tiro limpio por la calle Reina, dejando estela de 6 muertos y casi 30 heridos bajo tremendo aguacero. La foto macabra del niño Paquito González, con el cráneo destrozado, crispa de horror incluso a los anticomunistas. Entretanto el ejército acaba con otro ilusionismo político: los soviets en centrales azucareros.
Octubre 2. Las tropas de Batista asaltan el Hotel Nacional. Los oficiales acaban por rendirse, pero como la soldadesca había llevado la peor parte en el combate, unos 15 prisioneros son asesinados. Los demás dan con sus huesos en la cárcel. En otra reunión secreta, Welles pedirá a Batista montar un gobierno apto para ser reconocido por Estados Unidos.
Noviembre 3. En casa de Carbó, Grau reprende a Batista por reunirse con Welles. El DEU propone fusilarlo, pero Grau se resigna a mantenerlo como jefe del ejército. Al otro día, el DEU se disuelve.
Noviembre 8-9. Estalla la contrarrevolución del ABC en La Habana. Tiene apoyo de la aviación, pero los pilotos no bombardean ni Columbia ni el Palacio Presidencial por miedo a la defensa antiaérea y al daño colateral entre civiles. Los abecedarios toman las estaciones de policía y los edificios públicos, pero la contraofensiva batistiana fuerza a replegarse hasta quedar acorralados en el Castillo de Atarés. Aquí se rinden y corren peor suerte que los oficiales en el Hotel Nacional. El mismo soldado, ya capitán, que había exigido a Batista en Columbia no hablar más mierda [3], pregunta a los prisioneros quién era Blas Hernández —una suerte de Sandino cubiche en la guerra de guerrillas contra Machado— y al responder éste, aquel le pega un tiro entre ceja y ceja. Decenas de prisioneros son fusilados.
Diciembre 10-13. Fracasan las negociaciones entre el gobierno Grau-Guiteras y la oposición. Explota Welles y Jefferson Caffery se apresta a entrar como relevista.
Diciembre 17. Se noticia el asesinato del estudiante Mario Cadenas [4]. Hasta el apasionado Chibás se revira contra Grau y encabeza una manifestación que grita: ¡King Kong, que se vaya Ramón!
Tres lindas cubanas y un meneíto
En la coyuntura externa de que la Convención sobre Derechos y Deberes de los Estados (Montevideo, 26 de diciembre de 1933) dejaba sentado el principio de no intervención, el problema cubano se enreda en tres perspectivas políticas:
Chibás: Renuncia de Grau y paso a una dictadura militar, condenada al fracaso, que sería la antesala de otra revolución Guiteras: Resistencia de Grau y movilización popular para desbancar al militarismo Menocal y demás políticos en el exilio: Renuncia de Grau y Batista para transitar a otro gobierno con apoyo de militares tanto septembristas como inmaculados de la cohorte de Sanguily El miércoles 10 de enero de 1934, la reunión Grau-Caffery-Batista da pie a la jornada dominical en Columbia que combina la renuncia de Grau con el nombramiento de Carlos Hevia como presidente relámpago [5], pues Batista y Caffery habían convenido ya que fuera el coronel Carlos Mendieta. Hevia renuncia y el secretario de Estado, Manuel Márquez Sterling, como presidente interino, convoca el 18 de enero “a los sectores revolucionarios a fin de que designen la persona que deberá asumir”. [6]
Para esta jugada, el gracejo popular acuñó el término meneíto. Tal como suele suceder hoy con muchas organizaciones opositoras, ciertos sectores que designarían a Mendieta eran apenas ciertas personas de las cuales nadie sabía e incluso nadie supo nada después. El nuevo gobierno provisional fue reconocido por Washington y discurriría bajo la vigilancia del jefe de la Casa Militar de Palacio, Ulsiceno Franco, quien entraba como si nada a las sesiones del poder ejecutivo y reportaba enseguida a Batista.
La demora en convocar a elecciones constituyentes reforzaría la tensión entre oposición y represión. Hacia 1935 ya está forjada —con alarde de bombas y metralletas, gases lacrimógenos y palmacristi, cachiporras de goma y muertos, heridos y contusos— la situación en que una huelga general acababa con el gobierno o el gobierno acababa con los huelguistas. La policía y el ejército sofocaron la huelga casi general (8-15 de marzo) y para el 8 de mayo uno de los soldados de Batista daba el tiro de gracia a la revolución del 30 con certero disparo al corazón de Antonio Guiteras en la escaramuza de El Morrillo.
Coda
Por esas vueltas que da la vida, el dirigente comunista Lázaro Peña soltaría en la sesión fundacional (Ciudad México, 8 de septiembre de 1938) de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL) que el coronel Batista había dejado de ser el centro de la reacción y profesaba la democracia.
Notas
[1] El Partido Comunista había pactado con Machado el cese de la huelga general después de la masacre del 7 de agosto. Ahora dio el bandazo de agitar el trapo rojo para montar soviets en al menos quince ingenios. El ABC agitaba su trapo verde por las calles en vehículos repletos de gente con armas largas.
[2] En 1928, Machado había forzado la reforma de la constitución original, que Céspedes restableció al caer la dictadura. En ambos casos, la Enmienda Platt continuó vigente. Vino a derogarse formalmente el 29 de mayo de 1934 con un tratado bilateral de relaciones Cuba-EEUU.
[3] Siendo ya teniente coronel y jefe del Distrito Militar de Pinar Río, Mario Hernández planeó matar a Batista en el primer aniversario del sargentazo por incumplir el acuerdo de que la jefatura del ejército fuese rotativa. Batista mandó a prenderlo y Hernández habría caído por resistirse al arresto, pero su cadáver apareció debajo de un montón de piedras en la carretera Habana-Pinar del Río (“¡Esta es la tumba del teniente coronel Mario Hernández!”, Carteles, 2 de septiembre de 1934).
[4] El expediente judicial indica que fue arrestado tras denunciarlo una prostituta como autor de atentados dinamiteros en Marianao y apareció en el campo de tiro de Columbia con dos balazos en la nuca, pero la autopsia reveló que “las dos tetillas le fueron arrancadas al parecer con un alicate; el brazo derecho [estaba] fracturado por dos lugares; los aparatos genitales hechos papilla; las uñas de los pies, arrancadas; [tenía] treinta pinchazos dados con una lima o punzón de forma cuadrada en diversas partes del cuerpo. El ojo izquierdo estaba reventado, (…) el dedo medio de la mano derecha, roto. El cuerpo era una criba, un guiñapo sangriento…” Batista envió a Santiago de Cuba a los dos soldados sospechosos del crimen, que fueron reclamados por el juez León Soublette, pero no llegarían a juicio al aplicarse la ley de fuga durante su traslado a La Habana.
[5] De la Agrupación Revolucionaria original concurrieron tan sólo Rubén de León, Oscar de la Torre, Carbó y Chibás. Este último protestó agriamente y acabó por retirarse de la reunión con Fernando de Velasco, mano derecha de Guiteras, y otros. Hevia se trasladó al Palacio Presidencial escoltado por un camión repleto de soldados al mando del capitán Belisario Hernández, quien al llegar ordenó abrir fuego contra una multitud que apoyaba a Grau. Quedaron tendidos 6 muertos y 12 heridos.
[6] Caffery se cuidó de repetir la jugada de Welles para colar a Céspedes como presidente: que el sucesor de Machado, General Alberto Herrera, nombrara a Céspedes Secretario de Estado y a continuación renunciara para que este último asumiera la presidencia en sustitución reglamentaria.
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El general Batista se dio cuenta de que
precisaba consenso más allá de las fuerzas armadas y se metió a populista
Batista con un cigaro en la boca
El coronel Batista ascendió a general el 27 de enero de 1942 en virtud de la nueva Ley Orgánica del Ejército y la Marina de Guerra. La virtud radicaba en presentar un retrato escrito del propio Batista como requisito de la máxima graduación militar: “El oficial superior en situación de retiro, que haya ocupado en propiedad la jefatura del Ejército y desempeñe o haya desempeñado la presidencia de la República, figurará en la relación o escalafón especial de oficiales de su misma situación, con el mayor grado o jerarquía reconocido por esta ley”.
No podía ser menos, ya que Batista era el presidente. El 14 de julio de 1940 había ganado las elecciones contra Ramón Grau San Martín por 805.125 votos contra 573.576. Para postularse había tenido que pasar a retiro como militar y encaró así cómo cuadrar entonces el círculo de poder, pues la ley orgánica exigía al menos dos años de servicio como general para ocupar la jefatura del ejército y la Constitución (1940), ocho años después del primer mandato presidencial para ir a reelección.
A fin de que el sucesor de Batista pudiera nombrarlo jefe del ejército hacía falta otro virtuosismo jurídico. La Ley de Retiro de las Fuerzas Armadas agregó en su artículo 48 que “el militar en situación de retiro que ocupe la presidencia de la república no percibirá pensión alguna mientras desempeñe dicho cargo; computándosele el tiempo que lo sirviere como en activo a los efectos de su antigüedad en el servicio”. De este modo el general Batista tendría ya dos años de servicio al concluir su mandato presidencial el 10 de octubre de 1944. La jugada se malogró al superar Grau al candidato batistiano, Carlos Saladrigas, por 1.041.822 votos contra 839.220.
Viraje al populismo
Entre 1934 y 1937, el coronel Batista se había afincado en el ejército y la policía para gobernar detrás de cinco presidentes. Sólo uno —Miguel Mariano Gómez— estuvo legitimado por elecciones, pero Batista logró espantarlo con impeachment antes de la Nochebuena de 1936. Y para delicia de la Casa Blanca largaría primero que su “idea of order is that of an architect rather than that of a policeman” y después lasLíneas básicas del Programa del Plan Trienal, que contemplaban 190 lineamientos de reconstrucción económica y social.
Batista se dio cuenta de que precisaba consenso más allá de las fuerzas armadas y se metió a populista. Desde el sargentazo, casi todas las banderías venían pidiendo asamblea constituyente. Al compás de la buena vecindad con USA, no bastaba reprimir para ejercer el poder de manera sostenida. Y al estancarse el plan trienal por falta de fondos, Batista buscó apoyo popular hasta con el partido comunista y dio luz verde a la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC). Washington invitó al coronel Batista al XX Aniversario del Armisticio (11 de diciembre de 1918) de la I Guerra Mundial. El regreso del “embajador de la buena voluntad y mensajero de la prosperidad” fue apoteósico y los comunistas adelantaron ya los primeros pasquines electorales: ¡Este es el hombre!
En la finca Párraga del presidente Laredo Brú, Batista y Grau acordaron que la verbena democrática sería con elecciones constituyentes primero y generales después. La Asamblea Constituyente enfrentó a los delegados grausistas en mayoría (41) y batistianos en minoría (35) hasta que Batista consiguió que pasaran a su bando los 15 delegados del partido de Mario García Menocal, a cambio de la alcaldía de La Habana para su hijo Raúl y otras concesiones. Al cabo la asamblea parió la Constitución del 40, que el delegado Rafael Guas Inclán resumió así: “Fiel reproducción de una época y de la expresión de los anhelos de Cuba”. Hasta próximo aviso.
Recurva cívico-militar
Las elecciones generales de 1944 fueron limpias, sin coacción del ejército ni de la policía ni de la marina. A eso de las siete de la noche del 1ro de junio, Grau tenía ganada la presidencia y frente a su casa se congregó una multitud, que siguió al Palacio Presidencial a dar gracias a Batista. A poco de abandonar este recinto, Batista salió de gira por Hispanoamérica y recalaría en Daytona Beach (FL).
Grau tenía naturaleza ciclónica y arrasó con el presupuesto de la república. Removió los mandos en las fuerzas armadas y por encima del reglamento nombró general y jefe del ejército a su ayudante, coronel Genoveno Pérez, quien como “Mariscal de Azotea” metió paquete tras paquete de tremendas conspiraciones batistianas, mientras la partida presupuestaria para salvas y prácticas de tiro, por ejemplo, subía de dos mil pesos en tiempos de Batista a doscientos mil.
Fraude, contrabando, pistolerismo y demás virtudes de la administración Grau pasaron al gobierno del sucesor Carlos Prío como carimbas de esa cubichería denominada autenticismo. Nada mejoró al dictar Prío la ley contra el gansterismo. Entretanto el mariscal siguió la rima de que al asumir la jefatura había encontrado “un ejército desmoralizado y en ruinas. Sin cuarteles, sin equipos, sin caballos, sin créditos, sin moral”. Prío atinó a sustituirlo, pero la roncha había crecido mucho. Al recorrer en jeep las posiciones del Campamento Militar de Columbia el 10 de marzo de 1952, Batista no conocía a casi ninguno de los oficiales, clases y soldados, pero todos dieron su respaldo al general golpista.
Aun fuera del país, Batista fue electo senador de Las Villas en 1948 por el Partido Liberal. Regresó a Cuba, visitó a Prío y el 1ro de agosto de 1949 fundó el Partido Acción Unitaria (PAU), que ganó apenas cuatro escaños de la Cámara de Representantes en las elecciones parciales de 1950, pero abrió un tercer frente —contra ortodoxos y auténticos— para las elecciones generales de 1952.
En eso parecía que andaba el general cuando tuvo la ocurrencia de entrar a Columbia de madrugada y apearse con esta monserga: “Por la falta de garantías para la vida y hacienda de los habitantes de este país y la corrupción política y administrativa imperantes, y sólo por eso, he aceptado la responsabilidad de permanecer en el Poder por el tiempo indispensable para restablecer el orden, la paz y la confianza públicas, a fin de que, tan pronto se logren esos objetivos, pueda resignar el poder en los mandatarios que el pueblo elija”.
Coda
El PAU corrió como Partido Acción Progresista (PAP) en las elecciones generales de 1954. Sin contrario, al retirar Grau su candidatura, Batista logró la cifra más alta de votos en la historia electoral cubiche —1.451.753— como candidato presidencial de la Coalición Nacional Progresista.
Arnaldo M. Fernández
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