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General: Alejo Carpentier y los huracanes en su discurso literario
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad  (Mensaje original) Enviado: 16/09/2017 21:55
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                                                                                                                                   “Danza afrocubana” Mario Carreño, pintor cubano        
Huracanes en el discurso literario de Alejo Carpentier
¡Ecue-Yamba-O! y El Siglo de las Luces pudieran haber sido escritas
aquí y ahora tras el paso por el Mar de las Antillas del poderoso huracán Irma.
 
La huella de Alejo Carpentier en la cultura cubana y mundial fue más allá de lo extraordinario. El Mar Caribe o de las Antillas es un referente ineludible en la mayoría de los cuentos, novelas y artículos del más universal de los escritores cubanos.
 
En algunos pasajes de su primera novela ¡Ecue-Yamba-O!, –publicada en Madrid en 1927–, no solo realiza un estudio y descripción sobre los ritos de la santería antillana sino que también habla de los ciclones que suelen azotar a Cuba y otras islas del Caribe, con mayor fuerza e intensidad durante los meses de septiembre y octubre. En este texto –cuyo título significa en lengua lucumí ¡Dios, loado seas!– el huracán ocupa un lugar fundamental.
 
Con la escritura, hace nueve décadas, de ¡Ecue-Yamba-O!, Carpentier sentaría los cimientos de una gran renovación literaria que más tarde lo llevaría a puestos inimaginables en el resto de sus obras.
 
Como afirma el ensayista Alexis Márquez Rodríguez, en la historia de los pueblos del Caribe los huracanes han tenido una tremenda importancia. La palabra huracán, no solo designa un fenómeno natural, sino que, además, se supone relacionada con fuerzas esotéricas, con deidades primitivas e incluso demoníacas. Así se puede apreciar en el siguiente pasaje de la novela:
 
Un vasto terror antiguo descendía sobre el océano con un bramido inmenso. Terror de Ulises, del holandés errante, de la carraca y del astrolabio, del corsario y de la bestia presa en el entrepuente. Danza del agua y del aire en la oscuridad incendiada por los relámpagos. Lejana solidaridad del sirocco, del tebbad y del tifón ante el pánico de los barómetros.
 
Ya los ríos acarrean reses muertas. EI mar avanza por las calles de la ciudad. Las viviendas se rajan como troncos al fuego. Los árboles extranjeros caen, uno tras otro, mientras las ceibas y los júcaros resisten a pie firme.
 
Dentro de su columna «Letra y solfa» que vio la luz el 2 de octubre de 1952 en el diario El Nacional, de Caracas, Carpentier se refiere al huracán de 1927, de inusitada intensidad, que inspiró algunos pasajes de ¡Ecue-Yamba-O!:
 
La Habana acepta, como algo normal, la fatalidad de un ciclón que, cada diez años —en promedio— habrá de caer sobre la ciudad, causando los consiguientes estragos. El correspondiente al año 1927 —el anterior se había arrojado de lleno sobre la capital en 1917— dejó una serie de fantasías tremebundas, como marcas de su paso: una casa de campo trasladada, intacta, a varios kilómetros de sus cimientos; goletas sacadas del agua, y dejadas en la esquina de una calle; estatuas de granito, decapitadas de un tajo; coches mortuorios, paseados por el viento a lo largo de plazas y avenidas, como guiados por cocheros fantasmas y, para colmo, un riel arrancado de una carrilera, levantado en peso, y lanzado sobre el tronco de una palma real con tal violencia, que quedó encajado en la madera, como los brazos de una cruz.
 
En El Siglo de las Luces (1962), vuelve a aparecer el tema del huracán con un mayor desarrollo literario. Advierte Márquez Rodríguez que en la trama de esta novela la escena del ciclón se convierte en punto de giro dentro de la secuencia argumental. A partir de ella los hechos cambian de rumbo como pudiera suceder en un buen guion presto a ser llevado al cine.
 
De su obra cumbre, publicada en México afirma Carpentier: “El Siglo de las Luces contiene una verdadera sinfonía del Caribe. En esta novela he querido darle a la naturaleza una importancia extraordinaria; en muchos capítulos los personajes han desaparecido para ceder su lugar a una prosa totalmente descriptiva: la descripción lo invade todo como en las obras del pintor Portocarrero”.
 
Noventa años cumple el libro ¡Ecue-Yamba-O!; cinco décadas y media, El Siglo de las Luces. Cualquier pasaje de ambas obras pudiera ser escrito aquí y ahora tras el paso por el Mar de las Antillas del poderoso huracán Irma.
 
Tal es la vigencia de la prosa de nuestro Premio Miguel de Cervantes y Saavedra (1978) quien lega para las futuras generaciones de caribeños su  particular visión sobre un fenómeno que cada año deja una estela de muerte y desolación. Los huracanes se reciclan en espiral eterna, siempre diferentes y siempre iguales.
 
Un hombre de su cultura enciclopédica fue capaz de mimetizar la sensualidad de la naturaleza antillana –a pesar del paso arrollador de los ciclones por el Mar Caribe–, donde sus hombres y mujeres se vuelven a levantar cada año con el orgullo de ser herederos de un universo mítico, onírico, sonoro y sensorial,  propio de quienes habitamos en estas islas.
 
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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad Enviado: 16/09/2017 22:08
BIOGRAFIA DE ALEJO CARPENTIER
(La Habana, 1904 - París, 1980) Novelista, periodista, narrador, musicólogo y ensayista cubano con el que culmina la madurez de la narrativa insular del siglo XX, además de ser una de las figuras más destacadas de las letras hispanoamericanas por sus obras barrocas como El siglo de las luces.
 
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 Carpentier con 18 años, plumilla realizada por Sánchez Felipe
Alejo Carpentier está considerado como uno de los grandes escritores del siglo XX
Sobre su biografía existen varias lagunas y contradicciones dada la desigual información de la que se dispone. Según el propio autor, nació en La Habana el 26 de diciembre de 1904, fruto del matrimonio de un arquitecto francés y una pianista rusa, y se formó en escuelas de Francia, Austria, Bélgica y Rusia. Tras su muerte, sin embargo, se empezó a documentar una muy distinta biografía que situó el nacimiento del autor en Suiza, procedente de una familia humilde que emigró a Cuba instalándose en el pueblo de Alquízar, donde el futuro escritor trabajó como repartidor de leche.

Lo que sí está fuera de dudas es que Carpentier inició su actividad literaria en simultáneo con la musicología, su otra vocación de toda la vida en la dirección de la revista Carteles, entre 1924 y 1928. Además, colaboró en la fundación de la Revista de Avance, en 1927. En 1928 fue encarcelado bajo la dictadura de Gerardo Machado y a la salida huyó de la isla, hasta que regresó a ella, tras un exilio en París de prácticamente una década. De este período fue su primera obra, Ecué-Yamba-O (publicada en 1933, aunque al parecer la escribió ya en 1927), una novela de temática negra con la que Carpentier inauguró su carrera como escritor.

En 1944 se trasladó a Caracas, donde vivió varios años, dedicándose al periodismo radiofónico y ejerciendo también de profesor universitario y columnista en diarios y revistas, mientras realizaba una interesante difusión de la música contemporánea. Luego de una temporada en Haití, regresó a Cuba tras la Revolución liderada por Fidel Castro (1959) y ocupó varios cargos oficiales hasta que en 1966 fue nombrado embajador en París, donde permaneció hasta sus últimos días.

Su actividad literaria, aunque iniciada en 1933, no tuvo continuidad hasta 1944, año en que vio la luz una compilación de cuentos titulada Viaje a la semilla. Escribió también antes de su siguiente novela un ensayo titulado La música en Cuba (1946). Finalmente, en 1949, apareció uno de sus trabajos literarios más emblemáticos: El reino de este mundo, un ejercicio de excelente rigor histórico, como serán en adelante la mayor parte de sus obras, en el que Carpentier narró un episodio del surgimiento de la república negra de Haití. Precisamente en el prólogo de esta novela el autor expuso la tesis que definía "lo real maravilloso".

Su definitiva consagración como escritor llegó sin embargo con Los pasos perdidos (1953), novela en la que un musicólogo antillano que reside en Nueva York, casado con una actriz, es enviado a un país sudamericano con el encargo de rescatar y encontrar raros instrumentos. En el viaje lo acompaña una amante francesa, que parece representar la decadencia europea y a la que el musicólogo abandona por una mujer nativa a través de la cual entra en contacto con la vida de una comunidad indígena, de donde es rescatado y llevado de nuevo a una civilizada ciudad a la que no llega jamás a adaptarse, hasta que regresa a la selva. Un relato abstracto e irreal donde se funden los conocimientos y la inteligencia del autor con las imágenes más profundas de su expresión literaria.

Más tarde llegó El acoso (1956), tras su experiencia en Venezuela, una novela corta de temática entre política y psicológica, donde se refleja fielmente el círculo de represión y violencia de la Cuba anterior a la Revolución, en la década de 1950, aunque no fue una novela documental: en esta obra los episodios se suceden en coincidencia con los cuarenta y seis minutos que dura la interpretación de la Sinfonía Heroica de Beethoven.

Le siguió el volumen Guerra del tiempo (1958), donde el autor reunió tres relatos que suponían otras tantas variaciones sobre el tiempo en una ambientación pretérita: Camino de Santiago, una reedición de Viaje a la semilla y Semejante a la noche. Fueron tres breves incursiones de Carpentier en el mundo de lo fantástico y de la ficción, protagonizadas por la irreversibilidad de lo ocurrido. Posteriormente regresó a la novela histórica con El siglo de las luces (1962), ambientada en Francia y las Antillas en el período de la Revolución Francesa. En esta obra narró la peripecia de un personaje llamado Víctor Hugues que llevó a la isla de Guadalupe la ideología de los revolucionarios franceses y también la guillotina. Una novela cautivante que confirmó el poder de convocatoria visual de su autor, en la que presenta personajes y ambientes lejanos en la historia y los acerca al lector atrapándolo en un asombroso tejido verbal.

A esta célebre novela siguió Concierto barroco (1974), una obra breve donde reconstruyó, con minucioso detalle y estricto rigor histórico y musicológico, el viaje de un criollo por la Europa dieciochesca, acentuando la funcionalidad de la música en su narrativa, ya que el libro está organizado y estructurado sobre fundamentos musicales. El mismo año publicó El recurso del método, en la que recrea la imagen del tirano ilustrado, en versión latinoamericana.

Cronológicamente se sitúa luego La consagración de la primavera (1978), novela en la que recreó una historia ambientada en tiempos de la Revolución Cubana y que había anticipado en forma de relato breve en Los convidados de plata (1973). La consagración de la primavera muestra su proceso autorreflexivo acerca de las revoluciones, a lo largo de un período que abarca desde la soviética hasta la castrista, incluyendo los hechos de Playa Girón, y donde además aparecen la Guerra Civil española y los ecos de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, El arpa y la sombra (1979), supuso una visión desmitificadora de Cristóbal Colón y el descubrimiento de América a través del relato de una íntima confesión en la que el Almirante, a las puertas de la muerte, decide hacer una especie de inventario de sus hazañas y debilidades.

En su totalidad, la narrativa de Carpentier no se caracterizó por los análisis psicológicos, dada la vastedad de una propuesta que planteaba más bien la diversidad de lo real. No mostró por tanto con excesivo detalle los aspectos de la vida individual, más allá de arquetipos como el Libertador, el Opresor o la Víctima. Su propósito central fue acaso cambiar la perspectiva del lector, trasladarlo hasta un universo más amplio, un cosmos donde la tragedia personal queda adormecida dentro de un conjunto que, aun siendo sencillo, es mucho más vasto y profundo.

Cabe recordar también sus títulos teóricos, tales como Tientos y diferencias (1964), Literatura y conciencia política en América Latina (1969) y Razón de ser (1976), ensayos recogidos en un volumen publicado póstumamente en La Habana, precisamente bajo el título genérico de Ensayos (1984). En 1977 se le concedió el Premio Cervantes. Murió en 1980 en París, donde era embajador de Cuba.
 
 


 
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