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De: CUBA ETERNA (Mensaje original) |
Enviado: 11/09/2017 14:52 |
Gobernantes demócratas retiran los homenajes al descubridor de América por «genocida», mientras los radicales de izquierdas derriban sus estatuas.
Monumento a Cristóbal Colón en Columbus Circus, Nueva York - ABC
ESTADOS UNIDOS BORRA A CRISTÓBAL COLÓN
MANUEL ERICE ORONOZ - ABC
Año 2004. 12 de octubre. Un exaltado grupo de radicales chavistas asalta la estatua de Cristóbal Colón que preside la céntrica Plaza Venezuela de Caracas. El descubridor de América acaba de ser juzgado y condenado a muerte simbólicamente por el delito de genocidio. Tras colocar una soga en torno a la cabeza del descubridor, los exaltados tiran con violencia de la efigie hasta que cae desde lo alto de la columna que la sostiene y se parte en dos. Los asistentes braman enfervorizados. El arrastre de la escultura hasta el teatro Teresa Carreño precede a su definitiva ejecución en la horca, celebrada con bailes indígenas. El presidente Hugo Chávez, que había iniciado en 2002 su particular campaña contra el Descubrimiento de América y sus protagonistas, estableciendo por decreto el Día de la Resistencia Indígena en lugar del Día de la Raza, se confiesa entonces «escandalizado» en la intimidad de su guardia pretoriana. La muestra de odio provoca el rechazo mundial, especialmente el de los gobiernos de Italia y de España. Con el tiempo, el singular exégeta de Simón Bolívar y padre del hoy fracasado Socialismo del Siglo XXI terminará asumiendo el discurso más extremo: «Cristobal Colón fue el jefe de una invasión que produjo no una matanza, sino un genocidio».
Año 2017. 30 de agosto. Estados Unidos, la primera democracia del mundo. En el neoyorquino parque de Yonkers, un barrio muy cercano al conflictivo Bronx, aparece decapitada la estatua de color de bronce de Colón. Alertada por un vecino, la Policía da por hecho que el acto de violencia responde a la ola de violencia racial resurgida las últimas semanas, tras la muerte de una joven manifestante a manos de un neonazi en Charlottesville (Virginia). Apenas unas horas más tarde, el vandalismo se ceba con un monumento al aventurero italiano apadrinado por España, en el barrio neoyorquino de Queens. Varias pintadas se sobreponen a la inscripción de homenaje por su gesta histórica, en las que puede leerse: «Abajo el genocida» y «No honremos al genocida».
Estos dos ataques no son aislados. Tampoco nuevos, aunque la belicosa campaña se expande más que nunca por distintos puntos del país, atribuida a grupos extremistas de izquierdas, como los llamados Antifa (Antifascistas), y radicales pro derechos civiles de los negros, como la organización autodenominada Black Lives Matter. Es su forma de responder a los racistas y supremacistas blancos, a los que ven fortalecidos con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Además de los soldados y generales del ejército confederado en la Guerra Civil Americana, referencia para la extrema derecha y los neonazis de Estados Unidos por haber luchado en defensa de la esclavitud, los símbolos del Descubrimiento de América, y entre ellos su máximo representante, Cristóbal Colón, son el principal objetivo de su renovada caza.
Para los radicales de izquierda, el hombre que puso el primer pie en el Nuevo Mundo, que hoy es el suyo, y los conquistadores españoles que le sucedieron, representan «el capitalismo europeo y el terrorismo genocida» que exterminó a los indígenas, así como el «origen de la esclavitud en América». Así lo denuncia un vídeo de propaganda distribuido en las redes sociales, que describe con imágenes otro acto de violencia ocurrido esos días. Un activista con la cara tapada arremete a mazazos contra el monumento a Colón en la ciudad de Baltimore (Maryland), que con 250 años de vida es el más antiguo del país. Houston (Texas) y Búfalo, en el estado de Nueva York, han vivido también recientes ataques contra estatuas del descubridor.
Aunque no sea fácil de precisar la causa y el efecto, la ola de violencia coincide con un despliegue político sin precedentes en contra de la figura de Cristóbal Colón a cargo de gobernantes demócratas. Con medidas y argumentos ideológicos similares a los que esgrimió el chavismo para reescribir el pasado del continente, ayuntamientos como el de Los Ángeles, han protagonizado iniciativas que intentan bajar del pedestal de homenaje al hombre que cambió la historia de la Humanidad.
La ciudad más poblada de California, de raíces particularmente hispanas, acaba de poner fin formalmente al Día de Cristóbal Colón (que desde 1937 es considerada fiesta federal, el 12 de octubre, cuando el descubridor pisó por primera vez tierra firme tras su larga travesía), que ha sustituido por el Día de los Pueblos Indígenas. La iniciativa fue aprobada por 14 votos a favor, emitidos por un concejo municipal de nutrida presencia hispana y un solo voto en contra: el de un edil de origen italiano que rechaza categóricamente las alusiones a Colón como «responsable del genocidio, las muertes y el sufrimiento de los aborígenes y la gente nativa». Ni las raíces españolas e italianas del alcalde, Eric Garcetti, han impedido que se consumara el giro político. Para algunos californianos críticos con la medida, es cuestión de tiempo que alguien proponga retirar del Capitolio estatal el bello conjunto escultórico que protagoniza Colón en compañía de la Reina Isabel.
El propio Ayuntamiento de Nueva York, la ciudad con la mayor colonia de origen italiano de Estados Unidos, ha abierto el debate para anular cualquier recuerdo de Cristóbal Colón. La violenta labor que llevan a cabo los radicales podría devenir pronto en una pacífica labor institucional, si sale adelante la propuesta de la portavoz del Ayuntamiento, Melissa Mark-Viverito, de retirar el monumento más importante de Colón de los que aún permanecen en pie en Estados Unidos: el Columbus Circle, que luce en la Avenida de Columbus, muy cerca de Central Park. La persona de confianza del alcalde, Bill de Blasio, como él con raíces italianas, se muestra partidaria de dejar de exhibir a un «símbolo de opresión», como califica al marinero genovés.
Colonización anglosajona
La ola en favor del reconocimiento de los indígenas, en detrimento de Colón, se ha extendido los últimos años a las ciudades de Denver (Colorado), Berkeley (California), Phoenix (Arizona), Albuquerque (Nuevo México), Minneapolis (Minnesota) y Seattle (Washington), así como a los estados de Alaska y Vermont. Ninguno de los gobernantes y de los grupos que le apoyan, todos demócratas, ha mostrado la misma determinación a la hora de condenar la exterminación de las diversas colonias indias llevada a cabo por la colonización anglosajona, dos siglos después de Colón y los conquistadores españoles que le sucedieron. La persecución de la imagen del descubridor ofrece versiones para la anécdota, como la que protagoniza Minneapolis. En la capital de Minnesota, una campaña ha reunido miles de firmas para sustituir la estatua de Colón por la de Prince. El argumento principal es que el célebre cantante representa mejor «los valores de la paz, el amor y el entendimiento».
Estatua de Cristóbal Colón realizada por Gaetano Russo y situada en Columbus Circle New York.
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Equiparando a Colón con un genocida, la estatua que se levanta en el neoyorquino
Central Park apareció esta semana llena de pintadas y con las manos manchadas de pintura roja
Borrarle de la Historia de Estados Unidos de un plumazo. Esa parece ser la consigna que se extiende por diferentes estados de la tierra que descubrió. Estatuas decapitadas y con pintadas amenazantes son el símbolo externo de una belicosa campaña que manipula la historia de la conquista a las puertas de la celebración del 12 de Octubre.
La estatua del neoyorquino Central Park apareció esta semana llena de pintadas y con las manos manchadas de pintura roja
'LA MUERTE SIMBÓLICA DE CRISTÓBAL COLÓN'
Una de las perversiones de la cultura de lo políticamente correcto es el de vender la re-escritura de la Historia de manera angelical, pero en el fondo no con el fin de mejorar gracias a los nuevos conocimientos lo asentado desde tiempo atrás, sino con el de borrar, esto es, manipular, lo que no nos sea conveniente a nuestros virginales oídos. Así que, gracias a lo políticamente correcto, estigmatizamos o ensalzamos a nuestros personajes preferidos o denostados, y lo mismo podemos hacer con acontecimientos, sucesos, instituciones, o lo que se nos ponga por delante de aquello que fue (y que para desgracia de muchos no se puede cambiar) y que se llama el Pasado. La Historia, los hechos históricos, fueron. Son un absoluto. Por ejemplo, «Colón llegó a las Indias el 12 de octubre de 1492».
La narración de la Historia, el escribir historia, qué duda cabe que es, en tanto que creación de un sujeto (el historiador) una subjetivación de aquellos hechos históricos. Por ejemplo, no es lo mismo decir «el canalla de Colón llegó a las Indias el 12 de octubre de 1492», que «con la llegada de Colón a las Indias el 12 de octubre de 1492 se iba a poder evangelizar a cientos de miles de almas ignaras».
Hubo un tiempo en el que eran historiadores (que tenían instituciones en donde se reunían, intercambios bibliográficos, congresos nacionales e internacionales, correspondencia, debates...) los que escribían sobre la Historia, desde principios metodológicos y científicos. Advierte, buen lector, que en España se abrieron los archivos del Estado a la investigación histórica entre 1844 y 1845. Es decir: antes de esa fecha se estaba construyendo una disciplina en la que los documentos se tenían que abrir paso contra las opiniones «literarias»; desde esa fecha los documentos se convirtieron en los baluartes del verdadero e incontrastable conocimiento histórico. Donde hubiera un documento, o una serie documental, sobraban subjetividades. Y por ende, desde mediados del siglo XIX se empezaron a editar inmensas colecciones documentales.
Héroes y villanos Como a lo largo del siglo XIX se iban levantando los estados nacionales, con sus referentes históricos y sus mitos, y sus héroes y sus villanos y su todo que servía para dar cohesión social, se escribieron historias nacionales, se abrieron edificios para la Biblioteca Nacional, o para los Museos nacionales, y se erigieron monumentos a los héroes nacionales, o se excavaron panteones nacionales. La erección de un monumento a un personaje significaba el aplauso y reconocimiento al tal individuo del pasado por parte de la comunidad que lo estaba haciendo. Si a un personaje no se le levantaba un monumento, es que no se le reconocía la grandeza necesaria. Y así fueron proliferando por doquier, a lo largo del siglo XIX en adelante, estatuas y recordatorios a los personajes del pasado que tenían que conocer los españoles y que aprender en el colegio los españolitos. Por ejemplo: en Madrid..., ¿dónde está la escultura –si es que la hay– de Felipe II y de qué año es?; ¿qué sabemos de Cervantes, don Quijote y Sancho, o el mismo Colón? ¡Ah!, y en el Panteón de hombres ilustres de la Capital... faltan algunos. Aunque mejor no hablar de lo de remover la tierra buscando huesecillos.
Es decir: que según las necesidades de cada momento, ha habido estatuas levantadas, cambiadas de lugar o demolidas. Por eso me gusta viajar tanto por Hispanoamérica si voy hallándome homenajes a Cervantes. A veces me pregunto que si eso será porque pertenecemos a un tronco cultural común, hispano. Los latinos eran los de Roma. Pero es batalla cultural perdida.
Llegan noticias de que a finales del verano de 2017 en Central Park de Nueva York alguien la ha tomado con la estatua que de Colón regalaron italoamericanos a la ciudad en 1892 (para quien no caiga en ello, conmemorando el IV centenario del Descubrimiento). Con esa ofrenda y otros actos, los italianos lograron capitalizar los orígenes «italianos» de Colón y de la gesta de 1492, en detrimento de lo hispánico. Por cierto: Colón era genovés. A Colón, que no era verdaderamente un predicador franciscano, ni un promotor de las ONGs, le han teñido las manos de rojo, y en el pedestal de la estatua han hecho una pintada «Hate will not be tolerated» (que quiere decir que «El odio no se tolerará»), así como todo ha sido rubricado con un hashtag, “#somethingscoming” (o sea, «Algo viene»). Tan enigmáticas frases han despertado la curiosidad y la inquietud por todas partes. Tal vez algo terrible va a ocurrir próximamente: ¿en Corea, o en el Principado de Cataluña? Y con respecto a lo del odio, es muy bueno que no se tolere, pero sobre todo lográndolo por la vía de la educación que es la que ha de enseñar a exaltar la dignidad humana y que únicamente los humanos tenemos esa virtud que la engrandecemos según respetemos a los demás animales.
Ojalá no necesitáramos leyes y castigos para dejar claro que el bien supremo del hombre es la grandeza de su dignidad. Pero claro, con la cantidad de energúmenos que existen, incluso entre los practicantes de otras religiones no cristianas, habrá que dedicarse a hacer leyes. Ahora bien: no creo que Colón tuviera tiempo para odiar a la altura de 1492. Por entonces, bastante tenía con satisfacer su infinita codicia. Ya odiaría luego, con los famosos pleitos colombinos.
El caso es que ahora toca más revisionismo democrático. Y para llevarlo adelante y que cien años dure, han montado comisiones.
No cabe duda de que en el Caribe las muertes por la llegada del hombre blanco fueron tan inmensas que se puede hablar de exterminio de las poblaciones naturales por dos factores fundamentales y por este orden: el grave problema de la falta de defensas orgánicas ante nuevos patógenos y el obligarles al trabajo (que no fue todo esclavitud), en las encomiendas.
Los que allí llegaron eran portadores de la verdad, refrendada por las Bulas Alejandrinas. ¿Qué más se podía querer, si todo estaba jurídicamente –por Derecho Natural y por Derecho de los Hombres– sancionado e incluso bendecido?
Pues curiosamente, los que por allí aparecieron cometieron desmanes. Y algunos, como fray Antonio Montesinos o Bartolomé de Las Casas los denunciaron (diciembre de 1511). Por cierto, que Las Casas había sido encomendero. Y llegadas las quejas a Castilla, hubo debates teológicos y jurídicos (a fin de cuentas eran lo mismo)... y el 27 de diciembre de 1512 Fernando el Católico –que era como era– proclamó las Leyes de Burgos, en las que se reconocía –como en el Testamento de Isabel la Católica– la naturaleza humana de los indios, su libertad individual y la obligación de trabajar para el bien de la Corona, como el resto de los vasallos, y bajo un salario justo incluso en especie (ahí estuvo la trampa).
En cualquier caso, el beatífico Bartolomé de Las Casas fue el que escribió, zaherido en sus entrañas por el dolor que le causaba ver que se obligaba a los indios a hacer trabajos que no podían soportar, o que ni aun trayendo labradores castellanos se podría hacer todo cuanto había que hacer, fue el que propuso en la Corte de Carlos V que era menester llevar negros al Caribe. La descripción de la escena es suya y transcurre en algún pasillo palatino tal y como anotó en el libro III, capítulo CII de su Historia de las Indias: «Preguntóse al clérigo qué tanto número le parecía que sería bien traer a estas islas de esclavos negros; respondió que no sabía», con lo que la decisión quedó en manos de los flamencos de Carlos V. ¡Vaya con los mitos! Mejor que no haya estatuas, calles, recuerdos, ni nada. Mejor que no haya exaltaciones del pasado. Mejor que la herencia cultural se vaya escribiendo a diario por no molestar ni aun ofender. Mejor no saber. Mejor no tener memoria. ¡Vaya arranque de octubre de 2017 que nos espera!
¿Cuánto le queda de vida al cine exterminador y supremacista de Hollywood?
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