La amenaza de Trump de cerrar la embajada en La Habana es un paso atrás
Quienquiera que sea responsable por los terribles y misteriosos ataques sónicos contra los diplomáticos norteamericanos y sus familias en La Habana quería una sola cosa: que los norteamericanos se fueran de Cuba.
Si el culpable es el gobierno cubano, un agresivo sector del régimen cubano que actúa por su cuenta, o un tercer protagonista (que pudiera ser cualquier otro estado enemigo), el motivo sigue siendo el mismo. El reestablecimiento de las relaciones entre EEUU y Cuba –sobre todo, el entusiasta abrazo a los norteamericanos que le dio el pueblo cubano– creó un nuevo orden tan rápido que amenazó las alianzas socialistas y la política de línea dura que le ha permitido a la dictadura cubana gobernar implacablemente durante casi seis décadas.
Esta es la razón por la que los norteamericanos no deben retirarse de la diplomacia ni del compromiso con Cuba tan prematuramente.
Sería un error estrátegico y un gran paso atrás para el gobierno de Trump si cierra la embajada norteamericana en La Habana, como dijo el secretario de Estado, Rex Tillerson, que está considerando hacer la Casa Blanca.
“¿Están locos o son simplemente ignorantes?”, pregunta una fuente cubanoamericana que viaja con frecuencia a la isla para buscar oportunidades de negocios y establecer contactos. “Eso es exactamente lo que quiere el gobierno cubano: quedarse sin una presencia norteamericana, sin que la gente viaje a Cuba y haga contactos, sin fuentes creíbles de información en los momentos de transición política que se viven en Cuba”.
Los llamados “ataques acústicos” a 21 personas que les causaron problemas de pérdidas de la audición, traumatismos en el cráneo, falta de memoria, náuseas, migrañas y zumbidos es algo serio que merece una condena internacional. Pero cerrar la embajada –como le han pedido que haga cinco senadores republicanos, entre ellos Marco Rubio, al presidente Donald Trump– no sirve a los intereses norteamericanos.
De forma poco usual, Cuba le permitió a agencias como el FBI viajar a la isla para investigar y eso es algo que nunca había ocurrido en un país que constantemente se niega a otorgarle acceso ni siquiera a respetadas organizaciones internacionales de derechos humanos.
La respuesta de Rubio es el paso típicamente reaccionario para el consumo de Miami. Pero una vuelta al aislamiento, sin embargo, tal vez no logre lo que se busca, como vimos recientemente en una contienda local cuando un candidato a quien se tomó fotos nupciales en La Habana ganó las primarias republicanas. La mayoría de los cubanoamericanos, entre ellos notables republicanos, aplaudieron la política de distensión del presidente Barack Obama, incluso con sus resultados limitados, precisamente por el acceso que logró a la isla.
Hasta que Trump ganó la presidencia, quien único obstaculizaba la distensión era el régimen cubano, y eso lo pone en la lista de los principales sospechosos de los viles ataques a diplomáticos norteamericanos y canadienses.
Desde que el presidente Obama habló abiertamente de la democracia en un discurso televisado en La Habana, el gobierno cubano ha dado una serie de pasos antagónicos, lo que claramente ha enviado un mensaje al pueblo cubano para limitar su entusiasmo. Pero el gobierno cubano no puede darse el lujo de perder el dinero del turismo norteamericano y canadiense que mantendría a la desastrosa economía de la isla a flote. Sería algo contraproducente realizar algo tan estúpido como atacar a los diplomáticos y provocar una represalia que terminaría dañando a la industria del turismo.
Sin embargo, si EEUU se va de Cuba sin duda ayudaría a Rusia, una potencia extranjera más dañina que el propio régimen cubano. Es un tema incomodo para el presidente Trump dado las investigaciones de su campaña presidencial por colusión con Rusia, precisamente el país que subsidió y ejerció tanta influencia en Cuba durante largos años y casi llevó al mundo a una guerra nuclear. No es secreto que los rusos están tratando de ganar terreno peridido en Cuba.
Estados Unidos debe hacer todo lo necesario para asegurar que su personal en Cuba no corra ningún tipo de peligro, y luego de esta experiencia, debería de considerar la embajada en la isla como de alto riesgo, como ocurre con otras embajadas en muchas partes del mundo. Hay un punto medio entre la ingenuidad de Obama –la ilusión de que Cuba era un inofensivo y amistoso país que podría llevar a la democracia a través de la diplomacia– y la beligerancia del gobierno de Trump, como se demostró hace poco en las Naciones Unidas.
Aunque a un sector de Miami le gustaría ver el cierre de la embajada norteamericana en La Habana y que Cuba de nuevo quede aislada, ello solo sería dar un paso atrás en los logros diplomáticos que mejor sirven a los intereses del pueblo cubano y del norteamericano. Una decisión semejante solo sería un regalo a los regímenes cubano y ruso.
FABIOLA SANTIAGO