Ernesto Pérez Chang | La Habana
¿En qué país te gustaría vivir? La pregunta fue lanzada a un grupo de adolescentes seleccionados al azar, según me ha contado un amigo periodista de la televisión cubana.
Buscaba insertar las respuestas, a manera de collage, en un programa habitual, dirigido a los jóvenes, sin embargo, lo obtenido en el vox populi no logró pasar la censura.
Con toda intención, el equipo de trabajo había elaborado la pregunta buscando cierto grado de ambigüedad, así, en dependencia de los proyectos individuales, podía ser respondida ya desde una postura donde ese país por el cual indagaban era el mismo donde vivían, ya desde una posición donde la realización personal solo podía ser posible con un cambio de contexto geográfico.
Aunque en extremo osada la interrogante para un medio controlado por el Partido Comunista, los realizadores del programa habían apostado por una mayoría de respuestas enfocadas en enumerar aquellas cosas de la realidad cubana que los jóvenes cambiarían para sentirse en el país de sus sueños, sin embargo, apenas lograron un par de ellas, e incluso estas dos únicas dibujaban una idea de Cuba que solo sería posible después de un cambio político radical.
Según confiesa este amigo periodista, que además colabora bajo pseudónimo con medios de prensa independientes, debido mucho más a sus desencuentros con la línea del periodismo oficialista que por obtener una mejor remuneración, la percepción que tenía de la realidad hasta ese momento de la pregunta no coincidía con lo que pudo constatar en la voz de casi medio centenar de jóvenes.
“En Estados Unidos” o “En la Yuma”, “En España”, “En Italia”, “Donde sea menos aquí”, fueron el común denominador de las respuestas obtenidas, algo que lejos de ser jocoso resulta preocupante e, inevitablemente, conduce a preguntarnos qué está sucediendo en Cuba para que las personas experimenten tal grado de rechazo.
No bastaría con una respuesta que señale o culpabilice a un gobierno o a una o más figuras dentro de él. No indagamos por el o los responsables, quizás demasiado fáciles de identificar, sino por el modo en que funciona esa maquinaria letal que, persiguiendo un blindaje nacionalista ha terminado por generar el opuesto.
No es una maquinaria que, como algunos han planteado con diferentes alegorías, fuera efectiva en su momento y que ahora se ha tornado obsoleta frente a las novedosas plataformas de información basadas en la tecnología digital y el surgimiento de las redes sociales, sino un artefacto que siempre ha funcionado mal.
Una prueba irrebatible es el éxodo constante desde 1959 hasta la actualidad con clímax tempestuosos en cada década. Un flujo que no solo ha sido integrado por las supuestas “víctimas de un embargo económico” sino por altos funcionarios del gobierno, diplomáticos y hasta militares de alto rango beneficiados por un sistema de privilegios, instituido por la propia maquinaria sobre la cual escribo, que premia más la cercanía al poder que la lealtad a este.
Bajo el argumento populista de construir una sociedad monolítica, más que unida, para beneficio de los humildes, se ha llegado a conformar un duro contexto fragmentado, pleno de exclusiones y, en consecuencia, de inconformidades.
El resultado es ese que ya nadie puede ocultar y que desarma toda intención de demostrar que se avanza hacia una sociedad próspera y justa: ancianos que no encuentran lugar en el futuro por el cual apostaron y jóvenes que, sin ninguna clase de garantía, se resisten a transitar por el mismo calvario de sus ancestros.
El país no ha logrado convertirse en atractivo para quienes lo viven a diario y a cada hora se transforma en algo peor: calles oscuras, edificios en ruina, comercios desabastecidos, abandono, crecimiento de la pobreza, trabas al emprendimiento individual, chantaje político, mojigatería ideológica más todos los componentes de un caos social.
La maquinaria ha sido incapaz de producir esa nación que fuera prometida alguna vez y la tendencia de aquellos pocos afortunados ha sido a emigrar para luego olvidar la temporada en el infierno o bien retornar a él pero con dinero y, así, cada cual a construirse su propio feudo dentro de aquel país que abominan.
La intención del gobierno de producir un único bloque social, compacto y leal, ha derivado en la fabricación de cientos de miles de elementos individuales que nada tienen que ver con la independencia ni la pluralidad, sino con el aislamiento y el egoísmo. Ignoramos el bien común y dejamos de ser ciudadanos para transformarnos en sobrevivientes, en luchadores ermitaños. Todo es perfecto mientras los dos metros cuadrados de mi imperio personal lo sea.
Es el ejemplo de una diseminación altamente nociva para ese otro concepto de unidad necesario si se trata de rescatar una idea de país que nada tiene que ver con el chovinismo nacionalista, generador de esa sensación de hartazgo hoy verificable entre jóvenes y viejos.
Lo que hoy es Cuba no se parece en nada a lo que algunos, atraídos por el discurso inicial de lo que fuera llamado “revolución”, pensaron que habría de ser. No es, como muchos piensan, un regreso al punto de partida luego de una caminata en círculos.
Es algo peor que una marcha sin rumbo de una sociedad nómada, es gravitar sin esperanzas de tocar tierra firme alguna vez. Eso continuará condicionando negativamente las respuestas sobre qué país nos gustaría para vivir y continuará generando desconcierto hasta tanto no comprendamos qué está pasando hoy en Cuba.
ACERCA DEL AUTOR:
Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en 2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).