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De: SOY LIBRE (Mensaje original) |
Enviado: 07/11/2017 19:32 |
Así como los cubanos nunca supieron en octubre de 1962 lo cerca que estuvo que Cuba de ser borrada del mapa por un infierno atómico alentado por Fidel Castro, tampoco supieron, o muy pocos saben, que realmente fueron los soldados zaristas sublevados, sin sus oficiales, los que llevaron al poder a Lenin y los líderes bolcheviques.
A 100 años de un experimento letal
Por Roberto Álvarez
Hoy se cumplen 100 años de aquel acontecimiento que de una forma u otra marcó la historia del siglo XX, pues se aplicó por la fuerza el experimento social diseñado por Karl Marx, que dio a luz el primer Estado comunista en la historia.
Pero antes de echar un vistazo a aquellos acontecimientos lo primero es preguntarse con desideologizada franqueza si luego de que los soldados y sargentos zaristas cansados de la Primera Guerra Mundial que los hambreaba y diezmaba se alzaron contra sus oficiales, destituyeron al zar y establecieron en febrero de 1917 la primera república de toda la historia rusa, encabezada por el abogado antizarista Alexander Kerenski, era necesario que los bolcheviques llegaran al poder para arrasarlo todo, e implantaran el terror rojo, el hambre y el atraso en la sociedad rusa con su "dictadura del proletariado".
No era necesario. Con el zar Nicolás II ya destituido y confinado con su familia bien lejos de Petrogrado y de Moscú, el nuevo régimen republicano, de no haber cometido tantos errores garrafales, habría podido emprender el camino de Rusia hacia la modernidad, con libertades democráticas y economía de mercado.
Eso fue lo que hicieron las naciones de Europa Occidental, algunas devastadas y tan pobres como Rusia al terminar la Primera Guerra Mundial. Lejos de hacer lo mismo que los bolcheviques, prefirieron la evolución civilizada a la revolución iconoclasta que arrasa con todo a su paso, desangra y pone la sociedad patas arriba. Los europeos occidentales continuaron con sus gobiernos "burgueses" y "pequeñoburgueses", y la economía de mercado.
A lo largo de los últimos 400 años, salvo las revoluciones burguesas y liberales de los siglos XVI y XIX (y no todas tampoco), las revoluciones sociales han sido inútiles: la gente no vive mejor luego de una revolución, sino igual, o (casi siempre) peor que antes. Y esto sin contar los ríos de sangr que causan, tema para un análisis posterior.
Lo cierto es que, sin revoluciones traumáticas, en los países de Europa Occidental luego de la Primera Guerra Mundial se cumplieron en breve tiempo todas las exigencias que hacían en Rusia los hambreados trabajadores y campesinos rusos en 1917: mejores condiciones de trabajo, aumento de salario, jornada de ocho horas, fin de los abusos de la patronal, seguro por enfermedad, descanso retribuido, etc.
Además se edificaron Estados de derecho con separación de poderes a lo Montesquieu, libertades democráticas modernas, y le dieron al mundo la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y otras ventajas sociales imposibles de obtener en la Rusia "revolucionaria y proletaria".
En cuanto a la Revolución de Octubre, el derrocamiento del zarismo y luego el asalto al Palacio de Invierno para dar el golpe de Estado al gobierno provisional de Kerenski no fue tanto obra de obreros y campesinos como de los soldados zaristas enardecidos por las arengas bolcheviques. Querían paz con Alemania, no la guerra. Los soldados se rebelaron, primero contra el zar Nicolás Romanov, y luego contra el gobierno de Kerenski, y auparon a los políticos comunistas que les prometieron sacar al país de la guerra y darles una vida mejor si tomaban el poder todos juntos.
El 18 de febrero de 1917, en Petrogrado (en 1914 Nicolás II cambió el nombre de San Petersburgo, de origen alemán por el de Petrograd, palabra rusa), empezaron las manifestaciones masivas que exigían sacar a Rusia de la Primera Guerra Mundial. Nueve días después, la mayor parte de la guarnición militar de Petrogrado se pasó a los sublevados. Sin sus oficiales ocuparon el Palacio Táuride e instalaron allí el Sóviet de Diputados Obreros y Soldados. El 15 de marzo el zar tuvo que abdicar.
Con el zar Nicolás II preso se formó el primer gobierno republicano, pero de crisis en crisis. En julio Kerenski (coterráneo de Lenin, ambos de Simbirsk) asumió la jefatura del Gobierno, una alianza de liberales y socialistas no marxistas. Pero cometió el gravísimo error de no sacar a Rusia de la Guerra Mundial, pese a las derrotas constantes ante Alemania que estaban devastando al pueblo ruso.
El mismo error que Batista
Kerenski cometió otro error grave. Sus asesores le recomendaron que encarcelara a Lenin y demás líderes bolcheviques, que con la consigna "Todo el poder a los soviets" arengaban en las calles a rebelarse contra el Gobierno provisional republicano.
No lo hizo. Alegó que no iba a meter en prisión a nadie por sus ideas políticas. Subestimó a Lenin y a los bolcheviques, confiado en que en esos momentos aún la mayoría de los soldados y los obreros apoyaban su Gobierno. Salvando las diferencias de contexto, el mismo error lo cometió Fulgencio Batista 38 años después, al sacar de la cárcel a Fidel Castro. Subestimó fatalmente al expandillero universitario.
No sacar a Rusia de la guerra fue el argumento principal utilizado por Lenin y los bolcheviques para tomar con los exsoldados monárquicos el Palacio de Invierno y derrocar a Kerenski.
Obviamente, la enervante propaganda bolchevique capitalizó la frustración y el profundo rechazo del pueblo ruso a la guerra que estaba acabando con Rusia. Soldados, obreros y campesinos sabían que, aún en el caso muy improbable de una victoria militar rusa, ninguno de ellos iba a obtener beneficio alguno. A eso se sumaban los abusos, el hambre y la explotación sufridos a causa del zarismo.
Pero el asalto al Palacio de Invierno no fue tan glorioso ni tan heroico como lo dibujaba la propaganda soviética, y lo sigue pintando la castrista. El 7 de noviembre (25 de octubre del calendario juliano, vigente entonces en Rusia) dos anillos de soldados rodearon el Palacio de Invierno y presentaron un ultimátum de rendición al Gobierno, mientras los marinos ocupaban el Almirantazgo y arrestaban a la plana mayor de la Marina de Guerra, y tropas del regimiento Pávloski tomaban el edificio del Estado Mayor del Ejército.
Casi a la medianoche el batallón de soldados y los cientos de cosacos que defendían el Palacio de Invierno se rindieron en masa y abandonaron el lugar. Y fue así, con el palacio ya vacío, que los atacantes entraron por las ventanas y puertas abiertas. No hubo resistencia porque los ministros que quedaban dentro del palacio dieron a sus custodios orden de no disparar. Poco después de rendirse, a las 2:00 am del 8 de noviembre, los ministros fueron detenidos. Kerenski logró huir y meses después llegó a Europa Occidental.
Simultáneamente, en el Congreso de los Soviets de diputados obreros, campesinos y soldados, Lenin proclamaba el poder soviético y se convertía en presidente del "Gobierno de los Comisarios del Pueblo".
Tomado ya el Gobierno, y con León Trotski como "Comisario del Pueblo para la Guerra", Lenin y los bolcheviques comenzaron a ejecutar masivamente, sin juicio previo, a "burgueses", clérigos, kulaks (ricos terratenientes fusilados luego de ser expropiados) y decenas de miles de opositores políticos. Se repetía el episodio sanguinolento de la Revolución Francesa.
El flamante régimen marxista suprimió de cuajo las libertades individuales, la propiedad privada y decretó la colectivización forzosa de la tierra, o su estatización. De inmediato se desplomó la producción de alimentos y una hambruna dramática mató a millones de personas. Pero este tema continuará en un próximo artículo.
ROBERTO ÁLVAREZ QUIÑONES
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A 100 años de la Revolución de Octubre, horrorizan los millones de muertos que ha dejado el comunismo como legado.
El mayor holocausto que ha conocido la humanidad
Roberto Jesús Quiñones Haces
Cuba.- Todo poder sostenido sobre la violencia genera injusticia social, conclusión irrefutable cuando se estudian procesos históricos como la Revolución de Octubre, ocurrida en San Petersburgo el 7 de noviembre de 1917.
Gracias a la propaganda comunista muchos creen que Lenin participó en el asalto al Palacio de Invierno y que la toma de este se produjo después de una gloriosa batalla. Desconocen que León Trostki dirigió los sucesos, que el zar había sido depuesto desde febrero —fecha en que se produjo la revolución— y que el 7 de noviembre hubo en realidad un golpe de estado para impedir que Rusia se convirtiera en una república democrática.
De Alexander Fiódorovich Kerenski los manipuladores oficialistas afirman que fue un reaccionario, a pesar de que desde que se graduó como abogado en 1904 hasta 1917, dedicó su vida a derrocar al zarismo, por lo cual sufrió persecución y cárcel.
¿Fue el 7 de noviembre de 1917 una jornada heroica?
Cuando el movimiento revolucionario ruso derrocó al zar en febrero de 1917, sus dirigentes gozaban de gran autoridad y prestigio ante el pueblo. En él había representantes de ideas muy apegadas al zarismo, socialistas moderados, republicanos, y también estaba la minoría bolchevique.
Las derrotas del ejército ruso en la Primera Guerra Mundial, los sabotajes a la economía, el caos y la especulación, fueron factores que permitieron que los bolcheviques pasaran a ser mayoría dentro de las fuerzas políticas que conformaban el espectro político de entonces, sobre todo por las consignas que les ganaron muchas simpatías en el pueblo: “Paz, pan y tierra” y “Todo el poder para los soviets”.
Desde el exilio Lenin instó a los bolcheviques a que tomaran el poder por la fuerza. Pero la mayoría de sus camaradas no apoyaba tal idea pues creía que la imposición de intereses sectarios podría provocar un caos mayor. Fue entonces que se aprobó el plan de tomar el poder pacíficamente durante el II Congreso de los Soviets, que se iba a iniciar precisamente en la noche del 7 de noviembre, con la idea de que el destino del país fuera decidido por la Asamblea Constituyente. Pero Lenin era otro zar en ciernes —como luego lo fue Stalin— y no pensaba lo mismo. La orden del gobierno provisional de enviar al frente militar a gran parte de la guarnición de San Petersburgo resultó el catalizador que provocó el golpe de estado de los bolcheviques liderados por Trotski.
Los sucesos del 7 de noviembre nada tuvieron de heroicos. En ciudades importantes como Moscú la jornada fue absolutamente tranquila. Los muertos del bando de los bolcheviques no pasaron de seis y en el caso de los defensores del Palacio de Invierno no hubo bajas mortales.
Esa misma noche llegó Lenin a San Petersburgo. Las fuerzas políticas que participaron en la jornada inaugural del II Congreso de los Soviets protestaron enérgicamente contra el golpe de estado de los bolcheviques y reclamaron el respeto al gobierno provisional, lo cual no fue admitido por Trotski. Ante esa respuesta abandonaron el local, oportunidad aprovechada por los bolcheviques para conformar un nuevo gobierno únicamente con militantes de su partido. Este es el funesto inicio de la mal llamada democracia socialista, que no es lo uno ni lo otro, pues como atinadamente afirmara Rosa Luxemburgo: “la libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros de un partido —no importa cuán numerosos— no es libertad”.
Lenin impuso una sistemática represión contra el resto de las fuerzas políticas, la cual tuvo gran costo para su partido en las elecciones para la Asamblea Constituyente, donde los bolcheviques resultaron minoría. Entonces, en un acto muy propio del autoritarismo zarista —contra quien decía luchar— Lenin disolvió la asamblea, encarceló o ejecutó a muchos de los políticos elegidos por el pueblo e instauró su dictadura. Si eso lo hubiera hecho el zar, para los sumisos ideólogos del castrismo habría sido un acto reaccionario; como lo hizo Lenin es revolucionario.
El holocausto más grande y cruel que ha conocido la historia
La paz lograda en la Primera Guerra Mundial fue precaria pues debido a la imposición de la dictadura comunista comenzó una guerra civil. Derrotada la oposición militar y con la consolidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), las injerencias en los asuntos internos de otros países estuvieron en todos los confines del mundo. Dos bloques militares se enfrentaron provocando innumerables tensiones y guerras y la URSS se convirtió en un estado policíaco que serviría de modelo a George Orwell para escribir su extraordinaria novela 1984.
Los campesinos tampoco recibieron la tierra prometida debido a los nefastos resultados de la colectivización forzada impuesta por Stalin. El pan —si lo equiparamos a los bienes indispensables para una vida digna— nunca existió en abundancia ni tuvo calidad. En cuanto a otorgar todo el poder a los soviets fue otra promesa incumplida pues el autoritarismo del zar fue sustituido por el de la autocracia unipartidista.
Tanto en la URSS como en el resto de los países donde han sucedido revoluciones violentas, el desconocimiento de la voluntad popular fue práctica política. La historia demuestra que cuando no se realizan transformaciones que benefician a todos los ciudadanos en un clima de verdadera tolerancia, libertad y respeto a todos los derechos humanos, dichos procesos acaban sucumbiendo. Por eso la URSS no sobrevivió a pesar de los intentos de reformarla. Lo mismo ocurrirá con el proceso cubano porque toda dictadura es antinatural.
La URSS se erigió sobre el loable propósito de empoderar al pueblo. Nunca lo consiguió. Horrorizan los millones de muertos por hambre, cárcel, asesinatos, colectivización forzosa de la tierra y confinamientos en los gulags. Su historia es el registro del mayor holocausto que ha conocido la humanidad.
ROBERTO JESÚS QUIÑONEZ
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Cuando se cumplen 100 años del estallido del Octubre Rojo, recordamos la apasionante vida de Félix Yusúpov, el “enfant terrible” que puso patas arriba la Rusia zarista. Lujo, sexo y travestismo…
El príncipe Yusúpov, su pareja Irina Alexandrova y Rasputín
El príncipe bisexual Yusúpov, que asesinó a Rasputín y desató la Revolución Rusa
Por Martín Bianchi
Los libros de Historia dicen que la lucha de clases fue una de las causas de la Revolución Rusa. Pero quien haya leído Memorias antes del exilio, del príncipe Félix Félixovich Yusúpov (1887-1967), sabe que un “bromance” con final trágico fue la verdadera chispa que encendió la mecha del Octubre Rojo. Yusúpov, uno de los aristócratas más encumbrados de la corte zarista y descendiente de los mismísimos reyes de la Horda de Oro, publicó su autobiografía en 1952. Es, en sus palabras, “una historia de desenfreno y fasto oriental”, pero también el testimonio de cómo la relación entre un niño rico seductor y un campesino sátiro e intrigante condujeron a una nación a la guerra civil.
Yusúpov nació el 24 de marzo de 1887 en el palacio de su familia en San Petersburgo, a orillas del canal Moika. Hijo de Félix Sumarókov-Elston, jefe de la guardia imperial y gobernador de Moscú, y de la princesa Zinaída Yusúpova, pertenecía a la dinastía más rica, influyente y antigua del imperio, y una de las más próximas a la familia real: su tatarabuelo había sido consejero de cuatro zares y en su árbol genealógico había personajes ilustres como el príncipe Grigori, amigo de Pedro el Grande, o el jan Yusuf, aliado de Iván el Terrible.
Pero Yusúpov estaba más destinado a la fiesta que a la alta política. En la víspera de su nacimiento, su madre se encontraba en un baile en el Palacio de Invierno y danzó toda la noche. “Nuestros amigos vieron en este hecho el anuncio de una naturaleza alegre, con predisposición al baile”, apunta el príncipe en sus memorias. Su progenitora estaba tan convencida de que iba a tener una niña que mandó a preparar todo el guardarropa del bebé en rosa. Para consolarse de su decepción, lo vistió de niña hasta los cinco años. “Lejos de ofenderme, yo me enorgullecía de ello. Ese capricho de mi madre influyó sin duda en mi carácter”.
DESPERTAR SEXUAL
Heredero de la belleza de la princesa Zinaída, el protagonista de nuestra historia se convirtió en una criatura irresistible para hombres y mujeres a muy temprana edad. Con 12 años, tuvo su primer ménage à trois -“Esa velada fatal arrojó luz sobre todo cuanto, hasta entonces, me parecía misterioso”- y con 13 comenzó a salir a la calle vestido de mujer –“En la avenida Nevski, lugar de encuentro de todas las prostitutas de San Petersburgo, no tardé en llamar la atención. Para liberarme de los que me abordaban, le contestaba que no estaba libre y seguía caminando muy digna”-. Aquella noche terminó en El Oso, el restaurante de moda de entonces, donde unos oficiales lo invitaron a cenar en un reservado.
A veces, su hermano mayor, Nicolás, lo ayudaba en sus aventuras. Durante un viaje a París, Félix se travistió para acompañar a su hermano al Thétre des Capucines. “Al cabo de un rato reparé en que en uno de los palcos había un anciano que me miraba con insistencia”. Era el rey Eduardo VII de Inglaterra. “Esa conquista me divirtió mucho e incluso halagó mi amor propio”. En otra ocasión enamoró a un oficial de la escolta del zar, “un hombre joven todavía, apuesto, con la cintura ceñida en una túnica de jinete circasiano y un puñal en el cinto”. Los emperadores, que sabían todo sobre sus andanzas, prohibieron su amistad con otro aristócrata, el gran duque Demetrio, miembro de la familia real.
“Yo era entonces demasiado joven para gustar a las mujeres, mientras que podía gustar a ciertos hombres”, reconoce en sus memorias. “Cuando más tarde conocí el éxito con las mujeres, mi vida se complicó en manera proporcional a ese éxito”. Años después conquistaría a otro miembro de los Romanov, la princesa Irina, única sobrina del zar. Se casó con ella en 1914 y tuvieron una hija. En su biografía, en la que hace una defensa de la homosexualidad –“los amores singulares”-, aclara su orientación: “Se ha dicho a menudo que no me gustaban las mujeres. Es totalmente falso. Lo que pasa es que los hombres mostraban una lealtad y una ausencia total de sentimientos interesados… No puedo decir lo mismo de la mayoría de las mujeres.”
EL MONJE NEGRO
A finales de 1909, cuando solo tenía 22 años, conoció a Grigori Rasputín, un campesino y exdelincuente devenido en guía espiritual y consejero in pectore de los zares. El monje negro, un sátiro intrigante conocido por su gran apetito sexual y sus gustos libertinos, era aborrecido por buena parte de la nobleza. Aunque el sentimiento era mutuo, cayó rendido a los encantos de Yusúpov.
El enfant terrible de la corte zarista aprovechó su poder de atracción para urdir un plan para aniquilar a Rasputín y así terminar con su influencia oculta en las decisiones de los emperadores. Se hizo amigo íntimo, confidente y discípulo del santón, soportando sus abrazos, besos y palmaditas (“Tras cada uno de nuestros encuentros, tenía la sensación de haberme mancillado”). Pero el gran duque Nicolás Mijailovic escribió en sus diarios que los motivos de Yusúpov no eran exclusivamente políticos y patrióticos, sino resultado del despecho tras una relación íntima con Rasputín.
El 29 de diciembre de 1916, aprovechando que su mujer estaba fuera de la ciudad, invitó al monje a su fastuoso palacio en San Petersburgo. Lo recibió a medianoche con la promesa de una velada especial y una mesa regada de dulces espolvoreados con cianuro. Embriagado de amor, Rasputín comió y bebió hasta el hartazgo, pero el veneno no hizo efecto. El principito remató su misión con un tiro. Tres cómplices arrojaron el cuerpo de la víctima al río helado.
VIVA LA REVOLUCIÓN
La noticia del asesinato enfureció a los zares. Incluso pensaron en fusilar a Yusúpov y a sus secuaces. “Pero el rumor que circulaba sobre nuestra próxima ejecución dio pie a una efervescencia particular entre los obreros de las grandes fábricas, que decidieron organizar una guardia para protegernos”, señala el príncipe en sus memorias. El pueblo, escandalizado por la superstición de sus gobernantes y su dependencia de un campesino sátiro, salió a las calles. El 12 de marzo de 1917 estalló la Revolución. Pocos días después, el zar abdicó dejando a su pueblo sumido en una guerra civil.
Félix Yusúpov se convirtió involuntariamente en un héroe bolchevique. Había asesinado a Rasputín para salvar el zarismo. En cambio, precipitó la caída del antiguo régimen. Muchas veces, las tropas rojas le perdonaron la vida: “El nombre de Rasputín me salvó y salvó a los míos de grandes peligros”.
Fue uno de los últimos nobles en huir de las garras de las milicias rojas. Abandonó Rusia en abril de 1919. En sus memorias recoge una carta de Papus, el famoso mago, místico y ocultista gallego de la corte de los zares, a la emperatriz Alejandra, escrita hacia finales de 1915, que concluía así: “Desde un punto de vista cabalístico, Rasputín es un jarrón similar a la caja de Pandora, que encierra todos los vicios, todos los crímenes, todos los pecados del pueblo ruso. Si ese jarrón se rompe, inmediatamente veremos verterse sobre Rusia su espantoso contenido”.
Yusúpov abrió la caja. Cuando quiso cerrarla, ya era demasiado tarde.
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