El fenómeno circense y cruel de exhibir a seres humanos como si fueran animales tuvo su eco más persistente en la Exposición General de Bruselas de 1958, donde una de las atracciones incluía a familias enteras africanas en pequeñas jaulas de bambú.
Niña del Congo en la sección dedicada a este país, Exposición General de Bruselas de 1958
Los racistas «zoológicos humanos» de negros que Bélgica permitió hasta mediados del siglo XX
Por César Cervera
El racismo científico nacido en el corazón de Europa utilizó pseudo-disciplinas, tales como la frenología o la fisiognomía, para clasificar como superiores algunas razas sobre otras, lo que sirvió durante el Nuevo Imperialismo 1880–1914 para justificar que los europeos sometieran a los «atrasados» pueblos de África y Asia. Así las cosas, al abrigo de esta teoría supuestamente científica –hoy obsoleta por completo– surgió un cruel tipo de museo donde las piezas exhibidas no eran jarrones o fósiles, sino seres humanos procedentes de estos pueblos estimados como inferiores.
Entre 1870 y 1930 se popularizaron «los zoológicos humanos» por la geografía occidental, especialmente en Francia, Bélgica y Alemania. La idea era exhibir de forma pública, y casi siempre itinerante, a mujeres, niños y hombres de carne y hueso, procedentes de África y otras regiones subdesarrolladas. Los indígenas salvajes eran presentados en el siguiente escalón después de los monos y otros animales, con los que incluso compartían barrotes. Un guiño darwiniano para desplegar un espectáculo racista e inhumano que contaba con gran popularidad tanto en Europa como en EE.UU.
Se considera que el primer promotor de este tipo de espectáculos fue Carl Hagenbeck, uno de los padres de los zoológicos modernos, que introdujo a partir de 1874 en sus exhibiciones circenses a samoanos y lapones, como «poblaciones puramente naturales», junto con sus tiendas, arpones y trineos. Este domador de circo alemán hacía pocas distinciones entre traer al continente animales salvajes como tigres o secuestrar seres humanos exóticos como esquimales.
Si en EE.UU lo habitual fueron exhibiciones de nativos americanos (Buffalo Bill realizó una gira europea con indios del Viejo Oeste que asombró Barcelona), en países europeos como Bélgica, Francia o Reino Unido se recurrió a habitantes de sus colonias en África y Asia. La idea era que aparecieran en escenarios que se asemejaran lo máximo posible a su lugar de origen y realizando actividades tribales. Claro está, que las costumbres y rituales de estos indígenas eran en muchas ocasiones tergiversados para favorecer el entretenimiento por encima de la ciencia. El exotismo era la clave.
Teóricamente, estos indígenas accedían a participar en los espectáculos como voluntarios a cambio de un acuerdo económico, pero lo más habitual es que fueran secuestras tribus enteras o engañadas con falsas promesas. Las malas condiciones en las que vivían los indios, las giras maratonianas y las vejaciones ponían en riesgo, en muchas ocasiones, su vida. Sin ir más lejos, 11 fueguinos fueron capturados en el Estrecho de Magallanes por un ballenero belga y mostrados en jaulas en Londres, París y Bruselas, en 1889. Se sabe que los supervivientes devueltos tiempo después a Tierra del Fuego no fueron más de seis.
Bélgica, un país reincidente
La Segunda Guerra Mundial, en el que el régimen nazi llevó al extremo sus ideas del racismo científico, y la «Declaración Universal de los Derechos Humanos» de 1948 marcaron el principio del fin de estos zoológicos humanos. A ello también ayudó la llegada del cine, que deslució las muestras y acercó el exotismo de las tribus del mundo a un público más masivo. No obstante, en 1958 fueron exhibidas en la Exposición General de primera categoría de Bruselas, o Expo 58, familias enteras africanas en pequeñas jaulas de bambú. Un total de 41 millones visitantes pudieron acercarse a observar, alimentar y acariciar a los prisioneros.
Las ferias internacionales fueron durante mucho tiempo un lugar de coincidencia entre obras de arte, ciencia y estas odas al racismo. En la célebre Exposición Universal de París, donde se inauguró la torre Eiffel (1889), el principal y más visitado espectáculo fue «Un pueblo Negro» (village nègre), una atracción donde fueron mostradas 400 personas indígenas. Más concretamente, las llamadas exposiciones coloniales, organizadas durante el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX en los países europeos, tuvieron por objeto específico mostrar a los habitantes de la Metrópolis las distintas facetas de las colonias para lo que, a menudo, era necesario trasladar a la fuerza desde sus lugares de origen a autóctonos para que representaran una suerte de función pública. Aquí se vieron algunos de los «zoológicos humanos» más aparatosos.
El país de Leopoldo II –el Rey belga que cometió algunas de las peores atrocidades de la historia de la humanidad en el Congo– volvió a reincidir en su error hasta fechas recientes. Como explica Christian Baez y Peter Mason en su monográfico «Zoológicos humanos. Fotografías de fueguinos y mapuche en el Jardin d’acclimatation de París, Siglo XIX», todavía en julio y agosto de 2002 se presentaron diez pigmeos de Camerún en una aldea reconstruida en Yvoir, Bélgica, por iniciativa de un organismo sin fines de lucro llamado Oasis Nature. La ONG pretendía pasar página ante el terrible pasado colonial de Bélgica y, de paso, sensibilizar al pueblo de los actuales problemas de los pigmeos. Logró justamente lo contrario. Varias organizaciones humanitarias denunciaron la exposición de estos aborígenes, que cantaban y bailaban para el público, por ser una flagrante violación de los derechos humanos y prolongar el recuerdo de aquellos zoológicos de la época colonial.