Sabías que las moscas hacen mucho más que molestarnos
Por cada persona que habita en este planeta hay 17 millones de moscas. Estos insectos polinizan las plantas, devoran cadáveres en descomposición, se comen los residuos de nuestros drenajes, dañan los cultivos, propagan enfermedades, matan arañas y cazan libélulas.
Algunas moscas incluso han perdido sus alas para vivir de forma exclusiva de sangre de murciélago y se pasan la vida escabulléndose en el pelaje de sus huéspedes, saliendo únicamente para parir una sola larva.
“Por eso me encantan: hacen de todo. Llegan a todos los lugares, son ruidosas y adoran tener sexo”, señaló Erica McAlister, curadora de dípteros —moscas, para quienes no son especialistas— en el Museo de Historia Natural de Londres.
McAlister plasmó su amor por los dípteros con The Secret Life of Flies, un libro breve y rico que en ocasiones es informativo y en otras humorístico, y que es tanto un himno de alabanza a sus criaturas favoritas como un alegre intento de generar escalofríos en los lectores.
Su libro también es la fuente de la cifra de 17 millones que, según señaló su autora, solo es un cálculo.
Al igual que otros autores que han tratado el tema de las moscas, McAlister tiene en mente algo más que diversión. Desea recordarle al mundo la importancia que tienen las moscas para la humanidad y el planeta. No solo son unos insectos para aplastar.
Sin ellas no existiría el chocolate, por ejemplo. McAlister odia el chocolate pero ama el tipo de mosca que poliniza la planta del cacao: una variedad de jején. Los jejenes son insectos pequeñitos que se alimentan principalmente de sangre, pero a los jejenes del chocolate les gusta el néctar y transportan el polen de una planta a otra.
De hecho, los jejenes son parte de la especialidad de McAlister. Ella adora a todas las moscas pero se enfoca en los dípteros que se encuentran en lo más bajo del grupo, donde se incluye a los mosquitos, las moscas negras y eso que ella describe como “todo lo que pica, aguijonea y es feo”.
Su vida entre las moscas incluye tanto labores en el museo como investigación de campo. Este es el trabajo de sus sueños. McAlister recuerda la primera vez que estuvo tras bambalinas en el museo, como estudiante, antes de trabajar aquí. “Me dejaron entrar a un edificio que tenía 34 millones de insectos. Dije: ‘Ah, qué tal, me caen bastante bien’”.
La fascinación de McAlister comenzó durante su niñez. “Solía quitarle las pulgas a los gatos”, dijo y contó que las observaba con un microscopio que sus padres le habían regalado. Pero pronto pasó a insectos más horripilantes.
Los cadáveres en descomposición de algunas criaturas pequeñas, que también eran cortesía de los gatos, eran los tesoros escondidos de las cresas (conjunto de huevos de insectos) con los que se sigue deleitando. “Me gusta mucho el lado oscuro de la naturaleza”, dijo, justo antes de comenzar a hablar de la vida de las moscas que matan arañas.
Las larvas “se lanzan sobre las arañas” para aterrizar sobre ellas y escarbar en su abdomen. Luego se comen a la araña de adentro hacia afuera. Pero si las arañas no han madurado, las larvas entran en hibernación unos cuantos años hasta que la araña crece y se convierte en un banquete.
La especialista cuenta una de sus pocas decepciones: “Todavía me hace falta tener mi propio éstrido”, dice. Se refiere a que, aunque pasa mucho tiempo en el trópico, ninguna mosca ha desovado en sus brazos o piernas de forma que la larva pida prestada su piel y se desarrolle hasta convertirse en un gusano notoriamente doloroso y que causa comezón antes de salir.
Muchas moscas le hacen un gran favor al planeta —y a nosotros— al limpiar toda clase de residuos biológicos, desde cosas inútiles hasta el limo de las cañerías. Las moscas del drenaje, llamadas psicódidos, en realidad se dedican a limpiar las porquerías del ser humano. Pero en ocasiones se presenta una explosión demográfica que hace que los adultos emerjan, lo cual es muy molesto; si los cuerpos se desintegran en pequeñas partículas en el aire, se vuelven potencialmente dañinos para la salud humana.
Y, por supuesto, hay moscas que se alimentan de cadáveres: las 1100 especies diferentes de moscardas, las moscas favoritas de los programas de detectives. Las cresas de esas moscas, al igual que la atractiva larva de la mosca azul, devoran los cadáveres de ratones, hombres y todo lo demás.
Saber cuáles especies depositan sus huevos y durante qué etapa de la descomposición puede ayudar a determinar el momento en que una persona se convirtió en cadáver.
Dentro de la ciencia, las moscas son uno de los grandes sujetos de estudio de laboratorio. En particular la Drosophila melanogaster, más conocida como mosca de la fruta, aunque McAlister señala que de hecho pertenece a un grupo llamado moscas del vinagre.
Es fácil trabajar con ellas y comparten el ADN básico de todos los seres vivos. Históricamente han proporcionado gran parte de los principios de la genética moderna. Y ahora podrían ayudarnos a comprender mejor la neurociencia y otros ámbitos.
Recientemente, científicos del Instituto Salk reportaron que sus estudios sobre la manera en que trabaja el cerebro de la mosca pueden mejorar los motores de búsqueda en internet. En el Instituto de Investigación Janelia del Instituto Howard Hughes en Virginia se busca desarrollar un diagrama de conexiones del cerebro de la mosca y luego determinar, con el mayor detalle posible, cómo piensan.
Vivek Jayaraman, quien dirige ese laboratorio, cree que las moscas no reaccionan únicamente por instinto. Su cerebro toma decisiones con base en información proveniente de muchas fuentes: el olor, la memoria, el hambre y el miedo, por ejemplo. Y desean descifrar todo ese proceso, neurona por neurona. “Podríamos analizar a la mosca de un extremo a otro”, explicó.
McAlister reconoce la importancia de la Drosophila, aunque con un poco de renuencia. A ella le interesan las otras miles de especies de moscas, desde el Ártico hasta el Antártico, desde las depredadoras que matan libélulas hasta las diminutas Sciaridae, o moscas del mantillo. Existen 160.000 especies conocidas de moscas y los entomólogos solo pueden tratar de adivinar la cantidad de especies que desconocemos, que oscila entre los cientos de miles y los millones.
Marlene Zuk, bióloga evolutiva en la Universidad de Minnesota y divulgadora científica en favor de los insectos, no podría estar más de acuerdo. Zuk, cuyo sujeto de estudio es el grillo, también estudia a la mosca parasítica que deja sus larvas en ellos.
La llamé para hablar de las moscas. “Caray”, exclamó: “¡nunca te preguntan cuál es tu mosca favorita!”.
Pero Zuk mencionó rápidamente cuál era su mosca menos favorita. “A las moscas se les odia por culpa de la Drosophila”, dijo. “Pero las moscas son asombrosamente diversas”. Mencionó lo valiosa que es la investigación de la moscarda e hizo referencia a un ensayo clásico y luego a un libro acerca del hambre en la moscarda, escrito por Vincent Dethier.
El ensayo mostraba el proceso fisiológico que le avisaba a la larva de la moscarda que había comido suficiente, por el momento, de cualquier cosa muerta que hubiese estado ingiriendo. Dethier también escribió un libro que podríamos llamar de culto: To Know a Fly. Eso si asumimos que se pueden considerar de culto a los entomólogos y sus parásitos.
En realidad las moscas son musas prolíficas, además de tener otras cualidades. Sobre el grupo de las Drosophila están A Fly for the Prosecution, The Life of the Fly y Lords of the Fly, entre muchos otros trabajos.
McAlister contó que su trabajo y su libro han asombrado y han complacido a sus familiares, incluyendo a una tía que está bastante feliz de contar con una autora en la familia. “Al principio mis padres estaban confundidos”, dijo. “Pero fui la hija del medio y dejaron que me dedicara a lo mío”. Con el tiempo se dieron cuenta de que lo había hecho bien.
La apariencia de las moscas puede ser tan asombrosa como su conducta. Una mosca de la fruta de Medio Oriente tiene patrones en sus alas que parecen arañas. Nadie sabe por qué. Otra mosca, la Achias rothschildi, debe tragar aire para inflar los tentáculos de sus ojos cuando emerge como adulta por primera vez.
McAlister apunta en su libro que incluso su afinidad hacia las moscas tiene un límite. El cambio climático podría afectar a las moscas caseras, por ejemplo. De acuerdo con una proyección, la población podría aumentar hasta un 244 por ciento para 2080.
“Son demasiadas moscas”, escribió, “incluso para mi gusto”. Se cree que muchas especies de insectos también sufrirán a causa del cambio climático. Un ensayo reciente que analiza a todos los insectos reportó un aparente descenso que podría relacionarse con el calentamiento global.
Existen infinidad de misterios en el mundo de las moscas. Algunos son enormes, como, por ejemplo, cuántas especies hay en realidad, y hay enigmas más pequeños como el del insecto con la cabeza naranja, la mosca sarcosaprófaga. Come cadáveres, pero solo algunos, y sale de noche durante el invierno. Esta mosca se creía extinta pero se redescubrió hace unos años. ¿Será cierto que su cabeza brilla en la oscuridad cuando se aparea?
McAlister hace lo que puede para reclutar a una nueva generación que resuelva estos acertijos haciendo un llamado al mismo instinto que la llevó a buscar el botín de la caza de los gatos domésticos.
“Le hablo a los niños acerca de las cresas y la descomposición y por qué todo eso es divertido”, cuenta. Más tarde, uno de ellos convenció a su padre para que dejara un pollo podrido en el patio y que colocara un iPhone en las cercanías para registrar en video cómo latía con la energía de sus consumidores.
Padre e hijo enviaron el video a McAllister con el afán de contribuir. Ella ve el lado positivo: “Esperemos que, al inspirar a este niño a tener un pollo en descomposición en su jardín, se haya despertado su interés”. El futuro de la dipterología depende de este tipo de compromisos.