Ocurre por igual en todos los paises
Infancias transgénero:
Los derechos de los niños y niñas que quieren cambiar su identidad de género
Platicamos con algunos expertos que ven a la identidad de género como un derecho humano, y no como un discurso terapéutico y médico.
Sophía lloraba de una manera tan triste que asustó a su mamá. "¿Qué pasa?", le preguntó. Su hija —a quien ella identificaba como niño— no respondía. Segundo después dijo entre sollozos: "Yo no quiero ser niño. Yo soy una niña".
Era la primera vez que lo decía, aunque su mamá ya había notado algo distinto desde tiempo atrás. Las semanas avanzaron y la familia recibió una llamada del preescolar. Sophía ya no quería jugar, apenas hablaba. Sufría burlas de sus compañeros cuando les confiaba que, al cumplir cinco años, la temática de su fiesta sería de princesas.
Las profesoras le aconsejaron buscar ayuda profesional e internet le ayudó a encontrar esa palabra: transgénero.
El proceso de transición de Sophía no ha sido fácil. Su familia tampoco asimiló al segundo que, en realidad, una niña vivía en casa, pero este caso es emblemático porque cambió la historia del país: en junio pasado, Sophía se convirtió en la primera menor en México que obtuvo documentación oficial con el cambio de identidad de género, sin necesidad de un juicio. Nada más un trámite. Ahora, tiene seis años y cursa primero de primaria en Aguascalientes.
No ha sido fácil, pero de mucho ha servido a la familia el acompañamiento de activistas LGBT, médicos especialistas y el grupo de abogados de la Ciudad de México que desarrolló la estrategia de litigio. Platicamos con algunos expertos que abordan las infancias trans y ven a la identidad de género como un derecho humano, y no como un discurso terapéutico y médico.
Siobhan Guerrero es mujer transgénero, activista y doctora en Filosofía de la Ciencia. Experta en biología de la sexualidad, se desempeña como investigadora en el Centro de Investigaciones Interdisciplinaria en Ciencias y Humanidades de la UNAM.
VICE: ¿Qué significó el caso Sofía para las infancias trans?
Siobhan Guerrero: Fue llevado por Litigio Estratégico en Derechos Sexuales y Reproductivos (Ledeser), que impulsa una jurisprudencia y que, en el caso de los menores, el cambio de identidad de género sólo sea un procedimiento administrativo. El de Sofía fue un parteaguas: la reforma al código civil de la Ciudad de México de 2015 permitió que adultos cambiemos de identidad de género sin necesidad de un juicio, peritaje psicológico e intervenciones quirúrgicas u hormonales, pero no aplicó a menores de edad.
La abogada del caso, Alhelí Ordóñez, logró en México algo que, hasta entonces en este continente, sólo había ocurrido en Argentina: el cambio de identidad de género de una menor de edad, a través de un simple procedimiento administrativo. Esto puso una enorme visibilidad al tema de las infancias trans y a cómo están siendo manejadas legal y médicamente.
Ya se discute más en México. Específicamente en la Ciudad de México. En el país, esta población se visibilizó recientemente. Aquí, el activismo trans tuvo visibilidad a principio de los 90 y, en esta década, los casos de niños trans cobraron notoriedad. En Argentina uno muy sonado fue el de Luana, la primera niña trans en el mundo en obtener el documento de cambio de identidad de género, a los seis años.
En el cine existen varias películas que documentan las infancias trans. La más emblemática es Mi vida en rosa. Por su parte, National Geographic llevó en su portada a una niña trans y logró una inmensa visibilidad.
Todo esto se debe al activismo, a la demanda de derechos en el tema de infancias, pero también a algo que se llama pánico moral: grupos de derecha, incluso en México, han denunciado "la transexualización a menores", como el Consejo Mexicano de la familia, su autobús transfóbico y su lema: "los niños tienen penes y las niñas vaginas".
El avance es más claro en la Ciudad de México.
Fuera de la capital no hay legislación amigable, avanzada, respecto a la identidad de género, menos con las infancias trans, como en Argentina o Noruega, donde no es necesario un juicio ni peritaje psicológico y endocrinológico.
Aunque en las infancias trans no es lo mismo tener 16, 12, siete o tres años. Por ejemplo, existen los retardadores de la pubertad, una serie de hormonas que se da a púberes. Luego de los 16 comenzaría una terapia de reemplazo hormonal. Niños o niñas menores de 11 años no son sometidos a intervenciones médicas. Sólo es transición social, y puede ser reversible. Las evidencias muestran que no hay problema en el desarrollo psicológico de las personas. Incluso puede ser positivo porque ayuda a tener una panorámica distinta respecto al tema de género.
Los grupos de derecha no estarían a favor.
Uno de sus argumentos en contra es que son decisiones que no debe tomar un niño, sino el tutor, pues son irreversibles y un infante no está capacitado. Es falso. El niño tiene una serie de derechos y es sujeto competente respecto a su género: sabe cuál es y lo puede testimoniar. Los estudios así lo indican. Incluso, si el púber antes de los 16 años ya no quiere transición, puede suspender y no hay consecuencias. No es cierto que produce esterilidad o que sea irreversible tomar retardadores hormonales. Por otro lado, las estadísticas apuntan que las personas que se arrepienten de transicionar no alcanzan ni un cinco por ciento.
Si de 16 años en adelante, al iniciar el proceso hormonal, hablamos de jóvenes competentes: una persona a esa edad tiene un grado de conocimiento sobre su cuerpo, sexualidad, identidad.
¿Qué otro avance hay?
Este año, el secretario de Salud, José Narro, promulgó una nueva política de salud para personas LGBTI, y tiene un apartado para infancias trans. Una de las cosas que pide es la creación de clínicas con el modelo de la que está en la Condesa, pero para esta población.
El tema es que se comete un acto de discriminación en contra de los niños si les negamos el libre desarrollo de su personalidad e identidad de género. Es una violación a sus derechos cuando se considera que no son competentes para decidir. Deben de ir acompañados de los padres, de una tutela, pero no quiere decir que no se les permita opinar sobre su identidad de género.
Eva Alcántara es integrante del Departamento de Educación y Comunicación de la División de Ciencias y Humanidades de la UAM. Al lado de Hortensia Moreno, académica de la UNAM, organizó en 2015 un seminario en el Tribunal Superior de Justicia y el Consejo de la Judicatura de la Ciudad de México. Así surgió Derecho de identidad de género de niños, niñas y adolescentes, libro que trata las infancias trans desde una perspectiva basada en los derechos humanos de los menores, y no en discursos terapéuticos interventivos.
VICE: ¿Podemos hablar de derechos de las infancias trans?
Eva Alcantara: Abordo el tema como un derecho de todos los niños, niñas y adolescentes a tener una identidad, y el género como una característica de esa identidad que les dé la posibilidad de tener una existencia jurídica. Hay que pensar qué denominamos infancias trans, pues si damos a la identidad una categoría previamente existente, definiríamos desde una perspectiva clásica, como si fuera algo rígido, que no se puede transformar.
¿A qué le llamas infancias trans?
Una de las cosas que interpela es esa condición identitaria, esencial e inmutable de la transexualidad, el transgénero y travesti, tres categorías que son dadas como diagnósticos por el discurso psiquiátrico, médico, construido a lo largo de un siglo, sobre todo en los últimos 60 años. La mayor parte de las personas, cuando nominan a un niño o niñas como trans, afirman esa condición identitaria, esencial e inmutable.
Es decir, que pasaría de ser un infante trans, a un adolescente y luego a un adulto trans, cuando enfrentamos un contexto socio-histórico nuevo en donde, por supuesto, los niños, niñas y adolescentes son seres capaces de decidir sobre su propia identidad genérica. No sólo en este tema, sino en general. Hay que entender la evolución histórica de las infancias, que va de una subordinación y dependencia hacia el mundo adulto, a un lugar donde se les reconoce como sujetos de derecho y se toma como válida su voz.
Un menor no sabe que puede transicionar.
Por eso la importancia de entender, con el contexto socio-histórico, el derecho que tienen los niños y niñas a hablar en voz propia, a manifestar sus propios deseos.
Susana Sosenski, una historiadora de la UNAM que trabaja la construcción socio-histórica de las infancias, participa en el libro Derecho de identidad de género de niños… Su texto permite comprender que hay una enorme complejidad para atender a esa autonomía gradual que tienen niños y niñas en cuanto a desarrollar su propia individualidad, dando forma a sus deseos, siempre en una constante ida y vuelta entre el mundo cultural en que viven, determinado en tiempo y espacio por la sociedad y familia que les ha tocado.
Ningún niño o niña puede expresar que quiere una reasignación de sexo o género en sus documentos de identidad. Es un camino que tiene que ser significado, avalado y acompañado por un conjunto de personas diversas, familia, especialista, leyes. Sin eso, no hay forma de que ocurra.
No sé si un niño o niña, cuando sea adulto, será de tal manera, lo que sé es que ahora tiene derecho a vestir como quiera y a ser respetado. Tiene derecho a desear lo que vaya a desear. Pero a veces esas solicitudes de infantes entran en un profundo conflicto con las normativas que hay en su entorno: familia, escuela, sociedad. Los estereotipos de género pueden ser muy rígidos. Como cualquier persona, están en un mundo complejo con muchos factores.
El rosa y el azul, juguetes sexuados muy marcados en las jugueterías. Claro, cuando el niño o niña va creciendo, puede ir integrando más lo que desea. A lo mejor ahí sí un adolescente podría solicitar ciertas cosas que en un niño se tienen que adivinar, a veces.
¿Qué pasa si el infante no tiene ese comportamiento esperado?
No sólo una reasignación sexogenérica ocurre en el caso de los denominados niños y niñas trans. Lo que hemos ido aprendiendo es que la genitalidad no imprime una identidad a priori, no es una bola de cristal que revele un solo destino posible, inmutable. No sabemos qué ocurrirá con estos temas en 20, 50 años, si seguiremos hablando de femenino y masculino…
Estamos en camino de abrir espacios sociales para otras existencias posibles. Es un proceso largo. Un niño o niña puede tener esa posibilidad avalada legalmente pero, por otro lado, puede sufrir agresión, violencia e, incluso, su vida puede estar en riesgo en su contexto cotidiano. El derecho en el ámbito jurídico no puede garantizarlo todo.
Están ocurriendo enormes transformaciones en lo jurídico, sobre todo en la capital, el lugar del país donde existen condiciones más favorables. Además del caso Sofía, una juez avaló el derecho de una chica de 13 años a cambiar su identidad en términos sociales, en 2015. Eso no ocurre en todos lados, aunque los casos llegan a los tribunales, se van formando las personas y se han dictado sentencias más favorables. Pero no terminamos con el problema con eso. No sólo es resolver el acta de nacimiento, sino propiciar un contexto social favorable que le permita vivir una vida donde se le reconozca y respete: familia que acoja con amor, escuela que no lo discrimine. Ocurren avances que contrastan con la cantidad de personas trans adultas asesinadas.
Está el caso del niño que fue echado de la escuela por llevar el cabello largo, porque no cumplía con el reglamento escolar. Y eso pasa en la mayor parte de escuelas en México, pero una cosa es eso y otra la Constitución, es decir, la jurisprudencia más importante es la que se puede resolver los casos específicos, pero no toca la cotidianidad de los niños y niñas, las relaciones con sus compañeros.
¿Qué se requiere?
Cada experiencia particular, es una oportunidad para transformar. No necesariamente necesitamos enfocar el tema desde las infancias trans, sino en qué sí o no permitimos a niñas y niños respecto a su posibilidad de romper patrones. Para mí, más bien es decir: “todo niño o niña tiene derecho a una existencia plena, no importa su comportamiento que, desde la mirada adulta, encasillamos como femenino o masculino”. El tema es más complicado que sólo avalar la existencia de un supuesto sujeto que sería un infante trans.
La posibilidad se debería de abrir siempre, en los encargados de familia, para que infantes puedan crecer sin angustia. A veces se requiere de un cambio de asignación social que se debe apoyar. Pero no creo que deba anticiparse a papás y mamás que esa identidad es 100 por ciento definida, de por vida, como en nadie pasaría eso a los cinco años.
Seguro hay familia donde ver a niños jugar con muñecas sea motivo de escándalo. Y en otras donde la mamás les regalen Barbies y los vean jugar en la sala.
Pero estamos lejos de eso.
¡Sí! Exacto. ¿Por qué una complicación de todos, en la sociedad, se está resolviendo en lo individual, en el tema de infancias trans, como si ahí estuviera el problema? Todos vivimos bajo ese yugo y contamos con posibilidad de transformar.
¿De qué hay que hablar, entonces?
Del derecho, en todo caso, a la identidad de género. Ahí hay toda una polémica. Hay que reconocer la complejidad de ciertas circunstancias de vida, y cómo están jerarquizadas de acuerdo a una estructura que nos excede a todos, heteronormativa, etc, que permea toda la vida institucional. Segmentar derechos es algo que no hay que descuidar, pero no debe ser la única ruta posible. Es una doble estrategia: el espacio debe abrirse para toda persona, y desde ahí replantear las posibilidades de existir con respeto y dignidad.
GUILLERMO RIVERA
Niño transgénero en el desfile gay de Nueva York City