Del 'América primero' al 'América sola' Las decisiones del presidente en política exterior amenazan con atizar varios conflictos regionales, especialmente en Oriente Próximo y la península de Corea.
Trump convierte a EEUU en un elemento de desestabilización mundial Por Ricardo Mir de Francia - El Periódico Poco antes de anunciar que no se presentaría a la reelección, el senador y presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, el republicano Bob Corker, confesó que muchos miembros de la Administración de Donald Trump están haciendo horas extras para apagar los fuegos que continuamente crea el presidente. “No se da cuenta de que podría estar empujándonos hacia una tercera guerra mundial con la clase de comentarios que hace”, dijo Corker en octubre. Hablaba específicamente de Corea del Norte, pero su comentario podría extrapolarse a otros avisperos como el Golfo Pérsico y, en menor medida, a Tierra Santa. “Cualquiera que haya estado a su alrededor, podría decirte que su volatilidad es alarmante”, añadió Corker en aquella misma entrevista.
Donald Trump se presentó durante la campaña como una suerte de agente provocador dispuesto a hacer añicos el orden mundial. Y, hasta cierto punto, está cumpliendo. Sus acciones están desestabilizando los equilibrios de poder regionales, socavando el liderazgo estadounidense en los foros internacionales y rompiendo consensos en un mundo que ya era lo suficientemente caótico antes de su llegada al poder. Esta misma semana, y en contra de las advertencias de todos sus aliados, Trump ha reconocido Jerusalén como capital de Israel y ha dado instrucciones para trasladar allí la embajada estadounidense. Dos medidas que rompen el consenso internacional y dinamitan la postura tradicional de Estados Unidos respecto al asunto más sensible y explosivo del conflicto israelí-palestino.
Un conflicto que se da por perdido ¿Por qué lo ha hecho? Nadie parece saberlo, porque Trump se pasa el día piando, pero articula poco. Alegar que “servirá para avanzar en la causa de la paz”, como dijo el viernes su embajadora ante la ONU, Nikki Haley, es como mínimo risible. Lo que sí ha hecho es arruinar gratuitamente la cortina de humo que su Administración pretendía levantar en Oriente Próximo con el relanzamiento del llamado proceso de paz entre palestinos e israelís.
Ese conflicto se da por perdido. Ni siquiera les interesa a los líderes árabes, obsesionados con Irán y los Hermanos Musulmanes, la única fuerza política que un día podría apartarlos del poder. En ese sentido, Trump se está esforzando por tejer una alianza tripartita entre Arabia Saudí, Israel y EEUU, un plan maestro regado con contratos millonarios de armas y dirigido por su yerno, Jared Kushner. Todavía no se ha atrevido a romper el acuerdo nuclear con Irán, pero sí ha permitido al Congreso que reimponga sanciones tras acusar a Teherán de violar el acuerdo, algo que no comparten los inspectores de la ONU. Entre medio, ha apoyado de forma entusiasta el bloqueo de saudís, egipcios o emiratís a Qatar, uno de los patrones de los Hermanos Musulmanes y uno de los pocos países árabes sunís dispuestos a entenderse con el Irán persa y chií.
Esa política no está exenta de costes. Turquía ha acudido al rescate de Qatar y ha llegado a un acuerdo para fijar allí su primera base aérea en el mundo árabe desde la caída del Imperio Otomano, desplazando a EEUU como único garante único de la seguridad del emirato rico en gas natural. “(Trump) no parece darse cuenta de que está alimentando un incipiente pero violento conflicto entre las monarquías del Golfo y una coalición formada por Irán, Rusia, Siria, Hezbolá e incluso Turquía”, escribió Eliot Cohen en ‘The Atlantic’. Ankara pretende desplegar allí 3.000 soldados.
Esa es la misma pugna que se está librando en Siria, donde se han hecho notables progresos para derrotar al Estado Islámico, aunque Trump no ha explicado cómo pretende gestionar el día después. ¿Se marchará permitiendo que Rusia imponga su ley en el Levante árabe y determine junto a Irán el rumbo de la posguerra? ¿Se partirá el país en zonas de influencia? ¿O habrá un conflicto entre los grandes bloques por repartirse los despojos?
Fuera de Oriente Próximo, Trump ha conseguido que la relación con los europeos recobre la frialdad de los tiempos de Bush. Prefiere piropear al egipcio Al Sisi (“me encantan tus zapatos) o al filipino Duterte (“gran trabajo”) que a Ángela Merkel. Y ha renunciado al liderazgo en los foros internacionales tras salirse del Acuerdo de París sobre el cambio climático, la Unesco o el pacto mundial sobre la inmigración. Los grandes beneficiarios de la espantada parecen Rusia y China. Este último está recogiendo los frutos de la decisión de la Casa Blanca para romper el acuerdo Transpacífico negociado por Barack Obama. Su banco de desarrollo, creado para contrarrestar al proestadounidense Banco Mundial, sigue ganando adhesiones.
Del 'América primero' al 'América sola' En Washington cunde el pesimismo. “El ‘América, primero’ se parece cada día más a ‘América sola’. La nación indispensable se está transformando en la nación de la que no te puedes fiar. Incluso sin un desastre nuclear, los daños infligidos por la presidencia Trump tardarán años en recuperarse”, ha escrito la codirectora del Centro Internacional para la Cooperación y la Seguridad, Amy Zegart.
Fuente: El Periódico - 2017
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