Los peligros de mezclar la masculinidad con los misiles
El presidente Trump hace muy sencillo el trabajo de una analista de seguridad feminista. Con este tipo, no es necesario desenredar con sutileza los subtextos.
La primera semana de enero algo pareció resonar entre la gente de todo el espectro político, incluso entre aquellos que no suelen ver el mundo a través de la lente del género: cuando Trump tuiteó “También tengo un botón nuclear, pero es mucho más grande y más poderoso que el de él, ¡y el mío sí funciona!”, el alarde de poderío nuclear dirigido a Kim Jong-un de Corea del Norte sonó muy parecido a, en efecto, una comparación del tamaño de los penes.
Es triste. ¿Pero significativo? Entre la mayoría de los comentaristas, la respuesta ha sido un rechazo exasperado hacia el tuit de Trump tachándolo de “acto juvenil”, aunque solo otro más de los impulsivos, imprudentes, peligrosos y poco presidenciales de un mandatario como no hay otro. Sin embargo, me parece que el presidente no solo alardea demasiado respecto a su “botón nuclear”, sino que también muchos comentaristas siguen sin percatarse del punto. No se trata solo de un espectáculo sin importancia, además de vergonzoso.
Las ideas sobre la masculinidad y la feminidad tienen una importancia en la política internacional, en la seguridad nacional y en el pensamiento estratégico respecto al armamento nuclear. Trump —con su frágil ego y su particular preocupación obsesiva con la reputación de su hombría— tal vez haya llevado estas dinámicas a la superficie, pero siempre han estado presentes, aunque de maneras menos vulgares y estridentes.
Comencé a pensar sobre este asunto hace más de tres décadas, cuando trabajaba entre estrategas nucleares civiles, proyectistas de guerras, científicos especializados en armamento y controladores de armas. Lo que me impactó fue qué tan lejanos estaban de las realidades humanas detrás de las armas que discutían. Este distanciamiento ocurría en parte por medio de un discurso profesional, el cual tenía como característica un lenguaje sorprendentemente abstracto y eufemístico y, en parte, por medio de una serie de bulliciosas metáforas sexuales.
Los cuerpos humanos que evocaban no eran los de las víctimas; en cambio, se trataba de conversaciones sobre lanzadores erectores verticales, relaciones empuje-peso, acostamientos suaves, penetración profunda y la ventaja comparativa de ataques prolongados versus ataques de espasmo —o lo que un asesor militar del Consejo de Seguridad Nacional llamó “liberar de 70 a 80 por ciento de nuestro megatonaje en un ataque orgásmico”—.
No obstante, rápidamente quedó en evidencia que el papel del género en el discurso de seguridad nacional era más profundo que las metáforas no tan sutiles. Era aún más perturbador cómo daba forma a lo que se podía decir, o incluso pensar, dentro de los confines de estos espacios dominados por los hombres. “¿Qué eres, un debilucho?”, era un insulto que se lanzaba sin reparos a cualquiera que instara a evitar una respuesta ante una provocación o un ataque. La discusión sobre si los líderes políticos “tenían las agallas para ir a la guerra” sugería que el deseo de resolver un conflicto por medio de medidas no militares podría implicar que no eras totalmente masculino. Durante la crisis de los misiles con Cuba, cuando el secretario asistente de Defensa Paul Nitze menospreció algunas de las decisiones más cautas que tomó el presidente John F. Kennedy llamándolo “afeminado”, dejó claro que cualquiera que se dejara gobernar por el miedo de desatar una guerra nuclear era un cobarde.
El cuestionamiento abierto de la masculinidad sigue siendo solo el nivel más superficial en el que se desarrollan las ideas sobre el género en el pensamiento estratégico. También funcionan de maneras más profundas y sutiles. Las asociaciones culturalmente generalizadas están arraigadas en el discurso profesional. Las de la masculinidad con la ecuanimidad, la distancia, la abstracción, la dureza y la toma de riesgos; las de la feminidad con las emociones, la empatía, la vulnerabilidad corporal, el miedo y la cautela.
Además, ahí funcionan para que algunos tipos de ideas parezcan evidentemente “realistas”, duras y racionales, y otras sean patentemente inadmisibles, evidentemente inapropiadas (un físico me comentó que él y sus colegas alguna vez estaban modelando un ataque nuclear limitado cuando de pronto expresó su consternación de que estuvieran hablando de manera tan casual de “tan solo 30 millones” de muertes inmediatas. “Fue terrible, me sentí como una mujer”, señaló).
En otras palabras, las ideas integradas sobre género en el discurso estratégico nuclear va más allá de las preguntas relacionadas con que el botón sea más que tan solo un botón. Actúan como un freno para un pensamiento más holístico, y por lo tanto en verdad realista, sobre las armas nucleares y el holocausto que produciría su uso.
Los analistas tradicionales de seguridad nacional han sido renuentes a pensar con seriedad —o en lo más mínimo— sobre las formas en que las ideas sobre género dan forma a la seguridad nacional. Por lo tanto, si el menosprecio de Trump hacia la hombría de Kim de alguna manera no nos termina acercando aún más a una guerra con Corea del Norte, entonces tal vez en cierto sentido nos ha hecho un favor. No ha quedado duda de que, aunque no importa para nada el botón literal o el tamaño del pene de Trump o de Kim, sí tiene importancia su necesidad de que el mundo crea que son hombres masculinos.
Lo que debemos recordar es que en este aspecto Trump no es una excepción. Sí, el temor a que lo perciban poco viril podría estar más cerca de la superficie en Trump. Y tal vez a eso se deben sus declaraciones y acciones que no son ayudadas por la capacidad cognitiva y el periodo de concentración ni la empatía y la capacidad de imaginar el impacto de las acciones en los otros ni la inteligencia o la prudencia.
Sin embargo, no se trata de hombres o mujeres individuales. Las ideas sobre masculinidad y feminidad ya distorsionan la manera en que pensamos la política internacional y la seguridad nacional. Y tienen importancia. La tuvieron antes de Trump, la tienen ahora y la tendrán después de Trump, si el presidente se controla de alguna manera y existe ese “después”. La mayoría de los analistas de seguridad nacional, desde la academia y hasta el poder ejecutivo, pasando por los medios masivos, ha ignorado demasiado tiempo esta realidad, para peligro de todos nosotros.
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Carol Cohn es la directora del Consorcio sobre Género, Seguridad y Derechos Humanos de la Universidad de Massachusetts en Boston.