El turismo más (in)seguro
POR FRANCISCO ALMAGRO
Escribía Oriana Fallaci poco después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, que en los aviones de los países comunistas dormía como una bendita. Nada había que temer a bordo de las aeronaves de quienes exculpaban y a veces protegían el terrorismo islámico. Lo sabría bien ella, a quien se le dio la oportunidad, única por mujer y por occidental, de entrevistar a Arafat y al ayatola Jomeini. Sucede, y la Fallaci lo explicita, que en países autoritarios o francamente totalitarios la seguridad es un asunto prioritario.
El tema de la seguridad y el turismo parece ser una nueva arena de lidia entre el Gobierno cubano y el estadounidense. Este último, tras los enigmáticos ataques sónicos, ha puesto una alerta a sus vacacionistas sobre la inseguridad que ofrecen los hoteles y las plazas cubanas.
Este tipo de advertencia escala varios niveles; la Isla ha sido colocada en una categoría anterior a la prohibición, o sea, reconsiderar el viaje debido a graves riesgos de protección. La última categoría, nivel 4, "alta probabilidad de riesgos para la vida", incluye a naciones tan peligrosas como Afganistán, Irán, Irak, Siria, Yemen, Somalia y Sudán del Sur. Para ir a Corea del Norte se necesita un permiso especial.es
Podría discutirse si la medida es más política que realista, y si conviene o no atizar el fuego cuando la investigación en marcha sobre los diplomáticos estadounidenses y canadienses aún no ha terminado. Pero el régimen cubano, nunca tarde y menos perezoso, ha echado a andar su eficiente maquinaria diplomática a la riposta: la Isla ha recibido el premio a la excelencia como país más seguro para el turismo durante la XXXVIII Feria Internacional en Madrid.
No hay nada extraño en que sea en España donde se otorgue semejante exculpación; la antigua metrópoli regenta buena parte de los hoteles cubanos. Solo Meliá posee cuatro decenas de ellos, algunos catalogados de cuatro y cinco estrellas. A pesar de eso, los viajeros peninsulares a la Isla son poco más de una centena de miles, datos del 2015, por ser, sospechosamente, paquetes muy baratos, además de incluir el turismo sexual como un adicional desestímulo.
Pero si en algo el Gobierno de EEUU carece de razón, y ciertamente, los feriantes españoles han acertado en premiar a la Isla, es en el tema de la seguridad al turista extranjero.
Incluso antes de viajar y otorgar el visado, las autoridades cubanas ya saben quién es quién. Todas las embajadas de la Isla en el exterior son eficaces centros de inteligencia y contrainteligencia; ayudados por los llamados grupos de solidaridad, que no son pocos, criban a los potenciales viajeros. Aun cuando se le "cuele" algún indeseable, como ha sucedido con ciertos exsocialistas, reciclados defensores de derechos humanos, todavía quedará penetrar y "vacilar" dentro de la Cortina de Bagazo.
Las computadoras cubanas tienen excelente memoria. Son pocos los que escapan a sus registros, venga usted de la India o de Tombuctú, haya escrito o hablado contra de ellos en los 70 o en 2018. Y aunque hay quien lo duda, el chequeo y contrachequeo abarca aeropuertos, hoteles, tiendas y lugares públicos con las más modernas técnicas al uso.
En fecha reciente se ha limitado el alquiler en casas particulares a turistas, una moda llamada Airbnb por sus siglas en inglés, y la explicación de los listos ha quedado en lo económico; que los hoteles del Gobierno, que son todos, pierden dinero. Hay una razón más poderosa, vital para el régimen: lo que se pierde es el control sobre el turista. De tal modo, no es por poca seguridad que se debe limitar el turismo a la Isla sino por la única razón válida para no ir a ningún sitio: porque el viajero se siente mal.
Quienes acostumbran a "turistear" por el mundo pueden identificar fácilmente una cara relajada de otra compungida; quien ofrece tapas y cañas con gusto y quien tira un pollo frito sobre la mesa con envidia y dolor; quien en un bar de Londres o de Ciudad de México hace espacio a gusto para dejarte pedir un trago, y quien se acerca con recelo en una barra a ofrecer chicas, tabaco y PPG.
Un turista podría molestarse por la sábana sucia, el elevador roto, un empleado que no habla su idioma; sucede en cualquier lugar del mundo. Algo muy diferente es sentir el dolor de quien sirve porque no le queda otro remedio, y más allá de eso, tener que empujarse al ratero de poca monta disfrazado de mesero, quien trastoca el cheque y se esconde la propina con una mueca burlona.
El problema del turismo actual en Cuba es el mismo que tienen todos sus ciudadanos: la falta de libertad. El turismo es el hombre, no es el hotel ni el mar. Y hombres, en plural: tan importante el que viaja como quien lo atiende. Hacer turismo es una de las expresiones humanas más evidentes de independencia política, social y económica. Cada cual escoge la aerolínea o el crucero que quiere tomar, la cama y el lugar donde quiere dormir, el dinero que quiere y puede gastar.
Pretender un turismo de redil, domesticado, estilo "viaje a los países socialistas", no solo es un imposible en el siglo XXI, sino que va en dirección opuesta a un mundo cada día más globalizado, interconectado y sobre todo, libre para decidir dónde y cómo ir.