Un año en el ‘s**thole’
Jonathan Franzen le llama el “Asociador-Libre-en-Jefe” por su tendencia a atar cualquier barrabasada que vio en la televisión con un bulo que le soplaron al oído o su paranoia peregrina. Un año después de asumir la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump ha demostrado que puede ostentar el título de Ignorante-en-Jefe sin competencias. El presidente de Estados Unidos trabaja para el enemigo. Ha socavado la influencia del país en el mundo y destruido el delicado tejido de la convivencia interna. Y si bien un payaso nos divierte a todos, no es broma cuando tiene a cargo un arsenal nuclear.
Claro, tal vez todo esto sería un asunto menor si su propio partido rodease los arranques de Donald Trump hasta inhibirlos, pero aquí estamos en problemas todavía más serios, porque la propia incapacidad del presidente ha avivado a los republicanos: en su protoemperador narcisista y mercurial, el Partido Republicano, el “Grand Old Party” (GOP), encontró al tonto útil necesario para llevar adelante la agenda más ferozmente ultraconservadora y plutócrata desde el reinado de los robber barons.
Un año de un emperador desnudo es grave. Uno de un emperador desnudo usado por sus cortesanos mientras toleran sus tonterías y se burlan en privado, es trágico. Trump no ha conseguido nada en su primer año de gobierno. Nada. Apenas nominar a Neil Gorsuch a la Corte Suprema, un asiento que estaba listo para ser ocupado. Todo lo demás no le pertenece. El único mérito de Trump es instrumental: un agujero negro que absorbe energía para que todo se reduzca a él. Trump produce ruido, mensajes sucios, distracciones: mientras él tontea, a sus espaldas el poder real hace.
Ese poder es el GOP. En Fire and Fury, Michael Wolff dice que Trump jamás imaginó ganar la presidencia y, por lo tanto, nunca preparó un plan de gobierno. Solo tenía cuatro o cinco anuncios-globos que podían ser llenados con casi cualquier cosa. Como no esperaba ganar, nada de lo que Trump se proponía, los globos, debía ser contrastado en la realidad. Pero ganó y sin saber muy bien qué hacer decidió pasar la posta al Congreso de Estados Unidos. Así que quien ha llenado de aire los globos de la fiesta electoral del candidato Trump es el GOP.
El Partido Republicano ha completado su curva de aprendizaje después de trastabillar a inicios del gobierno, superado por la desorganización del trumpismo. Como sabe que tiene un presidente inane, puede usarlo —con cuidado— mientras Trump crea que cada proyecto lleva su nombre, su impronta o le hagan creer que se le ocurrió a él en un sueño. Un año atrás, Paul Ryan aparecía en las fotos con Trump exhibiendo el semblante de quien siente la angustia de un infarto inminente. Miren las fotos ahora: mira al presidente con sonrisa sarcástica, como mascullando entre dientes que, tarde o temprano, el monigote dejará de serles útil.
La presidencia de Trump quema etapas como un cohete a la Luna, solo que no sabemos si llegará a la estratósfera. Un mes creíamos que Trump estaba modelando el Partido Republicano a su medida, nada más para descubrir al siguiente que los líderes conservadores en el Congreso estaban moviendo una agenda aún más ortodoxa que la suya. Los planes de Trump han avanzado más lento, mucho más, que los del Partido Republicano. ¿Prohibición de viaje a personas provenientes de naciones predominantemente musulmanas? Bah: desafiada en los tribunales, sin que nadie en el Congreso haga mucho. Tampoco hay ley para construir el muro —que pidió Trump— ni para expulsar a los dreamers —que también empuja Trump—. ¿La reforma fiscal? Es GOP 100 por ciento. ¿La destrucción de Obamacare y la desinversión en Medicare y Medicaid? Lo mismo.
Trump preside pero no gobierna. No es nuevo que sus bravatas y provocaciones tienen a mal traer a todos los liberales —nosotros— y parecen diseñadas a medida para un núcleo duro de amantes de los hombres fuertes. Pero sí es nuevo que el Partido Republicano en el Congreso siga decidido a sostener a un presidente que camina sobre el filo del cuchillo de la obstrucción de justicia y un buen puñado de razones para una destitución. En todo caso, Trump no pasará por las manos de los jueces hasta que los republicanos miren las encuestas y vean si deben sostenerlo aún o miren las leyes aprobadas y crean que pueden mantenerlas por una o dos décadas más.
Dicho simplemente, Trump firmará lo que le pongan delante si antes le han hecho creer que daña a alguien a quien envidie. El GOP tiene en sus manos un juguete peligroso, un abuelo de 71 años que actúa como un niño ansioso de reconocimiento, tan frágil que alardeará de su poder de supermacho, tan infravalorado que sobrestimará su inteligencia con autopromoción. Es un juguete peligroso porque se le puede llevar a hacer muchas cosas equivocadas y peligrosas. Y sin nadie controlando al presidente y una Casa Blanca disfuncional, el resultado puede ser una catástrofe de escala mundial.
No tenemos un problema sino dos. Un partido que perdió toda perspectiva moral y compromiso democrático sostiene en el poder a un emperadorcillo obsesionado con crear acciones de relacionista público para ser alabado como el hombre más grandioso del planeta. La nación más poderosa de la Tierra en manos de lo peor de Roma.
Pero es más grave que podemos tener este problema otra vez. Nuestra sociedad hiperconectada tiene más apego a la propaganda que a la información que contradice sus creencias. Los medios han perdido el cuasimonopolio de la construcción de agenda y los políticos —o las celebridades despreciables— pueden construir una masa de seguidores sin otra intermediación que sus dedos en un tuit.
Trump cumple un año viendo televisión en la Casa Blanca mientras que la unilateralidad abrió el camino para el shutdown de su gobierno. El GOP tuvo varias oportunidades de buscar acuerdos con el Partido Demócrata en el Congreso, pero eligieron el camino tortuoso. Los Republicanos no dejaron de extorsionar con un acuerdo que diera espacio a los dreamers solo a cambio de obtener financiamiento para el muro de Trump.
La destrucción del tejido social, de normas básicas de convivencia, de la calidad del discurso público; el ascenso de la xenofobia y la liberación del racismo no acabarán con la salida de Trump de la Casa Blanca. El GOP, ya escorado a la sinrazón durante los tiempos del Tea Party, ha dejado ir el barco bajo la línea de flotación de la ignominia. Su filosofía es medievalista, oscura y excluyente. ¿Se puede reconstruir una nación mientras se alimenta un discurso cada vez más alienante?
El hechizo del emperador se acaba cuando es el último en la línea para dar cuenta por su responsabilidad. Cuando ya nadie más queda para ser acusado de sus propias decisiones. Donald J. Trump seguirá estando más desnudo cuanto más sea señalado con el dedo. Y estará definitivamente expuesto cuando los ojos de sus votantes también descubran el tamaño de sus mentiras. Este último paso no será inocuo, pues comenzará a suceder cuando las decisiones económicas, sociales y políticas del gobierno alcancen sus bolsillos y libertade.
ACERCA DEL AUTOR:
Diego Fonseca es un escritor argentino que actualmente vive en Phoenix. Es autor de "Hamsters" y editor de "Sam no es mi tío" y "Crecer a golpes".