No somos iguales: ahí está la riqueza
La modernidad posicionó en los imaginarios y recursos jurídicos la idea de que todas las personas somos iguales. Así quedó plasmado en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en el siglo XVIII y, posteriormente, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948.
Las dos sostienen: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…”. Después de la segunda Guerra Mundial quienes habían violentado todos los derechos se encargaban de promulgar una carta de derechos para imponerla universalmente.
Bajo el paraguas de esa supuesta igualdad, muchas personas que no “nacieron iguales” se fueron quedando al margen de las leyes, de los derechos, de la dignidad, de la convivencia y de la ciudadanía.
Un ejemplo de ello son las personas lesbianas, gais, bisexuales, trans e intersexuales (LGBTI), quienes son consideradas inferiores en nombre de una sociedad donde “todos somos iguales” y la diferencia es considerada casi un delito. (Ver: Diversidad sexual y de género para dummies).
Basta con mirar la realidad para saber que no es igual un niño que nazca en Puerto Príncipe a otro que nazca en París o una niña que nazca en una favela de Rio de Janeiro a otra que nazca en la zona oeste de Caracas.
LAS DIFERENCIAS AL NACER NO SÓLO SON SOCIOECONÓMICAS SINO JURÍDICAS Y, POR SUPUESTO, DE IDENTIDAD DE GÉNERO Y ORIENTACIÓN SEXUAL.
Esos niños no tendrán las mismas posibilidades, serán tratados de manera distinta y tampoco serán considerados “iguales” ante la ley. Me atrevo a decir que asumir que “somos iguales” es una ficción necesaria de superar.
La globalización, en medio de sus males, también ha permitido visibilizar y entrar en contacto con la diversidad de mundos, cosmovisiones, culturas, cosmogonías que corroboran, no la igualdad de los seres humanos, sino su diversidad.
Somos diferentes
Por eso, hoy aparecen nuevos vocablos para intentar dar cuenta de la “nueva realidad”, y nos referimos a nuestro mundo como “pluricultural” y “multiétnico”. Asumimos que somos parte de un pluriuniverso, que las personas son singulares, que sienten, piensan, razonan, creen, actúan y aman de manera distinta.
La idea de igualdad que se introdujo en la modernidad creó una sociedad heterosexual y machista que, fundamentada en una mirada heteronormativa de la sexualidad, deslegitimó cualquier comportamiento que se saliera de “los iguales”.
Ya todos sabemos que vivimos tiempos de acelerados y profundos cambios o, como señalan algunos, experimentamos un cambio de época. Esto implica que nosotros también estamos siendo afectados mientras se producen mudanzas a nuestro alrededor y más allá. Todo ocurre de manera simultánea, con nuestro conocimiento o sin él y, además, muy rápido.
Esa dinámica de mutaciones ocasiona una variedad de interpretaciones y reacciones de parte de la sociedad. Por un lado, están quienes identifican estas transiciones como nuevas posibilidades en la construcción de “otro mundo posible”.
Se trata de brechas que se abren para poder reconocer la diversidad humana con sus grandes potencialidades y vulnerabilidades en un mundo de convivencias, en el que no haya “un grupo de iguales” que se imponga sobre otro que no sea considerado como tal.
Pero, también, surgen actitudes de temor y rechazo, especialmente de grupos que podemos calificar de “fundamentalistas”.
Son quienes perciben estos cambios como una amenaza al orden, a lo tradicional, al status quo. Dentro de ellos, aunque no son los únicos, se destacan algunos provenientes del sector religioso, del cristianismo específicamente.
El fundamentalismo religioso cristiano se opone a todo aquello que no entra en su marco de comprensión, que se diferencia de su manera de creer. Le causa terror la posibilidad de perder la hegemonía como moldeadora de la cultura de un solo Dios, una sola religión, un solo tipo de familia, una sola identidad, una sola palabra, un solo pueblo de Dios.
Las nuevas legislaciones en el continente que permiten el matrimonio civil entre personas del mismo sexo, han encendido las alarmas de los grupos fundamentalistas tanto del cristianismo católico como evangélico, a tal punto que no han sido pocas las manifestaciones públicas en contra, incluso de manera conjunta.
Unidos contra lo LGBT
Curiosamente ambos grupos se adversan en lo teológico y rechazan cualquier acercamiento de carácter ecuménico, pero la irrupción en el espacio público de nuevas identidades ha despertado en ellos algo así como un “ecumenismo de la heterosexualidad” para combatir todo aquello que se salga de la obligación de ser heterosexual o, en otras palabras, a las personas LGBT
Quienes venimos de familias cristianas sabemos de primera mano lo difícil que es aprender a lidiar con lo diferente, con la incertidumbre, con lo ambiguo, con matices, con lo diverso.
Las iglesias nos enseñan a posicionarnos en el mundo aferrados a dogmas, certezas, absolutos, que configuran un marco teórico sumamente rígido e incuestionable, el cual suministra “seguridades” ante sociedades en procesos permanentes de transformación que siempre amenazan la “sana doctrina”.
LOS SERES HUMANOS SOMOS DIFERENTES: LO ÚNICO DE IGUALES QUE TENEMOS SON NUESTRAS DIFERENCIAS.
Ser diferentes no nos hace ni mejores ni peores, sólo nos hace humanos. En consecuencia, requerimos vivir nuestras diferencias y desarrollar nuestras potencialidades en un marco de convivencia armoniosa, donde las diferencias de cada quien enriquezcan la vida de todos.
La espiritualidad es una necesidad humana, como también lo es tener una identidad y una expresión de género y una orientación sexual. Pero no podemos en nombre de una religión en particular perseguir otras creencias y mucho menos darle a sus códigos morales el carácter de universales
El desafío de la sociedad contemporánea es superar los fundamentalismos que homogenizan. Qué fácil es absolutizar las luchas, las creencias, los afectos, las opciones, los ideales y destruir la vida de “los no iguales“, de los diferentes, aunque digamos que lo hacemos “en nombre de Dios”.
ACERCA DEL AUTOR
César Henríquez es un Pastor ordenado de las Iglesias Evangélicas Libres de Venezuela (ADIELV). Licenciado en Ciencias Bíblicas por la Universidad Bíblica Latinoamericana, (Costa Rica), magister en Teología por la Universidad Católica Santa Rosa (UCSAR), Venezuela. Tiene estudios de actualización teológica de la Pontificia Universidad de Sao Paulo (Brasil). Doctorando en Cultura y Pensamiento Latinoamericano y Caribeño en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), Venezuela y coordinador general de Acción Ecuménica.