CARTAS AL PIE DEL CASTRISMO
Desde que estoy fuera de Cuba, no he recibido ni enviado una sola carta. El correo electrónico, el Messenger de Facebook y el WhatsApp han acabado con todo. Entre los medios masivos y los servicios de mensajería instantánea han arrasado con toda traza de comunicación.
Miro con envidia a aquella otra época. La Cuba de Castro, con su correspondencia estrictamente censurada sin causa. Con sus cartas lentas, lentísimas, bajo el lente ladrón y abusivo del Estado.
Una maravilla. Un cosmos resuelto.
Un país contra el que valía la pena resistir, hasta tumbar o ser tumbados por el sistema. Cualquier sacrificio era poco con tal de conseguir que las cartas llegasen, con tal de arrancarle a la dictadura un tin de privacidad puesta en papel.
Ahora, en la libertad humillante del exilio, ni siquiera eso vale la pena.
Las cartas tampoco llegan aquí. O, peor, se envían y se reciben solas. Como enviadas y recibidas por nadie, por cuestión de mera rutina y eficiencia empresarial. Tal vez es que estamos demasiados solos del lado de acá, como para encima ponernos a estar cerrando y abriendo cartas que son remitidas por nadie, con nadie como destinatario.
No sé si se me explico. No sé si quiera explicarme.
En la biblioteca Olin de mi Universidad, por ejemplo, hay montones de cartas originales. Las consulto a cada rato. Por placer, por no tener otra que hacer.
Las clases son demasiado aburridas y mentirosas. Mientras que las cartas me ayudan a pasar este tiempo en que trato de arrebatarles a los americanos mi PhD.
También leo libros hechos a base de cartas, verdaderas o literarias (valga la redundancia). Compilaciones de las correspondencias completas de este o aquel escritor. De ser posible, un escritor cubano.
Los escritores de cualquier otra parte me motivan menos, para mí son meros ejemplos de lo que es la cultura y demás blablablás. Pero las cartas escritas por los cubanos me descojonan el corazón. Y la razón, sin darme ni el más mínimo tiempo de reaccionar.
Quedo expuesto del pí al pá.
Vulnerable, obnubilado, habitando las vidas de otros que estuvieron antes y las dejaron por la mitad.
A veces pienso que las cartas, y no la novela, debieran ser tanto la historia íntima, como la educación sentimental de cualquier nación. Archivo país. Archivo memoria emocional, emocionante. Archivo de almas con mala caligrafía. Archivo Landy, con cero ejemplares documentados por el momento.
Después de la guerra, si después de la guerra quedan días, me gustaría sentarme con calma y ponerme a escribir una carta larga, larguísima, dirigida, por ejemplo, secretamente a ti.
Las cartas implican irreparablemente la noción de distancia, ya lo sabemos. Pero también ya va siendo hora de que tú te enteres de que, en lo más cerquita de mi locura, en lo más hondo de mi oscuridad humana, desde el mismo primer día en que empecé a escribirte y tú a leerme, yo siempre te amé.
Discúlpame, sé que he desperdiciado demasiadas páginas para poder soltarte esto así como así. De fly. No supe hacerlo de otra manera. Todo nos toma un tiempo extraño cuando estamos atrapados en el exilio y no tenemos a quién decirle ni pío.
La literatura epistolar es ansí.
¡Esperar, esperar, siempre esperar! Llevamos un tiempito sin tus letras y eso me tironea y me mortifica. Nosotros estamos bastante bien. Aunque los días pasan con cierta monotonía.
¿Oyeron eso? ¿No logran identificar el timbre de esa dicción dictada en un pasado remoto, retórico? ¿Cuánto costaban los sellos de correo en cada una de las épocas secuestradas por la Revolución?
Así en la guerra como en la paz, mantendremos las comunicaciones.
Yo procuro escribirles a ustedes con frecuencia, pero se forman unas pausas como secuencia de estados depresivos, en los que la melancolía se une con el cansancio. Pero ya estamos un poco acostumbrados a ese estilo de vida y mantenemos la esperanza lejana de algún día poder hacer algún viaje.
Por el momento, que vayan viajando antes las cartas, esa avanzadilla sintáctica de combate. Esa guerrilla semiótica donde se dice todo, gracias a que el género no nos permite decir nada. En dictadura, la carta no es solo el agente etiológico de la paranoica, sino que es también su vector transmisor.
Como es lógico.
Por más que ningún cubano de Cuba haya leído ni escrito nunca, en ninguna de sus cientos de cartas, la palabra "dictadura". Precisamente por eso. Porque ningún cubano de Cuba ha leído ni escrito nunca, en ninguna de sus cientos de cartas, la palabra "dictadura".
Hoy sábado recibimos el paquete de ropa. Muy bien escogido y balanceado todo. Fue decomisada la guayabera y un par de medias. La sábana, sencillamente no llegó.
La carta es acción. Dentro del sobre lo que viaja es acción. También, una atmósfera específica. Inimitable, que morirá con el remitente que las escribió. A veces, con el destinatario.
Por eso en las cartas no funciona la estrategia, tan común en el castrismo, del plagio. El Estado cubano las podía espiar e incluso robar, por supuesto, pero no reproducir para engañar a nadie. Las cartas son resistencia, a pesar de la cobardía de los cubanos. Y a pesar del coraje del que ningún lector de cartas ajenas se enteró, hasta el día de hoy.
Te escribo con un frío sorprendente en nuestro trópico. Un frío excesivo. Yo he resistido las embestidas de un invierno cruel para nosotros. Pero de todas maneras me molesta y me irrita.
Nieve en el trópico. Frío en la funeraria. Quien escribe, quiere anunciarle su muerte al otro, pero no se atreve. Reconozcamos que tampoco es fácil. Toda vez anunciada nuestra muerte por escrito, entonces ya no hay vuelta atrás. Ni aunque nos arrepintamos en una segunda carta. No se olviden de este detalle: puede ser una de las pruebas o refutaciones de la existencia de dios.
Nos divirtió que el último ciclón fuera bautizado con el nombre de Eloísa. Decían los periódicos "Eloísa se dirige hacia Cuba", y por lo menos simbólicamente te veíamos llegar y comunicarnos tu alegría de siempre.
Residuos de lectura. Detritos de geografía. Chistes que perdieron su sentido original cuando caen del lado de allá. Las cartas son catedrales construidas en el aire. No nos damos cuenta, pero esos puentes de letras conectan en realidad dos lenguajes, dos vocabularios, dos alfabetos sin puntos de contacto.
Logramos leerlas de puro milagro. Más que leerlas, lo que hacemos técnicamente es inventarnos las cartas. De ahí la peligrosidad de todo ir y venir de cartas. Es responsabilidad del Estado intervenir, antes de que sea demasiado tarde.
Si puedes conseguir el libro; José Carlos Becerra, El otoño recorre las islas. Ahí aparecen varias cartas muy entusiastas que él me dirige y una mía de respuesta, que no pudo recibir porque le llegó la muerte. Te recomiendo también el interesantísimo libro publicado por la editorial Siglo XXI, Freud, Andreas Salomé. Correspondencia.
La lectura está también, como la vida, en cualquier otra parte. Si leer es una manera de releer, ser leído es la forma más fácil de mandar a leer.
A veces siento la nostalgia de oír tu voz por teléfono. Cómo disfrutaría hablando contigo de tantas cosas de cielo y tierra. Si pudiera estar a tu lado, mirándonos, nos consolaríamos un poquito.
La carta como género condicional, desconsolado, donde se afirma solamente con un "si" minúsculo, miniaturizado por lo descomunal que se nos queda fuera de la carta. Un "si" simple y somero, sin acento ni acentuación. Sin otra regla ortográfica que no sea el horror.
Nosotros aquí nos sentimos muy solos. Estamos muy solos y el cerco se aprieta cada vez más. No hemos recibido tu carta en que nos hablas del curso de tu enfermedad.
El silencio como sentencia. Toda carta está en peligro mortal de ser nuestra última carta.
Si estuviéramos los dos juntos cómo nos consolaríamos en el recuerdo, en tantas evocaciones. ¿Pero es posible que no estemos uno al lado del otro? ¿Es posible que no lloremos con las manos juntas?
Un "sí" con acento mágico: el "sí" estalinista de Stanislavski, un "sí" simple y siniestro.
Porque es posible que no estemos uno al lado del otro. Porque es posible que no lloremos con las manos juntas.
Yo te sueño todos los días. Si no, cómo podríamos vivir. No te has quedado más sola, pues mi cariño por ti llega a lo desmesurado e indecible.
No nos gusta escribir cartas tristes, pero las cartas tristes se escriben solas por nosotros. Entre uno y otro abrazo, entre miles de besos, entre el ridículo de desearnos lo mejor desde lo peor, y nunca al revés. La carta en los tiempos del totalitarismo ha extraviado su condición de guerra, sus cualidades de guerra, su garra.
No me gusta escribir cartas tristes, pero nada más ridículo y pintarrajeado que la falsa alegría. Otro y otro abrazo. Mil besos. Recuerdos a Orlando y a Orlandito, que estará muy preocupado por el comienzo de su carrera.
Leyendo cartas en la biblioteca Olin de mi universidad, hasta recibo recuerdos para los Orlandos y Orlanditos que he sido.
Recupero de pronto así, durante algunas líneas, una sensación de cercanía que en la vida real seguro se me haría intolerable. Es una suerte de cubanía epistolar, que consiste en no querer junto a mí a ninguno de los cubanos, pero que requiere mantenerlos a todos en tensión a cierta distancia mínima, miniaturizada.
ACERCA DEL AUTOR:
Orlando Luis Pardo Lazo nació en La Habana en 1971. Ha publicado Boring Home (Premio Franz Kafka, 2009) y editó la antología Cuba in Splinters: Eleven Stories from the New Cuba (OR Books, Nueva York, 2014). Este texto es un fragmento de su novela de próxima aparición Espantado de todo me refugio en Trump.