ACERCA DEL AUTOR RUBÉN GALLO
Nacido en México, en 1969. Licenciado en la universidad de Yale. Doctor en la universidad de Columbia. Escritor, crítico y Profesor de Lengua, Literatura y Civilización de España en la Universidad de Princeton. Dirige el programa de Estudios Latinoamericanos de la universidad de Princeton desde 2008. Miembro de la Junta Directiva del Museo Freud de Viena. Es autor de varios libros, entre ellos: “Nuevas tendencias en el arte mexicano”, “Modernidad mexicana”, “Heterodoxos mexicanos: una antología dialogada”, “El México de Freud: en la selva del psicoanálisis”, “Los latinoamericanos de Proust”. En 2017 publicó el libro “Conversaciones en Princeton con Mario Vargas Llosa” (Alfaguara), “Teoría y práctica de La Habana” (Jus editores) es una crónica personal y, al tiempo, un análisis cultural “de la Cuba de la Transición”.
Moriarty.- “Teoría y práctica de La Habana” es fruto de seis meses en los que viviste en Cuba durante el año 2015 y en el que muestras la realidad (o parte de ella) de la ciudad de La Habana. ¿Es cierto, como dice Mario Vargas Llosa, que la realidad fue mucho más desordenada y caótica, pero que tú has sabido extraer de ella lo más importante?
Rubén Gallo.- La ficción es una manera de darle orden a la realidad. La realidad es siempre caótica e informe; las obras literarias tienen forma, estructura, estilo. En el caso de La Habana el contraste es incluso más fuerte porque el caos de la realidad cubana es de una intensidad muy especial.
M.- Gran parte de tu libro se centra en los ambientes gay de La Habana actual. Quienes hayan oído hablar de la represión ejercida sobre los homosexuales en la Cuba postrevolucionaria, a través de la UMAP y el retrato que tú haces de la actualidad, no dejarán de sorprenderse. Es cierto que el propio Fidel Castro reconoció en una entrevista su responsabilidad en la represión y discriminación de la comunidad LGTB, calificándolo de “injusticia”. Pero de ahí a considerar, como hace “Al Jazeera”, que Cuba se ha convertido en un refugio para los homosexuales, media un abismo. ¿Crees que se trata de una afirmación exagerada?
R.G.- No me parece una afirmación exagerada viniendo de un medio árabe. Lo interesante de la vida gay en Cuba es que es un espacio de libertad único en el mundo: ya no existe la represión contra los homosexuales que se dio en los años sesenta y setenta (y que sigue existiendo en gran parte de los países árabes); pero tampoco existe la rigidez y el encasillamiento en categorías e identidades que se ha dado en Estados Unidos y en Europa (y que, como diría Foucault, es otra forma de control). En Cuba la gente vive su sexualidad sin preocuparse por ponerle etiquetas o por ajustarse a un modelo identitario. Teoría y práctica de La Habana es un homenaje a esa fluidez y a esa libertad.
M.- En 1979 el gobierno cubano reconoció, entre otras cosas, la legalidad de las prácticas homosexuales e, incluso, permitió las operaciones de cambio de sexo financiadas por el Estado. ¿Qué papel desempeñó en este cambio la activista Mariela Castro, hija de Raúl y sobrina de Fidel, al frente del Centro Nacional de Educación Sexual?
R.G.- A través del CENESEX Mariela Castro ha hecho mucho por los derechos de las minorías sexuales. Cabe destacar la protección que, gracias a ella, el Estado le ha dado a los transexuales en los últimos años. El CENESEX también trabaja con los bares y con las discotecas gays que hay en Cuba para hacer campañas de educación sexual.
M.- Los intelectuales cubanos se han ocupado en distintos medios de temas como la homosexualidad, la transexualidad etc. en Cuba: obras literarias como “Paradiso” de Lezama Lima, “Antes que anochezca” de Reynaldo Arenas, o “Fabián y el caos” de Pedro Juan Gutiérrez, las obras de Virgilio Piñera o Antón Arrufaut, películas como “Fresa y chocolate”, de Tomás Gutiérrez Alea o “Chamaco” de Juan Carlos Cremata…. Esa circunstancia lleva a uno de los personajes de tu libro a preguntar: “¿Por qué en Cuba la cultura tiene tanta relación con la homosexualidad?”. Hacemos nuestra la pregunta.
R.G.- No solamente en Cuba: Marcel Proust, André Gide, Jean Genet, Jean Cocteau; Pasolini, Fassbinder, Visconti; García Lorca, Luis Cernuda, Juan Goytisolo. Por su posición marginal en el mundo, la experiencia homosexual produce una mirada oblicua sobre el mundo: es una manera de ver la realidad desde un lugar que está, a la vez, dentro y fuera, en el centro y en el margen. Proust fue el gran maestro (y teórico) de las posibilidades literarias que ofrece la experiencia homosexual.
M.- A pesar de este clima de libertad, ¿todavía se dan situaciones homófobas en Cuba? Por ley está prohibida cualquier tipo de discriminación por razones de orientación sexual, pero parece claro que la homofobia sigue presente desde los tiempos en que Cuba era colonia española.
R.G.- La homofobia y la discriminación existen en todo el mundo, aunque en grados muy distintos. Hay países en donde la homosexualidad está castigada con la pena de muerte; en Cuba un hombre puede decir “maricón” en una conversación y tener amigos que se acuestan con hombres (si no es que él mismo se acuesta con hombres).
M.- Parece que los motivos de la persecución de los homosexuales en la Cuba postrevolucionaria obedecían, como en la URSS, a que se les identificaba con el ideario capitalista y liberal al que se debía combatir. ¿Se ha difuminado ya esta idea completamente o aún quedan resabios de esta actitud?
R.G.- Fue el gran debate sobre la productividad: todo, incluso la sexualidad, debía ser productivo. Y como el sexo homosexual no producía nada, se le consideraba una degeneración burguesa, un pasatiempo frívolo, como el dandismo o el “arte por el arte”. Hoy en día el gran peligro es que la sexualidad se vuelva —como en casi todo el primer mundo— una identidad más para consumir. Por fortuna eso aún no ocurre en Cuba.
M.- Tu libro está dividido en cinco capítulos, siendo el primero de ellos “El deshielo” y alude evidentemente al proceso de normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos desde 2014 y que tuvo su momento álgido en la visita a Cuba del presidente Obama en 2016. Algunos capítulos comienzan con un artículo de “Granma” que nos sitúan en el contexto histórico y en este caso en el 17 de diciembre de 2014, con la llegada de los Tres Héroes Cubanos que aún permanecían encarcelados en EEUU (los Miami Five) ¿Es verdad que los cubanos celebraron más su liberación que la normalización de relaciones con Estados Unidos?
R.G.- El libro está dividido en una parte “teórica” y otra “práctica”. La “teoría” consiste en recortes de prensa, casi todos tomados del Granma, el órgano oficial del Partido Comunista. La “práctica”, en cambio, muestra cómo las situaciones que se narran en estos artículos —en deshielo, la muerte de Fidel— se vivieron en la calle, por la gente común y corriente y en especial por los personajes marginales que desfilan por el libro: travestis, bugarrones, noctámbulos habaneros. La llegada de los “cinco héroes”, por ejemplo, se contó de una manera en el Granma y se vivió de otra, muy distinta, en la calle.
M.- En el primer capítulo describes una fiesta en casa de un joven dramaturgo frecuentada por gays. En el desarrollo de la fiesta aprovechas para incidir en el tema de la emigración a través de la conversación entre un joven cubano emigrado a Canadá: la vida ordenada y aburrida de Ottawa, la rutina clasemediera frente a la incandescencia habanera, a la de una ciudad pletórica de vida como La Habana. ¿Se te hizo palpable ese sentimiento de desarraigo y de nostalgia en los cubanos que emprendieron el camino del exilio voluntario?
R.G.- El libro comienza con la historia de Norbey, ese chico guapo, sexy, inteligente, que dejó su vida en La Habana para irse a vivir a Ottawa, que es una ciudad muerta, pero en donde el cheque siempre llega a final de mes y se vive con miles de seguros. Norbey se va de La Habana y el libro narra todas las aventuras de Nicolás, de Arturo, de Antón Arrufat, todo el ingenio y las chispas del lenguaje para dar una idea de lo que dejó atrás ese chico.
M.- ¿Se trata del orden de los países civilizados, los seguros que te protegen de todo, la comida variada pero insípida, las calles sin alma, frente a la basura habanera, la belleza decadente de los maltrechos palacios de O, Reilly, el sabor del arroz y frijoles de los paladares?
R.G.- La principal diferencia entre La Habana y lugares como Ottawa es el lenguaje: el libro es un homenaje al lenguaje de los cubanos, un lenguaje que está lleno de vida, de ingenio, de chispa. Es un instrumento de resistencia y también un ejercicio artístico. Y es un espacio de libertad: el lenguaje de los cubanos se burla de todas las ideologías, de todos los dogmas, de todo lo rígido. Es — como dijo Octavio Paz— el ácido que disuelve la rigidez.
M.- La libre circulación de los cuerpos, que diría Wendy Guerra, los mojitos frappés, el ambiente del Siákara, las anécdotas del presidente Hollande en su visita a Cuba, las menciones a Max Ophüls, al Tadzio de Thomas Mann, el Aga Khan, los famosos Chevrolets de La Habana, Las Vegas, Humboldt…¿Ha cambiado mucho La Habana desde los años de austeridad del periodo especial?
R.G.- Sí: es como si fuera otro país. Teoría y práctica es un esfuerzo por retratar esta nueva Cuba.
M.- “La Leche” es un divertido capítulo en el que, además del frustrante viaje a Matanzas en busca de este alimento dedicas una atención especial a la historia de Ubre Blanca, una especie de Stajanov de la producción láctea que llegó a producir nada menos que 109, 5 litros en un solo día. Se convirtió en el ojito derecho del Comandante y gozó de innumerables privilegios, pero murió, fue embalsamada como Mao y Lenin y, además, se le hizo una escultura. Parece mentira, pero la historia es real, incluso el documental de Enrique Colina “La vaca de mármol” puede verse en Youtube. Parece que Ubre Blanca llegó a convertirse en un mito, ¿no es así? En cierto modo también nos recuerda la película de S.M.Eisenstein “La línea general”.
R.G.- Como tantas cosas en Cuba, la historia de Ubre Blanca, esa vaca que batió todos los records de la producción de leche, parece ficción pero es realidad. Hay muchos otros episodios en el libro de esa realidad que parece sacada de una novela.
M.- A lo largo de todo tu libro resuenan los ecos de la religión yoruba. En él hablas de Eleggúa, uno de los siete dioses fundamentales del panteón yoruba, un dios que vive detrás de la puerta de las casas y a quien todo cubano conoce, como al resto de los orishas. Todos ellos velan para que cada mortal cumpla el destino que tiene marcado desde su nacimiento. Habida cuenta de la extensión de la santería en la isla, cabe preguntarse: ¿Cómo se conjuga el marxismo-leninismo con este determinismo religioso y, por tanto, irracional?
R.G.- Cuando el Papa Juan Pablo II viajó a La Habana a fines de los ochenta, consiguió que Fidel Castro ofreciera más libertades a los practicantes católicos. Esa nueva libertad se extendió también a los otros cultos: las sectas protestantes, las religiones afrocubanas, la comunidad judía. Uno de los efectos inesperados de esa negociación fue el renacimiento de “la santería”, como se le dice popularmente a la religión afrocubana. Hoy los santos están por todas partes y por eso tienen un papel tan visible en mi libro.
M.- Otro aspecto importante de tu libro es el concerniente, precisamente, a los libros. Lo haces a través de la figura de Eliezer, un librero dueño antes de una librería clandestina –de la época en que los aduaneros perseguían el tráfico de libros- y con licencia de cuentapropista ahora. ¿Es verdad que ya no vendía lo de antes porque los turistas preferían comprar lo clandestino? Ahora que la librería es legal –dices en tu libro- ya nadie le compra.
R.G.- Uno de los personajes del libro dice que Eliezer se queja de que ahora que se ha legalizado la compraventa de libros una librería ya no es negocio. La realidad, como se muestra en el libro, es mucho más complicada.
M.- ¿En qué medida la llegada de Trump a la presidencia puede alterar en el futuro más inmediato la normalidad en las relaciones entre los dos países? ¿Existe el temor entre, los cubanos a la vuelta a otro “periodo especial”?
R.G.- Hace un mes aproximadamente, Trump introdujo una serie de leyes que restringen los viajes de ciudadanos americanos a Cuba. Antes había reducido al mínimo el personal de la Embajada americana en La Habana. Es una vuelta a los peores momentos de la guerra fría. Si añadimos la situación en Venezuela —que sigue siendo el principal proveedor de petróleo— hay un peligro muy grande de que se desencadene una crisis como la del periodo especial.
M.- ¿Podemos acabar este cuestionario aludiendo a las tres cosas fundamentales que hoy están prohibidas en Cuba: 1. La pedofilia 2. Las actividades contrarrevolucionarias 3. Las drogas?
R.G.- Sí: un pedófilo contrarrevolucionario y drogadicto la pasaría muy mal en La Habana.
M.- Muchas gracias, Rubén.
Moriarty. Diciembre 2017