Pánico en la Casa Blanca
El poder es la pulsión que domina los corazones pero siempre tiene un coste
Nada mueve más que el poder que, salvo el instinto de supervivencia, es la pulsión dominante en los corazones humanos. Sin embargo, si algo está escrito en la historia, es que siempre tiene un coste.
La Casa Blanca de Donald Trump se ha convertido en un carrusel y ese recinto que albergaba los más altos ideales humanos, desde los tiempos de Thomas Jefferson, vive un crepúsculo de los dioses en una ciudad mística como Washington, construida a golpe de cartabón y compás divinos.
Tenía que llegar alguien como Trump para desacralizar el lugar donde trabajaron Lincoln, Kennedy y en el que Franklin D. Roosevelt y una silla de ruedas iban y venían administrando un mundo convulso que se esculpía sobre la lucha entre el bien y el mal y sobre ríos de sangre y terremotos sociales que cambiaron la historia.
Ahora la Casa Blanca de Trump es vulgar, incomprensible, impredecible y poco fiable. El miedo domina a los hombres del presidente y solo una figura impecable como el general Kelly puede aguantar el terror que supone trabajar para el magnate. Ya nadie está a salvo, ni siquiera el esposo de su hija favorita, ni siquiera el hijo que le hubiera gustado tener en teoría y que ha demostrado que aún le faltan varios hervores.
Como en El cartero siempre llama dos veces, Trump siempre vuela en Twitter dos veces antes de matar y ahora, una vez fuera Rex Tillerson, lo hace en compañía de los halcones que le gustan: Mike Pompeo, en el Departamento de Estado, y Gina Haspel, como directora de la CIA. De puertas adentro el mensaje queda claro y de puertas afuera se transmite al mundo el miedo del equipo de Trump con sus mensajes sobre cómo piensan resolver, plantear y ejecutar las políticas en nombre de su país sobre el resto del universo.
Mientras buscan una salida de emergencia, los colaboradores de Trump tienen un sexto sentido para empezar a cooperar con las autoridades judiciales porque el fiscal Robert Mueller está destinado a lograr que se confiesen las mentiras de uno de los gobernantes más impunes, desde los tiempos de Huey Long, el gobernador de Luisiana asesinado en 1935, en los comienzos de su candidatura presidencial. Algo comparable con lo que sentía Al Capone en su lujosa suite del hotel Lexington en Chicago, cuando se preguntaba por qué no podía ser el jefe de la ciudad si ya tenía a todos comprados.
Los intocables siempre encuentran su Elliot Ness, y en este caso Robert Mueller no lo es. Solo es el conducto para exteriorizar los miedos de todos. No sé cómo acabará Trump, supongo que muy mal, aunque tiene mucho que ver lo que hará el pueblo estadounidense en las elecciones intermedias de noviembre.
Pero mientras tanto, el país que un día fue la tierra donde todo era posible, hoy es el país de la impunidad y la decepción. Y cuando se premia en los Oscar la historia de una película como Three Billboards (Tres anuncios por un crimen), se premia a los votantes de Trump que pueden vivir administrando una justicia imposible, pero sin buscar a los que violan, asesinan y queman a mujeres inocentes.
La crónica diaria, la que durante años nos ha enseñado a admirar al país de las barras y las estrellas, hoy es la historia de una derrota porque no es lo mismo contar el éxito del FBI que, en 1964, descubrió los cadáveres de tres activistas asesinados en Mississippi y a sus asesinos que contar que nunca se encuentra a los culpables.
La crónica de la América que votó por Trump es la de los más de cien muertos diarios por sobredosis de opiáceos, la crónica de un fracaso. Y en medio, después de haber derribado los principios éticos de la célebre Declaración de Independencia, viene la búsqueda y la identificación de las responsabilidades individuales por haber menospreciado lo que hizo una vez grande al imperio del Norte, un país que prefería tener libertad de prensa que fake news, un país en el que reservar una habitación en el Trump International Hotel en Washington puede convertirse el día de mañana en una acusación de corrupción.
El miedo es ya lo que gobierna el Ala Este y Oeste de la Casa Blanca, el miedo y el fracaso constituyen hoy la América de Trump y lo imposible que a estas alturas resulta salir del círculo dorado de un país que lo tuvo todo y está a punto de quedarse sin nada.