Esta semana se informó que César Ulises Arellano Camacho, un estudiante de primer año de Medicina desaparecido en Jalisco, había sido encontrado sin vida en la Barranca en Huentitán, una frontera natural al norte de la zona metropolitana de Guadalajara, la segunda ciudad más importante de México. Para algunas personas, la investigación sobre el motivo de su muerte —¿asesinato? ¿suicidio?— pasaron a segundo plano cuando se hizo pública su orientación sexual. César Ulises era un joven gay. De repente, esclarecer los motivos de su muerte y de su desaparición en un país donde desaparece una persona cada 90 minutos se volvió menos importante que juzgar sus inclinaciones erótico-afectivas.
Desde el hallazgo han surgido en redes sociales comentarios de odio que se congratulan de su muerte, por el hecho de ser homosexual: "Ese wey iba conmigo a la universidad. Era gay y acababa de salir del clóset. Mucha gente le hacía bullying y la verdad es que celebro que se haya suicidado. Un maldito homosexual menos en mi México querido", escribió el usuario Dr Quagmire en Twitter. Otras opiniones iban en el mismo tenor: "Pues cómo no iba a atentar [contra su vida]. Si era adicto a la verga, le tomó demasiada pasión a una y se suicidó por ella", escribió otro usuario de la misma red social.
El odio, la discriminación y la violencia se sienten en las calles, en las escuelas, en los centros de trabajo y al interior de las familias. Basta con preguntar entre los amigos quién ha sido violentado por su orientación sexual o expresión de género y los casos brotan. “Mi familia es bastante diversa", me cuenta Yesael, estudiante de Derecho, de 22 años, que vive en la Ciudad de México. "Yo soy gay y mi hermana es lesbiana. Tenemos otra hermana más pequeña y cuando ella platicó en la escuela que el fin de semana nos había visitado mi novio, no se esperaba la reacción de sus compañeros. Regresó a la casa hecha un mar de lágrimas, preguntando que qué cosa era un 'puto' o un 'maricón', porque en la escuela le habían dicho que yo era eso”.
Del "¡Ehhh, puto!" a los chistes de "jotitos"
Una justificación bastante común para normalizar la violencia homofóbica es que se trata de “humor” o “es que así hablamos los mexicanos, nosotros nos burlamos de todo”. Basta recordar la siempre eterna polémica del controvertido grito de “ehhh, puto” en los estadios de futbol. A pesar de que actualmente la misma FIFA ha determinado que el famoso grito sí es homofóbico y es incluso causal de una multa económica, parece que a los asistentes a los partidos poco les importa esta disposición: siguen gritándolo y justificándolo.
“Cuando decimos 'puto' nos referimos a cobarde, no a homosexual”, suele ser la cantaleta más recurrente. Pero no hace falta ser demasiado suspicaz para saber de dónde viene esta asociación entre la palabra “puto” y “cobardía”. Un hombre hecho y derecho, como el Valiente de la lotería que fálica —e irónicamente— sostiene un puñal en la mano, no le teme a nada: es un cabrón en toda la extensión de la palabra. ¿Cuál sería su antítesis, entonces? El cobarde, el afeminado, el maricón, el puto. Al hombre no se le perdona la renuncia a su virilidad, el querer parecerse a una mujer, emular de ella su sensibilidad o delicadeza. No hay tampoco que ir muy lejos en nuestras cavilaciones para notar que la homofobia no es sino una mutación de la misoginia. Parecerse a una mujer es denigrarse, es descender un peldaño en la escalera social.
En lo tocante al humor, estamos realmente acostumbrados a los “chistes de jotitos”, que se valen de la caricaturización del homosexual. Hasta hace muy poco tiempo en la TV la única manera en que podría aparecer un gay era a partir de la burla y el ridículo: el mesero amanerado, el diseñador de ropa ajustada y colorida, el estilista de estilo estrambótico. Y no es que en la vida real no haya afeminamiento ni pluma: por supuesto que los hay, el problema es usarlos para burlarse de ellos, para denigrarlos, para ser el blanco del chiste fácil.
Los números detrás del odio: las escalofriantes estadísticas de los crímenes por homofobia.
Pensar en la homofobia únicamente como un tema de burla o escarnio es subestimar sus alcances. Lo que comienza con un grito en el estadio, un chiste de “jotos” o un grito de “maricón” en la calle, puede escalar a algo tan alarmante y lamentable como un crimen de odio. Y nadie se encuentra exento.
Hace poco tiempo esperaba un taxi en la calle con mi novio. Al llegar nos despedimos de beso, como siempre. Cuando abordé el coche noté que el chofer se veía incómodo, pero nada a lo que no estuviera acostumbrado: gajes de ser puto. Me puse los audífonos y todo iba bien, hasta que vi que el taxímetro no estaba corriendo. Cuando le pedí que lo encendiera me dijo que no, que a esa hora ya no se cobraba con taxímetro. Le insistí y le hice ver que para eso existía la tarifa nocturna, que la activara y me llevara a mi destino. El chofer frenó en seco y me gritó: "a ver, pinche sidoso, luego por qué los matan. Ándale, llégale a la verga, cabrón", y me dejó varado en pleno Paseo de la Reforma.
Ya más grande, al caminar de la mano por la calle con mis parejas, varias veces nos gritaron “pinches putos”, “maricones” o “jotos”. Gritos que, hasta cierto punto, se me resbalaban: no pasaban del momento incómodo. Pero esa ocasión en el taxi me di cuenta de lo vulnerables y expuestos que estamos ante la violencia.
Las estadísticas son tristes, demoledoras y frías. Según la Comisión Ciudadana Contra los Crímenes de Odio por Homofobia (CCCOH), México ocupa el segundo lugar a nivel mundial en crímenes de odio, sólo detrás de Brasil. Son dos países de América Latina los que ostentan el primero y segundo lugar, siendo México el que se lleva la vergonzante medalla de plata gracias a los 218 homicidios por odio perpetrados durante los últimos 19 años.
Esta tendencia no sólo no va a la baja, sino que ha alcanzado máximos históricos. En el reciente 2016 hubo un repunte impresionante de casos: la Organización Civil Letra S señala que tan sólo en ese año, 76 personas fueron asesinadas por su orientación, identidad o expresión de género. "Las mujeres trans son las más expuestas a este tipo de violencia letal. Es la primera vez que el número de mujeres trans asesinadas supera al número de gays en nuestro registro".
Rechazadas por sus propias familias, asediadas en las escuelas y discriminadas en los centros de trabajo, muchas mujeres trans terminan en la calle, donde se dedican al sexoservicio y los riesgos que esta actividad entraña. El 80 por ciento de ellas muere antes de cumplir los 40 años, convirtiéndose en el grupo social más vulnerable de nuestro continente.
Hace menos de un mes, la actriz trans Daniela Vega, protagonista de la película ganadora a Mejor Película Extrajera, Una mujer fantástica, no se mordió la lengua al declarar ante medios internacionales: "Salgo de Chile a representar a mi país con un nombre masculino en mi pasaporte y eso me trae problemas todos los días, cada vez que viajo. Soy una persona trans con siete portadas en un año; con películas que hablan del tema y he podido compartir mi historia con los chilenos, ¡y no me han matado!"
Porque es un hecho que no podemos callar más: a las mujeres trans las están matando. A las mujeres lesbianas las están matando. A los hombres gays nos están matando. Ya sea que a César Ulises Arellano lo haya matado un tercero o se haya quitado la vida por la propia mano, el fondo es el mismo: hay un joven estudiante de medicina que hoy está muerto, un futuro truncado y una familia hecha pedazos. Y todo por el imperdonable hecho de ser homosexual, por el delito de haber nacido distinto y de amar a sus iguales.
PÁVEL GAONA