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GRACIAS POR REGALARNOS TANTO ARTE
La gran vedette de Cuba Rosita Fornés, una de las más versátiles, talentosas y queridas artistas de la escena nacional, celebra este domingo 11 de febrero su cumpleaños 95.
FELICITACIONES
PARA LA MÁS GRANDE DE CUBA, ROSITA FORNÉS EN SUS 95 AÑOS DE VIDA
Por Miguel Barnet
¿Cómo hablar del arte en Cuba sin mencionar a Rosita Fornés? ¿Cómo hacer un recuento de la vida cultural del país entre los siglos XX y XXI sin hablar de Rosita Fornés?
¿Cómo ser cubanos y contemporáneos si no contemplamos en nuestro imaginario y nuestra memoria colectiva la figura de Rosita Fornés?
¿Cómo decir que tenemos un arte lírico, una comedia musical, un teatro vernáculo, un teatro dramático, una canción nacional, un cine, un cabaret rutilante y universal y una vedette única e insustituible sin mencionar el nombre glamuroso y universal de Rosita Fornés?
¿Cómo antologar a las figuras más prominentes del siglo XX sin incluir el nombre de ella? Imposible.
¡Qué explosión de arte y alegría, de vocación cosmopolita y nacional se produjo en La Corte Suprema del Arte, de Monte y Prado, cuando aquella adolescente subió al escenario a entonar una canción española en el lejano 1938!
A partir de ese día, grande para el arte interpretativo en Cuba, las cosas se empezaron a definir antes y después de ella en el mundo del espectáculo.
Porque ella le supo imprimir a la música española ese ingrediente transculturado que la hacía sonar ibérica y tropical, sensual y colmada de salero.
Ella se inscribió en el hall de las estrellas cuando las otras pasaron fugaces, cuando no inadvertidas. Porque ella tuvo ese don especial y supremo que le dio la vida y que se consagró con la aprobación del más exigente y sensible gusto de su público.
¿Y cuál es su público? Fuenteovejuna, podríamos gritar. Porque ella ha tenido el don de ponernos a todos de acuerdo en calificarla entre las más completas y talentosas artistas de nuestra época. Seamos honestos, estamos todos orgullosos de ser sus contemporáneos.
Porque ella nos ha dado una inmensa lección de arte, disciplina y permanencia, de calidad humana y resistencia frente a cualquier obstáculo que se le haya puesto en el camino. Estoy seguro de que cuando sintió que una piedra se interponía en su vida, la tomó en sus manos, la besó y dibujó en ella un arcoiris. Ella es una artista a prueba de fuego, como Alicia Alonso, con esas bridas tensas que la han llevado a cabalgar hacia el infinito y la posteridad.
Rosita Fornés se casó con su pueblo cuando era ya la novia de México; su corazón noble y resonante fue fiel a nosotros y nunca nos abandonó, ni aun en los tiempos difíciles, cuando se le cuestionaba por llevar en el pecho una cruz de diamantes.
Porque su refulgencia no radicaba en esa cruz, sino en su corazón de terrestre alegría, en su espíritu amoroso con su Patria.
No voy a decir aquí lo que ya todos saben. Que ella inauguró en Cuba la comedia musical con Mario Martínez Casado, el teatro lírico y la zarzuela con Antonio Palacios, el espectáculo de la noche habanera con la presea de su talento y su belleza sin par que la convirtieron en un símbolo de la mujer cubana de nuestra época.
Solo quiero decir que ella ocupará siempre un lugar único ahí donde la historia se tiene que rendir a la poesía: en la leyenda.
Y como a una leyenda viva, de carne y hueso, la homenajeamos a pocas horas del 11 de febrero, fecha de su nacimiento, con el repique de los atabales llegados de África, las castañuelas andaluzas y los pianos europeos con los que ella deleitó y seguirá deleitándonos a los públicos de Cuba y del mundo. Sea para ti, Rosita, este homenaje una muestra de nuestro respeto y cariño incondicional en tus 95 años de acumulación de juventud y talento.
ENTREVISTA A ROSA FORNÉS, 2018…
Sobre Rosita Fornés se cuentan muchas cosas. Unas son ciertas (ella las confirma muy divertida), otras forman parte de la leyenda. Rosita no se toma el trabajo de molestarse, sabe que en su oficio (mucho más si se llega tan alto en ese oficio) es natural ese interés de la gente… y la gente que quiere a sus artistas, si no saben, recrean…
Rosita Fornés es una mujer muy querida. Por su familia, por sus amigos (cientos de amigos), por sus admiradores, que son legión. Es que es una mujer que se hace querer. Jamás habla en negativo de nadie, siempre quiere (y generalmente lo logra) encontrarle el lado bueno a casi todo. Esa idea de la diva fría, distante y etérea no tiene nada que ver con ella. Es jovial, simpática, amable casi hasta el mimo.
Nos recibe en su casa y nos trata como si nos hubiera conocido de toda la vida.
—Gracias, Rosita, por acceder a esta entrevista.
—¡La agradecida tengo que ser yo! ¡Gracias a ustedes por acordarse de mí! Yo creo que soy de otra época…
—Rosita, usted es todas las épocas. Y tiene admiradores de todas las edades.
—¡Qué lindo eres! Eso me emociona mucho. Cada vez que un joven me dice que me admira, me pongo muy feliz.
—La suya ha sido una vida de privilegio…
—Pues sí: noventa y cinco años… ¡Y trabajando siempre! De eso me puedo sentir orgullosa. Yo he vivido intensamente, por eso soy una mujer feliz.
—¿Qué ha significado para usted el escenario?
—Imagínate: mi relación con el escenario ha sido mi vida. Eso seguro que te lo han dicho muchas personas, pero es la verdad. Ahí fue donde yo logré el máximo de mi felicidad. Tuve la suerte de cultivar diversos géneros. Y disfruté hacerlos, yo lo disfrutaba todo.
«La gente me preguntaba si a mí me habían enseñado cómo moverme, cómo caminar sobre un escenario. La verdad es que no, yo lo hacía espontáneamente. Pero siempre tenía bien en cuenta lo que estaba representando.
«Hice montones de personajes. Unos se movían de una manera y otros de otra. Pero te insisto: eso para mí era la vida. Me encantaba mi trabajo, subir al escenario era mi mejor momento. Y siempre tuve la suerte de hacerlo frente a mucho público, siempre a teatro lleno.
«Ese ha sido el premio más grande que yo haya podido tener como artista: la manera en que me ha recibido el público, cómo me ha querido siempre. Con eso me bastaba. Yo nunca me creí la mejor. Nunca. Nunca me dije: “esto o aquello me sale mejor que a nadie”. Yo siempre me he encontrado defectos. Hacía la obra, me salía, pero siempre me decía: “fallé en esto, en esto y en aquello”. Claro, era algo muy íntimo, me callaba la boca y no se lo comentaba a nadie; pero me servía mucho analizarme.
«Pero en definitiva, te lo digo ahora: estoy feliz porque he tenido una vida muy bonita».
—Usted ha sido una artista multifacética: bailaba, cantaba, actuaba… De todo eso, ¿qué era lo que le resultaba más cómodo?
—A mí todo me resultó cómodo, porque me gustó hacerlo todo. Cuando te gusta lo que haces, tienes muchas posibilidades de que te salga bien. Claro, tuve excelentes maestros, para todos los géneros y todas las manifestaciones. Recuerdo por ejemplo a Enriqueta Sierra, una actriz muy reconocida en aquellos años, formó a varias de las actrices del momento. Tuve el privilegio de tenerla como maestra.
«Tuve también muy buenos maestros de canto. Yo al principio solo cantaba cosas bien ligeras, hasta que me dijeron: “Tú tienes voz de soprano”, me pusieron a vocalizar y resultó que llegaba hasta un do sobreagudo. “¡Con esa voz puedes cantar hasta ópera, si quisieras!” No, yo no aspiraba a tanto. Ahora, el género de la zarzuela y la opereta sí me encantaba. Y lo que más me gustaba era la posibilidad de cantar y también actuar. ¡Y son tan distintos los papeles que puedes asumir! Ese fue uno de los géneros que más disfruté siempre».
—Buena parte de sus reconocimientos llegaron gracias a ese arte…
—Sí, muchísimos. Aunque siempre los recibí con mucha humildad, nunca hay que creerse la gran artista, siempre lo podemos hacer mejor. Eso también me lo enseñaron desde el principio.
«Pero sí, me han dado muchos premios: diplomas, trofeos, medallas… están ahí, en el cuarto de al lado. Creo que son la prueba de que he tenido una vida. Pero te repito y lo voy a repetir siempre: el premio más grande es el afecto y el cariño que me ha demostrado mi pueblo. Eso lo saben los artistas: nada como el aplauso. Eso no tiene comparación».
—Conoció a algunos de los grandes maestros de la música, el teatro, el cine y la televisión…
—No solo los conocí, ¡trabajé con muchos de ellos! Y tuve la suerte de ser amiga de grandes figuras, grandes entre los grandes… Yo los recuerdo a todos con mucho cariño. Pero son tantos que no tengo todos los nombres en la mente. No quiero mencionar a algunos y que se me olviden otros.
—Vamos a hablar del cine. Usted hizo mucho cine en México…
—No, no hice mucho cine en México. Pude haber hecho más. Yo me fui de México por cuestiones personales. Me fui en un momento en que iba a hacer más películas, tenía las propuestas. Lo que sí hice fue teatro musical, muchísimo. Cuando se me abrieron de verdad las puertas del cine, fue cuando decidí irme de allí.
—Pero es indudable que hizo más películas en esos años que después… Hubo una época de ausencia en la filmografía cubana, hasta que hizo Se permuta…
—Pues fue maravilloso ese regreso. Me encantó hacer esas películas. Y lo mejor fue la acogida que tuvieron, casi todas las que hice, en las que participé, tuvieron éxito. Creo que a la gente le gustó verme de vuelta al cine, aunque nunca dejaron de verme, porque siempre hice teatro y televisión. ¡Hasta el cansancio!
—¿Y alguna vez de verdad se cansó? ¿Alguna vez quiso hacer un alto?
—La verdad es que no. Incluso, a veces he trabajado sintiéndome muy mal, con un catarro terrible, con destemplanzas… Sí, claro, ha sido difícil, pero era más fuerte el compromiso: yo siempre he valorado mucho mi compromiso con el público.
—Una pregunta que seguro le han hecho muchas veces: ¿Qué hace falta para ser una artista, una buena artista?
—Primero que todo: tiene que gustarte lo que haces. Gustarte mucho. Tienes que disfrutarlo más allá del esfuerzo y de las dificultades que implique tu arte. Y después, y no menos importante: hay que estudiar, estudiar mucho. Tienes que tratar de ponerte en contacto con lo mejor de tu arte, con las mejores obras y artistas. ¡Hace falta talento, pero hace falta también deseos!
UNA VIDA EN POCAS LÍNEAS
Rosalía Palet Bonavia (Nueva York, Estados Unidos, 1923), conocida mundialmente como Rosa Fornés. Pertenece a la lista de las grandes intérpretes cubanas que alcanzaran prolongados éxitos fuera Cuba en la primera mitad del siglo XX, desde el arraigo con que triunfaron en los escenarios de Cuba. Tiene más de siete décadas de experiencia en el arte, incursionando en la opereta, la zarzuela, la comedia ligera, el drama clásico, la revista musical, el cabaret, la radio, el cine y la televisión.
Ha trabajado junto a los más famosos actores y actrices de su época, como los argentinos Hugo del Carril, Luis Sandrini, Libertad Lamarque y Tita Merello; o los cubanos Rita Montaner, Maruja González, Zoraida Marrero, Bola de Nieve, Benny Moré, María de los Ángeles Santana y Esther Borja; y junto a los maestros Ernesto Lecuona, Rodrigo Prats, Adolfo Guzmán, González Mantici o Armando Romeu.
Fundadora de la televisión cubana en donde realizó programas humorísticos, dramáticos y líricos. Es una artista muy carismática que ha sabido consolidar su popularidad y mantenerse en la preferencia del público. Su arte ha llegado a numerosos escenarios de Europa, Estados Unidos y América Latina. Ha recibido numerosos premios y distinciones, en Cuba y en el extranjero, entre ellos: Premio Nacional de Teatro en 2001, Premio Nacional de Televisión en 2004, Premio Nacional de Música en 2005, Orden Félix Valera en 2005, Orden del Mérito Civil de España, otorgado por el Rey Juan Carlos en 2011.
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ROSITA FORNÉS:
"LA MÁS GRANDE, LA ROSA DE CUBA"
En el arte es difícil encontrar un exponente que requiera todo lo necesario para ser "estrella". Sólo alguien como Rosita Fornés, nacida en Nueva York el 11 de Febrero de 1923, puede lograr ese reto.
Artista de trascendencia, con más de 57 años de carrera, avalada por el éxito en toda su expresión, ha sabido ganarse al público de muchos países como Rusia, Alemania, Hungría, Mongolia etc.
Lleva en su haber los títulos de "Venus de seda", "Novia de México", "Primera vedette de México, España y Cuba"; epítetos que sólo han sido superados por "La vedette de América". Llena de talento, gracia natural y una belleza física impresionante, esta artista ha demostrado su valía en todos los géneros que aborda, tanto en la música, la actuación, la danza, como en la conducción de espectáculos. Situada en la cumbre de la versatilidad, desde sus inicios tuvo grandes maestros, y en "Tropicana" compartió la pista con monstruos sagrados como "Nat King Cole". En el teatro actuó junto a Libertad Lamarque, Benny Moré, Celia Cruz, Olga Guillot, Lola Flores, entre muchos otros.
En su época de oro, el cine mexicano le abrió sus puertas y y compartió roles con actores de primera línea como Manuel Medel, quien fuera su primer esposo. El cine cubano se prestigió con sus actuaciones, muestra de ello son "Se permuta" y "Papeles secundarios", filmes de Juan Carlos Tabío y Orlando Rojas, respectivamente.
Vale destacar su amistad, muy especial, con el mítico actor mexicano Mario Moreno "Cantinflas" y otros no menos auténticos como fueron Buster Keaton, Rita Hayworth, Nicolás Guillén (su más rendido admirador), René Portocarrero, Raquel Revuelta, Silvia Planas y Carilda Oliver Labra, quien expresó en uno de sus aforismos:"Esta Rosa es inmortal".
Su obra está impregnada de momentos inolvidables en diversos escenarios habaneros; "La viuda alegre" en el teatro "Federico García Lorca ", Hello Dolly en el "Karl Marx", "Confesiones en el Barrio Chino", en el "Teatro Nacional de Cuba" y las ediciones de Vedettísima, que han recorrido todo el país. También internacionalmente fue reconocida con la condecoración otorgada por el rey Juan Carlos de España distinguiéndola como una personalidad relevante de la cultura a nivel mundial.
*Esta dama, que ostenta el Premio Nacional de Teatro, es una de las 10 vedettes más importantes de todos los tiempos junto a Marilyn Monroe y Rita Hayworth y sigue siendo admirada y aclamada como "La Diva de Cuba" o simplemente "La Rosa de todos los cubanos".
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LA MÁS GRANDE DE CUBA
ROSA FORNÉS, EL ASOMBRO PERDURA EN EL ENCANTO
POR NORGE ESPINOSA
Cuando aquella joven, una adolescente casi aún, apareció en el escenario como parte del elenco de El asombro de Damasco, ya había decidido que los aplausos serían parte de su vida. Había nacido en Nueva York, en 1923, pero resulta imposible hoy imaginarla fuera del apretado grupo de artistas que los cubanos reconocen como suyos, como parte de ese orgullo que es capaz de reinventar anécdotas y biografías para concederles cierto aire de leyenda. Rosita Fornés había participado ya, para ese entonces, en La corte suprema del arte, donde ganó el premio cantando “La hija de Juan Simón”, y también en una de las primeras películas habladas de nuestra cinematografía: Una aventura peligrosa. Pero su debut como profesional fue con aquella obra, en junio de 1941.
Ella cuenta que al terminar la representación en el Teatro de la Comedia recibió el elogio de un señor de gran estatura. En todos los sentidos del término: era Ernesto Lecuona. Tal vez pocos puedan recordar hoy en qué punto del Paseo del Prado se levantaba ese coliseo. Por suerte, con mucha más certeza, podemos recordar quién es esta mujer, que ahora llega a la venerable edad de 95 años sin dejar de ser el asombro que desde entonces la acompaña.
No quiero escribir estas palabras como quien redacta una nota o una ficha de catálogo. Ni las fechas, ni las precisiones de la crítica, pueden dar fe de lo que Rosa Fornés ha ido legándonos a lo largo de su extensa trayectoria. Hermosa, rubia, de ojos verdes, con una voz de soprano que le ha permitido abordar géneros como la canción, la balada, la zarzuela o la opereta (ella ha sido nuestra mejor Ana de Glavary, nuestra más feliz intérprete de La casta Susana), el asombro que proviene de ella tiene que ver con su capacidad de reinventarse. Cierto es que una imagen muy poderosa nos la devuelve arropada en vestuarios de fantasía, colmados de lentejuelas, con un célebre abanico de plumas que en algún momento tuve en mi mano, y descendiendo una escalinata de utilería con un garbo que recuerda al de Audrey Hepburn en su aparición junto a la Victoria de Samotracia en aquel famoso filme, mientras canta “Otro amanecer”, de Meme Solís, uno de sus compositores más fieles, como lo hacen las estrellas de verdad: sin bajar la vista para no fallar en su descenso. Es la Rosa Fornés que aparecía como anfitriona en Desfile de la Alegría, y esa silueta tan popular también le acarrearía varios problemas a partir de los años 60, cuando regresa a Cuba tras un paso seguro por México y España.
En México, particularmente, la Fornés tiene una etapa esencial. Allí hace teatro, cine, se enamora, se casa con Manuel Medel y tiene a su hija, Rosa María. Otros grandes nombres del entretenimiento en esa nación la pretenden y quieren seducirla. Ella trabaja, se pone a prueba, aparece en un filme tras otro, donde hace comedia, baila y canta. Se forja como vedette, esa palabra que por años estuvo expurgada de nuestro vocabulario, y saca excelente partido de sus dotes y de su belleza. Nunca ha dejado de trabajar, ha tenido siempre la necesidad de estar en contacto con su público, a ratos en producciones a su altura y otras no tanto, sacándolas adelante con todo lo que ha incorporado a su propio ser. En los años 50, cuando retorna a Cuba por temporadas, la naciente televisión también la reclama. Será la protagonista de Mi esposo favorito, versión criolla de I love Lucy, y en esos ires y venires se encuentra con Armando Bianchi. En la imagen que aludía anteriormente, Rosa Fornés está siempre acompañada de ese galán, de voz discreta y figura atractiva, quien la acompañó durante tanto tiempo, incluso en su paso por los teatros españoles. Cuando Bianchi fallece (noticia que recorrió el país como pólvora), ella demostró que podría sobrevivir incluso a esa pérdida. Ya eran los 80. Ella estaba de vuelta de recelos, de adioses, de su juventud, y en su madurez encontró el impulso necesario para seguir adelante.
Son muchas las anécdotas de la Fornés que la hacen también inolvidable. La Revolución impuso un aire más severo a ciertas costumbres, y no faltó quien viera en esta mujer glamorosa un eco innecesario de los años precedentes. Molestaban sus plumas, sus lentejuelas, sus joyas, sus fotos en las revistas de farándula, la fidelidad de su público en el que se destacaban homosexuales apasionados en imitarla —al fin y al cabo ella es nuestro icono gay más innegable y resistente. Alguna vez un funcionario (lo cuenta ella en el libro que Evelio R. Mora le dedicó como larga entrevista, a falta de mejores biografías), le espetó si necesitaba todo eso, si no podía dejar esas galas a un lado, para ser Rosa Fornés. Su respuesta demostró que no es tan ingenua como podrían pensar algunos. “Yo puedo venir mañana con ropas de cortar caña”, le dijo a ese inepto de nombre ya olvidado, “y seguiré siendo Rosa Fornés”. Y si ello no es una declaración de autenticidad, que venga Dios, Freud o Marx a explicármelo mejor. Sobrepasó el desdén que el cine cubano le regaló por décadas, hizo de Cita con Rosita, su show semanal televisivo, un campo de batalla donde presentó hasta el cansancio su más variado repertorio. Había hecho cabaret, giras por Europa, podría luego volver a México para comprobar que seguía siendo admirada. Mario Balmaseda confió en su poder de convocatoria y le permitió convertirse en Gloria, protagonista de La permuta, éxito rotundo del Teatro Político Bertolt Brecht. El triunfo le abrió las puertas del cine, que le habían sido negadas. En Se permuta, ella abandona “esas galas”, y demuestra que su vis cómica, su timing para la entrega de una frase delirante, o una simple transición (“¿A usted le gustan los negros?”, le pregunta Ramoncito Veloz y ella le devuelve una mirada irrepetible desde su personaje, interrogada sobre el color de un hipotético teléfono), permanecían intactos. A esas alturas, tras haber protagonizado obras tan diversas como Confesión en el barrio chino, de Nicolás Dorr, Canción de Rachel con Roberto Blanco, o transformarse en Dolly Levy para asumir en el Karl Marx, con un exuberante vestuario de Eduardo Arrocha el rol central de Hello, Dolly!, lo había rebasado casi todo. Uno de sus máximos devotos, Tony Pisani, mantiene en YouTube una colección de videos que da fe de esos muchos pasajes de su existencia. Y aún le quedaban cartas guardadas en la manga de uno de esos ropajes tan lujosos, como nos demostraría de inmediato.
Con una voz de soprano ha abordado géneros como la canción, la balada, la zarzuela o la opereta
Cuando la Fornés se mete en la piel de Rosa Soto, estrella del Teatro Principal de La Habana, regala un golpe con mano enguantada a los que pensaban que no sería capaz de asumir un rol de carácter. Había probado que era capaz de ello, en los escenarios y en sus apariciones en obras de teatro grabadas para la televisión. Pero ahora se ponía a las órdenes de un joven director, Orlando Rojas, y su personaje en Papeles secundarios era un claroscuro que en la atmósfera viciada de las bambalinas, resistía embates con sus mañas de gran sobreviviente. Rosa Soto es una mujer de infinitos matices, en lidia con los jóvenes que quieren cambiarlo todo y la ven como una reliquia, pero también con otros que quisieran desplazarla por motivos aún más mezquinos. Su actuación es brillante. Dejó a los predispuestos con la boca abierta. Mi generación se aprendió de memoria sus líneas más agudas. Alegra verla en uno de los títulos más perdurables del cine nacional. Tal vez ella nunca llegue a saber cuánto le agradecemos su presencia en esa pantalla, justo al inicio de los años 90. O tal vez sí, como parece decirnos en alguna secuencia de Mis tres vidas, el documental biográfico donde relata sus travesías mediante las preguntas de Luis Orlando Deuloffeu.
De entonces a acá, la Fornés ya solo puede definirse en una escala que es la de ella misma. Ha seguido apareciendo en revistas musicales, galas, programas de televisión, ha grabado otros discos. Con su profesionalismo a prueba de balas, con el rigor que ha escondido tras esos mantos lujosos, ha recibido medallas, condecoraciones y premios que en algún momento le parecieron inalcanzables. Cuando ella y María de los Ángeles Santana compartieron el Premio Nacional de Teatro, se hizo un acto de justicia que reconocía el aporte de la gracia y la elegancia que ellas hicieron sin esperar más que aplausos y flores, como auténticas vedettes de nuestro país, mucho antes de que la aparición en la televisión cubana de los shows de Raffaella Carrá desempolvaran el término. Cuando se presentó en el Amadeo Roldán (un minuto de silencio aquí a la espera de la segunda salvación de ese coliseo) el libro sobre la Santana que con tanto ahínco preparó Ramón Fajardo, ella cantó “Sin un reproche”, su himno particular, también de Meme Solís. El público de la sala la acompañó en el estribillo. Qué manera tan simple, y al mismo tiempo tan perdurable, de hacernos sentir el modo en que nos ha acompañado, y nos pertenece en una zona de cierta sensibilidad que no puede negar sus costados románticos, su afán de espectáculo, su gusto por el gesto con el que ella nos pide aún otra flor.
“Tendré una vida para darla nuevamente, sin un reproche”, volvió a cantar la Fornés ante el enfebrecido público que colmó el Teatro Astral en la segunda gala del Día Mundial de Lucha contra la Homofobia. Nunca la tuve tan cerca como esa noche, en la que junto a Carlos Díaz organizamos la ceremonia. Rosa me regaló una de esas lecciones que hay que guardar como tesoro, la de su metamorfosis entre las cortinas del teatro, cuando pasó de ser la señora respetable, ayudada por sus asistentes, a la gran dama de la escena que sacó fuerzas de toda su vida para poner de pie al auditorio. Ojalá tenga, y tengamos otra vida, para seguir disfrutando de su encanto. De su paso ligero pero no intrascendente. De su voz no retumbante, pero sí tan sutil. De su facilidad para hacer comedia y su poder como dueña de una escena dramática. De su manera de ser, sin estridencias, sencillamente, La Fornés. La oigo cantar, otra vez, “Magia de amor”, de Adolfo Guzmán. Eso nos ha dado ella. Que lleguen entonces, como una humilde felicitación, estas palabras en su día. Que nada complace a una verdadera reina más que el regalo sencillo de una flor en la luminosa mañana de su cumpleaños.
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La vedette cubana Rosita Fornés cumple 95 años “orgullosa y feliz”
Llegar a los 95 años en la forma que ella ha llegado es una bendición del cielo
Reconocida como la gran vedette de Cuba, Rosita Fornés, con una larga y amplia trayectoria artística en la televisión, el cine, el teatro y el espectáculo, cumple este domingo 95 años “orgullosa y feliz” por seguir trabajando y haber vivido “intensamente”.
Querida y admirada por el público de la isla, la Fornés cimentó una sólida carrera como cantante y actriz con la que ha ganado un lugar destacado en la escena por su versatilidad, belleza y simpatía que este domingo resaltan medios estatales de la isla.
“Me encantaba mi trabajo, subir al escenario era mi mejor momento. Mi relación con el escenario ha sido mi vida. Ahí fue donde yo logré el máximo de mi felicidad. Tuve la suerte de cultivar diversos géneros. Y disfruté hacerlos, yo lo disfrutaba todo”, confesó en una publicada esta semana en la web Cubasí.
La artista, que debutó a los 18 años en el Teatro de la Comedia de La Habana, emprendió una imparable carrera desde 1941 destacando en el canto lírico con interpretación de zarzuelas y operetas de la mano de grandes autores de la isla como Ernesto Lecuona y Rodrigo Prats, pero también en el teatro y la radio.
Rosalía Lourdes Elisa Palet Bonavia, que adoptó el nombre artístico de la multifacética Rosita Fornés, recuerda ahora que tuvo “muy buenos maestros de canto” que le dijeron: “Tú tienes voz de soprano”, me pusieron a vocalizar y resultó que llegaba hasta un do sobreagudo. “¡Con esa voz puedes cantar hasta ópera, si quisieras!”.
Pero ella dice que “no aspiraba a tanto” y que si le encantaban los géneros musicales como la zarzuela y la opereta, porque lo más le gustaba era “la posibilidad de cantar y también actuar”.
Otro de sus espacios fue el cine, que le permitió sobrepasar las fronteras de la isla y a los 22 años conquistar los escenarios de México, y en los teatro Arbeu, Lírico, Follies y Tívoli protagonizó muchas revistas musicales con gran éxito, por lo que la Asociación de Periodistas la proclamó en 1946 “Primera Vedette de México” y posteriormente “Mejor Vedette de América”.
En el cine, hizo su primera aparición en 1939, en la cinta cubana “Una aventura peligrosa”, a la que siguió “Romance musical” en 1941, pero después intervino en la filmografía mexicana en la que intervino en una decena de películas, entre ellas, “Se acabaron las mujeres”, “La carne manda”, y “Del can can al mambo”.
Pero Fornés señala que cuando se le abrieron de verdad las puertas del cine en México fue cuando “decidí irme de allí” por razones personales, y tras una época de ausencia en la filmografía cubana, llegó su reaparición en títulos como “Se permuta”, “Plácido” y “Hoy como ayer”, los que para ella fue “maravilloso” y lo mejor “la acogida que tuvieron”.
“Creo que a la gente le gustó verme de vuelta al cine, aunque nunca dejaron de verme, porque siempre hice teatro y televisión. ¡Hasta el cansancio!”, apuntó.
Su privilegiada carrera artística además del reconocimiento internacional en escenarios de América y Europa, le ha merecido premios, trofeos y diplomas que la Fornés ve como “la prueba de que he tenido una vida”.
Si embargo, ella considera que el premio más grande es “el afecto y el cariño” que ha podido tener es “la manera en que me ha recibido el público, cómo me ha querido siempre”.
A sus 95 años, sigue coqueta, activa, y afirma que es una mujer “feliz” porque “he vivido intensamente” y “he tenido una vida muy bonita”.
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Rosita Fornés en sus 95 años, cuándo el arte es analizado como política. Barnet se va de rositas, por una vereda tropical, ahora quieren hacer de Rosita Fornés una suerte de hito incomparable. Los que hoy tenemos más de cincuenta años, sin dudas recordamos a Rosita, aunque no soy ni fui nunca uno de sus “adoradores”, le reconozco un talento particular, y agradezco que alguna vez pusiera en el árido panorama de la “cultura cubana” que ocupaba toda la televisión, el refrescante toque de una copla zarzuelera de otra época, o cualquier otra canción moderna o tradicional, pero tampoco olvidamos su coqueteo con la propaganda del régimen.
PARA MI SIEMPRE SERÁ LA ETERNA
'LA MÁS GRANDE' LA MÁS COMPLETA ARTISTA DE CUBA
Ollando Morelli | Filadelfia | Cubanet Rosita Fornés, vedette cubana nacida en Estados Unidos y formada durante la República tan denostada por el régimen castrista, es una figura de la farándula a la que algunos recuerdan todavía, si bien la de sus fanáticos constituye una especie en vías de extinción. Nacida el 11 de febrero de 1923, Rosita cumplió recientemente noventa y cinco años. Repentinamente, el hecho cobra, según parece, relieve nacional según un artículo del periódico Granma Órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.. No hace mucho, según recuerdo haber leído en alguna de las innúmeras gacetillas del régimen, la misma homenajeada “oficial” de hoy se había visto obligada poco menos que a recalar en los brazos del “Circo nacional” cubano (no pun intended) en busca de algún reconocimiento, sin dudas merecido por ella.
Ahora, con motivos del nonagésimo quinto aniversario de la exdiva, como ya he dicho antes, el señor Miguel Barnet, a quien parece habérsele encomendado de un tiempo a esta parte escribir los obituarios de ciertas figuras venidas a menos del mundillo “cultural”, le dedica una columna inflamada de nostalgia. Barnet ha fungido en su ya larga carrera al servicio del castrismo de presidente del único sindicato de escritores consentido oficialmente, la UNEAC; miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba; diputado a la llamada “Asamblea Nacional” y miembro del “Consejo de Estado”, y es además, el autor, entre otras recopilaciones por el estilo, de una célebre transcripción publicada en el año 1966, arrancada a pico de botella al viejo Esteban Montejo, quien fuera esclavo, y alcanzó a vivir hasta los ciento tres años de edad. El recurso del aguardiente Coronilla, según se rumoraba con insistencia en círculos cercanos al recopilador, consiguió al fin soltarle la lengua al anciano. En esos años de abierta y brutal represión contra los homosexuales, (la que se extendería sin disfraces a lo largo de dos décadas) y por la cual fueron a parar a campos de trabajo forzado cientos de miles de “locas”, o sospechosos de serlo, Barnet en plano de etnólogo e improvisado novelista, se impuso dejar constancia de su “confiabilidad” y adhesión al régimen, proclamando en el texto recogido por él, su condición de “diferente”, pero no “indiferente” al “Proceso revolucionario”. Mientras en privado podía permitirse, en presencia de un virtual desconocido, alguna queja u observación del tipo “ahora ya no pueden meterse conmigo. La ópera de Leipzig, nada menos, está trabajando en un montaje de Biografía de un cimarrón —lo que en su caso debería suponer algún ‘detente’ a la política represiva del régimen contra los homosexuales y disidentes de cualquier clase, en vistas de que se trataba la suya de una importante contribución a la propaganda del régimen—”, de cara a la galería se mostraba por esta misma fecha aquiescente hacia el régimen. A partir de entonces, tanto llegó a proclamar en público su apego y devoción al poder, que no sólo alcanzó a ser premiado finalmente por el aparato, sino que él mismo llegó a convencerse “a pesar de todo, de la justeza de la causa revolucionaria”, según declaró en el anfiteatro de Temple University el año 1981, cuando confrontado públicamente por quien esto escribe, se vio obligado a aceptar que “podían haberse cometido algunos errores” durante el éxodo masivo de cubanos por el puerto del Mariel, pero según declaró igualmente entonces, a él como a muchos otros, el ‘”hecho revolucionario” en su profunda radicalidad lo había tomado un tanto “fuera de base, (en sus comienzos) pese a reconocer de inmediato la innegable necesidad y la brutal justicia que se imponía establecer para acabar con tanta injusticia y sometimiento a los Estados Unidos”.
Acudo a mis notas de entonces más que a la memoria para reproducir estas citas, pero creo que podrían hallarse igualmente en cualquier parte, si alguien se interesa en buscarlas. Barnet recibió toda su educación elemental y secundaria en Estados Unidos, y proviene de una de las familias mejor colocadas financieramente de las élites cubanas anteriores a 1959, es decir, que pudo integrarse sin gran dificultad a la nueva nomenclatura que proclamaba su apego y adoración por el “líder máximo”, quien a fin de cuentas era uno de los suyos. A diferencia de otros como el poeta José Mario, de procedencia humilde y sincero entusiasta del “proyecto revolucionario” visto desde un idealismo lírico, Barnet no sufrió el descrédito social y político ni el internamiento forzoso en las UMAP, ni se vio forzado a exiliarse una vez que la providencial intervención de Nicolás Guillén consiguiera la autorización de su salida del país, como sí ocurrió con Mario. Es pues, este personaje, quien se encarga de escribir un panegírico de Rosita, la diva en declive, con motivo de su cumpleaños, pieza esta que es menos una exaltación de la homenajeada que una excusa para reiterar “posiciones” y dar la impresión de que la cultura cubana es sinónimo de “oficialismo militante” y corresponde en exclusiva a los cánones adocenados y opresivos de la peor tiranía que haya conocido el continente, y una de las peores y más destructivas en cualquier parte.
Con la rotundidez acostumbrada de los “buenos revolucionarios” donde los haya, y de los propagandistas a usanza, de los regímenes totalitarios, Barnet declara al comienzo de su descarga: “¿Cómo hablar del arte en Cuba sin mencionar a Rosita Fornés? ¿Cómo hacer un recuento de la vida cultural del país entre los siglos XX y XXI sin hablar de Rosita Fornés? ¿Cómo ser cubanos y contemporáneos si no contemplamos en nuestro imaginario y nuestra memoria colectiva la figura de Rosita Fornés?”. El reduccionismo idiotizante, de semejante propuesta, es evidente. Para ser cubano “de verdad” —Barnet dixit— habría que reconocer en Rosita el origen de las artes nacionales en su conjunto, hazaña por la que habría que reverenciarla casi tanto como al difunto “Tiranosaurio en Jefe”. Contra toda evidencia en contrario, Barnet quiere hacernos creer que “el pueblo cubano” comulga con semejantes ruedas de molino.
Los que hoy tenemos más de cincuenta años, sin dudas recordamos a Rosita. Aunque no soy ni fui nunca uno de sus “adoradores”, le reconozco un talento particular, y agradezco que alguna vez pusiera en el árido panorama de la “cultura cubana” que ocupaba toda la televisión, el refrescante toque de una copla zarzuelera de otra época, o cualquier otra canción moderna o tradicional, pero tampoco olvidamos su coqueteo con la propaganda del régimen. La inmensa mayoría de quienes de un modo u otro recordamos a Rosita, ni siquiera se halla en Cuba. Muchos de sus “incondicionales” lograron escapar de la isla durante el éxodo del Mariel, y con posterioridad. En Miami, esos aficionados la recibieron años después como acólitos de un culto en vías de extinción, cuyo principal sacerdote reapareciera inesperadamente. En el exilio algunos se lo tuvieron a mal, teniendo en cuenta que Rosita Fornés sí venía por cuenta del régimen cubano, pero no hubo que lamentar en la ocasión heridos ni muertos como los provocados por el régimen durante los días del Mariel, “actos de repudio” mediante, que Rosa nunca ha denunciado.
En el fondo, ella también ha sido una víctima de su afán de afianzarse en el “divato” y permanecer en Cuba, cuando tantas otras figuras de primer orden dejaban un vacío imposible de llenar —de Olga Guillot a Celia Cruz y Blanca Rosa Gil (sólo en el ámbito de la cultura popular) pasando por una lista interminable— del único modo posible, al servicio del régimen, que le permitía viajar al exterior y seguir disfrutando de un nivel de vida semejante al que había gozado antes del castrismo. Al resto de los cubanos de a pie, incluidos otros artistas que no disponían de la doble ciudadanía estadounidense-cubana de la Fornés, no les estaba permitido salir y entrar al país para realizar una “tournée” de México, luego televisada a bombo y platillo por la TV cubana —expropiada a sus fundadores y legítimos dueños por el castrismo— como un doble éxito de la artista y del régimen.
Obviando todo esto y más, Miguel Barnet afirma que sería imposible hablar de un arte lírico en Cuba, entre otras manifestaciones artísticas mencionadas por él, sin mencionar a la Fornés. La lista de nombres y figuras “olvidados” por disposición del régimen al que en diversos grados sirven, la estrella nonagenaria y el articulista de hoy, constituiría por sí misma, como he dicho ante, un diccionario biográfico de las artes cubanas en los diferentes géneros. Sin embargo, ni al presente ni nunca antes ha afirmado el dicho, que sería imposible escribir la historia de las artes en Cuba a pesar de tantas omisiones. El fenómeno conocido como Buena Vista Social Club que hace algunos años “dio a conocer” a algunos veteranos representantes de la cultura musical cubana dentro de la isla, suprimidos por el régimen durante años, con argucias que pasaban por una “evaluación” musical, constituye otro ejemplo de censura y manipulación de la cultura cubana por parte del régimen y sus alabarderos. ¿Cómo y dónde habían estado todos esos músicos “desconocidos” u olvidados, que sin embargo, nunca salieron al exilio? ¿Por qué de repente, un músico estadounidense con mentalidad empresarial “descubre” y lanza el “fenómeno” Buena Vista Social Club? ¿Quiénes le permiten explotar este “descubrimiento” y a quiénes benefició económicamente? ¿Cuánto menos beneficiados resultaron en sus últimos años dichos músicos, si es que lo fueron, respecto a los demás involucrados? ¿Cómo pues, hacer descansar de repente sobre los hombros fatigados y el nombre ya casi olvidado de la Fornés, los lauros fundacionales de las artes en Cuba?
Es cierto que la hoy nonagenaria figura acaparó por décadas, espacios que otras de sus contemporáneas habían ocupado antes de marcharse del país, y que lo hizo conservando en lo posible “una cierta elegancia” asociada al pasado, con lo que ayudaba a digerir el ladrillo nuestro de cada día. ¡A ver, nene, abre la boquita que ahí viene el aeroplano! Las demás opciones contemplaban principalmente a Sara González, Silvio Rodríguez, Amaury Pérez Vidal y el “Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC”. Rosita era en este entorno un verdadero oasis donde bebíamos los pobres camellos medio aplastados por la carga que debíamos soportar, mientras atravesábamos el desierto de infinitas lontananzas y futuros luminosos, que eran sólo espejismos de la propaganda, el engaño y la opresión sistemáticas. Con evidente nostalgia de una rica tradición artística y popular, que el propio Barnet contribuyó a destruir de mil modos mediante su complicidad y defensa del régimen, ahora éste quiere hacer de Rosita Fornés una suerte de hito incomparable, a la manera de Eusebio Leal empeñado en reconstruir espacios habaneros por los que obtienen crédito (y beneficios contantes y sonantes) los mismos que se propusieron desde el primer día, demoler y saquear la ciudad que invadían como hordas de vándalos. ¡Felicidades, Rosita! Y que vivas muchos más años para verlo todo hasta el fin.
ACERCA DEL AUTORRolando D. H. Morelli, Ph.D., docente, narrador, poeta y ensayista cubano exiliado. Ha sido profesor universitario en prestigiosas universidades norteamericanas. Pertenece al Pen Club de escritores. Co-fundador y director de las Ediciones La gota de agua. Reside en Filadelfia. Es miembro de la Junta Directiva de CubaNet Noticias.
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