El corazón es el símbolo, más que de la mente, de la esencia del ser humano. Y re-cordar es traer algo al corazón. Podemos tener en la memoria muchas cosas que ignoramos que están almacenadas en algún oscuro cajón de nuestras neuronas. De ellas, hay algunas -básicas para nuestro existir- que podemos -muchas veces lo hacemos involuntariamente- y debemos volver a pasar por el tamiz de nuestro corazón para reafirmarnos en nuestra personalidad. Sobre todo, de algunas personas porque nuestros encuentros con ellas han intervenido decisivamente para llegar a ser lo que somos hoy.
Pensemos en aquellas que ya no están entre nosotros por haber cruzado el umbral de la muerte. Hay algunas que, de alguna manera, vuelven una y otra vez a nuestro recuerdo. Cada vez que lo hacemos es como si las trajéramos a esta existencia. Para nosotros siguen estando vivas, aunque para el resto hace tiempo que han desaparecido. Y son precisamente aquellas personas que son capaces, llevadas de su empatía, de experimentar con nosotros -aunque incluso no las hayan conocido- una vivencia aproximativa, las que conquistan nuestro corazón.
Una de las formas más dolorosas de ir muriendo en vida es ir perdiendo la propia conciencia, a través de la desaparición de la memoria. Fenómeno progresivo, común a varias patologías, que tiene que resultar muy doloroso en los primeros estadios, cuando el paciente se va dando cuenta de esa pérdida. Se empieza por el deterioro de la memoria a corto plazo y luego las lagunas van ampliándose en la memoria lejana, hasta que quien la padece llega a su extinción total. ¿Está vivo, más allá de su existencia vegetativa, quien carece de recuerdos?.
Acercarse a un ser querido que sufre esa dolencia atenaza el corazón. Darse cuenta de ese deterioro y, menos mal, si todavía es capaz de reconocer a las personas más próximas. La emoción compartida que se experimenta es tan lacerante como, a la par, extrañamente gratificadora. ¡Vienen al recuerdo tantas experiencias vividas con ellas!. Es un desgarro profundo que enturbia los ojos y angustia el corazón.
Los seguidores de Jesús, aunque vivamos en el siglo XXI, sabemos que Él Vive Resucitado, no sólo en su Abbá en la eternidad, sino dentro de este espacio-tiempo, cada vez que nos reunimos en su nombre y lo traemos a nuestro re-cuerdo. Y Vive también en cada uno de los crucificados de hoy. ¿Recordarlo no es comprometerse a darnos, a entregar nuestra vida para desclavarlos y devolverles su libertad y su dignidad? (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
PEDRO ZABALA
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