Girón: ¿traición de Kennedy?
Antes de que la Brigada de Asalto 2506 desembarcara por Bahía de Cochinos la madrugada del lunes 17 de abril de 1961, el agente de la CIA Grayston Lynch —a bordo de la nave de desembarco (LCI) Blagar— recibió este mensaje de Washington: “Castro still has operational aircraft. Expect you to be hit at dawn”.
Al amanecer del sábado anterior, ocho B-26 de la brigada con insignias de la fuerza aérea de Castro habían bombardeado tres bases aéreas. Los pilotos reportaron haber acabado con la mitad de los aviones en La Habana, el 75-80% en San Antonio de los Baños y cinco aparatos más en Santiago de Cuba, pero sólo cinco aviones fueron destruidos y unos pocos más, dañados.
A eso de las siete de la mañana del mismo sábado, un B-26 con impactos de balas aterrizó en el aeropuerto internacional de Miami. Su piloto, Mario Zúñuiga, se presentó como Juan García, desertor de la fuerza aérea castrista, y largó que tres más habían participado en el ataque, que así se volvía más infame que la agresión de Pearl Harbour, ya que los aviones japoneses no venían con las insignias de la fuerza aérea estadounidense. Castro comentó que ni siquiera Hollywood se hubiera atrevido a rodar semejante película y a las 10:30 a.m. su canciller, Raúl Roa, estaba ya en la ONU acusando a USA de agredir a Cuba. El representante de USA, Adlai Stevenson, replicó que patriotas cubanos se habían revirado contra el dictador y mostró como prueba la foto (UPI) del avión de Zúñiga, sin saber que la nariz de aquel B-26 era de metal y los B-26 de Castro tenían nariz de plástico.
Desespero y embullo
Kennedy se había aferrado a la clave política que Eisenhower tocó desde que aprobara el plan de acción encubierta de la CIA contra Castro: “Our hand should not show in anything that is done“. Al exponerle Richard Bissell, Director de Planes de la CIA, cómo sería el desembarco por aire y mar en Trinidad, Kennedy decidió rechazarlo y aconsejó planear otro menos espectacular, de noche, que no diera pie a ninguna intervención militar de USA.
Eso fue el 11 de marzo de 1961; para el 8 de abril, el jefe de la fuerza especial de la CIA contra Castro, Jake Esterline, y su jefe de operaciones, coronel Jack Hawkins, presentaban sus renuncias a Bissell porque las limitaciones políticas condenaban la invasión al fracaso. Alegaron que los 16 bombarderos B-26 de la brigada no podrían acabar por completo con la fuerza aérea de Castro y sus aviones indemnes hundirían barcos y tornarían suicidas las misiones aéreas posteriores.
Bissell pidió a Esterline y Hawkins que se mantuvieran en sus puestos, porque la operación iba de todos modos. Prometió que persuadiría a Kennedy de incrementar el número de bombarderos en el ataque preliminar. Ambos aceptaron a regañadientes, ya que sus objeciones no se reducían a la aviación. Según ellos la invasión no provocaría la caída de Castro, sino más bien la derrota a corto plazo de la Brigada 2506. Así y todo, el miércoles 12 de abril, Bissell presentó a Kennedy el plan de invasión por Bahía de Cochinos con ataque aéreo preliminar y desembarco al segundo día con ataques aéreos limitados: dos B-26 y el avión de enlace aterrizarían en pista fijada dentro de la cabeza de playa.
Al día siguiente Hawkins reportaba desde Puerto Cabezas (Nicaragua) que compartía la confianza de los jefes de la brigada: “Ellos están muy confiados en la victoria. Dicen que conocen a su pueblo y creen que después de infligir una seria derrota a las fuerzas del régimen, el pueblo dejará abandonado a Castro, a quien no desean apoyar. Dicen que es tradición cubana sumarse al vencedor y tienen suprema confianza en que ganarán todos los combates contra las mejores fuerzas que Castro tiene”.
Bissell pasó enseguida el cable de Hawkins a Kennedy, sazonado con intel de que “Castro está perdiendo popularidad continuamente. El pueblo ha empezado a perder el miedo al gobierno y el sabotaje sutil o discreto es común. Se cree que el ejército ha sido penetrado exitosamente por grupos opositores y no combatirá en caso de conflicto. La moral de los milicianos está decayendo”.
El viernes 14 Kennedy llamó a Bissell para dar luz verde al ataque aéreo preliminar, pero con 8 en vez de 16 bombarderos. “I want it minimal,” dijo Kennedy. Bissell faltó a la promesa hecha a Esterline y Hawkins y prosiguió la operación como si nada.
Al atribuirse el ataque preliminar a desertores de Castro, otra incursión contra las bases aéreas sería un descaro de Washington ante la opinión pública internacional y pondría a USA al nivel de la URSS con la invasión a Hungría (1956). El domingo 16 por la mañana la Casa Blanca notificó a la CIA que los ataques aéreos limitados planificados junto con el desembarco tenían que efectuarse después que la brigada fijara la cabeza de playa prevista con su pista de aviación. Bissell fue a protestar con el lugarteniente de la CIA, General Charles Cabell, pero cometieron el error —como admitiría Bissell en sus memorias— de hacerlo ante el Secretario de Estado, Dean Rusk, sin elevar la protesta directamente al Presidente.
Madrugonazos
La noticia del desembarco despertó a Castro pasadas las tres de la mañana del 17. Llamó a la Escuela de Cadetes de Managua para que “El Gallego” Fernández se trasladara a Matanzas, movilizara al batallón de la Escuela de Responsables de Milicias y avanzara hacia Playa Larga. Así mismo impartió a la aviación la prioridad de combate: “Primer objetivo: atacar con todo al aeropuerto, si hay allí aviones. Segundo objetivo: atacar a los barcos. Tercer objetivo: observar si hay movimientos de camiones muy cerca de Girón; si es positivo, atacarlos también, así como al personal. Si se ven maniobras de barcos y personal, meterle a los barcos y después a la gente”.
Tal como habían advertido Esterline y Hawkins, las misiones de los B-26 de la brigada se tornarían casi suicidas con los cazas de Castro disparándoles por la cola. La noche del 17 al 18, la CIA trató de capear el temporal y ordenó que tres B-26 atacaran con bombas de fragmentación la base de San Antonio de los Baños, pero los pilotos no dieron con ella. Para la madrugada del 19, Kennedy cedía al apremio: mandó a que seis cazas a chorro del portaviones Essex acompañaran a los B-26 de la brigada para impresionar a los pilotos de Castro, pero sin entablar combate con ellos ni atacar objetivos en tierra. Sólo que los mandos no tuvieron en cuenta que Puerto Cabezas y Playa Girón tenían husos horarios diferentes y los cazas americanos jamás se encontraron con los B-26. Y como Bissell había autorizado que pilotos estadounidenses (contratistas de la CIA) volaran en misiones de combate, Roa se daría la patada en la ONU de restregarle en la cara a Stevenson la tarjeta de identificación [SSN 014-07-6921] de Leo Francis Berliss, derribado en el central Australia, y remachar con que su avión venía de la luna.
A eso de las 9:30 de la mañana del lunes 17, el piloto castrista Enrique Carreras había ido al reenganche —después de inutilizar tempranito al Houston— y hundió al carguero Río Escondido con impacto directo de cohete. La explosión consumió reservas de municiones y combustible para diez días. Al escucharla, Rip Robertson gritó por radio: “God Almighty, what was that? Fidel got the A bomb?”. Su colega Gray Lynch respondió: “Naw, that was the damned Rio Escondido that blew”. Poco después, el batallón de la Escuela de Responsables de Milicias ocupaba Pálpite, un caserío que “El Gallego” Fernández no atinaba a encontrar en el mapa. Al recibir el parte, Castro exclamó: “¡Ya ganamos la guerra!”
Coda
El fiasco de Bahía de Cochinos parece haber marcado al anticastrismo con la maldición de planificar desastres y consolarse echando la culpa al totí de turno.