Me ha puesto un mensaje en mi página de Facebook una compañera residente en Cuba que firma Aida Vidal. Dice: “qué lástima que uno de mis escritores preferidos, sea un mediocre al servicio del imperialismo”.
O sea, se entiende: para la compañera yo resulto “uno de sus escritores preferidos”, (hummm… debo revisarme como escritor) pero hasta ahí llega. Por lo demás, soy un mediocre. Es decir, política, humanamente, un mediocre.
Estas personas comunistas cubanas se sienten con el derecho de ofender a quien fuere, sin pedir permiso y donde fuere.
Donde fuere: ellos, que no podrían opinar en su país (en nuestro país) si acaso les diera por verter una opinión discrepante con el Gobierno, pues se valen de la democracia, la libertad de expresión que existe “afuera” para declararse antiimperialistas, supersocialistas o fieles contrincantes de quienes no opinen lo mismo que ellos. U —ojo—: lo mismo que dicen ellos que opinan.
A partir del triunfo de la Revolución de 1959, fueron desapareciendo en un gran sector de la sociedad cubana la decencia, las buenas maneras, el respeto hacia el criterio del otro, y todo lo de este tenor.
Vaya…, todo el mundo debió recibir el trato de “compañera”, “compañero”, “compañerito”, “compañerita”… Y así, junto con la “señora”, el “señor”, la “dama”, el “caballero”, la “señorita”, etcétera, desaparecieron las buenas maneras, los límites, los estamentos, etcétera.
No olvidemos que según los dictámenes de la “Cuba revolucionaria”, nosotros, los que discrepamos de esta, somos “gusanos”; que ya eso es mucho decir. Pero bueno… pensándolo bien: ¿corresponderá al “gusano”, como sucediera con el término “mambí”, que inicialmente resultaba peyorativo, el honor de pasar a la historia como dignos luchadores por la democracia para su país o como buenas personas al menos? Quién sabe. A lo mejor.
Según los datos obtenidos sobre la compañera que me atribula, es ella metodóloga del Ministerio de Educación.
Me documenté: en la patria de Martí y de nosotros los demócratas como él, una metodólogo es: “Funcionario de la educación, que tiene una preparación general integral que incide directamente en el desempeño del director de la escuela, dirige científicamente la optimización del proceso docente educativo”.
¿Alguien se imagina que un ser sectario, discriminatorio, ofensivo por reflejo condicionado, como la compañera que invadió mi Facebook, pueda, entre otros propósitos, dirigir “científicamente la optimización del proceso docente educativo?”. ¡Oh…! ¿gozará acaso la compañera de “una preparación general integral que incide directamente en el desempeño del director de la escuela”. “Del director de la escuela”; del director, enfatizo.
Pues bueno…, como se dice en la Ciudad México: “tacabrón”.
Otro dato, a mi juicio importante, sobre la compañera metodóloga, es que estuvo en una “misión” en Venezuela. Y ya lo sabemos, y lo digo con el mayor respeto y sin ánimos de ofender ni a vivos ni a muertos: cuando en una misma persona se cruzan los efluvios del biranés y el barinés, el resultado, lamentablemente, es un revolucionario —en este caso una revolucionaria— de alto octanaje. Es decir, la cuadratura en persona… La luz que cesa… el puente que cae…
La compañera “feibucera” avisa que este humilde servidor se halla “al servicio del imperialismo”.
Esto no lo entiendo bien, pero si el “imperialismo” es el Estado —no el gobierno— estadounidense, pues nada le he entregado yo, ni nada me ha pedido, y mucho me ha otorgado —por lo cual estaré eternamente agradecido.
Mucho me ha otorgado durante los casi tres años que llevo aquí —mucho más que lo recibido durante los 36 en que fui pupilo de la “Revolución de los humildes y para los humildes”—. Porque como diría el amigo Cheíto, dependiente de un restaurante de la Calle 8, refiriéndose al entorno de por acá: “Este comunismo sí está bueno, así que hay que defenderlo”.
Y cuando he dicho que el Estado norteamericano “me ha otorgado”, me refiero tanto a lo material (que ya lo sabemos: redondea lo espiritual), como a lo inmaterial; incluida la libertad de hablar, opinar, escribir, etcétera; algo que aprendí a disfrutar en mi segunda patria: la Ciudad México, donde viví durante 20 años, y de cuyo nombre, parafraseando al maestro: “siempre quiero acordarme”.
Y bueno…, no está en mi ánimo dividir, ofender, agraviar de manera alguna.
Como otros que llevan a cabo la misma labor adictiva que yo, quisiera que todo se arreglara suave, suavecito.
Ya ven. Así van las cosas.
FÉLIX LUIS VALERA