Hace 12 años, Gustavo Sánchez voló desde Barcelona hasta Nueva York en busca de historias. De historias distintas, de personas y maneras de pensar que imaginaba que existían pero que no tenían visibilidad en los medios convencionales.
"Antes de coger ese primer avión de muchos, hice un trabajo de preproducción indagando por Internet y hablando con mucha gente para buscar a esas personas que encarnaran el underground neoyorkino que quería reflejar. Al llegar entrevisté a unas 70 en busca de esas formas de ser, de pensar y de sentir más allá de lo 'normal', de lo que estábamos acostumbrados a ver en las ficciones y en la prensa. Encontré a gente realmente interesante. De entre todos, escogí a 6 y me centré en lo que cada cual tenía que contar".
Tras esa primera toma de contacto, Gustavo viajó durante una década a Nueva York para conocer, entrevistar y filmar a esas 6 personas. Con él viajaba siempre la pequeña cámara casera con la que se ha grabado cada escena de "I hate NY", el resultado de horas de conversaciones, delante y detrás de las cámaras, que se estrenó en el Festival de Málaga con doble ovación: la de la crítica y la del público.
"Creo que Nueva York es uno de esos sitios a los que va la gente que siente que no encaja en otras partes. El underground neoyorkino me interesó por toda la mitología que hay alrededor, porque siempre ha sido algo muy legendario. Me parece que la ciudad representa a la vez todo lo bueno y lo malo del mundo en el que vivimos. Puede ser una ciudad increíble en la que puedes triunfar pero a la vez puede ser un sitio muy hostil que te puede triturar", afirma Gustavo. "Es un espacio en el que tienes que saber defenderte, y las personas que viven allí viven de una manera u otra muy condicionadas por sus circunstancias económicas, sociales y culturales, algo que ocurre en muchas partes del mundo y que me permitía también contar historias universales".
Sophia Lamar, Amanda Lepore, Chloe Dzubilo y T de Long, protagonistas de la cinta, son el reflejo tanto de esas circunstancias como del underground neoyorkino que Sánchez intuía que existía cuando, en 2006, cogió su primer avión con destino al John F. Kennedy.
"A Amanda la conocía porque es una persona muy célebre, es una de las personas trans más famosas del mundo. Me encantó de ella la convergencia que se da en su persona del mainstream y el underground. Las fotos de David LaChapelle que se hicieron tan famosas posteriormente, por ejemplo, fueron disparadas en el estudio del fotógrafo, con unos recursos muy limitados". dice Gustavo.
"Sobre Sofía Lamar había oído hablar, pero la conocí cuando llegué a Nueva York. De Tara, sin embargo, me hice amigo en Barcelona, tras un concierto en la sala La Paloma que organizaba la productora Silvia Prada, que traía a un montón de artistas neoyorkinos. Lo que pasó aquella noche con Tara sobre el escenario me pareció tan brutal, tan novedoso y trash, que supe que tenía que estar en este proyecto", cuenta Gustavo, que prefiere no hablar de cómo conoció al cuarto personaje de la cinta, Chloe Dzubilo, para que los espectadores lo descubran.
"Cuando empecé a rodar no sabía que me quedaría justo con estas cuatro historias. Pero a medida que iba transcribiendo el tiempo, cuando llevábamos ya unos cinco años de grabación, me empecé a dar cuenta de que las cuatro protagonistas tenían mucho en común. Son personas tremendamente libres, con maneras de pensar y visiones muy valientes y abiertas que las han llevado a sentirse muy mal en determinados momentos pero muy realizadas en otros"
Cuando empezó el montaje, del que se encargó Gerard López, Gustavo había acumulado más de 150 horas de grabación. "Descarté las que veía que estaban más actuadas. En las que se notaba que había una cámara y que las protagonistas la habían tenido en cierta manera en cuenta. No es del todo fácil ser tú mismo cuando eres consciente de que te están grabando", cuenta Gustavo.
"Sin embargo, creo que el hecho de que fuera una cámara casera, muy pequeña y que casi pasaba desapercibida hizo que ese efecto se redujera al mínimo. Además, me permitía grabar de manera muy cómoda en cualquier situación, en un taxi, en una fiesta... no tenía que sacar trípode, micros ni nada sino, simplemente, sacarla y darle al botón de grabar", añade.
Las idas y venidas de Sophia, Amanda, Chloe y Tara, sus maneras de ver la realidad, las dificultades que se han ido encontrando la hora de mostrarse ante el mundo tal como son y el orgullo de conseguir hacerlo son el eje de I hate Nueva York. La incorrección, la protesta y el activismo van implícitos en cada una de sus historias, que se entremezclan pero que tienen el mismo telón de fondo: lo que no sale en las postales de la capital del mundo.
Las fiestas que, como dice Sophia, se acaban en cuanto la masa las descubre, la habitación de hotel llena de espejos en la que vive Amanda, los conciertos de Tara... Le pregunto a Gustavo que quién le gustaría que viera la película y me responde que "toda esa gente que limita, reprime y humilla a otras personas".
"Me encantaría que la viera alguna gente que tiene responsabilidades políticas, que tiene que legislar y no siente empatía por los derechos de los que no son como ellos. Yo creo que el mundo está compuesto por infinidad de minorías, todos pertenecemos en alguna medida a una. Cada uno nos sentimos diferentes. Entonces yo creo que esta gente que tiene que representarnos debería ser más empática para no gobernar de acuerdo a una única manera de ser o pensar, porque hay tantas que deberían abrir un poco más el prisma", dice Gustavo. "Me encantaría que las historias de estas cuatro mujeres llegaran a toda esa gente que tiene poder y prejuicios", añade. Ojalá.